73 Capítulo 72

Hace milenios, en algún lugar del infinito universo...

- Será la criatura más hermosa que jamás hayamos creado. – dijo Zeus.

- La más hermosa... pero también la más poderosa. – repuso Poseidón, inseguro de lo que sus hermanos y él estaban a punto de hacer.

- Sólo ella y sus descendientes podrán escucharnos. – añadió Hades.

- Será toda una reina y vivirá eternamente. – aseguró Zeus.

- Darle tanto poder podría ser un error. Y no queremos cometer más errores, ¿no? – dijo Poseidón, recordando el desastre en que se habían convertido los humanos.

- ¿De verdad crees que un alma creada por nosotros y esculpida en un cuerpo perfecto, podría ser letal? ¿Acaso tienes miedo? Ella será la que recupere nuestro honor perdido. – aseguró Zeus.

- Será como nuestra hermana pequeña. – dijo entonces Poseidón, convencido por su hermano Zeus.

- No. Ella será mi esposa. – sentenció Hades, posesivo desde el principio. Y ya entonces, juró que ninguna otra mujer escaparía de él, ni le rompería el corazón, como Perséfone había hecho hacía unos doscientos años.

Los dos hermanos no dijeron nada al respecto, ya que bien sabían la pesadilla en la que había estado atrapada la diosa de la primavera durante milenios, y lo afectado que había quedado el orgullo de su hermano Hades tras la fuga de esta a un lugar desconocido del cosmos. Y lo peor no había sido su huida, sino que lo había hecho con ayuda de su amante secreto, cuya identidad era un misterio para todos. Se rumoreaba que no era ni mortal, ni Dios, sino que se trataba de uno de esos seres superiores que se reían a mandíbula abierta de los fracasos de los tres grandes dioses.

No quisieron decir nada, mucho menos sacar el tema. Así que, se pusieron manos a la obra.

De sus propias almas lograrían crear el alma de su primera cálida, la más poderosa y superior a todas sus creaciones. Su alma, dividida en tres partes: racional, irascible y concupiscible, sería creada a partir de los tres dioses.

Hades, dios de la muerte, le cedería una parte de su poderosa alma, correspondiente a las pasiones, los placeres y los deseos sensibles (concupiscible), Poseidón, le cedería la parte correspondiente a la voluntad y el valor (irascible) y Zeus le cedería la parte más importante de todas: la inmortal y divina (racional).

Una vez creada el alma, la bañaron en la estrella más brillante y fuerte de todas las del Universo y empezaron a esculpir el hermoso cuerpo en el que la introducirían.

- El cosmos entero se arrepentirá de haber perdido la fe en nosotros. – sentenció Zeus, ansioso de recuperar el orgullo perdido tras lo que había sido la mayor humillación en milenios.

Y así nació Sophie, de entre las aguas del mar de un nuevo mundo y solitario, surgió una muchacha de frágil apariencia, cabello rojo como las mismísimas llamas del infierno, piel de porcelana y ojos ámbar que reflejaban su cálida alma.

Ella iba a ser muchas cosas y acabaría convirtiéndose en la diosa más fuerte.

***

Alice

Nunca pedí convertirme en una diosa, pero el destino era caprichoso y desde el momento en que me crearon, dirigió mi larga vida a ese preciso instante. Un instante abrumador en el que sentía que dejaba de ser yo.

La diosa de la memoria no me preguntó, ni siquiera me explicó acerca de sus intenciones. Estaba cansada de vivir y finalmente había encontrado a alguien digno de su poder, conocimiento e inmortalidad. El destino así lo había querido y ningún dios podía cambiarlo.

Consecuentemente, se acercó peligrosamente a mí y cuando su rostro estuvo a escasos centímetros del mío, colocó una mano a cada lado de mi cabeza y sentí una fuerte descarga eléctrica de poder que emanaba hacia mí.

El metamundo se iluminó en aquella pequeña zona, mientras Mnemosina me entregaba toda la memoria del universo: el conocimiento absoluto.

Los mortales siempre se habían hecho preguntas sobre el origen del cosmos y la vida más allá de la muerte. Habían creado teorías, como la del Big Bang y una gran inmensidad de religiones y cultos a seres superiores, todo por satisfacer el arduo deseo que tenían de conocimiento.

Sin embargo, tener la sabiduría del universo era algo que ni los humanos, ni los cálidos, ni ningún otro mortal podría llegar a entender jamás, ya que se escapaba de sus posibilidades, igual que un mono no podría llegar a entender nunca las matemáticas. Los cerebros de los mortales, simplemente no podían sintetizar la inmensidad de la información: todos los colores que no conocían, los mundos, los seres más peculiares y poderosos, las dimensiones, el tiempo, las leyes, el destino, las almas...

Sentía que mi cabeza iba a explotar de un momento a otro, pero no lo haría. La diosa Mnemosina me había dado la capacidad para comprender cada pequeño detalle sobre el universo y la memoria de este.

Así fue cómo descubrí toda la verdad. Vi mi propia creación pasar a una velocidad vertiginosa, mis eternos años en el paraíso junto a Hades, mis escapadas al mundo Origin donde conocí a Julen y tuve con él a nuestra hija Sheila, la creación de los fríos, los dos mil años de oscuridad que pasé en el inframundo y había olvidado para bien, mi gestación y nacimiento como Alice...

Las mentiras de Hades, influenciado por Ares, habían sido imperdonables.

Lo sabía todo.

Y sobre todo sabía que Hades había roto un pacto sagrado. Un juramento tan antiguo como el día en que me crearon, y en el que cada uno de los dioses juró que jamás me provocaría la muerte, ni tampoco interferiría directamente con los cálidos, ni el mundo Origin.

Sin embargo, el dios del infierno había acabado con mi vida mortal y ahora sabía que había sido él quien había asesinado a esos tres niños inocentes. Todo bajo la influencia del dios de la guerra, Ares, quien se sintió en la gloria cuando por fin obtuvo la eterna guerra que tanto deseaba entre los fríos y los cálidos. Y ahora tendría que estar también sintiéndose victorioso por haber convencido a Hades para que acabara conmigo... ya que algo tan simple estaba a punto de provocar una guerra entre dioses.

El mundo tal y como lo conocíamos estaba a punto de acabar si no detenía aquello.

Sentí que dejaba de respirar. ¿Pero acaso necesitaba que mis pulmones se llenaran de aire? ¿Estaba muerta o viva?

Al instante que me hacía esa pregunta, mi propia mente me respondía. Era inmortal, un ser entre la muerte y la vida. Podía ir donde quisiera, cuando quisiera, tanto al mundo de los muertos, como de los vivos, o como de los inmortales. Tanto el paraíso, como el infierno, me abrían sus puertas.

Sentía que mi cabeza iba a estallar de un momento a otro, que no soportaría toda la información o que no la comprendería, pero aquello no llegó a suceder.

Observé a quien había sido la diosa de la memoria, mientras esta, imponente e impasible, me iba traspasando todo su poder y conocimiento. Así me quedé, incapaz de murmurar nada, aunque tampoco habría sabido qué decir, hasta que Mnemosina se fue volviendo cada vez más transparente.

Podía ver a través de su piel y sentir sus manos frías a ambos lados de mi cabeza, como si estuvieran perdiendo poco a poco su vitalidad.

Finalmente, Mnemosina desapareció.

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