6 CAPÍTULO I: Entre promesas de amor y las negras noches del presente.

Tras el casamiento de Naki y el pasar de los meses, la soledad y el desánimo se ha apoderado del alma de Ayira, tanto, que parecen que fueran a durar eternamente. Ayira sigue su vida monótona: sale a recolectar, hace remedios para su madre y está muy pendiente de ella debido a que su enfermedad, ha avanzado a pasos agigantados en los últimos días.

La joven con una cesta de frutos, cargada en la espalda, regresa de una de sus labores diarias, ignorando los sucesos que han tenido lugar hace unos minutos antes en el interior de la choza. Al cruzar la entrada y no ver a nadie dentro se extrañó, pues a esa hora debe estar Tafari vigilando a su madre mientras ella realiza las funciones que éste, la hace cumplir, pero no le dio demasiada importancia a su ausencia, al contrario, el silencio que allí reinaba, le resultó agradable; pensó, que seguramente estaba como de costumbre, retozando bajo alguna sombra su desagradable persona. Fue luego de apoyar la sesta sobre la tabla que cumple la función de mesa, que al pasar junto al lecho de su madre, un murmullo llega a sus oídos y el silencio reinante se quiebra con la tenue voz de su madre:

—¡Corre Ayira!, vayamos a recibir a tu padre que ha llegado. ¡Mira, mira!, viene cargando flores en sus manos... ¡Pero tómalas!, ¿no ves qué son nuestras preferidas?

Ayira la mira con inmenso cariño y la besa.

—Sí, madre, tienes razón, vayamos a alcanzarlo.

El dolor la hace presa al comprender que el delirio de su madre se debe al altísimo calor de su piel y la besa nuevamente, no una, mil veces, pensando que éstos podrían ser los último besos que su madre recibiera de ella. Y llora desconsoladamente al no reconocer el rostro de su madre... ¿Dónde está aquella mujer hermosa qué fue? (cuarenta años recién cumplidos que parecen ahora, cuarenta siglos) atractiva, grácil, pero sobre todo fuerte y sana. Buscó la respuesta de su pregunta en los ojos que más ama, en los que siempre encontró cariño, franqueza y nobleza. Pero solo vio el vacío en su mirada... Se consoló entonces, pensando que su madre está recibiendo a su padre en su llegada, allí, frente a su hogar, donde es joven, sana y hermosa. Que recibe de él, su inmenso amor junto a sus flores preferidas, y al recordarla nuevamente así, cree que no es de extrañarse que cautivara a su padre en su juventud.

Ayira le acaricia el rostro con inmenso cariño y le seca la humedad de su acalorada frente mientras sus manos recorren amorosas y tiernas el contorno de su rostro. La voz de su madre se va apagando lentamente, dando paso otra vez al silencio. Se duerme, y Ayira queda un momento contemplando su marchita figura que poco a poco se le va apagando la vida...

—Ya no hay nada más que podamos hacer por ella, ni tú ni yo, solo esperar el momento de que tu madre se una a sus ancestros—. La que así le ha hablado es la anciana sabia en medicinas hace unas horas. Ayira, maldice sus palabras por lo bajo... ha de reconocer que aunque mucho se negara en aceptarlas, eran ciertas.

¡Cuanta falta le hace Naki! ¡Cómo necesita de su amistad! De ella sabe, que está muy contenta con su vida de casada, porque esporádicamente la visita cuando viene a ver a sus padres y le trae noticias que alegran su trise existencia.

Recuerda su niñez con Naki y desea volver a aquellos días donde su única preocupación es no ser querida por el esposo de su madre. Donde su dicha, es nadar en el río y corretear por sus orillas con Naki y así conseguir saber que hay felicidad en el mundo... Pero ahora su amiga del alma no está y su madre yace postrada esperando la muerte... no quiere siquiera pensar en la palabra, tampoco que Naki sepa del estado de su madre y su sufrimiento. Necesita de su amiga, de sus palabras de consuelo y contención, ¿pero cómo puede invadir la alegría qué vive ahora Naki con su pesar?... Y lentamente se queda dormida junto a su madre. Soñando con sus dos padres presentes en su vida, sanos, que la protegen y aman inmensurablemente.

Poco, o más bien nada pudo dormir Ayira por vigilar la fiebre de su madre. Como hace tiempo ya, desde que su madre enfermara, esta mañana, nuevamente fue despertada con el corazón en la boca. Desesperada y esperando que todo aquello no fuera más que un mal sueño del que no tardaría en despertar, se sentó en la cama que compartía con su madre. Está a punto de echarse a llorar cuando unos gritos conocidos la sobresaltan:

—¡Ya levántate de una vez! —escucha Ayira aún somnolienta y siendo arrancada abruptamente de su breve descanso—. El sol ya despuntó y tu día comienza, ¡holgazana!

Sin comprender aún qué está pasando reconoce en esa voz rasposa y ronca, a la de su padrastro, que a sacudones y gritos la despierta reclamándole que comience con sus labores... Y así lo hace, callada, y sin revelarse para evitar un altercado entre ellos que perturbe aún más la salud de su madre. Conteniendo la cólera que despierta en ella ese hombre desagradable y déspota, se apresura a asearse para comenzar con sus faenas.

—¡De una vez! ¡Anda, muévete de una vez!, —continúa gritándole Tafari— que los animales no tienen que aguantarse el hambre por tu demora.

Mordiéndose la lengua salió a cumplir con sus obligaciones sin mediar palabra alguna con él... ¡Se sentía tan sola en el mundo! ¡Cuántas noches sin sueño vendrían con la inminente muerte de su madre!... No quería ni pensarlo.

Se halla abstraída en tales reflexiones mientras alimenta a los animales, cuando se le acerca Tafari.

—Ayira; tu madre te reclama junto a ella; —y fríamente prosigue—: yo iría sin perder un momento. —Deja caer el alimento que tiene en sus manos y corre a ver lo que pasa... Todo le parece una pesadilla, su madre muerta ya. Ha partido, y sola, sin contar con su compañía al dejar esta vida; los brazos que la acogieron cariñosos yacen sin abrazos para ella... Sin duda alguna, supo que está sola en el mundo, a su merced, al menos así lo supone ella, porque no puede pensar que, sin su madre en adelante, contará con amor más sincero que el de ella...

Luego el entierro. Más tarde, los golpes y el intento abusivo de Tafari por poseerla a la fuerza. A los pocos días, Naki y su esposo, "sus salvadores", se la llevan con ellos a la tribu de los Tapú...

—Aquí —le dicen—, tendrás que olvidar tu pasado, él ha muerto y nace una nueva vida para ti, así que a poner buena cara y gozar de la vida. Ahora, tu única familia, somos nosotros. Tus hermanos que te aman".

Así ha salido Ayira de las tierras de los Oganas, con la esperanza a cuestas de encontrar un futuro mejor que el que tendrá junto a su padrastro Tafari, para llegar una calurosa tarde a la de los Tapú, quienes aunque no la conocen más que por las palabras de Naki; quien desde que ha llegado a sus tierras, no para de hablarles de ella, llegaron a quererla como si fuera de los suyos, haciéndole olvidar poco a un poco su dolor.

Ayira por fin alcanza a conocer lo que es la felicidad y a abandonar las noches de llantos a solas, porque atrás queda el triste recuerdo de todo su pesar y sufrimiento. De ahora en más, la vida sí sonreirá para ella... O al menos esto parece ser.

***

Una mañana fresca; aún el calor no afecta el cuerpo para la faena diaria de los hombres y mujeres de los Tapú. Los niños juegan con un perro que tienen por mascota aventándole una rama para que la regrese a uno de ellos y serle nuevamente aventada. Un día común, tranquilo y ordinario del cual jamás se esperarían la atrocidad que está a punto de ocurrir... De pronto surge de la nada, de imprevisto, una polvareda que nadie espera... Son caballos que se acercan, que se acercan al galope; con sus jinetes echados sobre los pescuezos; arma blandiendo en mano, con habilidad y destreza endiablada... ¡Traficantes de esclavos que pensaron jamás llegarían!

—¡Que no se desordene la formación! —ordenó a sus hombres quien lleva el mando— Vamos por los más que podamos tomar, y al que haga frente y se resista, ¡exterminarlos!

Las mujeres que pudieron, por tenerlos cerca, presurosas llevaron consigo a sus hijos, otras cargaron a sus bebés como pudieron y corrieron a sus chozas dando gritos. Los niños, los que jugaban con el perro, intentaron huir adentrándose a la espesura de los árboles, pero fueron apresados por tres ávidos jinetes que los acorralaron como animales, y los hombres permanecieron de pie, mudos de desesperación, con los dientes y puños apretados ante la impotencia del brutal e inesperado ataque.

—Mi Enam. ¡Ay!, mi Enam; van a llevarse a mi En... —Escuchó Ayira gritar a Naki desesperada mientras oye como su voz se pierde y ve como un hombre, dos veces su tamaño, la empuja con rudeza cerrándole el paso para alcanzar a su esposo.

—¡Naki, Naki! —repite su nombre y corre desenfrenada hasta ella para lanzarse sobre el individuo que sujeta a su amiga por el cuello manteniéndola casi en el aire... Es todo tan rápido que Ayira, no tiene tiempo en percatarse de la desastrosa y nefasta escena que sucede luego de su proceder... Naki, es brutalmente aventada por aquel hombre de fuerza descomunal; ella lucha en vano con todas sus fuerzas contra el agresor que fácilmente la reduce propinándole un fuerte golpe en el estómago que la deja ahogada cayendo a sus pies y Enam suelto de su opresor, a quien le ha conseguido sustraer su daga, corre con ella en mano para hacerle frente a aquella bestia que ha atacado sin piedad a ambas jóvenes... La daga no llega al destino esperado, en un rápido movimiento aquel sujeto la entierra en las entrañas de Enam quitándole la vida... Resulta doloroso ver como Naki se arrastra hasta él para darle un último abrazo desesperado, para luego, alzar sus brazos y en un grito ahogado de dolor y derrota acompañarlo en su partida.

La escena es terrible y aquello es el mismo infierno: cuerpos sin vida de aquellos que se han revelado contra los invasores, prefiriendo morir en pro de su libertad; niños, ancianos, mujeres, jóvenes y guerreros, doblegados y siendo escarnio de los brutales tiranos; doblados de dolor por saber el sufrimiento que les vendrá de ahora en más. Todos y cada uno de ellos, a la espera de ser comprados por otros traficantes de esclavos y ser vendidos a quien sabe quien... Los Tapú han sido arrasados como tribu... Y con ello Ayira, nuevamente, pierde la felicidad a la deriva de un futuro incierto.

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