24 Capítulo 24 – Sentimientos Persistentes (Parte 2)

Translator: Nyoi-Bo Studio Editor: Nyoi-Bo Studio

Sentada junto a Sylvia, vio al Señor Tanner, a quien conocía de antes, con una señora mayor, sentado frente a ella.

—Señorita Catalina, ¿cómo está? Esta es mi esposa, Althea —dijo el Señor Tanner.

—Hola —le dijo a la mujer—. He estado bien, Señor. Gracias por preguntar.

Los cuatro caballos comenzaron a estirar el carruaje tras la orden del chofer. El teatro quedaba en el siguiente pueblo y el viaje era de menos de una hora. Como ella, eran humanos, pero de clase alta. Los Tanner no eran mojigatos, hablaban como si fueran los únicos en la carroza. Cati miraba por la ventana hacia los campos, pero no pudo evitar escuchar su conversación.

—Espero que no presenten Ícaro de nuevo, Tanner —dijo Althea con el ceño fruncido—. ¿Cuál es la obra de hoy?

—Es Romero, la historia que te encanta leer, querida —respondió el Señor con unas palmadas tranquilizadoras en la mano de su esposa.

Al escuchar el título de la obra, Cati saltó en su asiento.

—Asumo que la has leído —dijo Sylvia.

Cati respondió asintiendo con la cabeza. Cuando trabajaba en la biblioteca, había leído las historias de humanos y vampiros. Algunas eran encantadoras, pero otras eran repulsivas. Romero era una de esas: una trágica historia de amor de vampiros donde el hombre muere en la guerra antes de reencontrarse con la mujer que ama. Era una de sus favoritas, y verla en vivo le resultaba muy emocionante. Le alegraba que Elliot la hubiera invitado.

Al llegar al lugar, el chofer detuvo a los caballos. Había varios carruajes con invitados a la obra.

—De verdad hicieron un buen trabajo con la renovación del teatro —dijo Elliot observando el enorme edificio que albergaba a trescientos espectadores.

—No puedo esperar a ver la obra —dijo Carolina llevando sus manos a su cabellera rizada—. Escuché que el teatro está repleto. Recibieron humanos y vampiros.

Alejandro estaba junto a ellos. Sus manos permanecían en los bolsillos de sus pantalones y sus ojos seguían flojamente a la multitud, intercambiando ligeras sonrisas con las personas conocidas. Algunos evitaban su mirada desde lejos, no queriendo cruzarse con él. Pocos sabían que el Señor Valeriano sólo era amable con aquellos que se alineaban a sus planes y estrategias. Sólo tenían que seguir las reglas. Sus reglas. Así de simple.

El Señor Tanner tenía información acerca de las brujas oscuras y había venido a la mansión para compartirla.

—¿Deberíamos entrar, Señor Alejandro? —escuchó a Carolina hablando cuando volteó a ver si los demás habían descendido de los carruajes.

Sus ojos se posaron en la persona que hablaba con Sylvia, aquella del vestido gris, y todo a su alrededor desapareció. Las mejillas de Catalina tenían un tono ligeramente rosado y sus manos sujetaban con fuerza el vestido debido al frío. Sonreía tras un comentario de Sylvia y respondió con un brillo en los ojos. Alejandro se preguntaba qué la había emocionado.

Arregló su cabello, que estaba sujeto lejos de su rostro, cuando unos pequeños mechones escaparon del moño. El vestido era escotado, lo que exhibía su pecho. Había muchas mujeres con pechos más grandes, pero el suyo despertó un instinto primitivo en Alejandro. Aunque la escena revolvió su mundo, Alejandro se sintió frustrado. Quería llevarla de vuelta a la mansión y que se vistiera con algo más cubierto, que no atrajera a ningún hombre.

Dejó salir un suspiro. Quería protegerla, como si fuera de su pertenencia. No entendía esto, pues la marca que le dejó era temporal, y su efecto ya debería haber desaparecido.

Cuando la mirada de Cati se cruzó con la suya, una ligera sonrisa apareció en sus labios, y Alejandro le devolvió una sonrisa de santo, como ella lo consideraba.

—¿Señor Alejandro?

—Sí, entremos —respondió Alejandro girando para caminar junto a Carolina.

El teatro estaba lleno, como era de esperarse. La mayoría de los humanos había ocupado la parte baja, mientras las élites ocupaban los balcones y las pequeñas galerías para tener una mejor vista. Las paredes estaban cubiertas de pinturas y una luz incandescente iluminaba el salón. Los Tanner habían reservado un balcón, y Sylvia, junto con Catalina, Elliot, Alejandro, y Carolina, compartían el siguiente.

Al comienzo de la obra, las luces bajaron y la multitud guardó silencio para ver la obra, que dejó a Cati con la vista fija en el escenario. Quedó hipnotizada por los actores y, aunque conocía la historia, sus manos se tensaron con fuerza cuando el protagonista no pudo cumplir la promesa de encontrar a su amada. La obra duró dos horas, tras las cuales los espectadores emitieron un sonoro aplauso, felicitando a los actores por tan hermoso espectáculo.

Sylvia llevó a Cati tras escenas para presentarle a la actriz que conocía.

—¡Viniste! —exclamó la actriz abrazando a Sylvia—. Y pensé que no usarías las entradas.

—¿Perdérmelo? —preguntó Sylvia con una sonrisa antes de mirar a Cati—. Esta es Catalina, y esta talentosa actriz es Mira Mikhailov.

—Hola —saludó Mira—. Espero que te haya gustado la obra.

—Sí, mucho. Siempre quise verla. Creo que hicieron un hermoso trabajo —respondió Cati con un tono de admiración.

Cati se distrajo viendo las obras en la pared más cercana mientras Sylvia hablaba con Mira. Se acercó y la tocó con la punta de sus dedos.

—¿Le gusta pintar, señorita? —preguntó alguien tras ella.

Se giró para ver a quien hablaba y encontró a un hombre rubio con un chaleco. Sacudió la cabeza.

—Soy terrible. Sólo me gusta ver el trabajo de otros —respondió negando con la cabeza y acercándose a ver otras piezas.

—Dudo que una dama tan hermosa sea terrible —dijo el hombre siguiéndola.

Ignorando el cumplido, Cati alejó su mano y preguntó cuidadosamente: —¿Cuánto tiempo llevó completar el trabajo?

Alejandro discutía la información del Señor Tanner con Matías y Elliot cuando notó que Sylvia hablaba con la actriz, pero Cati había desaparecido. Sus ojos se tornaron fríos cuando la encontró hablando con un hombre.

—Ocho artistas demoramos un año para terminar esta obra —dijo el hombre—. También tenemos retratos. ¿Le gustaría verlos?

Alejandro se preguntaba si al hombre le gustaría ver el calabozo subterráneo lleno de clavos y cadenas.

—Hablaremos mañana —dijo Alejandro a Matías—. Discúlpenme.

—Tal vez en otro momento —escuchó que Cati respondía al hombre que, al notar que Alejandro se acercaba, inclinó su cabeza.

—Catalina, debemos irnos —anunció Alejandro.

Cati se despidió del hombre con un gesto.

—Elliot, el carruaje de los Tanner ya llegó, y Carolina se fue con su padre. Es tarde, por lo que me iré con Catalina. Tú puedes irte con Sylvia.

—Seguro, no hay problema —respondió Elliot sintiendo sospechas.

En el carruaje, Catalina y Alejandro se habían sentado uno frente al otro. Ya habían recorrido la mitad del camino, pero no habían pronunciado ni una palabra. Cati notó que Alejandro veía por la ventana, con el mentón apoyado en su mano y la brisa que sacudía su cabello de forma romántica, y tenía los ojos cerrados. Sus oscuras cejas se arqueaban y sus labios hacían una delgada línea bajo la luz de la luna, lo que le hacía verse tal como en las fantasías de Cati al leer los libros más oscuros y sucios.

Abrió los ojos y la miró de pronto, y Cati sintió como si Cupido hubiera atravesado su corazón con una flecha.

—Hace tiempo que me incomoda…¿Mi cercanía te asusta? —preguntó Alejandro apoyando su espalda en el asiento y cruzando sus piernas.

—Por supuesto que no, Señor Alejandro —respondió Cati preocupada.

—¿Entonces podrías explicar por qué tu corazón late como un martillo en este momento?

Sintió que se ruborizaba, aunque, por fortuna, la oscuridad le ayudaba a ocultarlo. Pero, ¿cómo podría responder esa pregunta?

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