Elisa parpadeó. Una vez. Dos veces. Antes de sentir cómo la sangre le subía a la cabeza. El señor Ian parecía enfadado, pero justo ahora, ¿la había elogiado? No se equivocaba. Ian había dicho que ella era más bella que las flores. Esta era la segunda vez que Ian la alababa por su belleza y al igual que la primera vez, sintió su corazón elevarse con sus palabras.
Ian sabía que Elisa había vivido de manera diferente a las damas que él conocía. Había vivido en la casa del refugio de los Scott, protegida de los sentimientos románticos, y eso era lo que la hacía brillar más que las damas que solo podían sonreír e intercambiar palabras como una muñeca. Su alma era libre y la inocencia que tenía solo incitaba a otros hombres a desearla. Pero él no permitiría que nadie la tocara.
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