—Ugh, mi cabeza —se quejó Rosina al ser despertada por la luz del sol de la ventana de su habitación. Estaba en una habitación de color blanco mezclada con dorado cuando abrió los ojos. Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar el aire fresco de la habitación.
—¿Dónde estoy? —susurró Rosina y se sentó. Miró la mesita de noche y vio un vaso de agua. Inmediatamente lo bebió para saciar su sed.
Rosina dejó el vaso y comenzó a inspeccionar la habitación. Los recuerdos comenzaron a hundirse en su cerebro y recordó lo que había pasado antes de perder la conciencia.
—¡Oh, no! —exclamó Rosina y levantó la manta gruesa para ver que llevaba un camisón de seda. Tiró de su ropa y vio la marca de apareamiento en su monte de Venus.
—¡Joder! ¡De todos los malditos lugares! ¡Me marcó en mi área del coño! —exclamó Rosina incrédula. Se frotó la cara frustrada por estar atada a un vínculo que no deseaba.
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