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Cap.1

Perfección, que es la perfección, sentado en aquel bello y refulgiante atrio rodeado de tantos, solo podía notar la perfección sobre el escenario, el hombre que parecía flotar mientras bailaba al compás de la música que lograba mover con sus notas bajo sus pies. La belleza de aquellos ojos grises no podía ser real, no quería que lo fuera.

"Mátame ahora, mátame ya", se repetía una y otra vez en su mente como si el mismo ser que ahora le parecía aun más hermoso, se contóneara por las esquinas, seguido de una tenue luz mientras gritaba en su interior. Finalmente mirándolo solo a él, solo a sus dulces ojos.

Palideció, una punzada en las sienes le quemaba, el encuentro visual era tan poderoso y penetrante que casi parecía que lograba mirar en su interior, quizás de alguna manera, el perfecto bailarín buscaba provocarlo, envolverlo con sus preciosas alas.

Su mente divago y dejó de pensar, no había nada, no había nadie más era solo él frente al escenario, podía sentir el calor del hombre que cada vez se acercaba más y más hasta él, ahí estaba sobre su rostro, solo sonriendo. Una sonrisa maliciosa y sensual, le alcanzó el rostro, podía sentir el suave deslizar de sus dedos por cada recoveco, lo miró aun más cerca, a punto de rozar sus labios.

¡Oh, dulces labios! Que no dejaba de desear, perfectos duraznos sonrosados, tersos y brillantes, lo deseaba esperando a que terminara por acortar de una vez la distancia entre sus rostros, un movimiento y aspiró fuerte, el aliento perfumado que lo atrapó, cerró los ojos y espero sentir aquellos labios.

Abrió los ojos, sintió su pecho agitado y su respiración que no lograba recuperar debido a su aturdido corazón que palpitaba acelerado. Sobresaltado, miró a los lados como si siguiera buscando aquel bello acompañante, se encontró a si mismo sobre la cama, había sido un sueño, de nuevo el mismo sueño, aquel que siempre asaltaba su perpetua inquietud.

A su lado la mesita en donde descansaban sus recuerdos junto a un vaso de agua, se limitó a beber dejando para otro momento la melancolía que casi siempre le acompañaba la misma que nacía justamente en ese lugar, siempre al abrir los ojos, se negaba a quitar la fotografía, después de todo era lo único que le quedaba de su familia, un recuerdo, la sombra de lo que alguna vez fue, la misma que ahora parecía seguirlo por doquiera transformada en pesadilla.

Se miró al espejo casi sonámbulo, apenas reconocía al hombre frente a él. ¿Cuándo había perdido su brillo? Tal vez fue en aquel momento en que abrió los ojos y se encontró bajo el agua intentando poder seguir con vida, por unos segundos se olvido de todo lo demás, incluso se olvido de que no viajaba solo en el auto.

La silueta de la mujer cayendo a su lado, estirando los brazos con los ojos abiertos y vacíos, era un recuerdo constante de su manifiesto egoísmo; el resonar del golpeteo tétrico sobre el cristal, las manos ensangrentadas del pequeño niño detrás, que lo miraba desesperado por una bocanada más de aire y él, solo lo observó, luchando contra sí mismo y el maldito instinto de supervivencia, pero aquel cristal jamás cedió, entonces lo miro perder el color en las mejillas, lo vio, cuando el alma se le escapaba del cuerpo.

Recupero el aliento cuando volvió a la realidad, el agua helada cayendo sobre su cuerpo desnudo le acariciaba, algunas cicatrices aun le acompañaban, las tocaba como si con eso se aliviará un poco el dolor que le quemaba por dentro.

El recuerdo del bailarín de sus sueños volvió y como si le llamaran por su nombre, volteo el rostro hasta donde la cortinilla descansaba sobre un viejo tubo oxidado. La silueta a la que estaba acostumbrado, imaginó verlo recorrer el pasillo de aquel humilde apartamento, silencioso cuál fantasma, siendo su consuelo, su único amigo.

Pero aquel consuelo a veces le incomodaba, le pesaba tanto como si lo cargara sobre los hombros, entendía bien que solo era su propia penitencia, aquella que le acompañaría por el resto de sus días.

Kim Seok–Jin, era reconocido por su labor dentro de la agencia federal de investigación, desde luego su trabajo justificaba su falta de tacto y empatía, después de tantos años bajo aquel cargo que le requería la mayor parte de su tiempo era de esperarse que terminara convirtiéndose en lo que ahora reflejaba en su rostro. El rostro de un hombre que perdió la alegría y los deseos, sin embargo aún existía dentro de él algo que le motivaba a seguir adelante, a pesar de que no tenia ya nada más que perder.

Sus ojos casi parecían ser los de un joven de treinta años, su fino rostro sin un solo surco alojaba una singular belleza que llamaba la atención por donde se le viera llegar. Era dueño de una voz dulce que calmaba aun en momentos de presión y sin duda su presencia, era tranquilizadora si solo se le contemplaba.

Pasaba horas encerrado en una oscura oficina de persianas polvorientas, observaba la gente que pasaba bajo la ventana imaginado que clase de vida podían tener, que seria de él de ser cualquiera de ellos que solo pasan andando sin saber lo que es capaz la maldad, él la había visto de cerca. No se atrevía a regresar los ojos al último archivo sobre el escritorio, el folder color ámbar que escondía una serie de fotografías bastantes gráficas sobre la muerte de un hombre de cincuenta años llamado Jung Ji–Ho. Parecía un suicidio pero SeokJin sabía que se trataba de algo mucho peor. Un asesinato.

La puerta dio un rechinido ahogado, volvió el rostro hasta el hombre que entraba con un palito entre los dientes, su fría mirada le heló la piel y sintió un escalofrío recorriendo por completo, su compañero solía despertar en el ese singular sentimiento que comenzaba a cansarle, pero no negaba que entre el montón de incompetentes que trabajaban en la policia Kin Nam–Joon era el más calificado para trabajar a su lado.

El par de ojos se encontraron antes de bajar la mirada hasta el documento que descansaba sin cesar. NamJoon estiro la mano hasta los papeles y echo un vistazo, no causaba un impacto en sus emociones, seguía tan frío como el invierno, quizás de alguna manera las imágenes le erizaban la piel al pensar el la sangre caliente saliendo de aquel cuerpo.

—Llegas temprano —soltó Jin regresando a la vieja silla de cuero negro que comenzaba a descocerse de un lado.

—No podía dormir — respondió su compañero tirando de la manga de la chaqueta para cubrir su brazo.

—¿Pesadillas?

—La misma de siempre, — dejó caer las fotografías con un sonoro golpe.

—¿Cuantos van en esta semana?

—Aún no recibí el reporte oficial, diez, quizás más, pero siguen descartando a un asesino serial, dicen que todo es mera coincidencia.

Jin torció los labios intentando no sonreír conocía los pensamientos de su compañero, y sabía que la coincidencia solo la podía ver él.

—Quiero ir a la escena, ¿dónde fue que murió? ¿Su casa, el trabajo?

—No has leído una sola página de ese reporte y quieres ir a la escena del crimen —NamJoon comenzó a reír — no dirás ahora que te retiras de este caso, solo tu puedes llegar al final de todo esto.

—Tu fe en mi es un halago, cuanta confianza tienes tu y todo el departamento como para apostar en que seré yo el único que atrapara a este loco.

—Podrían ser más de uno, una secta, un clan, las posibilidades son bastas, solo mira la forma en que actúan, esto no lo hace cualquiera es un trabajo impecable, dulce.

NamJoon pasaba los ojos por entre las imágenes difundidas por lo ancho del escritorio.

—No digas que encuentras arte en todo eso, — agregó Jin levantándo cada fotografía — esto no es más que crueldad, un acto de infamia y bajeza, la vida debería ser para protegerse y procurarse, en cambio, quien haya hecho esto, no merece más que el nombre de monstruo. Y lo encontraré.

NamJoon se limitó a pasar los ojos del escritorio a su compañero, no podía decirle que no en ese momento, su agotamiento interno no ganaría, acaricio el bolsillo que contenía la caja de cigarrillos que compró poco menos de una semana y que le tentaba cada día un poco más.

Era más que evidente la tensión entre ambos, se conocieron en el último año escolar, ambos eran tan distintos que llegaron a complementarse entre sí, solían pasear por los jardines del colegio y reír juntos, estaban convencidos de que su amistad seria de esas que duran y hasta ese momento aquella sincera promesa se había cumplido, aunque no de la forma en que esperaban.

Las diferencias entre ambos eran marcadas, SeokJin siempre fue el más privilegiado, familia adinerada y cariñosa, sus notas eran altas y siempre atraía las miradas de las niñas más bonitas, su amigo por el contrario, pasaba mala racha sus recursos eran limitados y la beca no era suficiente, se vio obligado abandonar sus estudios. Entonces como su Salvador SeokJin se ofreció a seguir pagando sus cuotas en secreto, lo salvo de una vida de perdición o al menos era lo que creía pues la adicción de NamJoon al cigarrillo fue inevitable.

En aquellos días hizo lo posible por ayudarle a dejarlo y lo hizo, NamJoon dejo a un lado su adicción para continuar en la academia de policia, sentía que le debía el favor al hombre que admiraba, quería ser como él, ganarse su confianza de nuevo, ser quien se mantuviera a su lado. Ahora estaba ahí, frente a frente, esperando para acatar las ordenes de alguien a quien no paraba de admirar aun a pesar del cambio repentino después de la trágica muerte de sus seres más queridos.

Jin se atrevió a sonreír al abrir la puerta — te veré esta tarde, consigue el permiso y llámame en cuanto puedas.

Cerró la puerta detrás de su amigo y se refugio de nuevo tras la ventana, veía de reojo el folder amarillo, se negaba aceptar lo que sus ojos contemplaban. Busco en el cajón el arma y la aseguro, su cincho ajustado estaba listo, las rodillas le temblaron, fue cuando volvió a él la misma mirada fugaz del hombre sobre el escenario, pero esta vez sus manos de dedos anchos se veían marcadas por la sangre que corría hasta sus pies en aquel teatro, y reía como desquiciado, su burla que no parecía molestarle, le seguía provocando.

Jin se froto los ojos con fuerza sacando aquellas imágenes de su cabeza, bebió agua hasta saciarse, la sed parecía quemarle más y más, su vista se nubló, la camisa parecía estarle sofocando, sus rodillas fallaron al sostenerlo y cayó sobre ellas tratando de sujetarse del escritorio que se escurría rápidamente por entre sus manos, estaba por dejar de respirar cuando las fotografías cayeron a su lado, el color de la sangre le lleno de nauseas y la punzada sobre las sienes apareció estaba por desmayarse cuando encontró un reflejo en el charco de sangre debajo del cuerpo sin vida.

La sonrisa con la que siempre soñaba se encontraba ahí delante de él, como una marca de agua en la fotografía, en el reflejo del carmín, el rostro del hombre que lo visitaba cada noche. Le pareció estar soñando y tiro con fuerza de su propia piel, la sensación dolorosa le avisaba que no era un sueño más, era real tanto como el claro reflejo que obsvaba más de cerca con un nudo en la garganta.

Paso los dedos por la fotografía esperando no fuera una equivocación, pero no lo era, estaba seguro de que no era un error, y no podía ser solo una casualidad, una estúpida coincidencia. Ahora le intrigaba saber, quien era aquel hombre de la foto, el mismo que bailaba en sus pesadillas y que lo atormentaba en la soledad de su apartamento. Que clase de ser podía sonreír en tan desastrosa escena, solo una clase, la peor de todas.

Recobró las fuerzas para levantarse ahora la intriga era su principal motivación, no era un caso que le apasionara, pero después de su descubrimiento solo quería conocer al autor detrás de todo aquello.