5 INTERLOCUTOR

—Ellis Boyd Redding, su ficha dice que ha cumplido 40 años de su cadena perpetua. ¿Se siente rehabilitado?

—¿Rehabilitado? Bueno, veamos. No tengo idea de lo que significa.

—Significa poder reincorporarse...

—Sé lo que para ti significa, hijo. Para mí es sólo una frase hueca, inventada por políticos... Para que jóvenes como tú vistan traje y corbata y tengan un empleo. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Si estoy arrepentido?

—Bueno, ¿lo está?

—No hay día que no lo lamente. No porque esté aquí, o porque creas que debo. Pienso en lo que era antes. Un chico estúpido que cometió ese terrible crimen. Quiero hablarle. Quiero hacerle entrar en razón. Contarle cómo es todo. Pero no puedo. Ese chico ya no existe, y este viejo es lo que queda. Debo vivir con eso. ¿Rehabilitado? Porquería de palabra.

«Corten» gritó el director, yo había observado la escena miles de veces y cada vez encontraba nuevos mensajes, mensajes que sin duda la gente común no entendería. Mi trabajo era sostener el micrófono pero no lo consideraba tedioso, de hecho amaba estar ahí, la belleza del cine es que puedes ser otra persona, convertirte en una nueva entidad, eso quería ser yo.

—Chico —me llamó un guarida de seguridad—, ven aquí.

Caminé inseguro hacía él—. ¿Sí?

—Enseñame tu tarjeta.

—Aquí está. —El hombre la miró por un instante, llamó por la radio a otros hombres y cuando llegaron me dijeron algo imposible.

—Está arrestado.

—¿Por qué?

—Asesinato.

—No es posible --protesté.

—Tus huellas, las encontraron en la escena del crimen.

Cuando llegó la policía me encontraron en un rincón llorando y todos a mi alrededor estaban muertos.

Me llevaron a una sala de interrogatorio, con los ojos vendados, las esposas me aprisionaban las manos.

—¿Cómo mataste a 60 personas sin un arma?

—No recuerdo haber matado a nadie --contesté. Todo estaba oscuro, la venda me apretaba de tal manera que se me hacía difícil parpadear. La mujer me golpeó con lo que creo era el mango de un arma.

—Y ahora que me dices ¿recuerdas algo?

—Si —una imagen llegó de golpe—, los guaridas, ellos me dijeron que estaba implicado en una asesinato, pero tal crimen aún no había ocurrido.

—¿Me dices que tuviste una premonición del crimen?

—Así es.

Escuché como la mujer abandonaba la sala.

«Es él» murmuró una voz. Podía oírlos hablar desde la otra habitación, pero aún seguía sin entender como pude haber matado a alguien, jamás podría.

La mujer volvió a la habitación-. Eres uno de ellos –dijo–. No te preocupes, volverás a tu vida normal y olvidarás lo que ocurrió.

Logré reincorporarme lentamente en un estado de óptima lucidez, aún a sí las luces me segaban, intenté pasear la vista por la habitación pero no había nada, nada más que paredes blancas y esa luz que me enfocaba el rostro constantemente.

Mi cabeza daba vuelvas y vuelvas, mis ideas chocaban unas con otras ante el aturdimiento.

—Bienvenido —escuché una voz metálica, el zumbido intenso me avisó que provenía de aquel artefacto a lo alto de la habitación.

—Se preguntará ¿donde estoy?

—Si.

—Usted no sabe nada —dijo la voz—, ni siquiera sabe cual es su nombre.

Al oír eso me sentí demasiado extraño.

—¿Nunca se ha cuestionado su mundo? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y dónde voy?

Una presión en mi pecho se hacía cada vez más intensa mientras oía las palabras de quel sujeto.

—Dígame ¿sabe usted el nombre de su madre?

—No puedo recordarlo.

—En efecto, es porque usted no tiene madre.

Cada palabra que salia de su boca tomaba sentido al hurgar en mi memoria.

—Usted es y no es.

—¿No entiendo?

—Naturalmente que no. Sin embargo usted si entiende.

—Hablas con acertijos.

—Es porque en realidad no le hablo a usted.

—¿Qué?

—Usted no sabe nada.

Logré ponerme en pié, volví la mirada hacia la cama blanca y luego hacia el artefacto parlante.

—¿Usted es real, señor Kell?

—¿Kell?

—En efecto, ese es su nombre.

—No.

—Kell Harbrick —instó mi interlocutor—, no obstante, usted no sabía nada, señor Harbrick. Vivió todo este tiempo en una realidad onírica, quiméricos de su mente subconsciente.

—No comprendo.

—Usted a despertado, señor Harbrick. Estaba muerto y ahora vive. Estuvo ciego y ahora ve. Todo su supuesta vida fue una simulación, estuvo 369 años en el hielo. Pero claro, usted no sabe nada, Señor Harbrick.

—¿Dices que viví todo éste tiempo en la Matrix?

—Bienvenido al mundo real.

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