44 Capítulo 43

Skay

La preocupación reflejada en el rostro de mi padre cuando me marché camino a los establos, no me pasó en absoluto por alto. Me habían entrenado para poder afrontar una misión de este calibre pero, aun así, era evidente que esta vez no acababa de confiar al cien por cien en mi regreso.

Me reuní con los cinco mejores guerreros del reino de los cálidos junto a los imponentes caballos. Tres de ellos eran hombres y dos eran mujeres. Todos disponían de un cabello castaño con reflejos rojizos y tenían los ojos marrones, lo que provocaba que a simple vista pudiera parecer que se asemejaban, pero cada uno dominaba a la perfección distintas armas y tenían cualidades bien diferenciadas. Había estudiado sus vidas con detalle y cada uno procedía de una de las cinco grandes ciudades que se extendían al largo del reino, sin tener en cuenta Ciudad Real, donde nos encontrábamos. Estas se llamaban: Ciudad de Luz, Ciudad de Fuego, Ciudad Estelar, Ciudad de Calor y Ciudad de la Llama.

Cinco grandes héroes para cinco grandes ciudades. Sus hazañas en la batalla eran asombrosas, no conocían la derrota y estaba prácticamente seguro de que ninguno se había encontrado cara cara con el enemigo y le había perdonado la vida, tal y como yo había hecho el día anterior.

Repasé cada una de sus expresiones. Todas ellas eran indescifrables y parecía que les hubieran entrenado bien para no mostrar nunca lo que pensaban en realidad. Sabían que aquella no era una simple misión, ya que habían sido informados de todo lo ocurrido hasta el momento, empezando desde el retorno de Alice, hasta sus recientes intenciones de marchar hacia territorio enemigo para reunirse con Ageon, nuestro peor enemigo. Sabían que la misión oficial era ir en busca de Diana, pero también eran conscientes de que eso podría llevarlos hasta Alice y hasta el enemigo. Era posible que no todos sobrevivieran de ser así y a pesar de que sus expresiones, no mostraban nada, era posible que por dentro se sintieran un poco reticentes hacia la misión y que no acabaran de creer que hubiera regresado la verdadera hija de la reina Opal, debido a que su aspecto era frío. Seguro que también pensaban que jamás apoyarían a alguien como Alice, por muy hija de Opal que jurara ser, porque no creían que su mera existencia fuera posible.

Conocía todos sus pensamientos, pero no porque ellos me dejaran, sino porque sabía que sus cabezas no podían pensar de otra manera. Al fin y al cabo, así pensaría ahora de no haber comprobado que Alice era realmente quien se decía que era y no era puro hielo como parecía ser. Ella era mucho más.

Sin embargo, lo que pensaran no tenía importancia, su deber era ser fieles a la corona, tal y como habían jurado ante los Dioses cuando ascendieron a ser guerreros.

- Es para nosotros un honor que nos confíe esta misión. – dijo uno de ellos en cuanto me vio y seguidamente hicieron todos una reverencia.

En otro momento, me habría sentido honrado, incluso poderoso de tener a mi disposición a aquellos guerreros y que me juraran fidelidad. Sin embargo, no pude evitar que me recorriera un extraño sentimiento de incomodidad. Sus reverencias ya no me pertenecían a mí, sino a Alice. Yo no era mucho más diferente que ninguno de ellos.

- No perdamos más tiempo. – espeté, instándolos a que se subieran en sus respectivos caballos y partiéramos de inmediato.

- Señor, le juro que encontraremos a Diana. - escuché que me decía uno de los guerreros una vez hubimos subido al lomo de nuestro animal e hizo que me girara de repente hacia mi derecha.

Se trataba de Akihiko y a pesar de pertenecer a Ciudad de Fuego, tanto Diana como yo solíamos verlo a menudo por palacio, debido a la amistad que compartían sus padres con los míos. Él era lo más parecido que había tenido nunca a un amigo, aunque hacía tiempo que no venía a Ciudad Real. Ahora que me ponía a pensar, tal vez hubieran pasado dos años desde que lo vi por aquí. ¿Por qué motivo no habría venido a visitarnos? Su familia y él siempre eran bienvenidos en palacio.

Tenía un par de años más que yo y Diana y se le veía bastante más alto y fuerte que la última vez. Debía de haber pasado mucho tiempo entrenando y librando batallas.

- No entiendo cómo ha sido capaz de hacer una locura así. No es propio de ella. – respondí, al cabo de unos segundos pensativo.

- ¿No recuerdas aquella vez, cuando tan solo teníais 5 años en que tu madre nos advirtió de que no entráramos en uno de los pasadizos secretos, porque se encontraba un monstruo? – dijo el muchacho tras esbozar una sonrisa nostálgica.

- ¿Qué pasa? – pregunté sin comprender dónde quería ir a parar con tanta palabrería en un momento tan crucial.

- Éramos tres niños que jugaban a ser héroes, pero en cuanto tu madre nos dijo aquello, nos asustamos. En realidad no había ningún monstruo y ella sólo nos decía aquello para que no revolviéramos entre los asuntos de estado tan importantes que se escondían en ese pasadizo secreto. Sin embargo, Diana no dudó en ir a buscar a su animalito perdido en aquel lugar. Pasó horas desaparecida... y cuando la encontraron, se encontraba abrazada a su gatito de color azabache y disimulando el terror que había sentido de una manera admirable – prosiguió diciendo Akihiko, perdido en aquel recuerdo –. Diana siempre ha tenido esta naturaleza valiente y curiosa.

En aquel momento comprendí la razón que llevaba el muchacho en eso. Mi prometida nunca había sido como querían que fuera, su espíritu había resultado ser indomable y me daba cuenta ahora. Ahora veía lo poco que la conocía en realidad y lo mucho que debería valorarla.

avataravatar
Next chapter