16 Capítulo 16 - La amenaza del Duque - Parte 3

Translator: Nyoi-Bo Studio Editor: Nyoi-Bo Studio

Cuando estaba a punto de ir hacia Howard, el Duque la agarró del brazo con fuerza.

—No he terminado de hablar contigo, ¿verdad? ¿Por qué no nos sentamos? —preguntó, inclinando la cabeza y tiró de ella para que se sentara en una de las lujosas sillas, tomando una justo delante de ella.—Raymond dijo que eras bastante obediente cuando se trataba de seguir órdenes, pero ¿qué tenemos aquí?

—Esta es la primera vez que muestra desobediencia, generalmente es muy dócil —se disculpó Raymond rápidamente. El Duque Scathlok le dijo entonces a Heidi:

—En realidad no me importa por qué te escapaste. Esta vez, lo dejaré pasar; pero esto es lo que sucederá si no haces lo que diga a partir de ahora. No quiero que una mujer ignorante ponga en peligro el plan que he pensado, pero creo que lo harás bien. Por ahora, irás y te asociarás con esos chupasangres. Necesitaré que te ganes la confianza de tu prometido, para infiltrarte en su familia hasta que yo diga lo contrario. Ahora mismo, el Consejo quiere asegurarse de que el matrimonio funcionará en el futuro y quieren confiar en que esta será una tregua exitosa tanto para el Imperio Norte como para el Este.

—¿Y si el Señor Wastell se entera? —preguntó Daniel al Duque.

—No lo hará. Nuestro Señor no sabe esto y me gustaría que siga siendo así. Tenemos todo el apoyo del Señor Norman, así que no debería ser una tarea difícil. Si no haces nada de lo que digo, no volverás a ver a este hombre en la faz de la tierra, querida —luego se inclinó hacia ella y le dijo:—Y no será solo él, eres una mujer joven —su mirada siguió la longitud de su cuerpo.—Estoy seguro de que eres una mujer inteligente para saber qué pasará si vas en contra de lo que he establecido. ¿Entendido? —preguntó, sus ojos negros se clavaron en los de ella esperando a que respondiera.

—Sí—respondió Heidi en voz baja.

—Buena chica. Me alegra que lo entiendas —sonrió el Duque acercando su vaso a la parte superior de su nariz.—Si tienes que despedirte, hazlo rápido, ya que te marcharás en quince minutos hacia el Imperio del Norte.

El Duque salió de la habitación junto con su tío Raymond, Heidi miró hacia abajo cuando su padre la acompañó, pero no se detuvo para hablar con ella y se unió a su hermano que estaba en la puerta. Nora, que había seguido a su padre, se detuvo frente a Heidi.

—Oh, querida hermana, ¿por qué lo hiciste? Padre está enojado contigo por huir —dijo Nora con los labios fruncidos.

Heidi, por una vez, pensó que su hermana estaba siendo compasiva, pero sus siguientes palabras demostraron que estaba equivocada.

—Te vi salir de casa en medio de la noche —admitió Nora.—Incluso me quedé callada pensando que era lo mejor porque yo merecía la alianza que se había arreglado. Ni siquiera se lo dije a mi padre ni a Daniel, pero luego pensé... este matrimonio es una tregua suicida. Quiero decir, ya sabes de lo que es capaz sino sigues las órdenes del Duque, y si te atrapan allí, en el Imperio Bonelake, bien... Mejor tú que yo.

Nora le dedicó una sonrisa dulce a su hermana y salió de la habitación, frotándose el cabello con ambas manos. Después de que Heidi se hubiese ido, ella había pensado mucho antes de despertar a su padre y se alegró de que se lo hubiera contado. Desde que había llegado a la residencia de los Scathlok, no podía apartar los ojos del Duque. Era un hombre magnífico a sus ojos, un hombre con dinero y poder.

Heidi fue a donde estaba Howard y se agachó, con lágrimas en los ojos debido al estado en que ella lo había puesto.

—Lo siento mucho. Yo... nunca pensé que te harían esto. Lo siento mucho —se disculpó, una lágrima cayendo sobre el frío suelo.

—Por favor, no te disculpes Srta. Heidi —dijo el hombre con dolor.—No lo sabíamos.

—... —Heidi resopló suavemente.

—Yo mismo me he quedado sin palabras. No te preocupes por mí. Debes preocuparte por ti misma. Dos días y he escuchado las peores cosas sobre el imperio oriental. La tierra suena notoria, así que no deambules por ahí. Por favor, ten cuidado —dijo cuando el sirviente vino a llevárselo.

Ella asintió mientras vio a Howard marchar y susurró para sí misma:—Lo haré.

Heidi ahora estaba sentada en el carruaje, con las manos vacías a excepción de un sobre en su mano que tenía que entregar al Señor de Bonelake. La bolsa que había llevado esos dos días le fue arrebatada y le dijo que no llevaría ropa hecha jirones allí para ensuciar el nombre de Curtis.

Su tío había dicho entonces que le enviarían ropa nueva en una semana. En el momento en que ella se estaba yendo, su familia no le dedicó ninguna palabra de aliento, se apresuró a subir al carruaje con el cochero y uno de los guardias del Duque, que ahora estaba sentado junto al cochero afuera, así que no podría realizar ningún intento de huir de nuevo.

Su destino había sido sellado y no había salida. El viaje a la ciudad principal de Bonelake fue un viaje de tres días desde Woville, y ella no podía hacer nada más que estar sentada en el carruaje. El guardia del Duque era un hombre gigante, una barba que parecía harapienta y una larga cicatriz que recorría su ojo derecho. No se molestó en hablar con ella, excepto en el momento de parar para comer.

Apoyó un lado de su cabeza en la ventana, mirando los árboles que pasaban en una bruma interminable hasta que se quedó dormida.

—¡Aaah!

Se escucharon gritos provenientes de las mazmorras, desde donde estaba la niña, cada grito infundía miedo y dolor. La niña se sentó con las rodillas recogidas en su pecho. Era como si ella pudiera sentir el dolor de aquella persona cuando estalló un grito crucificante, rebotando contra las paredes.

Cuando una mano se colocó en su hombro, ella saltó apartando su hombro.

—¿Estás bien? —preguntó la pelirroja que se había hecho amiga suya en este lugar desconocido. Con una mirada preocupada, la frente de la mujer se arrugó.—Toma esto. Te sentirás mucho mejor —dijo mientras estiraba la manta desgastada debajo de ella, colocándolo alrededor de la niña.

La niña había encontrado consuelo en la compañía de la mujer, pero un día el guardia regresó con la mujer pelirroja, arrastrándola de vuelta a la celda del cabello y luego la abofeteó justo en la cara.

—¡Estúpida perra! ¿En lugar de estar agradecida, te planteas una artimaña como esa?

—Preferiría morir antes que quedarme en este infierno al que llamas un hogar para nosotros —espetó la mujer, enfureciendo al guardia. Él la estiró del pelo y la golpeó con las paredes desiguales una y otra vez mientras ella gemía de dolor. La niña estaba allí, acurrucada en un rincón.

—¡¿Qué dijiste?! ¡Dime! ¡Dime! —preguntó el guardia mientras golpeaba la cabeza de la mujer contra la pared, la sangre marcando las piedras.—¡Dime! —dijo una vez más, soltándola finalmente.

La mujer cayó al suelo sin vida, los ojos todavía abiertos con sangre que empapando su rostro.

Heidi se despertó repentinamente por el guardia del duque cuando abrió la puerta del carruaje.

—Hemos llegado, Srta. Curtis.

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