2 Vamos por partes

La casa se hallaba solitaria en medio del bosque, en el cielo la luna llena flotaba en la superficie de un mar tranquilo y de un color plomizo y alrededor unas diminutas estrellas brillaban débilmente y algo tristes. Del interior de la casa surgía una melodía, que si escuchas detenidamente puede que la reconozcas. En su interior se hallaba encendido una vieja radio que emitía una melodía de violín y piano, su autor es John Williams.

Marcus estaba sentado en el suelo de su baño, debajo de la regadera. La ducha estaba abierta y el agua caía con fuerza en un cono amplio. Tenía alrededor de una hora, sumido en algún tipo de trance entre la vigilia y la somnolencia, como quien intenta perpetuar algo que no se puede controlar. Este comportamiento era normal, antes de llevar a cabo lo que su cuerpo, su alma, y algo más imponente su ser le pedía a gritos. El último acto lo llevo a cabo hace alrededor de dos meses y cada vez se hacía más frecuente la necesidad de aplacar su sed.

El agua que emergía de la ducha era cristalina, pero al recorrer su cuerpo se tornaba oscura y se dibujaban varios hilos rojos que serpenteaban camino al desagüe. Las cortadas en sus antebrazos, parecían dibujar un escalón que cicatrizaba con cada peldaño, las echas ese mismo día estaban abiertas abriendo el brazo en dos y dejando ver tendones y la carne rojiza y palpitante de donde emanaba una gran cantidad de sangre. Ya eran incontables la cantidad de cortes que tenía. En un par de ocasiones, pensó en tomar el revolver de su padre y volarse los sesos, pero el solo pensar de que para el había una posibilidad de que cada pedazo de carne, cada pedazo de musculo y cada pedazo de masa cefálica, pudiera volver a su sitio y que al siguiente día se despertaría como si nada hubiera pasado, con un rostro plagado de horribles cicatrices y la certeza de que esta pesadilla nunca terminaría le hacían esquivar la única posibilidad de terminar con su infierno. Pero las ganas crecían y ni la ducha fría ni los cortes apagaban esas ganas que provenían desde sus entrañas, que lo atenazaban y no lo dejaba dormir ni dejaba cabida para paz en su alma. El ardor comenzó y tomaba forma desde su interior, como si descendiera lentamente al mismo infierno de la mano de Dante.

Sentía como su cuerpo comenzaba a hervir lentamente hasta llegar al punto que el agua comenzó a evaporarse al estar en contacto con su cuerpo, hasta que todo el baño quedo sumido en vapor y el cuerpo rígido de Marcus era apenas visible. Sentía como la presión en sus venas se elevaba. Ya no podía aguantar más, no podía seguir evitando lo inevitable, no podía alargar más el tiempo. Tenía que hacerlo y hacerlo ahora. Era mejor traer alguien a su cueva, era mejor poder elegir una víctima que esperar la transformación y despertarse en medio del bosque con el pie cercenado de un infante entre sus labios. Se levantó tembloroso, confundido y arrepentido, y aunque aún no llevaba el asesinato a cabo, sabía que la culpa no lo dejaría dormir luego de cometerlo. Pronto, las pesadillas y los fantasmas de sus víctimas vendrían de noche por su paz e inundarían de horribles pesadillas sus noches mientras que su conciencia pedía agritos el suicidio, ya que la flagelación no aportaba suficiente dolor, como para brindarle algo de paz. Se levantó y salió al pasillo desnudo y camino tambaleante, hasta llegar a la puerta del sótano, tomo la perilla y abrió la puerta dejando escapar de su interior varios gritos de desesperación. Cerró la puerta de inmediato sintiendo un fuerte dolor de cabeza que era de donde provenían los gritos. Reviso el reloj que estaba adherido a un complicado sistema de cierre en la puerta y lo cronometro para que la puerta se pudiera abrir en 24 horas.

Marcus tomó su ropa y sin secarse el cuerpo, se vistió con cierta agilidad. Se vendó las heridas que comenzaban a cicatrizar. Se olfateo las axilas, pero ya eso no tenía remedio, el mal olor comenzaba a rodearlo y la sensación de estar sucio por más que se bañara llevaba días molestándolo y por eso se refugió en su casa días atrás. Su madre le había llamado ya que no había aparecido el día de navidad y este le devolvió la llamada con explicaciones vagas. Al igual que las que le dio a su hermano menor el cual se había comprometido a llevarlo al partido de futbol, aunque acá, si dio una explicación algo valida. Le explicó, que los gritos le molestaban y le hacían doler la cabeza y que la cantidad de personas aglomeradas en las gradas, le repugnaba ya que su olor se mesclaba y eso a él le producía nauseas.

Tomó las llaves de su camioneta Ford Econoline del 78 y se encaminó, por la ruta principal camino al centro del pueblo, camino al bar "El viejo COCO". Más que todo el bar o tasca, funcionaba era en la noche ya que ese pueblo era de paso y muchos turistas que se dirigían a la ciudad en busca de diversión, sexo y alcohol barato tomaban esa ruta pasando por el viejo bar y deteniéndose para comer, beber, charlar, bailar y después tomar camino por la mañana. Marcus lo sabía, lo sabía muy bien. Ya en otras ocasiones había visitado ese sitio, y había podido observar la gran cantidad de jóvenes que lo frecuentaban. La mayoría grupos grandes de estudiantes o vacacionistas, pero también grupos reducidos que en algunos casos de solo tres personas. Así que era el lugar perfecto, era el lugar perfecto para tomar lo que quería y salir sin que nadie lo reconociera. El camino estaba solo, despejado, no se había cruzado con otros vehículos, desde que salió de su casa la cual estaba ubicada en los límites del pueblo "Las colinas silenciosas". En el trayecto podía sentir como el nerviosismo comenzaba a atacar su cuerpo, sus manos temblaban y sentía como su pecho se dilataba. Sentía una extraña sensación al tragar saliva y su mandíbula temblaba como si tuviera frio, pero de hecho estaba empapado de sudor. Cada cierto tiempo tomaba un sucio pañuelo y lo estrujaba entre sus manos para limpiar el sudor de ellas. Restregaba su nariz contra sus axilas las cuales, estaban enchumbadas. Su olor corporal le molestaba, pero ya no tanto.

Llegó al bar, el cual estaba repleto de personas como era normal en esas fechas y a estas horas de la noche. Aparcó lo más lejos que pudo para así evitar que muchas personas vieran su camioneta la cual era de un horrible color acre. Siempre quiso pintarla, pero no se atrevía llevarla a un taller ya que, por más que la limpio no podía eliminar los manchones de sangre y el olor a "muerte" que decía que había en ella. Se bajó y se dirigió a la entrada. Al irse acercando sus oídos comenzaron a escuchar algo distorsionada la música, aunque estaba a aun a una gran distancia para ello. Entro y como era de esperarse el lugar estaba repleto de jóvenes.

- ¡Buenas noches! ¿En qué le puedo servir? ¿Qué quiere de tomar? - pregunta en que atendía la barra. Tratando de parecer amigable pero en su cara se notaba el cansancio.

- Lo mejor que tengas. no me digas que es, solo dámelo. - el empleado ni siquiera se dignó a verlo y solo buscó el vaso y sirvió la bebida. Marcus toma el vaso, y tomo el líquido de un golpe sin prepararse para el ardor posterior, que le recorrió la garganta sin quemarle como un puto Whiskey barato. Su cara se arrugo, y sus labios se tornaron finos al punto de casi ser invisibles, y su rostro palideció un poco. El lugar estaba repleto, la pista de baile full de jóvenes que se apretujaban unos con otros en una forma de disimular sus erecciones.

El cuerpo de Marcus temblaba de pie a cabeza, sudaba sin parar y sin querer su extraña pose y comportamiento errático y misterioso, llamo la atención de algunos de los hombres que estaban sentados en la barra junto a él. Estos lo veían con extrañeza. Sus temblores lo pusieron en evidencia, así que hoy el acto no podía ser llevado a cabo, sería muy peligroso y podrían reconocerlo o por lo menos dar detalles. Se levantó, dejando una paca de billetes para pagar el trago y se retiró por donde había llegado, no sin antes despertar algunas miradas indiscretas y extrañadas. El que atendía la barra lo veía fijamente con cara de extrañeza, mientras Marcus dejaba el bar. Encendió su camioneta y tomo el camino de regreso a su alejada casa. En el camino se quitó la camisa, y se dejó solo la franela, ya no aguantaba el ardor, el calor y la desesperación. Sabía que si no saciaba sus instintos pronto comenzarían los vómitos, mareos, dolores de cabeza y el ardor quemaría su piel. Buscó un cigarrillo sin encontrarlo en sus bolcillos.

- ¡Maldita sea! – farfullo dándole un golpe al techo del auto, luego se inclina para buscarlos en la guantera. Sabía que tenía una caja de cigarros en algún lugar. Empezó a revolver la cajuela, el asiento del copiloto y el suelo hasta que por fin encontró el tesoro escondido, La caja de cigarros.

Levantó la vista de nuevo a la carretera y esta se hallaba solitaria, hasta donde la vista le alcanzaba. Inclinó la cabeza y al abrir la caja, esta estaba vacía y en un arrebato de rabia comenzó a golpear de nuevo el techo, que ya de por si estaba maltratado y al volver la vista a la carretera, pudo ver una silueta que salía del bosque corriendo atravesándose en su camino. La silueta se quedó de pie en medio de la carretera, levantando las manos y batiéndolas con desesperación de lado a lado, mientras gritaba en llantos. La camioneta va a gran velocidad así que Marcus clava los frenos y la camioneta se detiene a unos 5 metros de la figura; esta se queda parada y baja las manos. Era una joven de alrededor de 20 años. Blanca, de cabello negro, la cual estaba completamente sucia como si estuviera jugando con lodo en el bosque y en su muslo derecho, tenía una herida la cual no se podía ver por el vestido de flores, pero la sangre había manchado la tela y por el tamaño del manchón se podía intuir la gravedad de la herida.

La joven comienza a caminar en dirección a la camioneta, titubeando y con pasos vacilantes. Cubriéndose los ojos con las manos por la fuerte luz que proyectaban los faros de la camioneta y de tanto en tanto voltea a ver en dirección al bosque de donde había salido, como si de allí en cualquier momento podría salir algo y arrastrarla de nuevo a él. Su andar era errático, tembloroso y cojeaba gracias a la herida que al irse acercando se podía ver que, por su pantorrilla bajaba sangre oscura y espesa. Marcus estaba viéndola fijamente desde su camioneta aferrado fuertemente al volante como si su vida dependiera de ello. Marcus no lo podía creer, siempre tenía que salir a buscar a sus presas, pero nunca venían ellas mismas a la trampa. Se sentía confuso. Una vaca que entra sola al matadero.

- Esto tiene que ser un error. - se decía a sí mismo. - Una trampa. - Sin pensarlo aceleró la camioneta y se disponía a seguir su camino, aunque el ardor interior lo estaba quemando y ya comenzaban los dolores de estómago y cabeza, pero antes que se alejara la joven comenzó a gritar.

- ¡NO, NO PORFAVOR! ¡AYUDEME! – gritó la mujer al ver que su posible salvador se disponía a seguir su camino y dejarla en ese lugar desolado.

- ¡NO! – exclamó sollozante y en un grito ahogado. Pero la camioneta al parecer no pensaba detenerse. Así que cuando el auto pasó por su lado. La joven se aferró al manillar y comenzó a golpear el vidrio del pasajero. Marcus al ver que la muchacha estaba aferrada con uñas y dientes a su camioneta aminoro la marcha, no deteniéndose, pero si al punto de que ella pudiera caminar junto a la camioneta sin que saliera herida. No la veía, el seguía viendo fijamente el camino mientras escuchaba las suplicas, gritos, golpes y sollozos de la joven; la cual con cada golpe que daba al vidrio de la ventana dejaba un manchón de sangre como si estuviera pintando un cuadro con su propia sangre. Marcus se disponía a acelerar.

- ¡Vamos! acelera, esto es mala idea - Se decía a sí mismo, pero sabía que tenía que saciar su sed y esta era su oportunidad. La carretera estaba sola, completamente sola. Así que podía tomar su presa la cual se había colocado en esa situación como si quisiera ser asesinada, violada y después devorada.

- ¡Hazlo! ¡Vamos! ¡Tómala! – le indicaba la voz maquiavélica que habitaba en su mente, ese diablillo que todos tenemos que nos ínsita a llevar a cabo nuestros peores pensamientos. Antes de acelerar subió el seguro. La chica abrió la puerta y se subió no sin antes arrastrar los pies unos metros por el asfalto. Al subirse la chica se dedicó a solo gritar, llorar y farfullar cosas inteligibles. Abrazó a Marcus dándole las gracias enredada en llantos descontrolados, pero este seguía aferrado al volante y sus ojos puestos en el camino.

- ¡Me llamo Marta!… Marta Balbuena. – se presentó ya más calmada. - ¡Gracias! – de tanto el tanto seguía viendo al bosque a su izquierda, mostrando algo de nerviosismo mientras lo hacía.

- ¿Qué te sucedió? – inquiere Marcus sin mostrar mucho interés.

- Estaba con mis amigos en el Bar de COCO. "El viejo COCO". Bailábamos, bebíamos y disfrutamos del lugar. – sollozos. - Salí un momento a fumar y sin querer, me adentré mucho en el bosque y, solo sentí el golpe. Caí al suelo, y ese hombre se me lanzo encima… primero se mofaba, me decía puta y demás cosas. Me daba bofetadas. Yo gritaba y el al parecer no le importaba que me escuchasen, y de la nada me soltó. ¡Me dejo libre! Así que corrí, pero perdí la noción de donde estaba y hacia donde era el bar así…. así que me adentré más y más al bosque. Creí haberlo perdido en la espesa arboleda, creí haber escuchado el ladrido de uno o de varios perros y pensé que tal vez me estaban rastreando. ¡El olor ya sabes, el olor del miedo! Seguí corriendo, pero al cabo de unos metros se abalanzo sobre mí. Pensé que era el mismo sujeto, pero no lo era, era un perro, un gran animal. Nunca he visto un perro de tal tamaño. – silencio. - ¡Me mordió repetidas veces en el muslo! Tengo una gran herida.

– se levantó el vestido mostrándole a Marcus una gran herida de unos 30 cm, su muslo estaba prácticamente dividido en dos, pero eso no fue lo que le llamo la atención a Marcus. Pues esta estaba fija en la ropa interior de la chica. Sin darse cuenta y por el nerviosismo la mujer se había subido casi todo el vestido dejando a la vista la fina tela que tapaba sus partes, y mostrando su parte trasera. Marcus pudo de inmediato sentir la excitación, la mescla de la herida, la gran cantidad de sangre, el olor de la misma y el ver una tanga salpicada de sangre, le éxito. Se quedó viendo fijamente sus partes íntimas pero la mujer bajó el vestido viéndolo fijamente. Al ver esto, Marcus tartamudeo algo y se quitó el cinturón del pantalón, y con él, le hiso un torniquete en la pierna.

- ¡Es para detener la hemorragia! ¿Y cómo escapasteis? – pregunta Marcus tartamudeando. Y en un descuido de la chica, Marcus se apretó la entrepierna, sintiendo su miembro erecto.

- No lo sé. de verdad, no lo sé. – respondió entre sollozos ahogados, como si las palabras le trajeran recuerdos. – Creo que me dejó ir sin más. – la joven seco sus lágrimas con el dorso de su sucia mano. – creo que su dueño lo llamó, y este se adentró en el bosque. Me levanté y eché a correr, pero al momento volví a escuchar los ladridos, aullidos y pasos detrás de mí. ¡Solo estaba jugando conmigo! Me estaba cazando y utilizaba a su perro como si yo fuera un venado o un zorro. Marcus se desvió de la carretera principal y tomo un camino segundario de tierra. La camioneta se balanceo un poco.

- ¿Adónde vamos? – pregunta la chica más calmada, tratando de ubicarse con la vista.

- La estación de policía de este pueblo está muy lejos, tentaríamos que dar la vuelta y tardaríamos casi una hora en llegar. – Marcus se notaba algo nervioso, he inseguro. – Así que mejor vamos a mi casa. Llamamos a la policía y mientras acuden, te atenderé esa herida. – la chica asiente con la cabeza. Llegaron a la casa de Marcus y entraron en ella, y sin más ni más. Marcus le propina un seco golpe a la mujer en la cabeza. Tomó el cuerpo desmayado y lo arrastro en dirección al sótano y, volvió a verificar el reloj.

Abrió la puerta y arrastro el cuerpo al interior, cerrando la puerta a sus espaldas y escuchando como el reloj emitía un sonido y los seguros se cerraban.

- 24 horas, solo eso necesito.

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