Los días se convirtieron en semanas, y Camilla podía sentir cómo se hundía más profundamente en la depresión. No tenía a quién acudir, con quién hablar ni cómo escapar. Su único consuelo era la visita ocasional de su abogado, quien la mantenía informada sobre el progreso de su caso.
Como Elise dijo, desde entonces, no ha vuelto a contestar sus llamadas ni se ha molestado en visitarla. No podía creer que su hija cortara todos los lazos con ella para proteger su reputación. Camilla siempre había estado allí para ella, sacrificando todo para proporcionarle una buena vida a su hija. Fue una dolorosa realización ver que su vínculo podía estar tan destrozado y terminar así.
El estado mental de Camilla empeoró aún más. Se negaba a comer y apenas hablaba con nadie. Los otros presos sabían mejor que no meterse con ella, percibiendo el abrumador peso de su tristeza.
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