1 A primera vista

Ya quedaba menos de media hora para acabar su turno. Se vió al espejo del baño una última vez admirando aquella cicatriz que cruzaba su pecho y sobresalía en su cuello. La acarició brevemente como si alguien rodará sus labios por allí. Dio un suspiro mientras negaba con la cabeza desordenando ligeramente el moño que traía y unos mechones chocolate calleron cubriendo sus mejillas sonrrojadas por la sensación anterior.

Atender en el café no era lo que esperaba después de obtener su título como doctora, jamás pensó que acabaría trabajando en algo completamente diferente.

Se cubrió el cuello nuevamente con su camisa de trabajo y salió a terminar lo suyo. Atendió cada mesa con una sonrisa y ayudó a sus compañeras, todo marchaba bien. Incluso tuvo buenas propinas. Mientras atendia a una anciana, la campanilla de entrada sonó, el ambiente casi pareció cambiar de un momento para otro provocandole escalofríos. Por alguna razón extraña sintió como si alguien la observara fijamente a sus espaldas así que no pudo evitar voltearse.

Quizás sólo era cosa suya, pero aquel hombre parecía verla como si ella lo hubiera conocido. Él la veía fijamente mientras caminaba en dirección a una de las mesas, incluso, parecía molesto.

Ámelia bajó la cabeza al ver la mirada verde intensa del hombre y le tendió su plato a la mujer, sin embargo cuando quiso comenzar a salir de su campo de visión para terminar su turno, Giovani, su encargado, le frenó.

—Amelia, por favor, tengo que pedirte que te quedes una hora más. Celia no ha llegado aún, al parecer tubo que llevar a su hijo a urgencias...

—Vale, vale. No hay problema... — dijo sin discutir nada. Al fin y al cabo, no quería llegar tan temprano a la fiesta a la que Tánia la había invitado y si podía evitar la piscina, mejor.

La única mesa por atender era la del sujeto, así que reunió fuerzas, apretó el bolígrafo con ansiedad y sacó su anotador para tomar la orden. Cada paso que daba en dirección a él parecía que su corazón se volvía loco, las manos le comenzaron a sudar y el tamaño del sujeto en cuestión parecía aumentar a cada microsegundo, pero lo más loco era que su cicatriz comenzaba a escocer.

A primera vista ese hombre era la tentación hecha carne, y que bueno se veía... su cabello negro y ligeramente despeinado caía hacia el frente y de lado dándole un toque jovial, sin embargo no contrastaba con el porte empresarial que llevaba, aunque había arremangado su camisa dejando ver sus antebrazos marcados no parecía estar relajado. Tamborileaba su dedos sobre la mesa y veía su celular una y otra vez de reojo.

—Buenas noches– espetó casi en un hilo de voz al acercarse —¿qué le ofrezco?

El pareció desconcertado al oírla pero volvió a verla intensamente por unos segundos antes de hablar.

—¡Hola!— dijo estirando la comisura de sus labios en un atisbo de sonrisa que ocultaba algo más. Durante unos cuantos segundos la vió con los brazos cruzados, estirando aún más su camisa azul que ya parecía que fuera a explotar, como si esperara que ella le dijera algo más, algo que ella jamás enunció. —Bien, quiero un expreso, sin azúcar y unos bollos de canela.

Su voz sonaba enfadada pero aún así no dejaba de ser sensualmente gutural con un atisbo de gruñido en cada palabra. Amelia sintió una especie de electricidad recorrer su cuerpo cuando lo oyó hablar, era como si cada palabra de él desencadenará un choque eléctrico a través de su columna hasta esparcirse por su vientre y más abajo. Extrañamente su cicatriz comenzaba a quemar, como si necesitará arrojar agua en ella para bajar el calor.

—¿Cómo has estado?— pregunto al ver que ella se daba la vuelta para ir por su pedido. Lo vió humedecer sus labios carnosos ligeramente mientras ella hacia cortocircuito cual adolescente hormonal e insegura.

Lo vió un momento y, aunque quería correr de su presencia habló — Bien, señor — un brillo peligroso surgió en su mirada expectante como si hubiera acertado en sus palabras — gracias por preguntar. Ya traigo su pedido.

Se alejó rápidamente y preparó todo a una velocidad que jamás había tenido, por lo general solía tardar un poco a propósito, pero por alguna razón extraña sintió la necesidad de volver a él pronto. Su mirada jamás se despegó incluso cuando hablaba por teléfono, nunca dejó de verla.

Se acercó lentamente, sus manos sudaban y él parecía acecharla, como si en cualquier momento fuera a saltar sobre su cuerpo.

—Aquí tiene Señor. ¿Algo más?— no esperaba una respuesta así que simplemente asintió al ver que permanecía callado, incluso sin tocar su petición, con lo que se giró para retirarse pero él la detuvo por la muñeca antes de que siquiera moviera un músculo.

—¿A qué hora sales?— Habló por lo bajó, sin mover un dedo, ganándose una mirada reprobatoria por parte de Amelia.

—Eso no es de su incumbencia — respondió de igual manera para no provocar un escándalo. respiro profundamente antes de que fuera a propinarle una bofetada por su actitud.

—No finjas demencia —Espetó viéndola con estoicismo mientras bebía su café con la mano libre.

—Señor, le pido por favor que me suelte. No entiendo de qué me habla, ni tampoco quiero saber, de manera que le pido me suelte o no respondo por mis acciones.

—Ahora finjes no saber quién soy... Bien, veremos cuando lleguen los chicos si sigues en ese plan...

—¿Perdón? Suelteme. A.H.O.R.A— Remarcó cada palabra en una advertencia que él pareció ignorar alzando una ceja.

—Tienes mucho que explicar, demasiado— lo vió morder un bollo con tanta tranquilidad que no se creía que la mantenía quieta con una mano, aún cuando ella intentaba safarse.

—No volveré a decirlo, Señor. Suelteme o le prometo que se arrepentirá.

Una sonrisa burlesca se estiró en sus labios al tiempo que bebía otro sorbo de café. Se lamió los labios y antes de que ella moviera su mano libre para darle una bofetada él se paró y la sujetó por ambas muñecas. Doblandole en tamaño la sostuvo firmemente sin lastimarla, aún ante las miradas de los clientes, ambos parecían sumergirse en la mirada del otro.

—¿A caso está loco?– cuestionó con ira subiendo por cada poro hasta reflejarse en su piel.

–Tu ya deberías de saberlo, creo que estoy loco— respondió con una sonrisa ladino.

—Dame una razón para no arrastrarte fuera y recordarte cómo debes comportarte conmigo...

—Empecemos por el hecho de que ni siquiera lo conozco y si no me suelta y se retira ahora, lo lamentará, señor— quizás estaba cometiendo una locura al enfrentarse así a un sujeto que la triplicaba en tamaño, pero jamás permitiría que nadie le hablara de aquel modo y menos un extraño random. Aunque este estuviera como una moto y le provocará sensaciones que nunca había sentido.

—De acuerdo cariño. Vas a lamentarlo— dijo soltando sus manos. La admiro una última vez, dejó dinero sobre la mesa y antes de salir del local espetó— recuerda, tu elegiste este camino...

Giovani se acercó a ella, un poco tarde, pero lo hizo para comprobar que estuviera bien. Ella pidió retirarse un momento y corrió al baño para mojarse un poco el rostro. Se vió sonrojada hasta el pecho, su respiración estaba acelerada y sentía como si hubiera corrido una maratón. Pensó en sus palabras, eso no era una advertencia más bien era una promesa.

avataravatar