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Capítulo 1: El día que todo comenzó

Año 2024.

El sol se derramaba generoso sobre la ciudad, bañando cada rincón con su cálido abrazo primaveral. Las flores, en un alarde de colores, competían por la atención de las abejas, mientras la gente disfrutaba de la tranquilidad de los senderos, ignorantes del cambio tectónico que se avecinaba en el horizonte de la humanidad.

Ese día, mi padre vino a recogerme del preescolar. Era un hombre delgado, de aspecto inofensivo y no mayor de 28 años, con cabello negro y una presencia seria y reservada. Caminábamos rumbo a casa para comer con mamá, sin sospechar que un capricho infantil desencadenaría el peor día de nuestras vidas...

-¡Papá, quiero una nieve! - exclamó Elizabeth, su voz rebosante de inocencia mientras caminaba por la banqueta, aferrada a la mano de su padre.

-Ahora no, Eli, vamos tarde para comer y tu madre estará enojada si te compro un dulce antes de la comida. -respondió Leonardo, su tono autoritario velando un cariño inmenso.

Elizabeth bajó la mirada, su pequeño cuerpo se aflojó y sus pies arrastraron con resignación. -Está bien, papá.

Leonardo suspiró, deteniéndose para mirar a su hija. Se agachó, acariciando su cabeza con ternura. -Si eres una niña tan obediente, me harás quedar como el malo aquí, ¿lo sabes, no? -bromeó con una sonrisa cálida que iluminó su rostro serio.

-¡Vamos a desviarnos por esa nieve! Pero si se entera tu mamá, entonces ya verás, los dos seremos castigados y olvidémonos de las nieves por el resto de la vida! - exclamó, levantándose y tomando su mano con un brillo travieso en los ojos.

En el camino, se detuvieron en un parque donde un pequeño puesto de nieves atraía a niños y adultos por igual. Fue entonces cuando un cachorro, con su pelaje desordenado y ojos curiosos, se acercó, provocando sonrisas instantáneas en ambos.

-Muy bien, Eli, pero no te alejes de aquí, -concedió Leonardo, mientras Elizabeth pedía permiso para jugar con el nuevo amigo.

-¡Sí, papá! - refutó Elizabeth, su voz llena de alegría mientras corría tras el cachorro.

Se sentó en el pasto, la risa fácil y la felicidad pura mientras jugaba. Tomó una rama caída y la lanzó, observando al cachorro saltar y correr con una energía contagiosa.

El parque estaba vibrante de vida; el zumbido de las abejas y el aroma dulce de las jacarandas en flor creaban un contraste casi surrealista con la escena que estaba por desplegarse.

Pero la diversión tomó un giro inesperado cuando la rama cayó cerca de un túnel, parte de un tren infantil ahora silencioso por mantenimiento. El cachorro, impulsado por el juego, corrió tras ella, distraído por la aventura de un nuevo espacio oscuro y desconocido.

Elizabeth se levantó, llamando al perro con una mezcla de emoción y ansiedad. Al darse cuenta de que su padre estaba ocupado pagando las nieves, tomó una decisión impulsiva y se adentró en el túnel tras su nuevo amigo.

Leonardo, al recibir las nieves y darse la vuelta, solo alcanzó a ver la figura de su hija desapareciendo en la oscuridad del túnel. Sin un segundo pensamiento, dejó caer todo y corrió tras ella, su voz resonando con urgencia.

-Perrito, ¿dónde estás? - preguntaba Elizabeth, su voz temblorosa reflejando la incertidumbre y el miedo que comenzaban a apoderarse de ella mientras sus ojos intentaban ajustarse a la penumbra del túnel.

En ese momento, un enorme portal se abrió, una ráfaga de aire caliente barrió el túnel, llevando consigo el eco de un mundo distante. Los perros demonios, con ojos como brasas y pelaje más oscuro que la noche, eran la antítesis de la inocencia de un perro común. La aparición de estas criaturas no era un accidente; era un presagio de la tormenta que se avecinaba.

El cachorro, ajeno al peligro, continuó ladrando con valentía, pero su destino fue sellado en un instante. Una de las criaturas emergió del portal como una sombra viva y lo atrapó, arrastrándolo al abismo de donde había venido. Solo quedaba un monstruo frente a Elizabeth, su presencia una amenaza palpable.

Elizabeth, paralizada por el horror, cayó al suelo. Su cuerpo temblaba como una hoja en la tormenta, y sus ojos, inundados de lágrimas, reflejaban el caos que se desataba ante ella. Intentó gritar, llamar a su padre, pero el miedo estranguló su voz, dejándola muda en su desesperación.

La criatura, con ojos que destilaban una curiosidad malévola, notó la presencia de la niña. Se giró lentamente, su mirada encontrándose con la de Elizabeth en un momento eterno. Y entonces, sin previo aviso, se lanzó hacia ella con una velocidad sobrenatural.

Elizabeth, superada por el instinto, cerró los ojos, incapaz de correr o esconderse. Su mente, en un último esfuerzo por protegerse, se refugió en recuerdos más felices, en un intento desesperado por escapar de la realidad que la consumía.

Leonardo, al ver a su hija en peligro, sintió que su corazón se detenía. Corrió hacia donde estaba, su mente inundada de recuerdos de Elizabeth, desde su primer paso hasta su primera palabra. ~'No puedo perderla'~, era el único pensamiento que resonaba en su cabeza.

Mientras Elizabeth esperaba lo peor, una voz familiar resonó en el túnel. "¡Elizabeth, no temas, estoy aquí!". Al abrir los ojos, vio a su padre, de pie entre ella y la bestia, con una determinación que nunca había visto antes. En su mano brillaba un objeto de metal, un herramienta tomada del suelo dejada por el personal de mantenimiento.

El aprovecho ese breve momento para empujar a la criatura al interior del portal después de haberle dado una apuñalada en la boca.

Finalmente Leonardo volteo a donde estaba Elizabeth, dando la espalda al portal mientras con una temblorosa sonrisa le dijo, -Tranquila, ya todo estará bien.

Elizabeth observaba a su padre, un hombre que siempre había sido una roca, ahora sacudido por el miedo. A pesar de su intento de ocultarlo tras una sonrisa, la verdad era tan clara como el temblor de sus manos. Pero incluso en ese momento de terror absoluto, él se mantenía firme, un faro de calma en la tormenta para su hija.

~Aunque mi padre no era un hombre de fuerza ni de valentía de cuentos de hadas, nunca lo había visto temblar de esa manera. La sonrisa que me ofrecía era un velo transparente sobre el miedo que lo consumía. Sin embargo, se mantuvo sereno, su amor por mí un escudo más fuerte que cualquier armadura, dándome la seguridad que yo, paralizada por el miedo, no podía encontrar en mí misma.~ Reflexionaba Elizabeth, secando sus lágrimas con determinación y poniéndose de pie para reunirse con su padre.

Sin embargo, Leonardo ignoraba completamente el hecho de que del portal no solo había emergido una criatura, sino dos; una de ellas aún oculta en las sombras del umbral.

El otro ser, ajeno a la presencia de Leonardo, asomó su cabeza por el portal. Elizabeth, con el corazón latiendo a un ritmo frenético, corrió hacia su padre para advertirle del peligro inminente. Pero el tiempo parecía jugar en su contra; todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. No pudo más que observar, con una mezcla de terror y desesperación, cómo su padre era arrastrado hacia el portal por una fuerza frenética.

En el preciso instante en que la criatura y Leonardo cruzaron la puerta, la energía del portal se volvió inestable. Pequeñas llamaradas brotaron como serpientes de fuego, danzando alrededor del marco hasta que, con un estallido sordo, la puerta se comprimió y cerró por completo. La presión acumulada se liberó en una onda expansiva, lanzando a Elizabeth por los aires y haciéndola golpear su cabeza contra el suelo.

Mientras la conciencia comenzaba a abandonarla, los ojos de Elizabeth aún conservaban la última imagen de su padre siendo arrastrado. Leonardo, con su mirada impregnada de un amor y una tristeza infinita, solo alcanzó a susurrar un "Te amo" antes de ser engullido por la oscuridad del portal.

Al final, Elizabeth yacía en el suelo, la conciencia desvaneciéndose mientras su mano se cerraba en un puño y sus labios murmuraban, una y otra vez, "Papá, papá...". Su voz, un susurro apenas audible, se perdía entre los ecos de un mundo que acababa de cambiar para siempre.

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