1 Capítulo I: Dos Sombras

No era tan complejo como para pertenecer a la realidad, pero tampoco tan fantasioso como un sueño. El escenario sencillamente se reducía a la soledad de una habitación con una cama y pocos muebles, consumido bajo la noche de la luna.

Su madre le cantaba nanas con una voz lejos de estar afinada, pero tan bellísima por ser su canto. Mientras que ella masajeaba su cuero cabelludo, Enzo escuchaba alegre y tranquilo, recostando su cabeza contra su regazo.

-La noche trae tantas cosas... -decía ella siempre que terminaba de cantar. Él sabía perfectamente qué iba a decir después-. Demonios o ángeles. Pero aún con todo lo que te depare, nunca debes de temerle.

Enzo asintió con una sonrisa y se relajó, cayendo en brazos de Morfeo, pero aún aferrándose a su madre, porque lo que menos quería era alejarse de ella, y tener que esperar horas para volver a escuchar su voz.

-La fina línea reside en cuanto te da el cielo, y en cuánto tomas -continuó su madre-. Reside en el odio, donde lo hallarás en cada esquina, en cada rostro. Reside también en el amor, que lo hallarás donde no se supone que debe de estar.

Al ver que él estaba cerca por ceder y dormir, alzó su mano y la dirigió con delicadeza a la mejilla izquierda de Enzo. Con el pulgar comenzó a dar pequeñas caricias, por su barbilla o pómulos, mientras que con la palma repasaba las zonas que ya tocó, para hacerle entender que nunca faltará el roce de su querida madre.

-Pero, hijo mío -suspiró su madre, más agotada por la vida que por aquella noche. No hacía falta verle los ojos desesperanzados para saber que la depresión la había consumido-. Recuerda que... por más grande que creas el amor hacia una persona, y quieran convertirse en un fuego fatuo, siempre formarán dos sombras.

La bella mujer miraba sin expresión alguna a la pared. Del sufrimiento de sus anteriores relaciones nacieron millones de frases y lecciones de las cuales quería advertirle a su hijo. Pero por más dulce que sonara la palabra, no era suficiente para hablarle del terror del mundo. Así que solo esperaba a que él se quedase dormido...

No tardó mucho. Y por fin Enzo durmió en el regazo de su madre, sonriente por aquella mano en su mejilla, que era débil en tacto pero fuerte en decisión.

¿Sería que se quedó dormido por toda una vida? Porque al pensar en ella, despertó en aquella solitaria y gélida habitación, y se percató que la gentil mano, de la que creía ser de su madre, terminó siendo la suya propia...

Lo hacía inconscientemente, cada vez que iba a la cama, y cada vez que despertaba, su mano estaba en su mejilla izquierda, repartiendo dulces toques, de los que desearía que fueran de su madre ya difunta.

Se removió incómodo y triste entre las sábanas. En su mejilla aún sentía el leve roce de aquella mujer, pero además del tacto, las lágrimas secas cubrían su piel. No pudo evitar por más tiempo volver al llanto de antaño, sintiéndose y estando solo.

'No necesito a mi alma gemela, ni a otro fuego fatuo, mamá. Yo te necesito a ti, justo aquí...'

N.R. - Fuego Fatuo - Dos Sombras

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