4 PARÁLISIS

El cielo nocturno imperaba, las nubes ocultaban el brillo de las estrellas y un zumbido intermitente me indujo al sueño, no había cenado y descansado apropiadamente. Pero yo solo deseaba cerrar mis ojos, sucumbí ante el adormecimiento de mis músculos. Sentí como lentamente me sumergía en un estado de somnolencia, mis párpados pesaban demasiado y me dejé ir, lentamente hasta que... Sentí una presión en mi pecho ¿estaba dormido? No podía saberlo, hice acopió de toda mi fuerza para moverme, sin embargo, apenas sentía la yema de mis dedos.

Podía percibir a las sombras danzando a mi alrededor, pero aún no conseguía abrir mis ojos, escuché el sonido de los fuegos artificiales, estaban festejando el día de las velas, pero ¿entonces? ¿Por qué no puedo despertar? ¿O ya estoy despierto?

Intente gritar con todas mis fuerzas pero incluso mi lengua parecía estar congelada, no salió sonido alguno de mi boca. La sombra en mi pecho se hacía cada vez más pesada, quizás se debía a su maligna presencia. En ese momento me costó respirar, porque de eso si era consciente, de mi respiración. Esa cosa presumía quitarme todo el oxígeno o tal vez quería mi alma, de toda formas no era tan importante para mí.

Escuché que algo se caía, supe que sucedió en el primer piso. Los trastes estrellándose contra el suelo y las paredes. Y los golpes en la puerta, siempre en patrones de tres ¡pun! ¡Pun! ¡Pun!

Recordé el salmo que mi papá solía recitar con frecuencia.

«No temerás el terror nocturno,

Ni saeta que vuele de día. Ni pestilencia que ande en oscuridad. Ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará»

Después de recitar el salmo pude oír una risa distante. Malévola cuyo efecto en mí era más que aterrador. Mis vellos se erizaron en ese momento.

«Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento» y así hipócritamente continúe rezando a un dios al cual siempre le fui distante.

«Se siente tan real» pensé al tiempo que la danza de sombras y luces seguía. Los susurros espectrales incitaban al pánico, pero entonces lo entendí... Supe que se alimentaban de mi miedo, era aquello lo que les daba poder sobre mí. Dios no iba a salvarme, claro que no.

—No tengo miedo —logré decir al fin.

—¡No tengo miedo! —levanté la voz con un tono implacable.

Escuché un gruñido en mi oído mientras abría mis ojos con cautela. Aun no podía moverme pero supe que no estaba ni despierto ni dormido, quizás estaba muero.

—Arderás en los confines del infierno —rugió una voz que parecía hacer temblar el mundo entero.

Me levanté sobresaltado en mi cama, con un nudo en la garganta que me impedía tragar saliva. Me dolía todo el cuerpo como si hubiera estado en medió de una gran pelea vikinga. El sudor me bañaba la piel y mi respiración era forzosa, como si volviera a respirar después de mucho tiempo. Mi espalda ardía así que corrí al espejo, tres grandes marcas de garras rasgaron mi espalda. Volví a mirar mi reflejo, pero había algo raro, aquel reflejo me miraba de forma inquietante, hice gestos pero él no me replicaba. Solo estaba ahí, mirándome. Comenzó a dibujar una sonrisa macabra en su rostro, "en mí rostro"

—Arderás en los confines del infierno —gritó de modo que el cristal se rompió en mil pesados cuyos fragmentos se alojaron en mis ojos y mi piel. Luego me dejé caer al suelo, no obstante, ya no había suelo, la caída seguía y seguía hasta que todo se tornó oscuridad.

Volví a levantarme sobresaltado en mi cama, como si todo hubiera sido un horrible sueño. Caminé en dirección del espejo y éste estaba roto.

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