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Capítulo 2

Alice

Cerré los ojos con fuerza y me tapé los oídos con el propósito de no escuchar las voces que estallaban en mi cabeza, pero seguían allí, machacándome por completo y cada vez con más fuerza, provocándome punzadas desgarradoras en cada nervio y en cada terminación de mi cerebro.

Me retorcí del dolor delante de todos y solté la tiza sin querer, dejándola caer al suelo estrepitosamente. No sabía qué me estaba pasando. ¿Por qué escuchaba voces? ¿Acaso me estaba volviendo loca? No encontraba otra posible explicación a esa pregunta.

Pude escuchar el sonido de la tiza resquebrajarse contra el suelo y hacerse pedazos, cada cuchicheo como si estuviera al lado o como si fueran dichos a voz en grito. Las piernas me flaquearon y el dolor punzante en mi cabeza retumbó y retumbó, como si quisiera desgarrarme los sesos.

No pude soportarlo más, si me quedaba durante más tiempo en esa clase, mi cabeza acabaría estallando.

- Señorita Alicia. - me susurró el profesor Ignacio, ignorando de nuevo que en realidad ese no era mi nombre.

Acercó una mano con rapidez para tocarme la sien, pero la apartó en el último momento, ante el suspiro de alivio de los alumnos y alumnas presentes, recordando que yo tenía algo parecido a la peste invernal.

A continuación, salí corriendo del aula, abriendo la puerta con una rapidez increíble y como si me fuera la vida en ello. Nadie dijo nada al respecto, pero supuse que aquella escena sólo aumentaría mi mala fama. Estaba segura que las próximas semanas sólo se hablaría de la forma en que "la fría" había salido de clase.

Las lágrimas amenazaron con salir a borbotones, pero las contuve justo en el momento que pasaba por delante de una profesora que hacía guardia en el pasillo. Esta estaba ensimismada en el papeleo de exámenes que tenía delante, en una mesa grande y de color verde oliva. Se llamaba Ester y su vista era tan mala como sus oídos. Llevaba unas enormes gafas de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran mucho más pequeños de lo habitual en una mujer y se decía que nunca escuchaba los teléfonos móviles en clase o los cuchicheos durante un examen. Por eso, no me sorprendió que no se enterara de mi presencia cuando pasé por delante suyo para inmiscuirme en el lavabo de chicas, el único lugar que en ese momento me pareció adecuado para esconderme de todos, evadirme y olvidar lo que había ocurrido hacía unos breves instantes. Tenía quince años y eso significaba que no me dejaban irme a casa sin el consentimiento de alguno de mis padres, a no ser que saltara la verja del edificio, algo que no se me pasó ni por la cabeza en ese momento, vistas mis nefastas aptitudes deportivas.

Sin embargo, justo cuando puse un pie dentro, un fuerte olor a marihuana me hizo querer dar media vuelta. Arrugué la nariz e hice una mueca antes de decidirme finalmente a salir del lavabo, pero no pude llegar a cruzar la puerta de nuevo, ya que el grupo de chicas que había estado fumando me barrió el paso.

Las conocía muy bien, no era la primera vez que intentaban hacerme la vida imposible con sus comentarios crueles. Eran tres y todas ellas más mayores y altas que yo - aunque tampoco era muy difícil superarme en estatura, debido a que yo no superaba el metro sesenta-. Me miraron con una sonrisa maliciosa y aquello fue lo único que necesité para comprobar que se debían encontrar tan aburridas que no tenían nada mejor que hacer que amargarme la existencia un poco más.

Cada una de sus pestañas estaba pintada de un negro oscuro de forma exagerada, como si se hubieran pasado el rímel diez veces antes de venir a clase. Dos de ellas iban con el mismo pintalabios color rosa chicle y la restante tenía el cabello teñido de verde eléctrico e iba con un rojo muy chillón.

- Mirad chicas. - dijo una morena con el pelo muy rizado acercándose a mí, pero no tanto, ya que temía "contagiarse". - Es nuestra amiga: "Fría" - espetó con un odio incomprensible, ya que nunca les había dirigido la palabra ni hecho nada para convertirme en el centro de las burlas.

A continuación, sacó un cigarrillo con hierba del bolsillo y lo encendió con tranquilidad delante de mí, tragándose el humo y escupiéndolo a continuación en mi cara, haciéndome toser de nuevo.

Las chicas se fueron pasando el cigarrillo sin apartarse de la puerta, con suma tranquilidad, pero yo tan solo podía pensar en lo mucho que deseaba salir de allí.

Avancé un paso hacia ellas, intentando parecer decidida en el acto, pero ¿a quién pretendía engañar? Siempre había sido frágil y temerosa como un corderito y ellas eran leonas en comparación conmigo. Como era de esperar, se resistieron y lanzaron una carcajada.

No quería tocarlas, ya que con un simple roce podría congelarles una capa de la piel y nunca había tenido intención de hacer daño a nadie. Ese había sido mi gran miedo durante toda mi vida y si jamás había decidido defenderme había sido principalmente por ese único motivo.

- Estás enferma, no te queremos en este instituto ni en ningún otro, deberías quedarte en casa para no hacer daño a nadie. - me escandió la chica del cabello verde eléctrico.

Y eso era precisamente lo que siempre había querido, poder quedarme en casa y que mi madre se ocupara de mi educación. Sin embargo, eso era totalmente inadmisible e imposible.

- ¿Estás sorda? - espetó la otra chica.

- No, pero me gustaría estarlo. - rugí enfadada por sus acusaciones hacia mí, encontrando un valor que hasta ese momento había sido inexistente.

La sorpresa se internó en sus facciones y una de ellas elevó una ceja, pero aquello no fue suficiente para que me dejaran tranquila.

- ¿Tú eres teñida verdad? ¿O no? Tu cabello es casi blanco, antinatural y tus ojos tan claros y azules se parecen a los muchos que salen en la película "Guerra Mundial Z". – preguntó la que parecía ser la cabecilla del grupo.

No era la primera vez que se metían con mi físico, por eso no me sorprendió que dijeran que mis ojos eran como los de un zombi. En realidad, se parecían demasiado ya que a veces la pupila no se distinguía con el azul del iris, como si de vez en cuando se congelara o se nublara, pero sólo me ocurría cuando estaba triste, es decir, en la mayoría de los casos. También tenían razón en que mi cabello era tan rubio que parecía blanco en algunas ocasiones, pero por suerte no salía mucho en verano y no se me aclaraba más de lo normal. Mi piel al igual que el color de mi cabello, también era pálida y parecía enfermiza. Sin embargo, a pesar de que mi cabello fuera casi blanco, mis cejas no eran tan claras y podían distinguirse bien.

Suspiré con paciencia e intenté no tragarme el humo que con tanta parsimonia escupían de la boca.

- ¿Qué queréis? – pregunté, cansada de la situación.

"Será estúpida" escuché en mi cabeza la voz de la que tenía el pelo rizado.

"Ojalá a Brenda le dé ya por terminar esto, casi me toca antes" escuché otra voz.

No podía arderme más la cabeza en aquel momento, pero aun así intenté no gritar. Me estaba pasando lo mismo que en clase y no faltaría mucho para que cayera de rodillas en el suelo a causa del dolor.

Las chicas al verme la cara de sufrimiento fruncieron el ceño, extrañadas.

- ¿Fría? - preguntó una, y esta vez, sus ojos se encontraban un poco preocupados. Este hecho me habría hecho bajar la guardia en otra situación. Tal vez aquellas chicas no fueran tan crueles al fin y al cabo, puede que tan solo imitaran lo que hacía la multitud y no fueran conscientes del daño que podían hacer sus palabras.

Seguidamente, grité del dolor en medio del lavabo y rodeada de aquellas tres chicas, conseguí articular a duras penas:

- Dejadme salir.

Estaban tan asustadas que no pudieron moverse, ni siquiera parpadear.

- ¡He dicho que os apartéis! - les grité entonces totalmente fuera de mí.

Y entonces sucedió. Llevaba escondido tanto tiempo dentro de mí, que cuando ocurrió mi corazón dio un vuelco, espantado.

Había golpeado a una chica con hielo. Hielo que había salido de mí. ¿Cómo podía ser posible? Me miré la mano con la que había golpeado a la chica, la cual se encontraba ahora en el suelo e inconsciente y me asusté al ver que se había vuelto azulada y disponía de pequeños trocitos de hielo.

El pecho me subía y bajaba de forma frenética, ya que aquello era totalmente imposible. Sin embargo, era cierto y había testigos que lo habían presenciado.

Antes de salir corriendo de allí, solo pude escuchar los gritos de aquellas chicas.

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