26 Capítulo 26 – Pretendientes (Parte 2)

Translator: Nyoi-Bo Studio Editor: Nyoi-Bo Studio

Cansado, Alejandro se quedó dormido tan pronto como entró a su cama esa noche. Al escuchar a alguien, abrió los ojos y encontró a Cati con su almohada en brazos.

—¿Catalina? —preguntó confundido—. ¿Qué pasa?

—Tengo miedo y no puedo dormir —susurró abrazando su almohada con fuerza.

Alejandro se hizo a un lado para Cati que, sin pensarlo, entró de inmediato en la cama. Alejandro cerró los ojos y la cubrió con las mantas y ambos durmieron profundamente. A la mañana siguiente, cuando Cati se despertó, estiró su cuerpo como un gato. Hacía días que no dormí tan bien. Escuchaba agua cayendo y se preguntó si llovía. Frotó sus ojos y los abrió, observó el área confundida, y de pronto recordó la noche anterior. Se escabulló de la cama a toda prisa y llevó su almohada de vuelta a su habitación.

¡Era tarde para el trabajo! ¡Tenía que llevar el té al Señor Alejandro! Arreglando sus cosas, escuchó un golpe en la puerta: Margarita.

—Lo siento, Margarita. Dormí más de lo que debía —explicó Cati preparando su ropa.

—¿Por qué no estás vestida? Le pediré a alguien que prepare el té del Señor y lo traiga aquí. Estarás lista entonces, ¿cierto? —reclamó Margarita.

—Gracias, gracias —dijo Cati abrazándola.

—Rápido. No pierdas tiempo. Martín odia que las mucamas se retrasen. Adelante —dijo la señora al salir de la habitación.

Margarita había enviado el carrito de té con su amiga Dorothy, y Cati lo llevó a la habitación de Alejandro sin retrasos. No había salido del baño, por lo que Cati se sintió aliviada. Comenzó a limpiar su habitación, recogiendo lo que encontraba en el piso.

Cuando Alejandro salió del baño, Cati no se atrevió a mirarlo. Sentía gran vergüenza. ¿Cómo podía haber ido a dormir a la cama del Señor Alejandro? Había sentido tanto miedo la noche anterior que no midió las consecuencias. Sirvió su té y dejó la habitación sin mirarlo.

Mas tarde, Martín le pidió que sirviera el desayuno con Matilda. Parecía que Dios castigaba su imprudencia. Llevó las copas al pasillo y las ubicó junto a los platos.

—Buen día, princesa —escuchó a Elliot acercarse.

Entró al comedor con Alejandro y los demás, y se sentaron en la mesa larga. Parecía que tenían invitados.

—Buen día —dijo inclinando la cabeza antes de ubicar los platos con la ayuda del sirviente.

Alejandro hablaba con los invitados mientras Cati llenaba las copas.

—Anoche fue terrible —dijo la mujer frente a Sylvia frotando sus manos.

—Hacía mucho que no experimentábamos ráfagas tan fuertes. No logré que los niños durmieran —comentó el hombre junto a ella, que acercaba un plato a su esposa embarazada.

—Creo que la mayoría tuvo problemas para dormir —dijo Sylvia.

—¿Y tú, Alejandro? —preguntó Elliot moviendo con cuidado su tenedor.

—Dormí muy bien anoche —respondió Alejandro con la atención enfocada en la carne que cortaba en su plato.

—¿Tú, Cati? —preguntó Elliot mirándola fijamente.

—¿Yo? —preguntó Cati, insegura de cómo responder.

Notó que Alejandro cortaba su carne como si no le importara, pero un ligero temblor en su labio lo delataba.

—Dormí bien.

—Encantadora, ¿no es cierto? —comentó la mujer mientras Cati retiraba los platos vacíos.

—¿Qué edad tiene? —preguntó la mujer embarazada.

Sylvia y la mujer se alejaron mientras los hombres conversaban sobre la edición más reciente del periódico del Concejo, emitida a los cuatro imperios.

—Debería tener unos diecisiete o dieciocho años —respondió Sylvia—. ¿Por qué pregunta, Señora Leticia?

—¿No es ella la chica de la familia que fue asesinada? Juan me lo dijo —explicó la mujer con el ceño fruncido—. Es joven y hermosa, pero ¿no es hora de encontrarle un pretendiente? Disculpa, no es de mi incumbencia. Sólo deseo lo mejor para ella.

Sylvia respondió con una sonrisa: —Lo sé.

Las familias humanas solían hallar pretendientes para sus hijas cuando alcanzaban los diecisiete años. Se consideraba la edad apropiada para casarse, a diferencia de los vampiros, que esperaban dos años más. Si la familia de Cati estuviera viva, ya estarían buscando pretendientes, pero en cambio, estaba aquí trabajando como mucama, pensó Sylvia frustrada.

—No sé cómo no se me había ocurrido —murmuró.

—No tienes que preocuparte —la tranquilizó la Señora Leticia —. La semana próxima tendremos una fiesta de té. Habrá unos cuantos solteros buscando esposa.

—Déjeme consultarlo con Cati. Si está dispuesta, la llevaré—dijo Sylvia dando una palmada a la mano de la mujer.

Ese día, cuando Cati fue a buscar a Aero al estudio de Alejandro, Sylvia la detuvo en el pasillo y le contó lo que había hablado con Leticia.

—No hay presión. No tienes que responder de inmediato. Tómate tu tiempo —dijo Sylvia antes de entrar.

Cati se marchó a su habitación.

—No sé qué hacer —le dijo Cati al gato mientras lo peinaba —. Sé que no me hago más joven y necesito conseguir a un hombre, pero… sabes que mis ojos y mi corazón se enfocaron en otra persona. No sé qué hacer.

El gato maullaba mirándola fijamente.

—Sé que tú tampoco tienes idea —dijo Cati al gato abandonando la pequeña esperanza que tenía —. Estás listo, Ari —dijo acariciando su cabeza.

Abrió la puerta para que el gato saliera y se encontró al Señor Valeriano conversando con la Señora Carolina en el nivel inferior. Su amiga Dorothy, que llevaba ropa por lavar, notó lo que Cati miraba.

—La Señora Carolina es hermosa, ¿cierto? —murmuró en el pasillo.

—Lo es —respondió Cati observando a la mujer, que ahora reía de un comentario de Alejandro.

—Dicen que estará comprometida con el Señor antes de que acabe el verano —comentó Dorothy.

La Señora Carolina se inclinó para recibir un beso en los labios de Alejandro.

—¿A dónde vas?

—Es de mala educación espiar. Y tenemos trabajo que hacer —dijo Cati.

—¿Podrías ayudarme y llevar estas al lavandero? Aún me quedan sábanas por buscar —le pidió Dorothy.

—No hay problema —dijo Cati tomando la ropa.

Alejandro percibió que lo observaban cuando estaba con Carolina, pero decidió no mirar, pues sabía quién era. No esperaba que viniera a su habitación la noche anterior. Estaba cansado por sus viajes y no había dormido bien, por lo que su mente no estaba clara. Pensó que había sido un sueño. No estaba acostumbrado a dormir acompañado y le resultó sorpresivo despertar en la madrugada con sus piernas entrelazadas y sus brazos rodeando a la joven, que dormía plácidamente, exhalando en su pecho desnudo. Cuando intentó alejarla, sólo empeoró la situación: la chica se acercó incluso más a su cuerpo cálido. La manta apenas cubría sus piernas. Los labios de la joven tenían un pálido tono rosado y oscuras pestañas cerraban sus inocentes ojos.

Elliot entró a su habitación para avisarle que el Concejo había enviado una carta, y su expresión se hizo acusatoria. No sabía por qué, pero su tercero a cargo le daba un sermón tras el desayuno.

—Sabes que le gustas, Ale. Dejar que duerma en tu cama sólo alimentará sus esperanzas —dijo Elliot molesto.

—Yo no la invité. Y es adulta. Sabe qué es correcto y qué no —replicó Alejandro.

—Lo sé, pero es joven. Como cualquier mujer, quiere una vida estable.

Alejandro sabía a qué se refería.

—Escuché de Sylvia que la Señora Leticia la invitó a una fiesta de té para buscarle un pretendiente adecuado.

Las relaciones no eran lo suyo. Las encontraba problemáticas. Usaba a las mujeres para satisfacer su sed de sangre y sus deseos carnales. Aunque le resultaba atractiva, no tenía nada que ofrecerle, como Elliot había insinuado, de forma nada sutil. Alejandro sabía que no era el hombre ideal. Rompía cosas y personas por igual, y más le valía no hacer daño a la chica.

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