27 Capítulo 27 – Piedras de Encanto (Parte 1)

Translator: Nyoi-Bo Studio Editor: Nyoi-Bo Studio

Habían pasado días desde que Cati vio a Alejandro besando a otra mujer, y ahora evitaba a toda costa pensar en él.

Una tarde soleada, Cati colgaba ropa limpia en el patio junto con Dorothy, cuando la joven notó que Cati actuaba de forma automática, intentando colgar un vestido en el aire antes de darse cuenta de lo que hacía. Parecía que la chica había estado perdida en sus pensamientos toda la mañana.

—¿Le sucedió algo? —preguntó Corey a Dorothy esa noche en la cocina.

—No lo sé. Me pregunto si Martín la reprendió por llegar tarde—susurró Dorothy —. Ese hombre puede resultar aterrador.

—¿Qué tal si vamos a la aldea esta noche? El carnaval termina mañana —sugirió Corey observando a Cati, que amasaba un pan.

—¡El carnaval está aquí! —exclamó Dorothy emocionada, pero pronto cambió de ánimo —. Habrá cerrado para cuando lleguemos.

—No te preocupes. Abre hasta las once. Si nos vamos a las nueve, deberíamos llegar a tiempo para dar una vuelta —dijo Corey intentando animarla.

Cati se lavó las manos y subió a llevar la ropa limpia a la habitación del Señor Alejandro. Se encontró a Cintia en la escalera y le sonrió. Abrió el armario y organizó la ropa en su interior.

La escena no debía haberla molestado, pero ese era el caso, y ella sabía que no debía sentirse así. El Señor al que se sentía atraída era de clase alta. Obviamente encontraría a una mujer que estuviera a su altura. Ella era sólo una de las muchas que se sentían atraídas a su forma de ser. Él la había protegido, le ofreció un techo, y era amable con ella, pero eso no significaba que fuera a enamorarse de ella. Era tan sencilla como un lienzo blanco, y además humana.

La vida es algo difícil. Los humanos nacían y morían cuando llegaba la hora, a diferencia de los vampiros, que vivían mucho tiempo; incluso más los vampiros de sangre pura.

El Señor de Valeria había dejado de visitarla cuando se fue a vivir con su familia, lo cual tenía sentido, pues sólo era una joven niña humana. Elliot fue quien se aseguró de mantenerla vigilada para asegurar que estuviera bien, pues se había encariñado con la pequeña. Fue cuando Elliot llevó una foto de Cati a Sylvia que Alejandro pudo ver la joven en que se había convertido.

Cati extrañaba mucho a su familia, en especial a su tía, que había respondido sus preguntas curiosas cuando crecía, y tomó el papel de una madre. Quería verlos, por lo que informó al mayordomo. Mientras se arreglaba, alguien llamó a su puerta.

—Adelante —dijo Cati.

Entró Dorothy, que también estaba lista para salir.

—¿A dónde vas? —preguntó Dorothy con sorpresa.

—Pensé en visitar el cementerio.

—¿Tan tarde?

Cati asintió.

—¿Tú también vas a salir? —preguntó.

—De hecho, sí. Corey y algunos otros vamos al carnaval, y queda cerca —dijo Dorothy —. El cementerio queda en el camino. Podríamos esperarte y después ir juntos al carnaval —ofreció.

—De acuerdo —respondió Cati.

Salieron a encontrarse con los otros. Al llegar al cementerio, Cati fue a encontrar a su familia mientras el grupo esperaba afuera. El Señor de Valeria se había encargado del espacio de los difuntos. Tanto sus padres como sus tíos estaban en el mismo cementerio. Cuando llegó a la tumba de sus padres, se agachó a limpiar las ramas muertas y dejar un lirio en cada una. No tenía suficientes recuerdos además de la horrible noche que había sucedido doce años atrás. El recuerdo de esa noche la perseguía, por lo que incluso en la actualidad le costaba dormir.

—Mami —susurró—. Espero que estés bien, donde sea que estés. Te extraño.

Le contó sobre su trabajo en la mansión y el viaje al teatro. El viento soplaba con fuerza en el bosque y volteó a mirar cuando emprendió el trayecto de vuelta al carruaje, que era un vehículo viejo que los empleados usaban ocasionalmente, suficientemente grande para trasladar seis personas.

Además de Cati, Corey, Dorothy, Matilda, Cintia y Fay formaban el grupo. El viaje, aunque corto, fue animado. Cati sólo escuchaba, y Matilda, que parecía aburrida, miraba por la ventana y jugaba con una rama que tomó del cementerio.

—Ahorré dinero esta vez para comprar algo en el carnaval —dijo Fay orgullosa.

Tenía los ojos ligeramente caídos y el cabello liso que rozaba sus hombros.

—Este lo compré el año pasado —dijo Cintia mostrando un brazalete que parecía de oro con brillantes piedras colgantes.

—¡Vaya! ¿Cuánto costó? —preguntó Dorothy.

—Dos meses de salario —dijo Cintia con una mueca, a lo que Matilda respondió con un gesto desagradable.

Cati no sabía qué esperar del carnaval del Imperio Valeriano. Había ido con su tía cuando vivía con humanos, pero hacía ya mucho tiempo. Los carnavales, al terminar la noche, cerraban todos los puestos. Los viajeros que pasaban por su aldea contaban historias acerca de lo exquisito que era el carnaval de la tierra de los vampiros.

Al llegar a su destino, Cintia y Fay se adelantaron, mientras Corey dijo que se encontraría con un amigo, dejando a Cati, Matilda y Dorothy. El carnaval estaba desplegado en el bosque, y linternas alumbraban todo el perímetro. Parecía una fiesta. Hombres, mujeres, y niños paseaban por los puestos y veían las exhibiciones.

—Vamos. No puede ser en serio. Lo llevaré si me das un mejor precio.

Cati escuchó a una mujer que estaba regateando.

—¡Papi, ven! Hay un gran oso. ¿Podemos comprarlo? —preguntaba un niño a su padre halando el abrigo del hombre.

El padre del niño era un vampiro con obvia piel pálida y ropa oscura. Su cabello grasoso, peinado hacia atrás, tenía un aspecto anticuado.

—Ahora no, Beni —respondió el padre de forma cortante antes de dirigirse al hombre frente a él.

—Pero no tenemos osos —insistía el niño.

En una esquina, había una mujer vendiendo mariposas con una pequeña luz en cajitas de vidrio. Junto a ella había una tienda de licor hacia la que Matilda se dirigió a comprar una botella de vino y brandy, afirmando que estaban más baratas que en el pueblo. Se detuvieron a ver ropa para Dorothy, que compró algunas piezas tras regatear por doce minutos.

Cuando Cati avanzó, notó una pequeña tienda donde hombres y mujeres se sentaban como muñecas. La ropa de los hombres era mucho mejor que la de las mujeres, que intentaban atraer atención.

—No sabía que los carnavales tienen esto —dijo Cati suavemente.

Un hombre de la tienda notó que lo miraba y le guiñó un ojo, sorprendiendo a Cati.

—Te sorprendería lo que hay en el carnaval —respondió Matilda avanzando —. Este es el lugar en el que, si una persona mala encuentra a alguien, intentará engañarle. Quédate cerca de la multitud.

—¿Te refieres a trucos como de bruja? —indagó Cati.

—Sí, incluso hay riesgo de caer en esclavitud si te envían a otra tierra.

Corey se había acercado tras treinta minutos para pasear por las tiendas. Dorothy lo llevó a un puesto para mostrarle algo específico. Cati caminaba con Matilda cuando vio una pequeña tiendita donde una pareja revisaba la exhibición. El encargado parecía haberse ido. Caminó hacia el puesto y notó que vendían accesorios. Había delicados brazaletes, anillos, collares, pendientes y algunas cosas que no reconocía. Eligió un pendiente y lo tomó con la mano. Era una piedra de color azul con diseños dorados alrededor y algunas pequeñas piedritas. Aunque había visto varios similares, este tenía algo especial. Detallándolo de cerca, vio que algo se movía en su interior, lo que le resultó curioso.

—Es una piedra de encanto —le dijo un hombre mayor desde la esquina.

Su cabello era largo y tenía mechas que cubrían su rostro como una cortina.

—¿Te gustaría comprar uno?

—¿Cuál es su precio? —preguntó Cati.

—Usualmente es costoso, pero hoy tiene un descuento. Sólo serán treinta y nueve monedas de oro —dijo ajustando los objetos a su alrededor.

Cati y Matilda intercambiaron una mirada de sorpresa al escucharle. ¡Sólo un millonario podría pagarlo!

—Viejo, ¿bromeas? —dijo Matilda con expresión interrogante.

—Bueno —dijo el hombre a Cati—, ¿qué tal esto? Estoy dispuesto a hacer un cambio. No me malinterpretes. Me refiero a la cadena en tu cuello.

—¿Esto? —dijo Cati tomando la cadena, que tenía una cruz de plata con una pequeña piedra roja en el centro.

Siempre mantenía la cruz oculta bajo su ropa, y le causaba curiosidad saber cómo el hombre sabía de ella.

—Esa misma. Un cambio justo, o tendrás que comprarme un alma. Puedo ver que debe ser tuya —dijo el hombre acercándose.

—¿Viste eso? —conversaba la pareja en la tienda al ver la cruz.

—Sí, por su ropa es evidente que la robó—dijo el hombre en un susurro, pero Cati lo escuchó.

—Disculpe, señor —dijo Cati—. ¿Me conoce?

—¿Qué? Por supuesto que no —respondió el hombre con cuidado.

—Entonces, si me permite, ¿por qué sugiere que robé esto si no sabe nada sobre mí? —preguntó con un gesto orgulloso.

—¿Es la hija de un Duque? —preguntó un hombre junto al primero.

—Desde luego que no. Mira su vestido desgastado —dijo el hombre de forma despectiva.

—Así que, si rompemos su ropa, ¿usted también será un ladrón?—dijo Cati, enfureciendo al hombre.

Ya había una multitud alrededor.

—¿Cómo te atreves? Tienes el carácter de…—dijo el hombre, pero Cati lo interrumpió.

—Tengo un mejor carácter que el que usted jamás tendrá. Siendo que juzga a una persona por su atuendo, no tiene derecho a criticar. Es un hombre vacío —dijo Cati cruzando sus brazos.

—Veamos quién es vacío —dijo el hombre sujetando con fuerza a Cati. Sus colmillos comenzaban a salir.

—Suficiente.

Cati escuchó una voz familiar y volteó a ver quién era. Ver a Elliot y Sylvia la sorprendió, pero su rostro cambió cuando notó que el Señor de Valeria estaba junto a ellos, y tenía una expresión siniestra.

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