14 CAPÍTULO IX: El regreso del sol de Arabia.

Luego de almorzar, el rey, en compañía de su hija y Ayira, que la lleva a todos lados, como una extensión de su cuerpo, se retiran al jardín. Mientras Jalila y Ayira se acomodan en el césped, el rey les consulta algo, en aquel momento, Jalila va a contestar, pero mira al frente y ve... Sale corriendo, de tal modo, que da un soberbio tropezón con un sirviente que está a los cuidados de su padre .

—¡Oh, perdón!... —dice, confusa, pero sigue corriendo.

—¿A dónde va esa chiquilla corriendo de tal modo? — exclama el rey, indignado pero a la vez divertido.

—Verá señor. La princesa corre porque ha visto el caballo del señor emir, su hijo.

—Pero, ¿cómo? ¿Está aquí mi hijo y yo no sé nada? —pregunta; en su rostro mayor se pinta una sonrisa de dicha, y vuelve a decir, con voz entrecortada—: Vamos, hombre, explícate.

—El príncipe llegó ahora mi...

Pero ya no tiene tiempo de proseguir. El príncipe, en persona, aparece en el mismo jardín.

—¡Padre! —dice, con emoción.

—¡Hijo mío!

El rey, con enorme alegría, se estrecha en los brazos fuertes de su hijo. Este mira a su padre con los ojos húmedos. Ninguno de sus amigos conocería en aquel momento al Emir Nael Yamid Hassan Abufehle y futuro rey, porque en este instante no es más que un hijo cariñoso y bueno. Por eso, Ayira que lo contempla, se extraña que Jalila describiera tan mal a su hermano. Pronto comprende que no la ha engañado; sólo es un segundo de emoción; luego, el semblante de él se le transforma en el de siempre.

"Si supiera —se dice Ayira— lo favorecido que está cuando se ennoblecen sus facciones tan frías, seguro que procuraría ser más amable."

En aquel momento habla el rey cariñoso:

—Pareces más alto y grueso que nunca; de moreno, ya no te digo...

—El entrenamiento. Y el sol de Daydan, padre.

Ayira contempla la escena con mirada penetrante, en realidad no sabe que hace allí, pero es que tampoco puede retirarse por cuenta propia. No si no se lo ordenan. Parece que todos se han olvidado de su presencia, esto le permite observar muy bien de cerca al príncipe a su gusto; es alto y guapo, como se lo ha descrito Jalila; muy elegante, distinguido, esbelto, hasta puede reconocerlo como un hombre muy atractivo pero, de semblante frío, porque pasado el momento de emoción, su rostro se ha vuelto un glacial, tal cual, como la princesa se lo ha descrito.

A Ayira le parece un hombre físicamente muy agradable a la vista, pero no del todo simpático; sin embargo, queda prendada de su mirada. "Tiene una mirada que atrae, —pensó— tal vez sea su color, gris como el acero".

Pronto Jalila la saca de sus pensamientos al decir:

—¡Pero, Ayira! ¿Qué haces? Ven, que quiero presentarte a mi hermano. Esta es, hermano mío... —dice volviéndole a él—, mi nueva consentida, Ayira; —y guiñándole un ojo continúa—: tienes que quererla cómo nosotros la queremos.

—Ya, sí, sí, samaritana — dice mirando a Jalila, sin prestarle atención alguna a Ayira.

—Príncipe —contesta Ayira también con cierta frialdad haciendo una reverencia.

—Pero, hermano, ¿por qué tanta indiferencia? Ni siquiera la has mirado. —Buscando apoyo en su padre exclama:— ¡Papá!

—Bien, mi amada hermana. —Se vuelve a la joven, que lo mira con desagrado, y con fingida indiferencia ahora, que los bellos ojos verdemar de la joven han atrapado su atención, le dice irónicamente—: Ya sabes, Ayira, tienes que quererme mucho; yo a ti, ya te quiero.

No pasa para la joven, desapercibida la mirada burlona con que acompaña estas palabras. Y con mayor ironía, que para todos pasa por alto, menos para el emir, que lo nota muy bien, contesta:

—A sus ordenes y servicios estoy, mi príncipe. Gratamente, atenta y servicial atenderé cada una de sus necesidades.

Nael Yamid, algo enojado, sigue mirándola... Aquella hermosa esclava, pero irrespetuosa que no guarda las normas de etiquetas y no trata de igual a igual, lo desconcierta, a tal punto que su osadía le encrespa los bellos del cuerpo; no hace quince minutos que la conoce, y ya le ha hecho ver que tiene personalidad, y que no es fácil reírse de ella.

—Voy a cambiarme. ¿Están listas mis habitaciones, papá?

—Sí, hijo mío.

—Entonces, hasta luego —dice mirando a todos en general; luego, sus ojos acerados solo se posan en Ayira con fijeza y burla. Esta atrevida, sintiéndose molesta por la actitud del descortés emir, no retira la mirada... "¡Vaya hombre estúpido!" —se dice la joven, molesta mientras el príncipe se marcho pensando:

"Si fuera otra , si no fuera la protegida y consentida de Jalila; si mi padre no la considerara tanto, ya le enseñaría yo buenos modales. No sé que tanta educación le ha enseñado mi loca hermana. Es bella, y seguro lo sabe, pero orgullosa y altanera... Ya conseguiré yo, ubicarla bien en el lugar que ocupa, y en no burlarse del emir, de seguro que lo haré mucho mejor que mi hermana; para eso soy ya perito en la materia."

Con estos pensamientos, llega a sus aposentos. Mientras se viste ayudado por un asistente, entona una melodía. Ya no le pesa haber ido a Djillik con su primo. Está feliz de ver a su padre y hermana. Y por en aquella esclava, haber encontrado diversión segura.

***

El salón está perfecto y como siempre ella es el centro de atracción. Camina exuberante, pisando el suelo firme, sembrado de belleza el suelo con sus delicados pasos. El fuego de las antorchas arde fulgurante, y en forma de lenguas se prenden en las prendas de la odalisca, destellando, subiendo y bajando por el cuerpo de Ayira. Es un placer especial verla y dejarse consumir por la femineidad de su danza, por esta mujer que escupe sensualidad por cada poro de su cuerpo. No hay allí hombre presente que la sangre no le lata en la cabeza, ni que no deseen que sus manos sean todas la música que provoca la danza de su cuerpo, solo el rey está excelso de tal embrujo, y es que él, ya la siente como una hija, eso bien lo sabe Nael Yamid, que no teniendo más que callar las protestas de su orgullo, piensa que en los días que lleva allí, la protegida de su padre y hermana, no ha hecho de él más que un objeto de mofa y burla. Recapacitando, sólo saca en consecuencia que es una mujer encantadora, aunque tal vez demasiado orgullosa; ante él se muestra siempre seria, muy seria, no así con ellos, que siempre está dispuesta a mostrarles las más encantadoras de sus sonrisas. Cuando Nael Yamid llega a esta conclusión, se agita nervioso y siente un desasosiego que no es capaz de vencer, más aún, cuando se percata que el gran general Kazim Mashhur Herezi está hipnotizado por la magia de Ayira.

"Me parece que el general está loquito por ella, y aunque supongo que Ayira no lo mira con indiferencia, no creo que lo ame; —piensa revolviéndose incómodo en su asiento— pero las mujeres no reparan en sus sentimientos cuando hay por medio una gran fortuna, seguro ella tampoco, y más que en él podría encontrar su libertad. Lo que más me exaspera es cuando se ríe burlona de mí; claro que los demás no lo notan, pero yo sí, y tengo que darle su merecido."

Venciendo sus nacientes celos, que él se niega a reconocer queda ensimismado, perdido como el resto en la atmosfera que forma aquella odalisca que tantos pensamientos encontrados le provoca, hasta que oye a sus espaldas la voz armoniosa de su padre, que le dice:

—¡Pero, hijo! ¿En qué piensas, muchacho?

—En nada padre, en nada, —dice sabiendo que miente descaradamente— solo estoy algo cansado.

Dicho esto se disculpa y poniendo por escusa la extensa labor que hoy ha tenido, se retira a sus aposentos fingiendo un agotamiento que, lejos está de serlo; ya en la soledad de su habitación, recostado en su lecho, con los brazos bajo su cabeza revolucionada aún por los sentimientos que provoca en él Ayira, da un profundo y pesado soplo con la intención de quitar de su mente la imagen de la hermosa y sensual odalisca, luego cierra sus ojos, esperando lograrlo, pero no lo consigue... Seguramente ella hoy será la protagonista de su sueño...

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