53 Mas como nosotros

Jamás odie tato el silencio como el de este momento. Un silencio tan aterrador y arrebatador que era capaz de arrancarme el alma de un segundo a otro, y volver mi cuerpo nada más que un cubo de horror.

Mis labios temblaron al ver que los de él se torcieron en una mueca apesadumbrada, el suspenso brutal que dejó al apartar su mano de mi vientre oculto detrás de la tela de mis jeans, me secó la garganta. Quise tragar, remojarla, pero no pude lograr tragar.

Rojo se vio la palma de su mano un momento, las yemas de sus dedos se rozaron uno contra otro y entonces los empuñó con una fuerza en la que sus nudillos se blanquearon y las venas de su mano se marcaron, se inflamaron. Clavó sus orbes en mí, con una imponente y penetrante mirada que me volvió un pequeño insecto a punto de ser pisoteado por la verdad.

—Quítate los pantalones— soltó la orden, espeso.

Pestañeé confundida, azorada y perdida. ¿Por qué quería que me los quitara? ¿Había algo mal? Qué importaba, ahora sabía que había visto algo... Algo que no era nada bueno pese a su reacción.

— ¿Que viste? — quise saber, mi voz tembló, ansiosa, nerviosa, muy asustada. Miró mi vientre de vuelta, él tenía el mismo susto que yo, solo que había otra cosa resplandeciendo en sus ojos que no pude reconocer en ese instante.

—No vi nada, pero estoy seguro que sentí...

— ¿Qué sentiste? — le interrumpí, sintiéndome sofocada por la forma en que se mantenía ceñudo, y su mirada, ahora perturbada, clavada en mi vientre.

—Bájate los jeans, te revisare— ordenó, una orden escupida con preocupación de sus labios. Lo vi acercarse, llevar sus manos a los botones de mis jeans cuando vio que no obedecí. Pero detuve el voraz movimiento de sus dedos que ahora estaban sobre el cierre.

—Primero dime que sentiste, Rojo— pedí, en mi pecho un susto se guardó cuando sus orbes carmín temblaron, aun mirando esa parte de mí—. Necesito saberlo.

Lo necesitaba, sentía que me volvería loca si no me lo decía pronto.

—Una temperatura— replicó severamente, enseguida en que la última gota de mi voz se esfumara de mi boca—. No es la primera vez que la siento, Pym.

El aliento se escapó de mis labios, eso no me lo había esperado, pero mi cuerpo lo recibió como una pelota recibiendo el golpe del bate. ¿Qué quería decir con qué no era la primera vez que lo sintió? ¿Qué otras veces lo sintió? ¿Por qué no lo dijo antes?

— ¿Qué? — exclamé. Absorta en mis pensamientos, no me di cuenta de que él había apartado mis manos para bajar el cierre y todavía, tirar de los jeans hasta dejarlos al inicio de mis muslos y descubrir la delgada prenda interior que cubría mi zona intima—. ¿Qué tipo de temperatura? Dime, por favor.

Se dejó caer sobre sus rodillas, su mano adentrándose un poco en la prenda con un sutil y caliente desliz, volvió mis rodillas como gelatina. Ocultó sus orbes debajo de los párpados, y se inclinó, acercando su rostro a mi estómago, dejando una distancia tan diminuta e inquietante en la que detuve mi respiración un par de segundos.

—Ro-Rojo...— rogué, dejando que mis manos se positivaran con duda sobre su rostro, ahuecando sus mejillas para alzarlo y obligarlo a abrir sus ojos, y mirarme—. Dime qué viste.

—Apenas es tibia— reveló, con un ápice de inseguridad—, es un calor débil, casi frío.

Iba a tambalearme si no fuera porque una de sus manos se había colocado en mi cadera para mantenerme cerca de él. Sus palabras me aturdieron los sentidos, hundieron mis oídos en un fuerte zumbido, fueron como piedras de hielo resbalando desde mi garganta hasta la boca de mi estómago, congelando todo a su paso.

Traté de no entrar en pánico, enloquecer soltarme a llorar, pero sentí que iba a explotar cada pate de mi cuerpo con su confesión, y mis ojos ya se habían humedecido pensando en lo peor.

Pensando en que al final, moriría.

— ¿Es-estas seguro que es esa t-temperatura? — tartamudeé, entenebrecida y temblorosa del frío que empezaba a invadir fuera de mi estómago, todo a causa de todo tipo de perturbadores pensamientos.

Apenas una chispa de mi razón manteniendo la calma cesó la preocupación y el caos en mi cabeza cuando recordé que él dijo que apenas era cálido, ¿no? Probablemente su temperatura aun no era del todo cálida debido a su pequeño tamaño, apenas estaba desarrollándose, debía ser por eso...

No era completamente frío, por lo que entonces no estaba contaminado, no era el parasito, ¿cierto? Rojo dijo que el parasito afectaba la temperatura de los huéspedes, bajaba la temperatura del huésped a un nivel en el que su desarrollo fuera rápidamente fácil, así que si tampoco lo veía era porque el desarrollo del embrión era lento o normal, ¿no es verdad?

Además, se estaba formando, su corazón apenas empezaba, no llevaba mucho tiempo embarazada, más de dos semanas, o tal vez ya un mes, el tiempo en el que me embarace de Rojo explicaba el por qué no se sentía su calor o por qué Rojo no podía verlo.

Debía ser esa la explicación. Mientras no fuera una temperatura igual a la de los muertos, todo estaría bien...

—Tienes algo dentro de ti que no puedo ver— Traté de tragar, pero otra vez los músculos de mi garganta no respondieron. Abrió sus párpados, la nueva mirada de arrepentimiento que llevaba se estampó contra mi pecho, hundiéndolo de dolor—. Apenas lo siento, pero no es normal, Pym, debo sacártelo, antes de que crezca y te last... — No pudo terminar de decirlo, parecía desorientado, aturdido.

Molesto consigo mismo.

—Piensas que es el parasito— No fue una pregunta, sino aclaración. Rojo llevaba una mirada conmocionada que era fácil saber lo que pensaba—. ¿Si fuera el parasito, no tendría que cambiar mi temperatura también?

Y de pronto, me estremecí de pies a cabeza, sentí una clase de derrumbe en todo mi interior cuando esa lágrima resbaló de uno de sus lagrimales, sin hacer pestañar sus parpados, manteniéndolos perdidos y endurecidos....

—Sabía que tu malestar no era normal— murmuró, llevando su mano a restregarse la frente—. Ella tenía razón, debí pensar más en protegerte... No en mí tensión.

Nuevamente estaba a punto de desorientarme. ¿De qué estaba hablando? ¿Cómo que pensar en protegerme sí eso es lo que había estado haciendo todo este tiempo? ¿O acaso se refería a lo que Rossi dijo sobre que debíamos cuidarnos porque no sabíamos si él estaba sano o contaminado?

Sí, apostaba por eso.

—M-mi sangre— susurró, y como si de pronto tuviera una idea, volvió la mirada del suelo a mi vientre—. Con ella puedo curarte, puedo curarte rápidamente antes de que algo grave te pase—Sus puños se apretaron, al igual que su voz se engrosó para soltar lo siguiente: —. No voy a perderte.

Se levantó, ni siquiera aguardo un segundo para que yo reaccionara cuando por segunda vez me tomó entre sus brazos y se encaminó con rapidez hasta la cama. Entonces, sus palabras se reprodujeron en mi cabeza, apenas comenzando a procesarlas, una y otra vez hasta tomarle sentido y sentir el escalofrío sacudiendo cada pieza de hueso en mi cuerpo.

¿Estaba diciendo que me abriría el vientre y sacaría lo que estaba dentro de mí tal como él hizo con el parasito? El miedo rasgó mi rostro con ese pensamiento, le clavé la mirada, viendo hasta en él el miedo y la desesperación consumiéndolo.

Eso era lo que él haría, abrirme el vientre y sacarme a su... Sacudí de inmediato la cabeza, negándome rotundamente a esa locura.

No podía dejarlo hacer eso, y aún si lo hiciera moriría al instante. No estaba segura si era un bebé sano, pero no vio una temperatura completamente fría en mi interior, por lo que no era el parasito. Rojo dijo una vez que la razón por la que supo que aquel hombre que golpeaba una de las puertas del área roja estaba contaminado, era porque miraba una segunda temperatura muy fría en su interior. Una fría temperatura. ¿Y cuánto tiempo llevaba contaminado el hombre? Seguro minutos, muchos minutos. Yo llevaba días con los síntomas, y Rojo apenas veía una temperatura cálida, débil, pero un calor apenas sentido.

Mientras la temperatura no fuera por completo fría y bajara mi temperatura corporal, no indicaría que bebé se encontraba contaminado. Además, el proceso de desarrollo de un feto con genética de un experimento, debía ser diferente al de uno normal. Las temperaturas incluso serían diferentes, ¿no era así?

Pronto sentí mi cuerpo siendo recostado cuidadosamente sobre el colchón, y tan solo lo vi trepar el colchón sobre mí, y acomodarse frente a mi estómago, con esa mirada paralizada y esos puños apretados, me senté de golpe.

—Rojo — le llamé, preocupada—. No estoy contaminada...— clarifiqué, sintiéndome más segura, esperando a que ese par de orbes carmín, perdidos en sus pensamientos, me miraran—. No estoy contaminada, lo sé.

Levantó sus hermosos ojos para observarme, una mirada atrofiada y quebrantada que me enmudeció por segundos. Podía ver lo mucho que le había afectado, era la primera vez que lo miraba como si estuviera a punto de perder hasta su propia alma.

— ¿Cómo puedes saberlo, Pym? —su cuestión aceleró mi corazón, lo aceleró de miedo. Tenía razón, no miraba temperaturas y mucho menos las sentía de la misma forma que él. Su mirada se dejó caer sobre mi vientre, ese ceño se frunció con más fuerza y sus dientes, ahora con forma humana, se apretaron—. Lo sentí, no puedo verlo, pero sé que te hice algo malo, te contaminé—soltó, con una fuerza que me hizo saber que estaba molesto...

Molesto consigo mismo.

Yo negué, con la cabeza en movimientos seguidos.

—No es así, no me contaminaste de ese modo, no tengo el parasito—hablé con tanta rapidez que no supe sí él llegaría a entender mis palabras.

— ¿A qué te refieres? Si no te contaminé de ese modo, ¿de qué manera crees que lo hice, Pym?

Para mi sorpresa respingó mi cuerpo a causa de sus gruñidas palabas en un amargo sarcasmo que me inmovilizó, y pestañeé por esa mueca—casi sonrisa—, estirándose de escalofriante forma en su rostro. Una clase de sonrisa que no espere jamás ver en él.

—Esa examinadora tenía razón—gruñó otra vez, moviendo sus brazos, enseñando sus puños, mostrándome lo afectado que el sentir esa temperatura en mi interior, lo había dejado. Estaba muy afectado—, cuando dijo que el parasito podría ocultarse en todos mis órganos. No pensé con otra cosa que no fuera intimar contigo, no te cuidé como debía hacerlo y ahora... ¡No quiero perder...!

—Solo déjame explicarte—le impedí terminar, acomodando mis rodillas como pudiera sobre el colchón, para gatear hasta él y estar tan cerca que pudiera sentir su exhalación cubriendo mi rostro. Tomé su rostro entre mis manos, acariciando sus mejillas con una delicadeza que lo hizo desinflarse en un largo suspiro entrecortado—. No es el parasito, Rojo, es otra cosa lo que hay dentro de mí... Es un bebé.

La carga que oprimió los músculos de mi hombro se liberó con esas palabras, y pensé que por un momento el gesto de Rojo cambiaría, pero mi confesión solo hizo que el brillo en sus ojos se desvaneciera, pareció congelarse un instante para que al siguiente sus cejas se marcaran sobre sus ojos, y la sonrisa extraña en su rostro se esfumara.

—Estoy embarazada de ti—mi voz amenazó con ahogarse, nerviosa aún temerosa de que no me entendiera. No parecía entenderme—. Creo que el motivo por el que viste tan débil la temperatura, era porque apenas se está desarrollando en mi vientre.

— ¿De qué me estás hablando? — La pregunta fue espesa, él se enderezó, tratando de guardar un poco de paciencia, pero su respiración seguía agitada, asustada—. ¿Qué crees que se está desarrollando en tu interior?

—Tú hijo—dije, tratando de verme lo más tranquila posible, pero en realidad dentro de mí, los nervios empezaron a consumirme al notar la manera en que su mirada se tambaleó en esa respuesta, tembló y miró a todas partes menos a mí—. I-iba a explicártelo, pero cuando supe que no sabías qué era un bebé o de dónde venían realmente, exploté haciéndote todo tipo de preguntas....

—Pym, pero tus síntomas...No—lo ultimó lo gruñó, apretó por tercera vez sus enormes puños y alzó la mirada, con el ápice de severidad y molestia—. ¿Es qué estas tratando de encubrirlo? Tu fiebre, tus náuseas y los vómitos...— Su mano volviendo inesperadamente a mi vientre, debajo de la prenda de ropa interior, me sorprendió. Más me sorprendió lo mucho que sus dientes se apretaron, y sus ojos se incendiaron de todo tipo de emociones—. No quiero perderte.

Mis labios se movieron sin saber que decir al principio, esa mirada estaba torturándome. En mi cabeza sus palabras se repetían, abofeteando mis sentidos una y otra vez.

—Está concentrado en tu vientre, puedo sentirlo en ese lugar solamente, y si logro sacarlo...

—Solo escucha, ¿sí? Voy a explicártelo con calma—apresuré a decir, alzando mis manos y exponiéndolas ante sus ojos como petición mientras me lamía los labios. La verdad es que no sabía cómo se lo explicaría, no había ni una sola palabra en mi mente y él no parecía para nada tranquilo, sino completamente confundido—. La razón por la que sé que espero un bebé, es por las náuseas y los vómitos. Es por esos síntomas que sé que espero un hijo tuyo, de otra forma ya habría intentado devorarme a alguien, o mi cuerpo habría mutado.

— ¿Y la fiebre? — No esperé ese síntoma—. Las altas temperaturas te dan cuando tu cuerpo quiere eliminar algún parásito, Pym.

No sabía realmente cuál era el motivo de tener fiebre, pero sabía que no estaba contaminada, podía deberse a otros factores... O tal vez mi cuerpo, rechazaba el embrión.

Oh, no, eso no podía ser.

— No lo sé, pero mírame Rojo, ¿parezco contaminada? — me señalé, él me observó, analizó en esa cercanía cada pulgada de mi rostro, luego me revisó al cerrar sus párpados, una y otra vez con lentitud—. Un parasito se reproduce rápidamente al estar en el huésped, y yo llevo días con los síntomas y que no veas mi temperatura baja quiere decir que no la tengo — Esas palabras enderezaron un poco su fruncir de ceño cuando abrió sus orbes, pero seguía preocupado, angustiado—. Tranquilo.

Dejé que mis manos tomaran otra vez su rostro, y tan solo mis dedos tocaron la húmeda piel de sus mejillas. Él rompió la distancia entre nosotros, dejando que su frente y la mía se juntaran en un cálido tacto que nos estremeció a ambos y lo hizo suspirar a él.

Cerró sus ojos e inhaló profundamente para volver a suspira, esta vez entrecortadamente, pronto sentí esos dedos deslizarse alrededor de mi cintura para rodearme en un abrazo que terminó acercarnos nuestros cuerpos hasta palparse.

—No quiero perderte...— por tercera vez suspiró—. Si te contaminas, si te pierdo... No sé qué haría sin ti.

Esa confesión tan entrañable, me hizo sonreír, brindando unas terribles ganas de que mis ojos me traicionaran y soltaran lágrimas. Algo que por el momento no quería.

Me animé a eliminar toda distancia para juntar nuestros labios en un beso que correspondió con una necesidad estremecedora. Un beso que se multiplico en besos lentos y dulces, profundos, en los que podía sentir el miedo que tenía...

De perderme.

—Estoy bien, te lo prometo—tranquilicé dando un corto beso para apartarme de sus carnosos labios y dejar nuestras frentes aun unidas. Abrí los ojos, y busqué los suyos que pronto me encontraron—. La vida que está dentro de mí, es tuya también, y no afecta en nada.

—Estas equivocada—asevero, apretando su agarre en mi cintura —. Las náuseas, los vómitos y la fiebre te dan porque te afecta, Pym.

Apenas sonreí a labios creados, negué levemente.

—Esos síntomas serán momentáneos, y se dan porque se desarrollará una nueva vida dentro de mí— No soné para nada segura, temía que a causa de esos síntomas los demás supieran que estaba embarazada de Rojo.

Además de eso, temía mucho ser una enorme carga para él, las cosas, aun saliendo de este laboratorio, serían las mismas. O mucho peor.

No era el momento de tener un bebé.

En estas condiciones, no se podía ni pensar en tener uno.

Demasiado tarde.

— No lo puedo entender, Pym—su confesión me sacó de los pensamientos, cuando devolví la mirada a su rostro, me di cuenta de que sus ojos estaban sobre mi vientre—. ¿Por qué hay un bebé dentro de ti? No entiendo cómo puede ser eso posible si me dijiste que venían de la incubadora, como yo.

Eso me abrió los ojos en par en par, quedé pensando en esas últimas palabras, cayendo en cuenta de que era cierto, había bebés creados en incubadoras, bebés artificiales. Y Rojo era uno de ellos.

—Sí, hay otra forma de crear bebés, ¿sabes? — Esperé ver una reacción en él, pero solo encontré su frente arrugada levemente, y esa mirada tratando de hallar una explicación en la mía—. Hay bebés que son creados en pareja, cuando esta pareja hace el amor, como tú y yo lo hicimos. Por eso te pregunté esa vez sí eras fértil—hice una pequeña pausa, sería—, la fertilidad es parte fundamental para crear bebés dentro de la mujer.

—Te hice un bebé—pronunció en voz baja, dejando que sus ojos cayeran en mis muslos.

—Así es... tú y yo creamos un ser vivo que se desarrollara dentro de mí—lo último lo solté paulatinamente, cayendo en cuenta de que sonaba tan irreal y despreocupada, como si nada fuera a suceder en el trayendo del embarazo, cuando todo lo peor podía acontecer de un momento a otro...

Y yo podría perderlo... O perder la vida.

Noté la confusión aún intacta en Rojo, sería difícil para él procesarlo, sobre todo cuando se diera cuenta de que tener un bebé en estas circunstancias, sería peligroso, devastador, ni siquiera sabía si sobreviviría.

—Tú me enseñaste un dibujo de un bebé en una de las historietas que trajiste para contarme—contó monótono, aún con el cejo hundido, apartó la mirada de mi muslo, y subió por todo el sendero de mi cuerpo hasta terminar sobre mis labios que estaban a centímetro de los suyos—, no lo recuerdas ahora, pero yo sí. Era tan pequeño y delgado—dejó un cortó suspenso para, esta vez, verme a los ojos, y tan solo lo hizo, cada pequeña parte de mi cuerpo tembló y se estremeció—. Dijiste que los bebés salían de las incubadoras, pequeños y delgados, pero si este bebé está dentro de ti, ¿cómo saldrá, Pym? ¿Cómo va a salir de ti?

La pregunta me inmovilizó un segundo, me sentí una piedra a punto de volverse tierra. Obviamente sabía cómo nacían los niños, pero explicárselo a Rojo sería difícil, ¿cómo reaccionaría al explicárselo? Aun había muchas dudas, y entre más le aclaraba sentía que menos querría saber de esto, solo ver su rostro ahora mismo, me tenía muy preocupada. Confundido y perdido, sin una mueca de emoción.

Estaba más que segura que ni siquiera sabía lo que significaba ser padre, y cuando lo supiera seguro que ni le sorprendería.

Estaba segura que empezaba que empezaría a pensar que un bebé en estos momentos, era impensable.

—De-dentro de nueve meses es cuando un bebé nace...—empecé con nerviosismo temblando en los músculos de mi garganta, y tan solo empecé a decirlo, varios golpes a la puerta me hicieron tragar el resto de la explicación, nos hicieron competir una mirada de sorpresa, e instantáneamente esa conexión se cortó para que Rojo torciera su cuello con fuerza y girara su rostro entorno a la puerta que estaba siendo golpeada.

Se alzó de un solo movimiento fuera de la cama y se encaminó a ella. Yo también bajé de la cama subiendo los jeans y abotonándolos, preguntándome quién era, pensando enseguida que seguramente era Jerry, para avisarnos que ya nos iríamos. Pero no fue así, no cuando Rojo abrió la puerta y dejó ver del otro lado un alto cuerpo masculino, cargando una pequeña caja de cartón en la que tuve una profunda curiosidad de saber qué había en su interior, esa curiosidad se esfumó cuando levanté un poco más la mirada y vi el rostro del hombre.

Lo reconocí enseguida, esa mirada zafiro era imposible de olvidar, siempre me llevaba a ese recuerdo, cuando él estaba a punto de dispararle a Rojo, y yo sentí tanto miedo de perderlo que me coloqué frente a él y alcé los brazos para protegerlo, según yo.

¿Qué hacía Roman aquí?

—Veo que cumpliste tu promesa de no comértela de una forma, pero al parecer ya te la has comido de otra manera muy lejos de dejarla muerta— Contraje la mirada con disgusto antes de acercarme rápidamente y colocarme junto a Rojo para ser analizada por esos zafiros.

— ¿Qué quieres aquí? —escupí la pregunta, mirando de reojo la caja para darme cuenta de que contenía agua y comida.

—Jerry me ordenó traerles su cena— informó en una mueca de labios. Estiró la caja hacía Rojo, quien pronto la tomó arrebatándosela de golpe con una severa mirada—. Pero todo es vegetariano, espero que eso ya no te importe.

¿Qué? ¿En verdad acaba de decir eso? ¿Era un idiota? Eso sí me molestó, y no fui a la única a la que le molesto, con solo ver de soslayo a Rojo y darme cuenta de cómo mantenía esa peligrosa mirada depredador clavada en él.

—Ya no me importa—respondió, en un tono frío—, ahora que estoy sano puedo mantenerla junto a mí para siempre.

Arqueó una ceja, la manera en que estiró una sonrisa de diversión a causa de las palabras de Rojo, me amargó la garganta. Abrió sus labios, y antes de que dijera algo, decidí hablar: Su

— ¿Viniste a entregarnos la cena o a ser un idiota? —cuestioné, mi tono de voz mostraba la molestia que él y su presencia habían creado.

—Ya soy un idiota, pero en realidad vine a dejar solo la comida—confesó, desvaneciendo la sonrisa—. Y a decirles que dentro de cinco horas nos iremos, así que tomen las mochilas que les dejamos en el baño, y guarden algo de la comida que le sobre.

—¿Ya terminaron de hacer la escalera? —quise saber.

—Hasta donde ellos midieron, sí—respondió él al instante.

—Ahora largo—soltó Rojo enseguida, acomodándose la caja debajo de uno de sus brazos para que con el otro pudiera tomarme del brazo y apartarme en un leve tirón de Roman.

Y en cuanto Rojo movió la puerta en un sutil movimiento de su pie para cerrarla, ese largo brazo masculino la detuvo.

—Entonces ustedes sí son pareja, ¿no es verdad? — inquirió, inesperadamente, volviendo a abrir la puerta—. Aunque se nota a simpe vista que ustedes dos tienen algo. Últimamente están habiendo muchas parejas así.

Logró hundirme el entrecejo con su comentario. ¿Así? Recordé al experimento naranja detrás de la pelirroja, ese mismo experimento al que Jerry giró a ver después de hacer su comentario. Solo recordar ese momento en que reparé la manera en que el experimento la miró por detrás... creo que era obvio que ellos dos tenían algo.

Fue inevitable no sentirme de alguna manera tranquila con ello. Saber que habían más parejas como nosotros...

Saber que había más personas que se dieron cuenta de que estos experimentos no eran anomalías, eran humanos, personas como nosotros.

— ¿Y a ti que te importa que seamos pareja? — espeté la pregunta mucho antes de que fuera Rojo quien se lo aclarara, porque estaba segura que lo haría y eso era lo último que yo quería—. Sera mejor que te vayas.

Ahora fui yo la que tomó la perilla de la puerta y comenzó a cerrarla. Sin embargo, por segunda vez, Roman la detuvo.

—Tranquila—bufó, y miró de reojo el pasillo vacío, cerciorándose de que no anduviera nadie cerca. Eso sí me preocupó—. Voy a decirles algo y tómenlo seriamente —la severidad se adueñó del tono de su voz, igual de su rostro cuya mirada había pasado de ver a Rojo a verme—. Aunque haya personas que les digan que las reglas ya no existen y que lo importante es salir de este lugar, voy a advertirle que tengan mucho cuidado... y se mantengan callados, sin besos, sin manos agarradas. 

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