9 CAPÍTULO IV: Entre la espada y la pared.

El "negocio" es un recinto cerrado, por lo que el hedor a alcohol invade la especie de bar en el que los clientes beben y esperan recibir las atenciones de las mujeres, sus besos y caricias; favores que generalmente terminan en una de las habitaciones donde, entre la suciedad de un catre, los hombres se relajan y en el que las mujeres complacen sexualmente a los apreciados y valiosos clientes de Akanni.

Ese diario espectáculo asquea a Ayira y para poder sobrevivir a todo esto, ha hecho una especie de adormecimiento en su mente. "Hay cosas que apenas puedo recordar", se dice, mientras sacude su cabeza esperando que los días en que de niña corre libre por sus tierras junto a la compañía de Naki, suplanten lo que sus ojos en estos momentos ven: un hombre trae arrastrada de los cabellos por el largo del salón a una mujer, que arrojándola con desprecio a los pies de "la bestia" y reprochándole a éste, le reclama su pago porque ella no ha cumplido con sus expectativas.

—¡Parece un trapo! Me siento estafado, seguro está enferma.

La pobre mujer es apartada de los pies de Akkani tras un puntapié de éste, quien luego, con un brusco movimiento la levanta en vilo y tomándola fuertemente del rostro la observa detalladamente. Inspecciona con sus labios la frente de la mujer para averiguar su temperatura y al comprobar que está fresca, frente a todos los que allí están presentes, le propina una paliza que la deja más muerta que viva.

Ayira instintivamente sale al socorro de la desdichada mujer con la intención de ayudarla, pero el hombre que ha devuelto a la que no ha servido para sus fines amorosos, sonriendo con malicioso deseo la toma por un brazo aprisionándola junto a su cuerpo.

—Esta si que bien puede reparar todo lo que mal hizo esta otra, —dijo refiriéndose a la golpeada y maltratada mujer que yace inconsciente en el piso— Eres la cosa más bella que mis ojos han visto. —continúa ahora refiriéndose a Ayira— El regocijo en el que con gusto, por él más adeudaría...

—Ni teniendo todo el oro del mundo te bastaría para siquiera poner tus manos en ella. Elije otra. —Así le dice Akanni mientras toma el puño de la daga fuertemente con su mano.—Esta divinura no es parte del negocio.

El hombre que intenciones no tiene de batirse en pelea, tras la indicación del dueño del local de que deje libre a Ayira, la suelta abriendo sus manos para mostrarlas libres de señal de pelea y entendimiento a sus palabras, y con desagrado, pero obediente, libera a la chica.

—¡Vete de aquí y llévate esta ruina! —Le indica con voz seca Akanni a Ayira, que como no entiende su idioma se esfuerza en hacerle señales para su mayor entendimiento— ¡Y tú ven conmigo! —procede a decirle al hombre— Ahora escogerás a otra que quieras.

Y así es como a aquel ser miserable se le permite inspeccionar a las mujeres como productos de venta, sin ningún estigma asociado a la elección, incluso, de mujeres-niñas por parte del cliente mientras Ayira, en otra habitación, enjuaga y cura las heridas provocadas por los golpes a su congénere, unas de las tantas desdichadas que tienen el tormento de que Akanni, las crea de su propiedad y se sienta con ello, en derecho de lucrarlas y tratarlas peor que a un animal.

"¿Por qué el ser humano siempre ha de estar enfrentado a otro ser humano? ¿Por qué someter al otro, a esta pobre mujer... ¡a mí misma! bajo el yugo opresor de la injusticia, de la decadencia, dándole el valor nulo que todo ser humano no merece? —se pregunta Ayira a la vez que así misma se responde—: No me lo puedo creer... que ilusa, ¡porque somos esclavas! y ¿por qué a quién le importa la vida de un esclavo?" Y revelándose ante esta cruda realidad que por días desea ocultarse, se promete no ceder ante la tiranía que "la bestia" le impone... Luchará con alma y vida... Aún no sabe cómo, pero encontrará la forma de escaparse de sus garras, de verdad que no lo sabe, pero lo que sí sabe es que encontrará la forma de decir: no, a su condición de esclava.

***

En el centro del aposento pensándose un dios, firme como una estatua, está Akanni cuando Ayira, por orden de él es llevada ante su presencia. La encargada de llevarla, una mujer mayor, le indica que se siente sobre un ataviado almohadón que está ubicado justo, delante del hombre al que ella, ya le ha dado el nombre de la bestia. Éste sonríe y se tiende plácidamente en un sillón rodeado de mujeres en ropas diminutas. Ver a ese hombre de rostro arrugado como un pergamino rodeado de tales bellezas, le parece un espectáculo nauseabundo. En sus piernas rígidas como estacas tiene sentada a una joven que acaricia su larga barba mientras las otras cantan y bailan en forma sensual al alcance de sus manos.

La escena cesa cuando Akanni con un movimiento suave de su mano la levanta. Todo queda en suspenso: la chica que acaricia su barba, las que bailan y cantan, todas por un instante quedan como en una pintura: inmóviles, cada cual en la posición exacta en que se encuentran antes que el hombre dé la señal de "pare"... Solo se rompe esta situación cuando sin aviso se levanta haciendo que la chica sentada en sus piernas trastabille y casi caiga de sus piernas, cosa que no lo inmuta y con paso seguro atraviesa al grupo de mujeres que se corren rápidamente para darle paso al destino que lleva, a Ayira.

—Hoy tienes que sentirte dichosa, eres la elegida para proporcionarme los servicios sexuales.

Se dirige a hablarle a la chica, que cómo siempre, jamás, le entiende palabra alguna, cosa que molesta mucho a Akanni, y que según a él se le antoja, es el resultado del mal comportamiento de Ayira para con él. Por lo que hoy ha llevado la presencia de un esclavo que ha descubierto, habla perfectamente el idioma de la joven. Cuando el hombre comienza a hablar por su boca las palabras de Akanni, Ayira se pone de pie, como una fiera en posición de ataque, desafiante, a la defensiva le deja entender con su mirada de fuego que prefiere morir a cumplir con su intención.

El mal hombre se acerca a Ayira y todo se vuelve una lucha de vida y muerte. Ayira clava sus dientes en las manos que sucias quieren asir su cuerpo, así como en los labios del hombre que quisieron apoderarse de los suyos... Akanni como un león herido y ante la respuesta de la joven aplica toda la fuerza que posee tratando de apresarla aún más fuerte, y con la intención de doblegarla la arrodilla en el piso, pero Ayira saca fuerza de sabe donde, con un ágil movimiento se zafa de su opresor y continúa dando lucha. Aquello es insostenible, ni siquiera el intento de todos los que aún allí están presentes de separarlos, puede calmar la pelea que llevan aquellos dos, uno por doblegar y la otra por no rendirse. Ayira se retuerce entre la fuerza del hombre y Akanni da alaridos de dolor cada vez que ella, encuentra donde clavar sus dientes y uñas. Por fin, ante el descuidado afloje del perpetuador, ella encuentra un medio de escape y corre a la otra punta de la habitación con la intención de recobrar aire, y si fuera necesario, continuar haciendo frente a "la bestia".

—¡Ya verás maldita porquería! Esto no va quedar así, ni lo pienses escoria. —Gritó Akani con la voz ahogada de rabia. De un solo movimiento, toma el látigo que como de costumbre, lleva siempre consigo y en esta ocasión lo ha dejado en la mesita junto al sillón que hace un rato ha estado ocupando.

Ayira es apresada por dos hombres bajo el mando de Akanni que se encuentran haciendo guardia fuera del aposento, y que al escuchar los gritos se han hecho presentes, presenciando parte de la lucha que ocurre dentro del recinto.

—Llévenla donde de costumbre amansamos a las fieras como esta. Que conozca quién es el que manda, y quién el que obedece.

Es así que entonces Ayira, por orden de Akanni, es sacada de la habitación que con el deseo de poseerla, la ha decorado con luz tenue creando según su gusto, un ambiente íntimo y misterioso, para llegar a un lugar oscuro, donde solo los gritos producidos por el látigo como un relámpago, iluminan el lugar.

—Esto es lo que ahora te espera por no agradecer ser la preferida del jefe, pequeña tonta. —Le dice uno de los hombres al conducirla a "la zona del calvario", como le llama Akanni.

Tras las palabras del hombre tosco, el sentido de alerta comienza a dibujarse en Ayira, y sus pensamientos corren como locas fieras a campo traviesa. Luego, sin detenerse a pensar en las posibles consecuencias, salta sobre el hombre; poco después, un golpe en su cabeza y la tenue luz que perciben sus ojos, se desvanece como su lucha.

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