21 Capítulo 20

Alice

Mi entrenadora Diana se quedó observando el sorprendente proceso en el que mi cara ya blanca, se volvía todavía más clara y de un color por si fuera posible aún más enfermizo. Un hecho que jamás hubiera creído que pudiera suceder debido a que creía firmemente que mi rostro no podía ser más claro.

- ¿Os encontráis bien? - preguntó visiblemente preocupada, como si el hecho de que me pudiera pasar algo mientras estaba con ella pudiera suponerle graves consecuencias.

Reaccioné a su voz con un asentimiento de cabeza, saliendo así del trance en el que había entrado en el momento que Diana me había explicado las capacidades de la Diosa Minerva.

Una parte de mí sabía que no podía ser posible que Julia hubiera sido poseída por un ser superior. Yo creía en la ciencia ciegamente, ya que eso era lo que me habían enseñado. No había crecido en una familia religiosa donde me hubieran explicado que el mundo había sido creado por un Dios y nunca tampoco había tenido ninguna señal que me lo demostrara.

Necesitaba pruebas y no podía fiarme tan solo de lo que una muchacha me decía haber hecho.

Diana no pareció muy convencida de mi asentimiento, pero no volvió a insistir.

Después de ese pequeño pero gran acontecimiento para mí, la chica se puso seria y me dijo:

- Veamos cómo se te dan las flexiones.

"Terriblemente mal" pensé para mis adentros e intenté disipar mis anteriores pensamientos de mi mente, ya que necesitaría mucho más que tener la cabeza en su sitio para lograr con éxito hacer una simple flexión.

Diana no tardó nada en colocarse en el suelo para hacerme una perfecta demostración de lo que tendría que hacer en escasos minutos.

Observé con detenimiento la curva de sus brazos al flexionarse, no una, sino que pude contar unas cincuenta veces. Lo hacía con una agilidad y velocidad inalcanzables para mí, sin que ni una gota de sudor resbalara por su frente. Yo, en cambio, por muy fría que pudiera llegar a ser, sí que estaba empezando a sofocarme tan sólo con pensar que tendría que hacer lo que Diana acababa de hacer con una gracia increíble.

Tragué saliva y me agaché, colocándome en posición de flexión. No sabía qué esperaba exactamente mi nueva entrenadora de mí, tras haberle enseñado lo que era capaz de hacer con el arco, por eso se me ocurrió después que quizá debería haberla avisado previamente de lo absurdas que mis aptitudes físicas podían llegar a ser.

Ya me había decidido a intentar hacer al menos una decentemente, cuando vi que Diana se giraba de repente con una sonrisa radiante en su perfecto rostro de tez morena.

Entonces, seguí la dirección de su mirada y la posibilidad de hacer el ridículo tan sólo delante de una persona se esfumó por completo al ver que Skay se encontraba en el patio trasero de palacio. Se acababa de sentar bajo la sombra de un árbol y a juzgar por la manera en cómo sus ojos cálidos me miraban, parecía realmente intrigado.

- ¡Skay! - gritó la muchacha al verlo y pude comprobar que sus mejillas se habían vuelto algo coloradas por su presencia.

- ¿Qué haces aquí? - le pregunté un poco molesta porque tuviera que contemplar lo penosas que eran eso que ni siquiera yo podía considerar flexiones.

Por sorprendente de pudiera parecer, el chico esbozó una sonrisa que me desarmó y me recordó un poco más a la persona que me había tocado, con cierto temor al principio, pero con dulzura.

Fruncí el ceño y parpadeé, como si la visión de aquella sonrisa me hubiera iluminado más de la cuenta.

- En realidad, no he podido evitar sorprenderme por tu gran habilidad con el arco. Te he visto desde un ventanal. - explicó su presencia ahí.

- Es un misterio para mí. - respondí algo cohibida, sentándome con las piernas cruzadas en el césped y olvidando que Diana me había ordenado que hiciera flexiones.

No pude evitar pensar que el chico arrogante que había salido echando humos del comedor no parecía el muchacho tranquilo que me dedicaba una hermosa sonrisa en ese momento.

Cuando se levantó del suelo, su pierna se tambaleó un poco y la culpa creció en mí. Por mucho que Skay se hubiera comportado de forma indebida conmigo, no se merecía que yo hubiera arrasado con un pasillo entero y lo hubiera pillado a él por en medio.

Por eso mismo, cuando Skay se acercó a nosotras un poco cojo, dije:

- Siento mucho que estés así.

El chico se quedó petrificado ante mi repentina disculpa y a pesar de que bajé la mirada justo al decir esas palabras, pude sentir su mirada ardiente encima de mí, escrutándome.

- Primera lección: Una reina nunca baja la cabeza. - empezó a hablar de nuevo, acercándose todavía más a mí e ignorando que Diana también se encontraba en escena. - Siempre debe de tener el mentón bien alto.

A continuación, sus suaves y grandes manos rozaron de nuevo mi piel, llenándome de una calidez extraordinaria.

Skay me levantó la barbilla con suavidad y me obligó a mirarlo. Yo me encontraba todavía petrificada por el hecho de que sólo él se atreviera a tocarme, así que me encontré perdida en la profundidad de su mirada y en lo que su simple tacto suponía.

Mi piel se erizó por completo y no sabría decir el tiempo exacto en el que permanecimos de esa manera.

¿Cómo podía aquel chico resultar ser tan arrogante y dulce a la vez? Quizá hubiera descubierto que mi debilidad era el simple tacto de su piel sobre la mía o quizá me sorprendería pensar que también era la suya. No era la primera vez que se atrevía a tocar mi piel, que por alguna extraña razón sentía que se relajaba con su tacto y perdía parte de su efecto congelador.

Diana rompió la extraña atmósfera que se había creado entre nosotros dos tosiendo intensamente, casi como si se hubiera tragado una mosca mientras Skay me miraba.

Dejé la cabeza bien alta, tal y como me había dicho el chico y poco después me aparté, todavía confusa por lo que Skay podía hacerme sentir.

Yo no era ningún juguete con el que jugar, por lo que di un paso atrás pensando que quizá para Skay lo único que yo fuera era un misterio para resolver y desinteresarse. Me sorprendí a mí misma al comprobar que aquello me indignaba por alguna extraña razón.

Siempre había estado sola y nunca había entendido a las parejas que se formaban en el instituto. Todas ellas me parecían falsas y sin ningún propósito aparte del simple hecho de decir que estaban con alguien. Lo que no sabían, era que en realidad siempre habían estado solas.

En todo eso pensé mientras me separaba de Skay. ¿Con cuántas chicas habría estado? ¿Y con quién se había quedado de verdad? Lo compadecí y sonreí antes de susurrar tan flojo de modo que tan sólo él me escuchara:

- No seré una más.

Eso fue lo que dije y ya en ese momento supe que sería fiel a mi palabra.

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