1 C a p í t u l o 1

Jadeante, me ayudo con ambas manos a despejar el camino frente a mí, intentando alejarme lo más que pueda de los acelerados pasos que se acercan furiosos.

Las ramas desnudas rasguñan la piel pálida de mis brazos, piernas y rostro, pero no me detengo ni disminuyo la agitada carrera.

Observo a mí alrededor con un rápido vistazo y tomo impulso con uno de mis brazos para girar hacia la derecha sin tropezar. Vuelvo a mirar detenidamente, divisando a la lejanía un pequeño charco de lodo en el suelo. Acelero hasta llegar a él, me agacho y con ambas manos recojo un poco del barro que, sin dudar, comienzo a esparcir por los restos de piel sin cubrir de mi cuerpo en un vago intento de ocultar la esencia del característico aroma que desprendo.

Retomo mi carrera durante unos metros más, pero me detengo con cuidado para esconderme detrás de una gran roca sucia cubierta de moho y demás cosas a las que no deseo prestarle atención.

Procuro pegarme todo lo que puedo al frío escondrijo e ignoro el creciente dolor de mi cuerpo. En silencio, tomo exhalaciones profundas para calmar la respiración, pero contengo el aire cuando escucho pasos acercarse y luego detenerse. Me quedo estática intentando ver por el rabillo del ojo algún movimiento que me indique si se acerca o no.

Atenta a cualquier sonido inusual que no provenga de los animales y el viento, logro escuchar un gruñido molesto después de unos cuantos segundos de quietud. A continuación, vuelven a oírse los pasos, esta vez alejándose hacia la izquierda.

Suelto el aire por la nariz lentamente. Permanezco unos minutos en la misma posición y cuando lo considero al menos un poco seguro, de manera sigilosa comienzo a mirar a mi alrededor para inspeccionar la zona cubierta de vegetación. Suelto un suspiro antes de comenzar a trotar con dificultad en dirección contraria a donde se alejaron las pisadas.

Esquivo piedras y ramas con cuidado. Me permito durante un segundo apartar la mirada de lo que me rodea para observar el cielo, como si éste pudiese decirme que dirección debería tomar. Hace quizá más de una hora que no sé por dónde es que estoy corriendo, a cada kilómetro que recorría iba notando como el bosque se hacía cada vez más espeso, su flora más abundante, diferente. Desconocida.

Niego con la cabeza, vuelvo la vista al frente y continúo abriéndome paso en cada obstáculo. En el camino me topo con muchas plantas mágicas, la nostalgia que me produce ver bellezas de todo tipo después de tanto tiempo es abrumadora. Jamás creí volver a admirarlas, pero aquí estoy, corriendo junto a ellas, su luminosidad cegándome momentáneamente pese a la luz del día.

Una punzada de dolor me invade, muerdo mí labio inferior con fuerza y arqueo la espalda como reflejo, estiro el brazo derecho hasta tocar lentamente con la mano las heridas abiertas que allí se encuentran. Escuecen como el infierno y la sangre resbalando hasta los pies me hace darme una idea de qué tan grave es mi estado.

No sé cómo aún no me he desmayado o cómo es que todavía tengo las fuerzas para seguir corriendo por horas, pero me concentro en trotar y alejarme lo más posible. La irritación me embarga cuando noto que estoy dejando un rastro negruzco en el suelo, producto de la hemorragia. No creo que ella tarde mucho en percibirla y venir por mí, así que ni siquiera me permito considerar la idea de detenerme. Sigo avanzando.

—Maldita sea —mascullo, escupiendo la sangre que se acumula en mi boca.

El malestar me nubla el raciocinio, pero intento dejarlo en segundo plano mientras avanzo en una lenta caminata más al interior del bosque. Estiro mi brazo para apartar una rama gruesa del camino y me percato de la palidez poco común de éste. Allí es cuando la preocupación invade mí cuerpo. La ausencia de esa cantidad de pigmentación solo es una indicación de que, efectivamente, he estado dejando un rastro extenso de fluidos. Maldigo otra vez.

Con el transcurso del tiempo veo como el sol comienza a caer, dándole al paisaje un aire cálido y otoñal. Frunzo el ceño cuando mi resistencia comienza a disminuir progresivamente; siento en cada musculo el cansancio y la falta de líquidos provoca aún más deterioros en mi rendimiento.

Con este pensamiento en mente, abro mis ojos desmesuradamente al reparar en que desde hace muchos minutos no he sentido ni el murmullo de un grillo y eso es una mala señal.

De forma inconsciente tenso el cuerpo y me quedo petrificada, atenta a mí alrededor. Con ojos expertos, evalúo hasta la más mínima mota de polvo en busca de alguna señal de peligro. No es hasta que volteo y me invade la sensación de una inquietante presencia que, decidida, me giro nuevamente y corro en dirección opuesta lo más rápido que mis fuerzas agotadas me lo permiten. 

—Idiota. Idiota. ¡Idiota! —farfullo cuando la escucho venir.

Siento el ajetreo muy por detrás de mí y me concentro en la distancia que nos separa. Quizás es por eso que, al estar tan al pendiente de lo que me perseguía, no me percate del ajetreo que había frente a mí a unos pocos metros.

Porque cuando quiero darme cuenta estoy apartando un gran arbusto del camino y me llevo una sorpresita al no encontrar un suelo donde pisar.

Literalmente.

Teniendo en cuenta la velocidad a la que voy y la impresión de toparme con este inoportuno escenario, retroceder en este punto me es imposible. Sin procesar todavía lo que tengo frente a mí e incapaz de reaccionar a tiempo, no termino de avanzar ni tres pasos cuando ya me encuentro cayendo.

Noto como mi cuerpo se inclina e impacta en seco contra el pasto y la dura tierra que se encuentra cuatro metros más abajo de donde estaba hace milésimas de segundos. Coloco por reflejo las manos frente a mí en el momento del descenso, pero eso no evita que me lleve un fuerte golpe en todos los músculos, principalmente en el rostro, que empieza a sangrar por algún sitio.

Aturdida, tardo en procesar qué acaba de suceder, pero agarro impulso para colocarme sobre mi espalda y suelto un agónico quejido cuando esa zona se presiona en el suelo. 

Luego escucho movimiento sobre mi cabeza.

Rápidamente elevo el mentón para ver el origen del sonido y al menos veinticinco pares de ojos, con un característico brillo salvaje natural en ellos, me observan atónitos. La corpulencia de algunos de los individuos, el estilo de ropa y la esencia que desprenden me hacen maldecir entre dientes al percatarme de quiénes y qué son ellos.

Licántropos.

Maldigo por enésima vez e intento incorporarme, pero al ver como la mirada de algunos de esos animales vuela hacia arriba, me apresuro a tomar el pedazo de roca a un lado de mi cuerpo con la mano derecha. Ahí viene ella, seguramente sin notar el barranco que también me tomo por sorpresa hace unos instantes.

De no ser por estar en esta situación, abría sonreído con sorna. Tal parece que no fui la única estúpida imprudente.

Los últimos rayos de sol obstaculizan mi vista, pero eso no evita que vea la sombra que se acerca desde lo alto. Volteo justo a tiempo para observar cómo la furiosa bruja desciende esos cuatro metros por encima del suelo en donde estoy recostada y cae de lleno sobre mí. 

No se hace de rogar. Un puño se dirige directamente a mi rostro y no logro ser lo suficiente rápida para detenerlo, por lo que un dolor me recorre la mandíbula arrancándome un jadeo rabioso. Otro puñetazo llega al mismo lugar y ahora realmente enojada levanto el rostro hasta hacerlo chocar contra el suyo en un fuerte golpe que la desestabiliza.

Sin desaprovechar la oportunidad, levanto el brazo derecho con la piedra y sin contemplaciones la impacto en la cabeza de la escoria sobre mi cuerpo, haciendo que caiga sobre su costado. Rápidamente me posiciono a horcajadas sobre ella y pese a que siento tirones fuertes en mi cabello tejido y enredado, levanto otra vez la roca que antes había tomado del suelo y en repetitivos movimientos bruscos la hago golpear su cabeza hasta sentir su respiración detenerse. 

Imparables jadeos salen de mi boca junto con hilillos de sangre, el pecho se me contrae de arriba a abajo por la urgente necesidad de llenar mis pulmones de oxígeno. Cierro los ojos, aguantando las lágrimas de dolor que luchan por salir.

Aún con la respiración agitada, observo el cadáver debajo de mí y evito hacer una mueca de repugnancia al ver cómo la oscura sangre forma un charco alrededor de la cabeza algo destrozada de mí oponente. Me enderezo un poco, apartando los decorados mechones gruesos de pelo que caen sobre mi rostro y me estorban la visión.

Detenidamente, observo a través de las pestañas los cuerpos en tensión y los feroces rostros que aguardan en silencio frente a mí, contemplando la escena. Sintiéndome sin fuerzas, soy consciente de que, si me decido por pelear con todos ellos, victoriosa no voy a resultar. Así que resignada, opto por levantarme despacio intentando no alarmar a nadie. Una vez de pie, aflojó los dedos alrededor de mi mano y dejo caer la piedra en un sutil movimiento.

Un mareo repentino me invade, pero lucho por mantenerme con la espalda derecha y no me dejo amedrentar por ninguno de ellos. El silencio invade el bosque por unos segundos hasta que un hombre alto, corpulento y de rostro ovalado se acerca despacio soltando un pequeño silbido burlesco.

— ¿Problemas en casa? —pregunta irónicamente.

No respondo ni aparto la mirada, lo cual parece divertirle, ya que una torcida sonrisa hace aparición y se agranda un poco más. Sabe que tiene la ventaja y no disimula su disfrute.

—Pareces alterada y un poco herida —suelta con burla, evaluándome—. ¿De qué Aquelarre provienes?

—Acércate un poco más y te lo diré.

Los cuatro licántropos más cercanos al que parece estar a cargo se acercan un poco más, percibiendo la amenaza en mis palabras. Los evalúo a los cinco y llego a la conclusión de que el macho charlatán es alguien de influencia en la manada, no el alfa ni su heredero, quizá es el beta; un perrito faldero que sigue órdenes de su líder sin chistar.

De repente mi visión se nubla logrando que me tambalee, todos captan el movimiento y me obligo a permanecer enderezada. Una chica de apariencia joven se acerca desde la izquierda del grupo y me mira con desconfianza, también quizá con un poco de preocupación. Machos y hembras se tensan ante la acción de la muchacha, pero no la detienen. Aunque de todas formas ella no se acerca demasiado.

—Regresa a donde estabas, Lucía. —ordena un hombre anciano ubicado justo detrás del beta hablador.

— ¿Qué tienes en la espalda? —pregunta ella, ignorando la orden y aparentando seguridad.

El beta da un paso más cerca cuando ve que observo a la tal Lucía con detenimiento, como si él se creyese capaz de lograr detenerme a tiempo si me decidiera por abalanzarme contra la curiosa e impertinente jovencita.

Sacudo la cabeza apartando ese pensamiento cuando puntos negros ciegan mi visión. Ni siquiera logro procesar mis movimientos antes de volver a tambalearme más violentamente cayendo hacia atrás, quedando sentada y encorvada. Mi respiración se vuelve tortuosa y lenta, la visión se oscurece aún más y el cansancio me vence, haciendo que termine desvaneciéndome finalmente contra el suelo.

El cielo, cubierto de tonos rojos y naranjas, es lo último que mis ojos ven antes de que se cierren. 

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Un espasmo me hace despertar de golpe, pero aun así permanezco con los ojos cerrados y los párpados relajados, aparentando estar todavía inconsciente.

Me permito verificar el estado de mi cuerpo sin moverme ni ver. Siento vendas rodeándome por completo el torso, también parte de la cabeza y los brazos. Además, hay apósitos en el puente de mi nariz y en el pómulo izquierdo.

Algo alarmada me doy cuenta de que sólo estoy vestida con la parte baja de mi ropa interior, pero estoy tapada con una fina sábana hasta la cintura y la venda cubre mis pechos. Supongo que, para curar las heridas de la espalda y el abdomen, así como las cercanas al pecho, tuvieron que despojarme de la ropa por completo. Las piernas las noto también vendadas, así que por ello creo que sacaron la calza que estaba debajo del suelto, sucio y fino vestido que llevaba puesto.

Un ruido me distrae, así que agudizo mis oídos e intento escuchar los casi amortiguados susurros cercanos afuera de, lo que asumo, es la habitación donde me encuentro.

—No es seguro mantenerla aquí, Denny. —Escucho decir a alguien en un tono bajo, pero exasperado—. Quien sabe de lo que es capaz. Usted no estaba, pero mató a una de las suyas con una piedra. Con una piedra, Señor.

El silencio se adueña del ambiente nuevamente y respiro hondo, concentrada. 

—Debió ser todo un espectáculo ¿no? —inquiere en tono divertido una desconocida, gruesa y varonil voz. Oigo un golpe, seguido por un pequeño quejido juguetón.

—Esto es serio. No falta mucho para que despierte y no sabemos si las heridas que tiene lograrán darnos ventaja o no en caso de tener que defendernos de ella.

—Bueno, pues eso es algo que estamos por averiguar —dice y me tenso, maldiciendo por dentro.

— ¿Cómo dice?

—Ya despertó.

Pasos firmes se acercan seguidos de otros algo torpes, abro los ojos y observo como la puerta frente a la simple cama en donde me encuentro es abierta por completo. Lo que allí se encuentra de pie mirándome me deja algo pasmada, pero obviamente no lo demuestro.

El hombre de cabello negro y cuerpo imponente concentra toda su atención en mí, evaluándome con unos ojos verdes de un tono ligeramente más oscuro.

—Hola, Tharlik.

El tono ronco, casi roto, pero enriquecido y confiado de su voz haciendo referencia al tono tintado de mí cabello me hace querer removerme sobre mi sitio, pero sólo lo observo fijamente y con firmeza.

Rojita, eso fue lo que me llamó. Me tomó un poco desprevenida el ver cómo usó el Lenguaje Antiguo Corcromh, pero a su vez me parece interesante. No muchos son los afortunados que saben hablarlo o entenderlo, ¿quién es él?

Su porte me indica que este macho no está intimidado con mi presencia, me atrevo a pensar que está más curioso que preocupado, pero rápidamente me centro en lo que está pasando y adopto el papel soberbio que tantas otras veces he usado.

—Cachorrito —respondo en el mismo tono confiado.

Perrote en todo caso.

Sus finos y atractivos labios se tuercen en una casi imperceptible sonrisa que se deshace con la misma rapidez en que apareció. Avanza unos pocos pasos en mi dirección y detrás de él capto el movimiento de una anciana de baja estatura que se posiciona en la entrada de la habitación mirándome ceñuda sin rastro de temor.

—Tengo entendido que venías huyendo de una bruja de tu clan, ¿quieres contarme sobre ello? —me dice el macho, sin rodeos. Más que una pregunta curiosa, es una orden.

— ¿Debería? —respondo, ignorando que esa, en realidad, no fue ni de cerca una pregunta.

—Sí, a no ser, claro, que quieras que haga que alguien se encargue de sacarte la respuesta —contesta, sin cambiar el tono. Me atrevo a pensar que incluso está jugando conmigo. Me habla con una sutil violencia pasiva e hilarante, haciendo alarde y disfrutando del poder del que es poseedor en este momento.

Se cruza de brazos, remarcando los músculos que se ocultan bajo la camisa blanca que lleva. Luciendo como si tuviera el control de la situación porque lo tiene. Se apoya cómodamente en un escritorio donde hay utensilios médicos y trapos.

—Denny —habla en tono de advertencia la anciana, mirándolo ahora a él con el ceño fruncido. Él no aparte su vista de mí, ignorándola.

—Rhiannon va a revisarte las heridas —dice después de unos segundos en silencio y luego añade amenazante—: Si haces amague de lastimarla voy a encargarme personalmente de que el resto de tu vida sea un infierno, así que ve con cuidado, ¿me oíste, Tharlik?

Apenas asiento. El hecho de que esté solo sin ningún otro licántropo cerca me hace darme una idea de que tan fuerte o estúpido es este macho. Por lo que, debido a mi poca recuperación y a la escaza fuerza que tengo con estas heridas, opto por obedecerle porque es obvio que no saldré bien parada si comenzamos una disputa. La anciana, Rhiannon, se acerca a paso seguro, pero lento por su vejez. Va hacia el escritorio en donde se apoya el macho, toma una tijera, gasa y una botellita.

Se coloca a mi lado y con la cabeza me pide que tome asiento. Intento conservar el rostro serio y sin emociones, pero apenas hago el intento de enderezarme un dolor espantoso me recorre toda la columna y la traicionera expresión de sufrimiento que se me escapa me deja en evidencia.

La mujer coloca su mano en mi hombro y me ayuda a sentarme a pesar de mis siseos y quejidos. Cuando estoy bien ubicada, coloco las piernas en posición india, apoyando las manos en las rodillas. Siento el abdomen adolorido, mi cuerpo entero protesta.

Una vez que se cerciora que no voy a irme hacia atrás ni nada, la mujer se coloca a mi espalda, dejándome a la vista del cachorrito.

Escucho como toma la tijera, comenzando a cortar el vendaje que me cubre desde la cadera hacia arriba. Espero con paciencia a que lo haga, pero me inquieto al sentir como la tela se afloja, recordándome que estoy desnuda. Antes el vendaje estaba envuelto alrededor de mi cuerpo, tapando mis pechos, abdomen y espalda, pero si lo saca va a terminar dejándome sin nada frente a este licántropo.

No es cómo si mi cuerpo no hubiese sido antes evaluado, pero ¿frente a esta raza de animales? No, gracias.

Llevo las manos hacia el torso y cuando la tela está por caer la sostengo contra la piel, cubriéndome. El macho ni siquiera desvía sus ojos de mi rostro o hace amague de mirar hacia abajo, tampoco de voltearse; aunque pensándolo bien, si yo fuera él tampoco lo haría con tal de estar al tanto de que la anciana no corra peligro.

Un olor extraño invade la habitación de repente, lo siguiente que sé es que estoy inclinándome y gruñendo al sentir un escozor desconocido en la espalda. Hago amague de alejarme de aquello que se presiona contra mi desgarrada piel, pero unas manos grandes y firmes me sostienen de los hombros e impiden que pueda moverme del lugar. Cegada por el dolor, aprieto fuerte los dientes, inclino la cabeza hasta que esta choca con algo y llevo mis manos hacia lo que creo que son antebrazos, zona en la que me aferro y clavo las uñas.

—Resiste, ya va a pasar —dice la jodida anciana del demonio.

Minutos interminables pasan hasta que siento como el escozor cesa y un nuevo vendaje es colocado en mi cuerpo tembloroso. Las manos en mis hombros aflojan su agarre y las mías hacen lo mismo. Ni siquiera abro los ojos, solo dejo que me volteen, colocándome con la espalda en dirección al techo y respirando agitadamente.

En silencio comienzan a reemplazar las vendas en las piernas y en los brazos. Cuando terminan yo estoy al borde del desmayo, pero los escucho murmurar.

—Su aroma es muy raro, no suele ser esa la esencia de las de su especie —comenta titubeante la mujer—. Hay algo extraño en todo esto.

—Lo sé. Huele como ellas, pero hay algo más.

—Y ni hablar de esas heridas, ¿qué monstruo sería capaz de hacer algo así? —añade ella en un susurro.

—No olvides qué es lo que es ella —indica el macho, seguramente señalándome—. No sería raro que las de su propio aquelarre se las hayan hecho.

—Pero Denny, herir a una de las suyas de esta manera es inaceptable, en todos mis años de vida jamás escuché ni vi algo como esto —dice consternada—. ¿Tan malo es lo que hizo para que la castigasen de esta forma?

Silencio como respuesta es lo que recibe la anciana. Luego de unos segundos más, los pasos de ella comienzan a alejarse hasta salir de la habitación e ir más allá, perdiéndose en la lejanía. Una vez a solas, el macho camina por el cuarto y lo escucho remover cosas, después lo siento dejar algo sobre el escritorio y finalmente, se dirige a la puerta.

—Llegaste hace dos días, ayer estuviste inconsciente todo el tiempo debido a las heridas y el cansancio, recién hoy despiertas. Lavaron tu ropa y te dieron unas prendas nuevas porque algunas de las que llevabas estaban rotas. Vístete cuando puedas levantarte y toca la puerta tres veces para que te dejen salir —dice y se marcha en un respiro. Sus pasos se pierden y, en cambio, se acercan otros, dos hombres y una mujer; se detienen del otro lado de la puerta, vigilando.

Casi cuatro horas transcurren hasta que soy capaz de ponerme en pie. La regeneración en nuestra especie y en muchas otras suele ser rápida, aunque teniendo en cuenta el nivel de mis heridas, no me sorprende haber estado todo un día inconsciente. Con dificultad me encamino hacia donde está la ropa y comienzo a vestirme. El vestido característico de mi especie no está entre las prendas, seguramente se encuentra destruido, quizá hasta ellos mismos se encargaron personalmente de ello.

Comienzo a colocarme con dificultad un cómodo y ajustado pantalón de color negro que hay en el escritorio, junto a una gruesa camiseta manga larga blanca, pero me detengo cuando mis ojos captan una prenda extraña. Es como una camiseta manga larga negra, pero más grande, suelta y se divide en el frente. También tiene algo raro, como una especie de tira metálica y la tela es dura, como cuero.

Ni en mi clan, ni en ningún otro, he visto algo semejante. Por lo general usamos vestidos sueltos o ajustados, tops tejidos y pantalones; así como también ropa de lana y sus semejantes, pero esa prenda nunca.

La tomo entre mis manos e intento buscarle una forma adecuada, quizá está rota, no lo sé. Aunque me parece habérsela visto puesta a uno que otro ser humano durante las expediciones que hacíamos a la ciudad. Al final, opto por colocármela como recuerdo que se la vi puesta a un muchacho de esos.

Observo que más hay en el lugar y me pongo un par de medias con unas zapatillas raras; luego tomo los hilos trenzados y los anillos que reconozco como míos, dispersos en la oscura madera del escritorio. Comienzo a ponerme los accesorios correspondientes en el pelo, otros en las manos y los hilos faltantes en las muñecas. También encuentro en una bolsita mis otros accesorios, así que reutilizo todos para no perder ninguno.

Piercings son colocados en los diminutos agujeros perforados de mis oídos; también me ato unas finas tiritas en los tobillos y termino de agregar unos cuantos anillos más en las manos.

Son bastantes cosas, pero me gustan y así acostumbramos a vestirnos y arreglarnos todas las brujas, por ello nunca me pareció exagerado ni nada. Hacer uso de estas decoraciones son motivo de orgullo en mi clan. Son una muestra de agradecimiento y fiel lealtad a la Madre Oscura, madre de todas las brujas.

Me parece raro que no las hayan desechado.

Un pensamiento me asalta de repente, trayendo consigo una pesadez que me invade el pecho, ¿tendré que deshacerme de todas mis reliquias dados los hechos ocurridos con el clan? ¿Debo abandonar mis creencias y todo lo que he venerado por culpa de lo que soy?

Molesta, envió esos pensamientos a un segundo plano y me concentro en mentalizarme para lo que viene. Cuando me encuentro lista, me dirijo con paso seguro hacia la puerta y toco tres veces. Al instante la puerta se abre y entra un hombre, a mi parecer, gigante. Es muy barbudo, por lo que no logro distinguir bien su rostro.

En las manos lleva unas cadenas y por el tamaño de los grilletes deduzco que es para encadenarme las muñecas. Sin mucha dilatación, se las tiendo para que las espose y luego él me toma del brazo firmemente para evitar que pueda escapar.

Una vez fuera de la habitación veo nuevamente al macho que habló conmigo cuando terminé de matar a la bruja, el beta charlatán. Al otro lado se encuentra una mujer adulta morena con cabello negro. Ninguno habla, simplemente toman sus posiciones; el beta atrás, el grandulón a mi costado y la mujer enfrente guiando el camino.

Examino el entorno y veo como cruzamos un extenso pasillo sin puertas, doblamos hacia la derecha en cuanto alcanzamos un desvío y, luego de unos metros más, la mujer abre una puerta para salir al exterior. La luz del sol me golpea de lleno en la cara, por lo que cierro los ojos un segundo para no cegarme y una vez que me acostumbro al cambio de panorama, comienzo a notar las bonitas construcciones que aparecen frente a mí a medida que vamos avanzando.

Es un pueblo rodeado y oculto por el bosque. Hay una gran variedad de cabañas de madera, casas maravillosas, pequeños negocios e incluso un pequeño, pero significativo almacén. Supongo que es muy temprano, ya que no hay casi nadie caminando o fuera de sus casas y el clima está fresco como acostumbra a estar en la mañana. Me doy cuenta, también, que no deben de convivir aquí más de doscientos habitantes.

Unos minutos después, nos detenemos frente a una gran casa de dos pisos de colores claros. Recorremos el corto caminito hasta la puerta bajo los atentos ojos de unos cuantos machos que montan guardia y luego nos abrimos paso al interior de la propiedad.

Una vez dentro, aprecio la linda y espaciosa sala en donde se encuentra una que otra decoración junto a muebles elegantes repartidos estratégicamente. La imagen en frente de mi es tan distinta a lo que acostumbro que me quedo tildada sin poder dejar de apreciar cada detalle con esmero.

Siento un tirón en el brazo y vuelvo a la realidad. Volteo, dejándome arrastrar por el grandulón por un pasillo que va a izquierda, subimos unas anchas escaleras y luego doblamos a la izquierda de nuevo, deteniéndonos frente a una de las tantas puertas.

La mujer la abre después de tocar dos veces y nos adentramos a otra habitación, que más bien parece una espaciosa oficina. Allí se encuentran siete personas, una de ellas es el cachorrito de hace unas horas, apoyado de brazos cruzados en la pared derecha.

Hay un hombre cincuentón sentado tras el escritorio que está en el centro de la habitación, acompañado de una señora a su lado y de pie; también hay un anciano arrellanado en un silloncito del lado izquierdo del escritorio.

Enfrente de ese señor está Rhiannon y junto a ella se encuentra otro hombre flacucho; por último, la chiquilla entrometida que preguntó qué era lo que me había pasado en la espalda, está ubicada de pie a un costado de la chimenea.

—Siéntate —dice el hombre cincuentón.

Ni siquiera amago a sentarme cuando el grandulón prácticamente me tira sobre la silla y permanece a mi lado. El beta charlatán se coloca junto a la mujer morena en el espacio vacío que hay entre los siete licántropos cercanos al escritorio y yo. Como para asegurarse que no llegue a atacarlos o algo así.

—Suponiendo que quizá no sabes en donde te encuentras —llama de nuevo mi atención el hombre—. Estás en tierras nórdicas bajo el dominio del clan Cowlser y sus líderes, Mark y Elena Cowlser —dice señalándose a sí mismo y a la mujer de pie a su lado, su esposa y Luna.

— ¿Cuál es tu nombre? —pregunta la mujer. No respondo al instante, por lo que el grandulón coloca una mano en mi hombro, justo encima de donde se encuentra una de mis tantas heridas cicatrizando, por lo que me aguanto el gruñirle mientras me inclino ligeramente hacia él, bajando apenas el hombro en un vago intento por alejar su mano, cosa que hace luego de apretar en una silenciosa advertencia.

—Kora —suelto en un gruñido. Noto como varios de ellos entrecierran los ojos y el beta charlatán, quien miraba al cachorrito de forma curiosa, se voltea a verme dudoso. Luego añado—: Kora Yunuenko —veo como los ancianitos se esfuerzan en contener un jadeo de sorpresa, lástima que la chiquilla en cambio no puede evitar soltarlo.

Aunque entiendo la estupefacción en sus rostros. Me he ganado una notoria reputación en bastantes territorios. Sin ánimos de alardear, claro.

— ¿Kora Yunuenko? —pregunta el Alfa apoyando las manos en el escritorio—. ¿La heredera del Aquelarre Zuwnko, en el Sur?

—Antigua heredera del Aquelarre Zuwnko, ahora —espeto y luego añado—: Y ex miembro del mismo.

— ¿Fuiste exiliada de tu Aquelarre? —pregunta el hombre flacucho a un lado de la anciana.

—No me exiliaron, hui —digo con una sonrisita.

Eso es, sigue aparentando, desquiciada.

— ¿Estás diciendo que abandonaste tu cargo como futura Matrona de las de tu especie? —pregunta incrédulo el beta.

—Eugene no estás autorizado para realizar preguntas, no intercedas en la junta a no ser que tu futuro líder te conceda el permiso para hacerlo —espeta duramente el hombre flacucho.

Saco apresuradas conclusiones, dándome cuenta de que seguramente el flacucho es el beta del actual Alfa Mark, y el beta charlatán, quien hizo la pregunta y que ahora sé que se llama Eugene, debe ser su aprendiz. Éste asiente, aunque no se nota arrepentido.

—Responde la pregunta, bruja —dice luego de unos segundos el alfa.

—Eso hice —respondo desinteresada.

He decido darles las respuestas a sus preguntas sin debelar demasiado, después de todo, seguramente con el tiempo se enteren de aquello que yo no les estoy diciendo ahora.

— ¿Por qué?

—El por qué no importa, de todas formas, no iban a dejarme ascender al cargo —digo. Al ver como comienza a perder los estribos debido a mi poca explicación, añado divertida—: Cometí un acto de traición imperdonable y si esa respuesta no le basta no es mi problema. Puede ir a preguntarle a mi abuela, la Matrona actual, si tiene curiosidad.

Los segundos pasan y ni siquiera me dejo sentir preocupación por la situación en la que me encuentro, después de todo ya no le debo lealtad a nadie y, por lo tanto, puedo decir cuanto quiera cuando quiera.

Antes, para mí, el considerar filtrar información de mi aquelarre al enemigo era algo impensable. De lo más bajo.

Pero ahora, después de todo lo que me han hecho... esa traición comienzo a verla como una llamativa y apetecible opción.

No obstante, tengo que mantener mi cabeza fría. No debo precipitarme, tengo que saber bien cuándo y cómo actuar, que cartas usar, solo y únicamente en el momento indicado. Sin márgenes de error.

Así que opto por mostrarme dispuesta a contestar sus preguntas, aunque claro, me guardaré la información verdaderamente importante para mí beneficio. Su ignorancia es una de mis mejores armas.

—Las heridas en tu cuerpo te la hicieron ellas ¿no? —pregunta Rhiannon, la anciana—. La bruja que mataste, estaba intentando capturarte, ¿cierto?

— ¿No es obvio? —pregunto.

—Responde —ordena duramente el ancianito. Lo miro fijo, intentando trasmitirle que si vuelve a darme una orden como si fuese una cualquiera, le arrancaré la lengua. Él, con precaución, aparta la vista.

—Sí, como castigo, aunque no alcanzaron a concluir con mi penitencia. Y sí, esa bruja y unas cuantas más estaban persiguiéndome —digo después de unos segundos y luego, recordando algo, añado—: Están muertas también, así que probablemente en su bosque se crucen con uno que otro cadáver.

Intenté en vano que eso último sonara casi como burla, como si no me importara en absoluto ninguna de las vidas que arrebaté. Como si no conociera cada rostro que bañe de sangre. Lo intenté y aun así un deje de pesar tiño mis palabras, haciéndoles saber que, efectivamente, me importaron esas muertes.

Me importaban esas brujas.

Y aun así las maté.

Asesina. Asesina. Asesina.

Todos mantienen silencio unos largos segundos, procesando la información y probablemente pensando que más preguntar. Seguro queriendo saber por qué mate a miembros de mi aquelarre pese a que evidentemente para ellos yo no quería hacerlo. Porque no quería, me forzaron a hacerlo, ellas lo hicieron. No me dejaron otra opción. Tuve que matarlas.

Aunque después de lo que incluso ellas me hicieron durante esos años... la verdad es que no merecían otra opción más que la que les di. No iba a darles otro destino que no fuera ese.

Merecían su final. ¿Se lo merecían?

Denny, el cachorrito, interrumpe mis pensamientos cuando se aleja de la pared y pregunta mirándome fijamente.

— ¿Quién nos asegura que todo esto no es más que una trampa para traer a una bruja asesina a nuestras tierras?

— ¿Crees que haría que me hirieran de esta forma para hacer una trampa, cuando podría, no sé, venir e intentar matarlos estando sana? —rebato, encogiéndome de hombros.

—No lo sé, tú dímelo. Después de todo, eras parte de un aquelarre que no se caracteriza precisamente por tener miembros piadosos o amables —responde—. No me extrañaría que hayan optado por hacer algo como lo que te hicieron con tal de conseguir este territorio —agrega, mostrando una pizca de impotencia.

—No soy masoquista —digo, y para molestar un poquito, añado—: O tal vez sí. ¿Quién sabe? —noto un brillo en su mirada, pero, así como apareció, se fue. Me encojo de hombros y prosigo—: Crean lo que quieran creer, de nada me sirve seguir parloteando si al final seguirán dudando de mis palabras.

—Eres mestiza ¿no es así? —pregunta de repente la chiquilla que en ningún momento había abierto la boca, desorientándome y tomándome por sorpresa. El hecho de que pregunte y no sea sermoneada, me hace saber que, a pesar de su edad, está en un puesto de importancia en el comité de esta manada—. Por eso hueles tan raro —afirma y aprovechando la estupefacción de los presentes, añade—: Apuesto a que seguramente ese acto de traición que mencionaste es el que seas una mestiza.

—Pero en ese caso, ¿no habrían notado la diferencia desde el nacimiento? —pregunta Elena, confundida. Guardo silencio, eso sí que no puedo responderlo. Esta vez son minutos los que transcurren hasta que el anciano abre la boca.

— ¿Y qué fue lo que...? —inquiere, señalando las vendas que logran sobresalir de las prendas de vestir.

—Recién estaban comenzando el castigo del día —digo—. Ahora no son tan atroces como al principio. Tenían en mente mantenerme mucho más tiempo con vida para divertirse un poco más —murmuro—. Después de todo se supone que tendrían que haberme sacrificado apenas nacer, soy una aberración para mi especie, pero al no haberme matado de joven, decidieron aprovechar y penalizar mi traición de distintas maneras... aunque sus planes no salieron del todo bien —fuerzo una sonrisa de lado.

—Porque escapaste —afirma Rhiannon.

—Porque escapé —asiento—. Ninguna pudo detenerme. Después de todo, por algo yo era la mejor de mi aquelarre —digo, queriendo expresar mi poder en ese territorio.

—La mejor de tu aquelarre, pero no pudiste evitar que te hicieran todo eso ¿eh? —susurra con sorna Denny para sí mismo, pero obvio que ese comentario llega a mis oídos. Estoy por mandarlo a aullar a la luna cuando Mark se apresura a comentar.

—Hablaré con el Gran Consejo, ellos también decidirán como proceder. —Zanja el tema—. Llévenla a su habitación.

Una vez que cierra la boca, ya estoy siendo nuevamente escoltada por Eugene, el grandulón y la mujer morena hasta la habitación donde me tenían aprisionada.

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