47 Capítulo 46

Alice

Mis palabras habían provocado que durante un largo momento reinara la crispación. Gotas de sudor recorrieron las facciones de cada uno de los guerreros y guerreras que acababa de conocer y me miraron con una mezcla de duda y temor. Había conseguido dejarlos a todos atónitos.

- ¿Estás segura? - preguntó Skay, también algo sudoroso y casi empezando a hiperventilar. ¿Qué debía de haber pensado para inquietarse de aquella manera?

Asentí con la cabeza, dejando atrás todas las dudas que había tenido. No sabía cómo, pero había leído sus pensamientos, aunque no había podido escuchar los de Diana o Skay.

Nunca me había sentido interesada por poder saber qué pensaba la gente, los pensamientos son algo tan personal que inmiscuirme en ellos era como violar la integridad de la persona. Pero lo que más temía era lo que acababa de pasar justo ahora, tenía miedo de saber exactamente lo que pensaban de mí. Y esa gente me odiaba. En el fondo me alegraba de no saber qué pensaba Skay, por alguna extraña razón no podría soportar descubrir que pensaba de la misma forma que los demás.

El silencio se había apoderado por completo del ambiente cuando finalmente decidí hablar:

- Ahora sé que me queréis muerta, que pensáis que soy repulsiva y un monstruo. - mi voz sonó firme, sin ningún resquicio de la fragilidad en la que me había encontrado hacía unos instantes. Estaba hablando alto y claro, en un tono casi autoritario y mi mirada se dirigió a los cinco guerreros y guerreras que habían pensado aquello. Quería ver sus caras, asegurarme de que realmente había escuchado sus pensamientos y no estaba loca todavía.

En efecto, una expresión de terror se extendió por sus rostros desencajados al comprobar que realmente había podido leer sus mentes, salvo en la de uno de ellos.

- Ponedle un solo dedo encima y pagaréis las consecuencias. - espetó Skay con furia. - Akihiko... eres mi amigo, pero espero que ya sepas que eso no te diferencia de los demás. - añadió dirigiéndose al muchacho que se había mostrado más relajado.

La reacción del príncipe hizo que me sobresaltara. ¿En qué momento había pasado a respetarme y defenderme de esa manera?

El aludido frunció el ceño con fuerza y asintió con determinación. Él era el muchacho que había abrazado a Diana con tanta necesidad. Me quedé observándolo por unos segundos y comprobé que era un poco más alto que Skay, fornido, moreno de piel, castaño y disponía de unos ojos almendrados y de color ámbar, dignos de una revista.

- Si esta fría realmente es quien se dice que es, creo que no debería tener nada que temer de nosotros. - habló finalmente Akihiko - No es así... ¿majestad? - preguntó girándose de nuevo hacia mí y pronunciado aquella última palabra con un resquicio de odio. Fruncí el ceño, ya que toda esa situación me quedaba grande y no supe muy bien qué responder a su acusación sobre mi propia identidad. - Sin duda, la hija de la reina Opal ha de saber cómo defenderse y cómo proteger a su reino, sino no es ninguna reina para mí. - prosiguió diciendo con decisión y valentía.

Tenía razón, no era ninguna reina para él, ni tenía el derecho de serlo para nadie.

- Retira lo que acabas de decir, no tienes ni idea de lo que hablas. - saltó Skay y su cuerpo empezó a emanar vapor.

El ambiente se volvió todavía más rudo de repente. Los otros cuatro guerreros no podían salir de su asombro y no estaba segura de si se trataba porque Akihiko se había atrevido a desafiar la autoridad de Skay o por si este se mostraba tan abierto e inamovible en relación a su opinión acerca de mí. También Diana estaba sorprendida, pero había cierta preocupación en su rostro, sin duda, no se encontraba cómoda viendo aquella disputa.

Akihiko dio un paso hacia Skay, desafiante.

- No te reconozco. ¿Qué ha hecho esta bruja con mi amigo? ¿De verdad te crees que es hija de Opal? ¿En serio eres tan necio? ¡Una medio cálida, medio fría! ¡No existe tal cosa! - gritó con desesperación.

Los puños de Skay se cerraron y prendieron en llamas, mientras que el otro chico permaneció impasible, observando cómo empezaba a descontrolarse ante sus palabras.

- Esto es ridículo. - sentenció Diana y Akihiko se separó un poco de Skay, a la vez que pasaba a esbozar una sonrisa sarcástica - ¿A qué se debe tanta rivalidad?

- Lo siento, no he podido controlar mis palabras. En fin, la misión era encontrar a Diana y creo que hemos cumplido. - siguió hablando y pude ver que Skay se tranquilizaba poco a poco, pero seguía con la mandíbula y los puños forzados.

- Es hora de que regresemos antes de que anochezca. - añadió una de las chicas guerreras, de piel oscura y cabello color zanahoria, pero tan rizado como el de un afrodescendiente.

- Alice... ¿Qué piensas hacer? - preguntó entonces Skay, con el semblante preocupado e ignorando los comentarios que sugerían regresar de inmediato a palacio.

Era evidente qué era lo que debía hacer, aunque pudiera perder la vida en el intento. Diana ya me había salvado una vez, esperaba no tener que necesitar otro rescate. No tenía opción, debía arriesgarme.

- Debo seguir mi camino. - sentencié, intentando olvidar todo lo ocurrido. No importaba que me odiaran, siempre me habían odiado. Lo único que importaba era conocer a mi padre y descubrir quién era.

- No estás preparada. - respondió.

- Nunca lo estaré. - murmuré.

- Deja que te acompañe. La idea que tenía para tu entrenamiento no consistía en lanzarte a los lobos. - insistió el chico, desamparado, y consiguió sacarme una sonrisa al recordarme el supuesto entrenamiento que ya no tendría lugar.

- No creo que sea una buena idea. - añadí, consciente de la rivalidad entre los dos bandos. Tenía que hacerlo sola.

- No sé el por qué... pero la sensación de poder perderte se me hace insoportable. - confesó y una lágrima cayó por su mejilla, seguida de otras más.

Me quedé estupefacta y consiguió partirme el corazón. No era la primera vez que veía llorar a Skay, pero seguía asombrándome como si lo fuera.

No pude evitar quedarme muda ante su confesión. Aquella era la única prueba que necesitaba para ver que él también lo había sentido, Skay también había notado una extraña conexión desde el primer momento.

Yo tampoco sabía el motivo, pero me sentía atada a él, como si de un hilo prendieran nuestras vidas, destinadas a encontrarse.

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