24 Todas las veces que quieras

Silencio. Eso era lo único que se adueñó de nuestro alrededor, de nuestro entorno. Pero dentro de mí había mucho ruido, la cabeza era un caos con un número sin fin de preguntas y una enorme preocupación al respecto.

¿Y cómo era posible que antes no se me había ocurrido preguntar? Tal vez por todo lo que ocurrió era que la pregunta se había escapado de mi mente, pero aun así, debí pensar en ella antes de hacerlo...

¿Qué sucedería si yo terminaba embarazada? Embarazada de un hombre que no era normal, que no era un humano promedia. No. Rojo era un hombre.

Pero cualquier hombre.

Todo su cuerpo, todo su interior estaba alterado genéticamente, y además, estaba contaminado. Él era carnívoro, tenía algo en su interior que lo deformaba. Sí Rojo se alimentaba de carne, ¿de qué se alimentaria el embrión? ¿Podría estar contaminado también? ¿Sobreviviría? ¿Podría afectarnos a él o a mí?

Demasiadas preguntas.

Aún no sabía si tenía algo dentro de mí, y esperaba que no fuera así, no porque no quisiera —que realmente no quería dentro de un laboratorio aterrador— sino porque no sabía que ocurriría después. No sabía nada al respecto.

Traté de relajarme, de no pensar en ello, ¿cuál era la probabilidad de quedar embarazada? Solo habíamos tenido sexo dos veces, él se había corrido en mi interior, probablemente nada sucedió pero, ahora, tenía que tomar precaución si queríamos volver a hacerlo.

Cosa que yo... quería repetir. Eso me perturbaba aún más. Me sentía insaciable, pero no debía moverme, debía tener fuerza para no menear las caderas ya que él seguía en mi interior. ¿Era acaso que el sexo con él me había gustado tanto? Sí, pero tal vez se debía a que no recordaba haber tenido relaciones con otro. O tal vez, solo se debía a otra cosa que todavía desconocía.

Traté de salir fuera de esos pensamientos, pero no pude concentrarme en ninguna otra cosa cuando los labios de Rojo rozaron mi cuello y empezaron a depositar besos húmedos, marcando cada centímetro de mi sensible piel.

Eran besos agradables, dulces. Me gustaban.

— ¿Tu tensión bajó?

—Sí, pero... —Sus besos subieron por mi mentón hasta mis labios donde saboreó mi boca con su lengua—. A pesar de que quiero más tengo que detenerme. Tu interior es tan delicioso que si me permito hacerlo otra vez, temo lastimarte de muchas formas porque sé que no me detendría.

Mis yemas se aferraron mucho a la piel de sus hombros, sintiendo la ronquera de su voz explorar mi cabeza en una clase de éxtasis que me dejó excitada. Y se debía a que él había soltado esas palabras contra mi boca con sus orbes oscurecidos por el deseo.

Menos mal que él quería detenerse, que si no fuera por él, yo estaba segura que no pondría objeción y no me detendría hasta que todo mi cuerpo desfalleciera y perdiera la consciencia. Solo así, me detendría.

Solo así sentía que me detendría.

Él tenía algo... algo que me hacía querer más.

—Tenemos que salir de la ducha—comente bajo, apartando sus labios de los míos—. O alguien podría entrar.

La comisura izquierda de sus labios se estiró en una sensual sonrisa que, aunque media, era suficiente para darme una descarga eléctrica en todo mi cuerpo.

¿Por qué me estaba sonriéndome así? Quería que no me sonriera así cuando aún estaba en mi interior. Sentía que me volvería loca si él seguía haciendo este tipo de cosas.

—Nadie entra cuando un experimento y un examinador están dentro del cuarto o la ducha, es una regla— Sus dedos, esos traviesos dedos de deslizaron por toda mi espalda hasta apretar mis muslos que seguían rodeando su torso desnudo. Tan solo apretarlos hizo que nuestros cuerpos se movieran un poco, y ese movimiento fue suficiente.

Solté un jadeo cuando algo muy extraño sucedió en mi vientre, mis músculos se habían movido editados, apretándolo un poco, enviado esa sensación placentera no solo a través de mi cuerpo, sino del suyo.

—Tú también quieres más— gimió, se mordió el labio inferior y antes de que algo más sucediera y me hiciera perder la cordura decidí levantarme con el cuerpo tembloroso antes de que fuera demasiado tarde, antes de que mi voluntad se fundiera en esa intacta sonrisa torcida en la que podía contemplar sus bellos colmillos.

Era una tontería. Antes aterrorizaban, pero entonces ya solo quería verlos por más tiempo.

Tan solo empecé a mover mis piernas para levantarme, Rojo me detuvo, tomó mis caderas y me regreso a esos centímetros que yo misma había creado entre nosotros y nuestra unión. Gemí al sentir su penetración cuando me pegó a su cuerpo caliente. Me inmovilice perdida en el éxtasis, en su calor en su dureza en la forma en que abrazaba mi cuerpo y depositaba besos por mi mejilla hasta lamer el lóbulo de mi oreja.

Ahogué un gemido, con solo ese toque de su lengua había logrado que mi vientre se calentara más.

No por favor, Rojo tenía que parar porque yo con él no podría detenerme. Mi interior lo aclamaba otra vez. Lo deseaba, ni si quiera habían pasado minutos desde que lo hicimos, y ya quería sentirlo más profundo.

Me sentía débil para detenerlo, hipnotizada por él, mi parte racional ya no tenía lugar en mí.

—Me aprietas tanto que no puedo más— ronroneo contra mi oído, mis músculos temblaron, se volvieron agua, ni siquiera pude buscar su mirada, su voz estaba derrumbando mi poca fuerza de voluntad. Y solo verlo estirar su brazo y abrir el grifo sobre nosotros para que el agua fresca nos mojara el cuerpo, me hizo saber que no se detendría.

(...)

Cinco veces.

Contando las repeticiones de la oficina, ya eran cinco veces y, por poco, una sexta.

Sería imposible para mí olvidarla las veces que Rojo se había venido en mí interior. Había sido magnífico, rotundamente esquicito sentir nuestras pieles desnudas y escuchar nuestros gemidos al unísono mientras nos besábamos pero, entonces había más razones para pensar que posiblemente yo estaba...

Que posiblemente yo estaba esperando...

¿Habría algo en el laboratorio que me permitiera saber si estaba en cinta? Pestañeé tantas veces pude, repentinamente en shock al llegar al final del corredizo de la ducha.

Habían personas ya recostadas, ocupando camillas y las sabanas del suelo, pero el problema y la causa de que quedara un poco desconcertada no era esa y mucho menos que ahora hubiera menos ruido que antes, sino ver gran parte del lugar oscurecido, con una que otra vela encendida.

—Al fin salen.

La voz de Rossi me tomó por sorpresa, incluso me hizo respingar en mi lugar. Estaba a nuestra izquierda, recargada contra la pared del otro lado de la entrada a la ducha de los hombres, con la mirada clavada en nosotros. Una mirada llena de una profunda curiosidad, muy peligrosa.

Muy extraña.

— ¿Qué sucede? —pregunté sin dejar de revisar al rededor y dejar la mirada puesta en la lejanía sobre unos hombres que hacían guardia junto a la entrada: uno de ellos estaba mirándonos desde su posición, con una postura tensa mientras apretaba el arma en sus manos. Era Adam—. ¿Por qué apagaron las luces?

—Son más de las 8 pm, nos dieron un descanso de tres horas para dormir, si es que se puede, claro— replicó en un tono monótono.

¿Ya era de noche? Aunque antes no sabía la hora, me desconcertó saberlo de ella. ¿Cuánto habíamos tardado en la ducha? Pero eso no era lo importante, lo importante era saber si ella nos había escuchado, ¿sabía que intimamos?

—Michelle me dijo que estarías aquí con Rojo 09— se apartó de la pared con una débil sonrisa en el rostro mientras se acercaba a nosotros—. Bajaste su tensión— esa no fue una pregunta—. ¿Cómo supiste qué hacer?

No sabía qué responderle. Seguía desconcertándome saber que haciendo ese tipo de cosas se liberaba la tensión, y simplemente saberlo ahora me hacía querer reclamarles.

—Nunca lo supe hasta que Michelle lo aclaró—comenté, sintiendo ese vuelco en mi estómago de solo pensar en la rubia.

—Sí, me contó— aclaró, ahora viéndome a mí—. Estaba muy molesta porque interrumpiste su trabajo. Todos saben que el botón rojo significa no entrar. Esa una clase de protección a la privacidad del examinador y experimento, y cuando alguien quebranta esa regla se le da un castigo, por eso nadie la pasa por alto.

— ¿Y viniste hasta aquí para decírmelo? —se me ocurrió preguntar. Ella negó al instante.

—Me gustaría hablar con ustedes en el cuarto que se les asignó, ¿está bien? No tomara mucho tiempo—soltó, y esperó a que yo dijera algo, pero solo asentí para verla después alzando una sonrisa apretada y dándonos la espalda para comenzar a caminar—. Pero es importante. Vamos.

La seguimos, y por supuesto, me hice muchas preguntas sobre lo que quería hablar con nosotros. Era inevitable no sentir esa inquietud acelerando mi corazón, porque por alguna razón sabía que ella nos había escuchado teniendo sexo, aunque, hice lo posible porque mis gemidos no fueran altos. Pero parece, quizás, que eso no funcionó de nada. Había muchas cosas que desconocía y una de ellas— la más importante—, ¿qué era lo que en realidad hacía un examinador? ¿Intimar, teniendo relaciones con su experimento o solo toquetearlo hasta hacerlo correr? Estaba muy confundida y estupefacta.

Cuando llegamos al pequeño cuarto que nos dieron, Rossi abrió la cortina y nos pidió entrar, lo cual hicimos enseguida. Y mientras ella cerraba las cortinas, Rojo la observaba con desconfianza mientras se sentaba sobre la cama con las piernas abiertas y las manos recargadas sobre sus rodillas. Quedando en esa posición, con una leve inclinación hacia adelante, hacía que los músculos de su abdomen se marcaran en la camiseta que llevaba puesta.

—Roger me pidió que hablara contigo, él debería hacerlo pero cree más correcto que lo haga yo, ya que fui la que te examiné—avisó, la sonrisa aún seguía en sus labios. Se acercó a la mesita, pero en vez de tomar asiento en las sillas, lo hizo sobre esta —. No records ni un poco lo que hace un examinador, eso lo sé....

—Pero ya sé un poco al respecto—respondí de mala gana, cruzando mis brazos—. ¿Por qué solo recurren a esa opción? —No hacía falta mencionar la palabra, ella sabía a qué me referia.

Sus labios se apretaron dando una mirada de rabillo a Rojo. Sin responderme, ella solo asintió con lentitud antes de tomar una fuerte respiración.

—Te lo explicaré desde el principio, así que escucha con atención —me pidió, más bien, para escucharla y no interrumpirla, asentí de inmediato—. Cuando la presión arterial está por encima de lo estimado, provoca taquicardia y otros síntomas. Uno de esos síntomas es la acumulación de la tensión, y sobre todo la sexual. Es algo que aún no entendemos del todo, pero le hallamos la solución. En un cuerpo normal la tensión se acumula en los músculos y es apenas mínima comparada con la tensión que se acumula en los experimentos.

«La tensión en los experimentos enfermeros se acumula curiosamente en el corazón antes que en los músculos del cuerpo o el aparato sexual. Si la tensión se acumula en ese sensible órgano y no es liberada, se detiene; y el corazón y cerebro son los únicos órganos que no pueden ser recreados ni regenerados por ellos mismos. Así que tiene que liberarle la tensión a tiempo. Existen muchas formas de bajar la presión arterial, haciendo ejercicio, dando una alimentación de verduras mixtas o... »

— Es absurdo— Negué, no pude escucharla más, así que tuve que interrumpirla: —. Dices que esas son las alternativas para bajarla, pero por lo que Michelle me dijo, eligieron algo más que no era necesario y que además él podía hacer por sí mismo y sin ayuda de nadie.

—El orgasmo si es necesario. Primero termina de escucharme y luego haces las preguntas, ¿está bien?

Pestañeé. Por primera vez— en lo poco que la conocí— su aspecto amable y dulce había desaparecido. Parecía haberle estresado mi comportamiento. Claro, sabía que no debía haberla interrumpida, pero había sido inevitable no hacerlo después de escuchar aquello.

Me tenía desconcertada.

—Te escucho—solté, y ella asintió otra vez.

—En los experimentos enfermeros blancos y verdes, si su presión baja, los síntomas también lo hacen, pero no sucede lo mismo en los experimentos rojos— ante su pausa, mi ceja se alzó. Mi menté no tardó en dispararse y procesar por poco que había dicho: ¿Por qué clasificar a los enfermeros por colores si al final todos curaban igual? ¿O había alguna diferencia entre ellos?—. Los experimentos rojos tienen una reproducción de sangre muy acelerada.

« Por minutos son capaz de reproducir más de un millón de eritrocitos, más de un millón de los solutos de los que su cuerpo se alimenta para mantener un equilibrio tanto hormonal como nutricional en su interior, por lo tanto la presión es más fácil de subir, acumularse y perdurar más.

Se descubrió que por medio de la excitación, toda esa tensión incremente, pero se acumula en su órgano sexual, y se libera por medio de la eyaculación. Por lo tanto se necesita de un orgasmo para bajarla, Pym.

Parece patético y bien dices absurdo. Y lo es, pero a veces no se necesita la lógica para entender algo, mencionando que ellos fueron creados con una genética químicamente alterada. »

Sentí que mi cabeza estaba siendo golpeada contra una enorme roca. No sabía en qué momento, incluso, había girado para compartir una mirada a Rojo. Rossi no parecía mentir y él estaba dándole la razón por la severidad en su mirada, por lo tanto todo lo que ella había dicho era cierto.

Su tensión no se bajaba con nada más que el tener sexo.

—Se nota que te he dejado en shock.

Y vaya que me había dejado estupefacta que ni siquiera pude pestañar esa vez. Sí, lo había entendido después de todo, pero seguía inquieta, no estaba del todo convencida.

—Supongo que todo eso ya lo sabía antes de perder la memoria—comenté volviendo la mirada a ella —. Pero no necesita de un examinador para liberarse.

—Por supuesto que no lo necesita—aclaró, confundiéndome—, puede hacerlo por sí mismo siempre y cuando lo quiera, y Michelle me dijo que él lo estaba haciendo por sí solo hasta que llegaste tú.

Hundí el entrecejo, la forma en que lo había dicho sonó como si le hubiese molestado que fuera a las duchas de hombre para interrumpirlos. Que no había ido con esa intención, sino porque habían pasado varias horas y Rojo no había vuelto al cuarto, estaba preocupada de que le estuvieran haciendo algo malo.

Por si fuera poco, se lo habían hecho. Y Michelle estaba bañándolo justo cuando él se estaba...

—Hay otra cosa que debo decirte— interrumpió mis pensamientos —. No puedes ser su examinadora.

— ¿Y eso por qué? —espeté la pregunta.

—No recuerdas nada. Hay muchos otros síntomas que se desatan cuando se acumula la tensión, y no es solo la fiebre. Si no lo ayudas correctamente podrías provocarle un infarto. Ya sabes a lo que nos enfrentamos y es importante mantener a los experimentos que ahora tenemos con nosotros salvos y sanos, así que Michelle estará a cargo de...

—Tú no vas a decidir sobre mí. Conozco mi cuerpo y los síntomas que se me provocan, puedo decirle a Pym cuando la necesite—finalizó Rojo, firme, severo y notablemente molestó. Incluso se había levantado de la cama, también con sus puños apretados mientras veía a Rossi. Ella, por otro lado, había enmudecido, sus ojos y boca abiertos, con el rostro pálido y sorprendido, seguramente ni un experimento antes le había levantado la voz. Ya ante lo había aclarado la molestia de Adam, cuando Rojo interrumpió diciendo que yo sería su examinadora—. No van a ponerme otra examinadora, será Pym, sí o sí.

Su determinación severa hizo que ella hundiera su ceño y bajara con impresión la mirada al suelo.

—Que los otros no escuchen esas palabras de ti o te torturarían—alertó, no gritó, no amenazó al igual que lo hizo Adam. Volvió la mirada a Rojo y arqueó una ceja—. Te excitas estando con Pym, ¿verdad?

—Mucho.

Ni siquiera pensó la pregunta, ni siquiera dejó pasar un nanosegundo para responder con esa firmeza que me robó el aliento y me dejó tan solo un instante helada para luego, calentar mis mejillas.

—Cuando te liberó la tensión, ¿tu orgasmo fue fuerte o...?

—Con ella tocándome lo tengo de inmediato, ¿esas es una clara respuesta? — soltó en un ápice áspero.

La risa de sorpresa que soltó Rossi me hizo sentir muy incómoda Busqué algo con que sostenerme cuando las rodilla se me debilitaron, no podía creer que Rojo respondiera así de fácil su pregunta y sin titubeos.

Y con la intensidad con la que respondía, era claro que ella no dudaría.

—Interesante—soltó en un tono divertido en el que quiso detener su risa—. Por lo general dejamos que los experimentos elijan a su examinador, aquel que les atraiga más para que su acoplamiento sea fácil— Cuando terminó sus palabras, dejó de mirar a Rojo, y me inspeccionó —. Él puede verse fuerte solo por el hecho de que puede regenerar sus heridas físicamente. Sin embargo, con el daño más pequeño que su cerebro o su corazón sufra puede cambiar su vida por completo, así de frágil son realmente los enfermeros rojos. Y si eso sucede, será tu culpa, ¿podrás con ello, Pym?

Dudé. Dudé demasiado cuando lo pensé por segunda vez, sintiéndome repentinamente asustada y preocupada, con los labios abiertos y temblorosos al no saber que responder.

No quería dañar a Rojo...

—Yo le voy a enseñar—interrumpió él, alzando su mentón. Mostrando, a parte de su seriedad y notoria molestia, que no le harían cambiar de opinión—. He memorizado los procesos que mi antigua examinadora me hacía.

No quise imaginarme lo que le había hecho en ese entonces. Cortarte dedos, sacar huesos, sacarle órganos, abrirte la piel... No, eso no quería hacerle yo a él.

—Como quieran—repuso, mirándolo con severidad en tanto se incorporaba y daba un par de pasos a nosotros—. Escuchen esta proposición que les tengo a los dos. , serás su examinadora para liberarlo de esa formas, e incluso hasta para darle las duchas y cambiarlo, pero, Michelle será su examinadora en todo lo demás—informó, esta vez no había sonrisa que pintara su rostro mientras se aproximaba a la cortina—. Así que Pym, aunque seguramente él ya te lo dijo, te lo recalcaré para aclarar dudas. Solo hay dos formas para liberar la tensión de los experimentos—soltó antes de correr la cortina y tragar con fuerza —. Tú eliges de qué forma quieres hacérselo, si lo haces con la mano, que es el método más utilizado; o si lo haces oral. Pero no vayas a consumir sus fluidos porque podrían provocarte ulceras en el estómago, igual está prohibido el sexo con ellos, podría sucederte algo grave.

Sus palabras, una por una, fueron cayendo sobre mí como icebergs, robando no solo la movilidad de mi cuerpo, sino mi respiración. Quedé helada, estremeciéndome a cada segundo conforme ella hablaba. Imposible. Rojo nunca me lo dijo y yo nunca se lo pregunté. Y ella, ya había respondido a mis temibles dudas. Prácticamente lo único que no se debía hacer con un experimento, era tener sexo con él...

Y eso, precisamente era lo que habíamos hecho.

Y eso, era lo que hicimos más de dos veces.

—No lo han hecho, ¿verdad? — preguntó, y supe el por qué lo hizo. Le había dado una mirada de shock que ella misma se encargó de reparar. Lo cambié enseguida y lo más natural que pude hacerlo antes de exponernos a los dos.

—No, claro que no—respondí lo más seria que pude, solo para escuchar un suspiro de alivio salir de sus labios.

—Ya que ha quedado claro iré a dormir, y deberían hacerlo también ustedes ahora que pueden—recordó, y sonrío levemente—. Descansen.

La cortina se cerró poco después de que salió, cubriendo su cuerpo entero y desapareciéndolo de nuestra vista, dejando solo un silencio frustrante cubriéndonos.

Sexo, no debimos tener sexo, ¿había algo tener relaciones sexuales con un experimento? Ella dijo que sus fluidos enferman al consumirlos, pero, ¿enfermarían si entran de otra forma a nuestro cuerpo? Tomé asiento en la cama, llevando la mano a mi frente y cerrando los ojos, tratando de tranquilizarme con todo tipo de pensamientos, pensando sobre todo, que posiblemente no afectaría en nada que Rojo se haya corrido en mi interior, pero no conseguí sentirme relajada.

Menos aun cuando las manos de Rojo, tomaron mis rodillas y separaron mis piernas para acercar su cuerpo a mí, y eliminar todo centímetro de separación entre nosotros.

— ¿Qué podría sucederme? —me animé a preguntar, sonando un poco asustada. Subí mucho mi rostro en busca de sus orbes, esa mirada reptil que me contemplaba desde lo más alto, con anhelo y dulzura.

—No lo sé—sinceró, sin dejar de mirarme con la misma profundidad. Entonces, otra pregunta picoteó mi lengua y fue imposible detenerla—. Creo que nada, no sería capaz de lastima...

— ¿Has tenido relaciones con otra persona a parte de mí? —Ladeó el rostro, haciéndome creer que no entendió mi pregunta—. ¿Te has corrido en el interior de alguien más?

Su mirada cayó al suelo repentinamente, y hubo un gesto de desagrado que enmarcó las arrugas de su frente.

—Algo así.

El aliento se me cortó enseguida.

No esperé su respuesta, y mucho menos la forma en que mi cuerpo reaccionó a ello con exageración, la forma en que sentí la parálisis en mi rostro o mi sangré siendo drenada, o como mi corazón dio un vuelco de dolor y regresará latiendo con fuerza y pesadez.

— ¿C-cuánta veces? —Odie que incluso el impacto de sus palabras afectara en mi voz.

Eso fue pasado, ya era pasado, pero lo peor, lo que me dejó desorientada era que su rostro congestionado, como si no quisiera recordar lo que sucedió aquella vez, me había demostrado que, al igual que con esa rubia, no lo disfrutó.

— ¿Le pasó algo a ella? ¿Sabes si tus fluidos le hicieron daño?

La verdadera pregunta que quería salir de mis labios era, ¿ella quedó embarazada? ¿Y si quedó embarazada se la llevaron, le hicieron algo? Pero simplemente no salió así. Sí su respuesta era sí, entonces debía ocultar el hecho de que habíamos tenido relaciones sexuales con él, para evitar problemas.

Hundió más el entrecejo, sus carnosos labios se apretaron, siguió mirándome, estudiando mi rostro en silencio hasta que, inesperadamente, se apartó de mí, como si hubiese encontrado algo.

—Ni siquiera llegué a la mitad, así que no lo sé—Su respuesta me dejó helada —. ¿Por qué me preguntas?—escupió y, a zancadas grandes, volvió a acortar la distancia entre nosotros, rodeando mi cintura para pegarme a su torso caliente, y tomando mi rostro para subirlo. Inclinó su rostro para estar a centímetros del mío y que nuestros labios se sintieran, tan solo se rozaron con su siguiente pregunta, y todo mi cuerpo se estremeció: —. ¿Piensas que te volveré como yo, Pym?

Se me abrieron con fuerza los ojos ante eso último. Jamás me había cruzado por la cabeza que él podría, incluso, contaminarme por medio de sus fluidos. ¿Podría suceder?

—Te arrepentiste, ¿no es así? — cuestionó, sus labios se torcieron en una mueca herida—. ¿Te arrepentiste de estar conmigo? Si te hubiera contaminado Pym, yo lo sabría enseguida.

Me sentí inquieta. Él tenía razón, si me hubiese contaminado él mismo lo sabría pero, tenía esa enorme duda también. ¿Sus fluidos podrían infectarme? Y si no era así, ¿qué más podría sucederme? ¿Me daría alguna infección, me enfermaría o quedaría...?

—No—respondí al instante, tratando de no elevar la voz—, no es eso—repetí, mirando hacía la puerta de reojo con el temor de que con tanto silencio alrededor, alguien a fuera escuchara nuestra conversación. Lo menos que quería en ese momento era que eso sucediera—. No me arrepiento.

—No sé si tener sexo contigo pueda afectar a tu salud, tampoco sé si pueda llegar a contaminarte, pero estoy segura de que no lo estas. El primer síntoma instantáneo es la disminución de la temperatura corporal y Pym... Estas muy caliente ahora mismo—le escuché decir en voz baja, acariciando ahora, con sus dos manos, mis mejillas. Sus caricias dulces y suaves me perdieron, me hundieron en un cansancio—. Aunque ella tiene razón, no puedo arriesgarte. Será mejor no tener sexo hasta que yo sane.

Esa decisión me sorprendió, más me sorprendió cuando terminó tumbando inesperadamente mi cuerpo sobra la cama. Se subió encima de mí, inclinando su cuerpo en mi dirección, acomodando una mano junto a mi cabeza para evitar que su peso cayera sobre mí, y la otra tomando mi mentón para poseer mis labios en besos lentos y profundos, besos sentimentales que me hicieron jadear en su boca. Esta vez, su lengua nunca tocó la mía.

—Pero al menos permíteme besarte todas las veces que quiera— susurró, su voz y su cálido aliento acariciaron mis labios, me hicieron cerrar los ojos disfrutando de esa leve caricia de ensoñación.

—Claro que sí, todas las veces que quieras—la respuesta... mi propia respuesta brotó de mis labios sin más, me abrió los ojos en blanco, asombrada, sintiendo esa mezcla de emoción y maravilla cosquillar mi piel a causa de lo que había confesado mi alma.

No estaba enamorada, pero, Rojo me estaba gustando. Sí, al final lo admití, él estaba gustándome. La forma en que me protegió desde un principio, la forma en que permaneció a mi lado y puso su vida en peligro solo por mí, la forma en que me trataba, lo que me decía, todo eso estaba atrayéndome cada a vez más a él.

Sus escleróticas iluminadas me hicieron tragar mis pensamientos. Esos bellos orbes carmín repararon en mi rostro con ilusión, una bella mirada que por ese instante deseé soñarla siempre. Volvió a besarme, sin desesperación, pero con una dulce necesidad de demostrar algo más. Eran besos tan suaves que parecían estar hechos de suspiros, besos que parecían dados para besar no solo los labios, sino el alma.

Cada vez más, cada vez que él me besaba estaba segura. Mi cuerpo lo reconocía. Sabía quién era Rojo y posiblemente quién había sido él para mí antes de perder mis recuerdos.

Se recostó junto a mí, en el poco campo que había en la cama personal, y, saboreando una última vez mi boca, se acomodó sobre la dura almohada y me sonrió. Una sonrisa que para cualquier otra persona sería escalofriante por como esas oscuras comisuras se marcaban en su rostro con ese par de orbes enrojecidos, pero que para mí, ahora, me resultaba bella y enigmática.

—Ven—pidió, abriendo sus brazos.

No puse objeción, ¿cómo hacerlo después de todo?

Me moví hacía él, acomodando mi cabeza sobre su pecho y abrazando su torso desnudo. Él me rodeó con sus fuertes brazos, dio un beso en la coronilla de mi cabeza y suspiró largo. Su calor abrazador se sentía bien, era confortante, me tranquilizaba.

— Esta es la segunda vez que te tengo así, Pym.

avataravatar
Next chapter