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CAPÍTULO II | AYSEL

La habitación aparentaba ser más grande de lo que era. Las paredes revestidas de madera de nogal apenas resultaban visibles, cubiertas por estantes llenos de frascos de líquidos refringentes y libros, muchos libros. Una alfombra desgastada cubría el suelo de granito, había varias mesas repartidas por la estancia, cojines tirados en las esquinas, y alrededor de una chimenea en la que crepitaban unos cuantos leños. Como siempre, olía a papel viejo y a piedra. Había otro olor, uno tan sutil que pasaba desapercibido con frecuencia, a Aysel no sabía ubicarlo, pero había acabado asociándolo con el joven que en ese momento se hallaba sentado de espaldas a ella, delante del hogar, calentándose las manos frente al fuego.

Su cabello ondulado, color avellana, atrapaba la luz de las llamas y parecía proyectar un brillo más fuerte que el del propio fuego, como Kyran, pensó. Todo adquiría más intensidad cuando se trataba de él.

Se había dado la vuelta con una media sonrisa, la miraba con fijeza, como si pudiera ver detrás de su fachada, detrás de todo aquello que Aysel dejaba entrever al mundo. Como si supiera todos los secretos que la joven ocultaba, todos los que llegaría a guardar alguna vez. Pero había algo en la calidez de sus ojos que no hacía que resultara amenazante, tan solo...turbador.

Empezamos mal, pensó Aysel al notar un cosquilleo traicionero en la base de su barriga. Pero no iba a dejar que su papel se tambaleara por una miradita de ese tipo demasiado atractivo.

—Cualquiera diría que disfrutas haciéndome esperar— dijo Kyran levantándose de su asiento.

—Nunca haría eso— respondió Aysel con su mirada más inocente — Tu problema es que eres demasiado ansioso.

Se desabrochó la capa y la dejó encima de un mueble que hacía de estantería improvisada.

Kyran se acercó al escritorio y le hizo un seña para que tomara asiento con una amplia sonrisa.

— Solo cuando se trata de ti...— replicó guiñandole un ojo.

— Eso ya lo sé— respondió devolviéndole el guiño mientras apartaba un libro de la silla para poder sentarse.

Ni ella lo sabía, ni él estaba siendo sincero, pero ese juego de falso coqueteo entre los dos había sido una constante desde que se conocieron. Habría sido extraño comunicarse con el de otra forma. Pero eso no lo hacía más fácil.

Kyran se sentó frente a ella y le tendió una copa con un líquido humeante mientras con la otra mano sostenía una para él.

Aysel tomó la bebida, agradeciendo que estuviese caliente. La acercó a la nariz para olfatear el vapor que desprendía. No olía al vino habitual, pero era un aroma igual o más apetecible. Con toda probabilidad se trataba de alguna de las mezclas que servían en el Enclave. Dio un sorbo y se entretuvo degustándolo antes de alzar la vista hacia Kyran

— ¿Qué es? Si resulta que pretendes envenenarme con esto debería agradecértelo, porque sabe delicioso.

La risa ronca de Kyran casi la hace dar un respingo. Desastroso, se dijo. Por alguna razón malvada de los dioses, ese se había convertido en su sonido favorito. Y el mero hecho de admitirlo resultaba demasiado empalagoso para su propio bien.

—Si hubiera sabido que es tan fácil envenenarte lo habría hecho hace tiempo, cuando amenazabas con cortarme ciertas partes si no te ayudaba.

—No se porque nunca cumplí esa amenaza, eres desesperante.

Dio otro sorbo maravillandose por lo que parecía un regusto a arandanos y miel.

—Yo tengo una teoría.

La sonrisa de Kyran con una media sonrisa que no auguraba nada bueno.

Le tomó un segundo intuir a qué se refería, y agradeció que parte de su cara estuviese oculta por los mechones rebeldes de su cabello. Sus sonrojos inoportunos nunca habían sido de ayuda.

— ¿En serio? Cuando quieras me la explicas.

— Estoy  enteramente a tu disposición— . Kyran la miraba con intensidad, y ella no iba a apartar la mirada, no esa vez. Pero de nuevo tenía la sensación de que la estaba viendo por dentro, que sabía que ella ansiaba que ese juego entre ellos fuera algo más. 

— Siempre tan solícito Ky, eres todo un caballero.

Sonríe, se dijo. Muestrale que para ti también es un juego.

—Eso he oído— admitió riendo y se inclinó sobre la mesa para tomar la copa vacía que ella sujetaba entre las dos manos. Ella se la dio y observó como la volvía a llenar con ese líquido color ámbar—. Y respecto a esto, es Aman, servirá para activar tu marca—. Añadió desviando la mirada hacia la parte interna de la muñeca desnuda de Aysel.

La piel pálida se veía interrumpida por un entramado de líneas y curvas negras que conforman un triángulo que parecía engullir la luz a su alrededor. Como siempre su primer reflejo fue tratar de cubrirse el dibujo con la manga de su vestido.

Pero no había razón para ello, se dijo, no tenía porque ocultarla de Kyran, él ya la había visto. La había visto y no se había alejado ni la había mirado con desprecio o miedo. Lo había comprendido y lo quería por ello.

Con él hasta podía olvidarse de lo que era, podía obviar las partes malas y ser solo una chica, una chica estúpida y enamorada de la persona menos conveniente para ella, pero nada más. Podría hasta acostumbrarse a esa sensación...

O quizás no. Un pinchazo de frió recorrió la marca y dio un respingo.

—Creo que está empezando a hacer efecto.

Claro que no podía olvidarse de quién era, no con ''eso'' grabado en su piel. Pero tampoco podía acordarse de quién era antes de ella. Tenía cinco años cuando sucedió, cuando se despertó en medio de la noche gritando de dolor porque sentía que le estuviera quebrando la muñeca con mil cuchillos ardiendo. La primera en verla había sido su madre, la había abrazado y había llorado, Aysel se había desmayado de dolor y al despertar su rostro seguía húmedo en una mezcla de sus lágrimas y las de su madre. Luego habían venido los gritos, su padre diciendo que tenían que llevarla lejos, donde nadie la encontrara, diciendo que había que contratar a un Shaer para que le quitara esa ''abominación''. Recordaba a su madre acostándola cuando el dolor se desvaneció. La recordaba susurrándole a su padre que no habría forma de ocultarla jamás porque ya había llegado la carta, el contrato. También estaba Nala, la niña de ojos de cielo que le decía que se pondría bien y que habían llegado vestidos nuevos que usarían para sus excursiones al campo. Todos aseguraron que iría bien...

Habían pasado trece años. Ahora estaba en sus manos y las de Ky encontrar una solución. Aunque si tenía que guiarse por lo que habían conseguido en los últimos meses no había muchas esperanzas.

Pero sabían que había un modo de eliminarla, había un modo de desvincularse. Uno de los propios Varys se lo había admitido a Kyran al inicio de su investigación. Y él había estado buscando entre los archivos del Enclave, examinando registros y libros de fórmulas, sin resultado...Pero él parecía tan resuelto a continuar la búsqueda como cuando empezaron.

No se permitía a sí misma hacerse ilusiones, pero si Navaarah les sonreía y lo conseguían...podría ser libre al fin. Podría eliminar el lazo que la unía con algún hombre desconocido destinado a aprovecharse de su poder.

Porque para eso habían sido creadas las Puntas, como llamaban los Varys a las marcas que les grababan de por vida en la piel. Marcaban a las Shaer de sangre, a las brujas, como las conocía todo el mundo. Servían para controlarlas, para evitar que desarrollaran su poder antes de los dieciocho años. Porque a los dieciocho eran llamadas a Valrock, sede de la institución Vary. A esa edad se consideraba que estaban lo suficientemente preparadas como para acudir a corte y presentar el Juramento de Cesión. Después de eso probablemente acabaría en la horca o en algún destino peor, porque aquella era su única finalidad en la vida, sacrificarse ante uno de los hombres del rey para aumentar el poder de aquel que reuniera suficientes méritos, o pagara lo suficiente.

Cerró los ojos tratando de reprimir el sentimiento de impotencia y náuseas que aparecía cada vez que pensaba sobre ello.

Tomó la segunda copa que le ofrecía Kyrian y la vació de un trago. Su mirada se desvió hacia un libro pequeño con cubiertas de cuero que parecían a punto de desmenuzarse ante el contacto con el aire. Había estado evitando pensar en él, era su último recurso, pero se estaban quedando sin ideas...

—Deberíamos probarlo— dijo señalándolo con la cabeza.

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