29 Los celos de Adam

Desde que salimos de la oscuridad a la luz de un pasillo lleno de habitaciones, no podía dejar de ver su espalda. Su ancha estructura, su línea vertical que desaparecía con el encaje del cinturón de sus pantalones, esa línea tan marcada que, acompañado del movimiento de sus omoplatos, hacían lucir su cuerpo de una forma enigmáticamente imponente.

Aunque varias veces había visto su espalda, su cuerpo y su mirada, debía admitir que se sentía como si fuera la primera vez que lo miraba. Y solo no dejaba de hacerlo, de recorrerlo, de reparar, e incluso contar, cada uno de sus bellos tentáculos que colgaban desde sus hombros.

Tentáculos que con el paso de minutos, cada vez, se encogían. Estaba segura que si se encogían era porque sus brazos se regenerarían. Ojala fuera eso, deseaba que él tuviera sus brazos, solo así lograría esperanzarlo más.

Por otro lado, esos tentáculos me mantenían perturbada, solo saber que un parásito caníbal hacía que todo mi cuerpo se estremeciera. No dejaba de preguntarme lo que sucedería si esa bacteria crecía más en Rojo, además de que me preguntaba cuanto había estado creciendo dentro de él y qué tanto lo había lastimado. ¿Era a causa del parasito que sus brazos tardaban tanto en formarse? Debía de ser, no había otra explicación, tampoco para los agujeros en su estómago.

Esa maldita bacteria tenía que morir cuanto antes. Solo debíamos encontrar los cargadores y las baterías para regresar a la base, y entonces, combatiríamos el patógeno en Rojo... Sí, esa maldita bacteria moriría, y Rojo mejoraría...

Él mejoraría.

Dejé de mirarlo para poner atención a mí alrededor.

Era perturbador encontrar tanto silencio, ni siquiera nuestros pasos o respiraciones producían ruido. También era inquietante encontrar a Adam y a Rossi caminar con una tranquilidad y con sus armas colgadas al hombro, era como si hubiesen dejado de preocuparse por sus vidas. Mientras tanto, mi nueva arma, aquella que Adam me dio cuando salimos de la habitación, era apretada por mis manos, dirigiéndose a todas direcciones con el temor de que un monstruo saliera y nos impactara.

Además del silencio y la tranquilidad de Adam y Rossi, me intrigaba ver que en lo más alto de la puerta de cada habitación colgaba un pequeño letrero con un título diferente.

A parte de esos pequeños letreros, no podía ignorar la presencia de esas innumerables cámaras que cada medio metro que recorríamos se colgaban del techo, moviéndose levemente a los lado y siguiendo nos todo el tiempo.

Era escalofriante.

— ¿Qué es este lugar? — susurré en dirección a Rossi que se hallaba de mi lado derecho, mientras tanto, Adam a mi izquierda.

—Aquí no necesitas susurrar—habló monótonamente con una mueca en sus labios rosados—, este lugar es seguro, sus únicas entradas están bloqueadas. Es como un bunker, hecho de metales y algodones que absorben el ruido y ocultan las temperaturas, especialmente para ser habitado por experimentos adultos de todas las áreas—su respuesta añadió más intriga—. Nada puede atravesarlo, nada puede escucharnos o vernos, mucho menos entrar o salir de aquí si no tienen el código de acceso a esta zona, es como la base madre.

Miré el techo y las paredes sin soltar un poco el arma, sin confiar totalmente en las palabras de ella, ¿en verdad nada podía atravesarlas? ¿Era totalmente seguro? Pero, lo que más me sorprendió fue saber que existían habitaciones para experimentos... adultos, ¿eso quería decir que solo los experimentos niños y adolescentes permanecían en las incubadoras? ¿Cómo serían físicamente? ¿Se parecerían a los que vi en las incubadoras del área Roja? Eso experimentos de piel arrugada y cuerpo pequeño y delgado, ¿eran niños?

— ¿Tienen sus propias habitaciones? —quise saber, recordando que Rojo era un experimento adulto, Adam lo llamó así. Pero, era extraño porque Rojo me dijo que siempre había estado en y solo 57 veces fue liberado para ir a la sala de entrenamiento, ¿qué significaba esto? Era tan confuso.

Ella asintió:

—Cuando un experimento llega a su última fase de evolución, o sea, a su etapa adulta, lo liberamos de su incubadora porque terminó el proceso completamente del desarrollo de su organismo, y lo trasladamos a una habitación para emparejarlo con su sexo opuesto.

Emparejarlo con su sexo opuesto. Ella hablaba de un hombre y una mujer, ¿por qué razón los ponían juntos? ¿Era acaso para saber lo que harían? Pero claro que sí, algo me decía que no era para que los experimentos socializaran o tuvieran vidas propias, claro que no. Era algo más, y tenía que ver con la concepción, ¿no era así? Toqué mi estómago e hice presión mientras la palabra concepción se reproducía una y otra vez en mi cabeza.

Hasta este momento, no había sentido nada fuera de lo normal en mi cuerpo, solo esperaba que siguiera siendo así,

— ¿Por qué hacer eso? —pregunté aún a pesar de que ya me hacía una buena idea del por qué.

—Por años hemos intentado fecundar en el vientre de las hembras experimentos, los hombres son fértiles pero al momento en que los experimentos intiman, no hay concepción en la mujer. No hay fertilidad. Al principio hicimos las habitaciones para ese motivo, pero por tres años lo intentamos y no sucedió nada, así que solamente les dejamos hacer una vida un poco normal a los experimentos emparejados en esta zona —explicó—. Los del área negra son los únicos experimentos que no pueden ser emparejados con otra clasificación que no sea la suya.

— ¿Por qué?

—Porque los experimentos del área negra son demasiado agresivos en algunos aspectos íntimos, los naranjas también lo son pero al menos ellos saben controlar sus impulsos— esta vez había respondido Adam, hasta ese momento me di cuenta de que había estado escuchando nuestra conversación, y seguramente, Rojo también lo hizo.

—Y muy finos con los experimentos con los que quieren socializar—agregó Rossi.

Recordé entonces de cuando ella mencionó que los del área naranja eran los únicos que no se habían contaminado, ahora que podíamos hablar sin preocuparnos de qué o quién nos escuchara, quería saber todo.

—En los experimentos del área naranja el parasito no sobrevive, ¿por qué? Ustedes tienen a uno de ellos, ¿cómo supieron de que el parasito no sobrevivía en su cuerpo? ¿Era por la sangre acida?

— ¿Cómo sabes de eso? —remató Adam con una pregunta, acomodando su arma sobre su hombro.

—Rossi me lo dijo.

Adam lanzó una furiosa mirada de mí a Rossi, y ella se encogió de hombros con una larga sonrisa. Sus expresiones me confundieron, era un tema privado, al parecer.

— ¿Qué tiene de malo que ella lo sepa? —soltó con esa extraña sonrisa—. Al final 09 es su experimento.

—No es su experimento—espetó él.

—Sí lo soy—la voz de Rojo me calentó el pecho, subí el rostro para clavar la mirada en esa ancha espalda que no dejaba de moverse con el imponente caminar de Rojo—. Ustedes ya no tienen derecho sobre mí, ella sí— Adam abrió la boca, sus ojos parecieron querer saltar cuando lo escucharon, pero Rojo no le dejó soltar palabra cuando, al girarse y fundirlo con su endemoniada mirada, añadió: —. Ahora, ¿cuál es la diferencia entre los experimentos naranjas y nosotros? ¿Por qué el parasito no sobrevive en ellos?

Me preocupé al ver la forma en que se intensificaba su mirada hacía Rojo, la forma en que su mano apretaba su arma, y esa intención de hacerle daño emanando en sus crispados dedos. Me puse alerta solo si se le ocurría hacer una tontería, dando un paso más cerca de Rojo, ahí fue cuando sus orbes marrones se dejaron caer en mi dirección y esas cejas pobladas se hundieron con frustración.

—Yo también quiero saber eso—dije rápidamente antes de que Adam soltara la maldición que resplandecía en el apretón de su mandíbula. No le gustaba que Rojo se comportara así, pero me daba igual, tenían que aceptar que Rojo también tenía derecho a hablar—. Si el parasito no sobrevivió en un experimento del área naranja, quiere decir que su sangre puede servir para sanar a otros, ¿no? Pude ayudar a Rojo.

—Aquí no Pym, no estamos en territorio para sentarnos a charlar.

¿Sentarnos a charlar? ¿En serio? Mis dedos apretaron el arma, acto que él vio, pero no lo hice por una amenaza sino porque en verdad quería saberlo, al menos algo de lo muy poco que me han respondido de lo mucho que les he preguntado y me han evadido. Ya era hora de que supiera algo, y si no había tiempo para saberlo, entonces yo... haría ese tiempo.

—Claro que sí, ustedes mismos dijeron que nada entraba y salía de ese lugar—recordé, mirándolos con severidad —. Solo quiero una respuesta. ¿La sangre de los experimentos naranjas es lo que han estado utilizando en Rojo?

—Ni enloquezcas Adam—advirtió Rossi palmeando su hombro una vez que se acercó a él—, ahora que lo tenemos de nuestro lado y nos ayudó a salir vivos y llegar a esta zona a salvos, deberías responderle.

Adam negó con la cabeza pero no dijo nada, al menos por ese instante.

—Te voy a dar el honor de responder, hasta que lleguemos a nuestro objetivo, así que no dejen de caminar— soltó entre dientes, ni tardó un segundo cuando se lanzó a encaminarse sobre el pasillo, empujando a Rojo para apartarlo... Mejor dicho, para demostrar un poco de su enojo—. Caminen.

Caminar fue lo que no tardamos en hacer, con Rojo acomodándose al fin a mi lado logrando que con su acercamiento un par de sus tentáculos rozaran la piel de mi brazo. Pero no fue lo único que sentí en ese momento, sus tentáculos se deslizaron por mi muñeca, bajaron por mi palma y me estremecí cuando sentí a cuatro de ellos enroscarse a mis dedos con delicadeza y necesidad, en ese instante abrí los ojos y miré en esa dirección, imaginando como si por ese instante fuera su mano tomando la mía.

Tal como una pareja lo hacía. ¿Rojo y yo éramos ahora una pareja? Nunca hablamos sobre eso, ni siquiera sabía si él conocía el término pareja, ¿o sí lo sabía? Quería preguntarle, pero este no era el momento, no estando en compañía de Adam y Rossi. Rojo miró hacia adelante con sus parpados cerrados, al parecer tampoco creía, al igual que yo, que en su totalidad esta fuera una zona segura.

Poco después en que giramos a la izquierda, hacía otro pasadizo un poco más ancho que el anterior, Rossi comenzó a hablar respondiendo la pregunta de nosotros. Empezando primeramente por mencionar a las áreas en las que se mantenían los experimentos, y luego hablado sobre la diferencia de uno y otro, lo que al fin tanto quería saber desde un principio.

Me sorprendió saber que los experimentos blancos, verdes y rojos fueran hechos con el mismo propósito, pero unos más débiles que otros, eran todos enfermeros, los blancos eran únicamente hembras, enfermeras que reproducían tejidos nuevos tanto de órganos como de la misma piel, pero no curaban enfermedades como lo hacían los verdes o los rojos. Los rojos, eran los más fuertes de los enfermeros, y sobre todo, eran termodinámicos, algo que los blancos y verdes no tenían.

Después, estaban los experimentos del área negra y amarilla, los soldados de sangre fría, los de ojos negros carbonizados y lengua larga como la de una serpiente, igual a la de los rojos— eso me hizo saber que la lengua de rojo siempre había sido así de larga. Les llamaron soldados por la fuerza que tenían. Lo que Rossi dijo sobre ellos me dejó estupefacta, dijo que el parasito se reprodujo en los negros el tripe de veces en que lo hizo en un experimento de sangre tibia como los rojos, verdes y blancos, la hormona del crecimiento se alteraba y provocaba un aumento exagerado en sus extremidades o en el tamaño.

Dijo incluso que el experimento del comedor, era un experimento del área negra. Sus ojos carbonizados habían quedado ciegos por la alteración del parasito, algo que ni ellos mismo sabían hasta ese entonces.

Y por último los naranjas... Los experimentos de sangre acida y caliente, una pisca de sangre que cayera en tu brazo y la piel se te quemaba. Dijo que fue gracias a esa fuerza de sus eritrocitos y la forma alborotada en la que su corazón bombeaba la sangre vorazmente que el parasito no resistió ni la acidez ni la temperatura elevada y murió. Su sangre era la única gran diferencia entre el resto de experimentos.

—Su sangre es la solución para erradicar esa bacteria, pero si nosotros inyectamos su sangre a otros experimentos, no solo el parasito termina muriendo, sino los experimentos también.

El aliento se me cortó, ¿estaba diciendo que entonces no había solución para eliminar el parasito en Rojo? ¿Y entonces qué era todo eso del proceso? Iba a preguntar, cuando volvió abrir la boca, justo cuando una línea de voz salió de la mía con la intención te interrumpir.

Lo cual no sucedió al final.

—En pequeñas cantidades y diluidas se comprobó que no morían, así fue como sanamos a los experimentos que mantenemos aislados en nuestra base—dijo, mirando detrás de su hombro y al siguiente pasillo por el que nos adentrábamos.

No entendí, si la sangre de los naranja en pequeñas cantidades sanaba, ¿por qué inyectarle un sedante que disminuía el hambre en Rojo? Había algo que aquí no encajaba o ellos me ocultaban otra cosa.

—Entonces, ¿por qué esperar un proceso largo cuando pueden inyectárselo a Rojo de una vez y en pequeñas cantidades? —pregunté mi duda, apretando los tentáculos de Rojo y sintiendo la textura pegajosa de ellos. Nada cálida como sus manos.

—La sangre acida no solo quema los órganos hasta en pequeñas proporciones, inhibe la reproducción de los glóbulos rojos, o la regeneración—espetó Adam desde enfrente—. Si quieres que ese enfermero viva, tiene que ser a nuestra manera.

— ¿Y cuál es su manera? —soltó Rojo bruscamente la pregunta, su voz molesta me hizo degustar el sabor amargo en la punta de mi lengua.

—Tenemos que acostumbrar a su cuerpo a la sangre acida, entonces su cuerpo sufrirá los menores daños posibles—rebeló Rossi con calma—. El sedante que inyectamos en Rojo, tiene dos milímetro de sangre acida con una cantidad suficiente de la hormona leptina para saciar el apetito de los experimentos por unas horas. Ese es el primer paso Pym, no creas que no estamos ayudándole en nada, también queremos salvar a 09 porque nos es de mucha utilidad.

—Puede ser que su incapacidad de regenerarse completamente sea un síntoma de la sangre acida, porque esta sangre es dificil de combatir al igual que el parasito—Pegué la mirada en el arma de Adam, quien empezó a hablar una vez cruzado hacia el siguiente bloque de habitaciones—, si es así es seguro que en horas volverán sus brazos, si no fue así es a causa del crecimiento de el parasito en su organismo.

— ¿Si es a causa de el parasito, quiere decir que no volveré a tener brazos? — La pregunta había sido hecha por Rojo, en un tono grabe y ronco que me hizo girar para ver y contemplar su perfil, esa mirada carmín observando algún lado del pasillo.

Estaba preocupado al igual que yo.

—No sabríamos decirte, todo depende de cómo actué tu cuerpo—dijo ella. Miré la forma en que Rojo se mordía el labio inferior y pestañeó un par de veces—. Pero si pierdes tus brazos podemos ponerte unas prótesis, no sentirás el tacto completamente pero si lo mínimo para sentir que esos brazos son humanos, parte de ti.

Sus colmillos se enterraron en esos labios, miré con sorpresa como la sangre recorría esa piel enrojecida y manchaba, todavía, su mentón.

—Llegamos a las recamaras de los oficiales.

Pestañeé cuando de un segundo a otro, Adam aceleró su caminar y cruzó junto a Rojo. Le seguimos con la mirada y como él se acercaba hacia un par de puertas donde colgaba un pequeño letrero nombrado como habitación de oficiales que terminó abriendo enseguida, mostrando una fila de camas acomodas del lado derecho y otra del lado izquierdo, acompañadas cada una por un enorme mueble de cajoneras.

Era una habitación completamente ordenada, como si no hubiese sido tocada por bastante tiempo.

—Vamos—ordenó, haciendo una señala antes de que se adentrara—. Encontramos lo que necesitamos y larguémonos de este lugar.

Rossi le siguió enseguida, eso era algo que haría también pero antes me acerqué a Rojo que observaba el resto de las habitaciones de adelante, dándome la espalda. Me atreví a acercarme por detrás, mirando de reojo a la habitación en la que entraron los demás, y cuando estuve tan cerca de él, toqué su espalda, de inmediato, sintiendo lo tenso que se ponía.

— ¿Qué sucede? —susurré mi pregunta, deslizando mis yemas por su espalda baja.

Mi pregunta rebotó en alguna parte del largo pasillo blanco, una pregunta que no fue respondida en seguida y que a causa de eso me preocupé. Rodeé su cuerpo hasta tenerlo de frente y encontrarlo analizando— con la mirada oculta debajo de sus parpados— el lado derecho de las habitaciones. Llevaba un fruncir de cejas que me perturbó pero seguramente solo era que estaba revisando.

Rápidamente, mientras seguía en espera de su voz, miré a su estómago, a esos pequeños agujeros libres de tentáculos que ya empezaban a cerrarse, sentí un pequeño alivio y le devolví a su rostro.

— ¿Esta todo en orden? —toqué su cálido pecho, logrando que así él bajara la mirada y elevara un poco las comisuras de sus labios.

Una sonrisa apenas visible, cálida y sincera que me estremeció. Una sonrisa que después tembló como si quisiera desvanecerse cuando volvió a ver detrás de mí.

—Sí—respondió, pero noté esa duda, y fue lo que me hizo girar a ver. A pesar de que el pasillo estaba vacío, no sabía si podía decir lo mismo del resto de las habitaciones que ni siquiera paramos a revisar.

— Pym, te queremos buscando con nosotros—La voz de Rossi me sorprendió, estaba a la entrada de la habitación de los oficiales viéndonos a ambos, con el arma golpeando levemente la palma de su mano—. A ti también, 09, necesitamos que busques con nosotros...

—No—espetó. Vi la forma en que respiró con fuerza desde su nariz y suspiró, tensando aún más su cuerpo sin dejar de ver hacía esa parte.

— ¿Y por qué no? —Quiso saber ella.

—Yo me quedaré aquí, cuidando—la fuerza de su voz al interrumpirla hizo que Rossi arqueara una ceja y asintiera.

—Tienes razón, quédate aquí, aún si es un lugar seguro, nunca falta encontrarnos con algo extraño. Vigila —pidió esta vez—. Vamos, Pym.

Asentí y ella se adentró nuevamente antes de darnos una advertencia con la mirada. Fue cuando volví a ver a Rojo y darme cuenta de que no le quitaba la mirada de encima a las otras habitaciones. Su extraño comportamiento estaba inquietándome, poniéndome nerviosa, así que volví a preguntar:

— ¿Hay algo ahí?

Un par de sus tentáculos tocaron mi mejilla, en una débil caricia y me hizo respirar por la boca. Él se inclinó, pero no me besó. No lo hizo a pesar de que lo esperaba.

—No, solo vigilo—respondió rápidamente, pero a pesar de la firmeza de su voz, no supe si creerle—. Busca con ellos, yo cuidaré de ustedes.

— ¿Estás seguro que quieres quedarte aquí?

—Sí—esfumó la pregunta de sus labios, sin más.

(...)

Resultó que la habitación de los oficiales era como el interior de una enorme casa, dividida en cuatro salones. La principal era la recamara; la segunda la cocina con comedor que era mucho más grande que más grande que otras cocinas que con anterioridad había visto; las otros dos, y ultimas, eran los baños y las duchas para hombres y mujeres, separadas una de otra. Adam me pidió que empezara a revisar con él todas las cajoneras junto a las camas, mientras Rossi merodeaba en la cocina en busca de provisiones.

En cuando ella se fue, traté de ignorar la presencia de Adam, solo pensar en que la envió para dejarnos a solas, me puso incomoda. Posiblemente estaba siendo una tonta por pensar así de él, pero era inevitable sabiendo que... de alguna forma él quería hablar conmigo otra vez sobre el tema que dejamos en la base.

Como dije, traté de ignorarlo, concentrarme en encontrar de una vez los cargadores o baterías que Adam necesitaba para que regresáramos. Entre más rápido lo hiciéramos, Rojo tendría más posibilidad. Pero conforme curioseaba en cada mueble, tuve repentinamente, la extraña duda de que después de tantas habitaciones que dejamos atrás, solo revisáramos esta.

— ¿Por qué no revisamos las otras habitaciones? —pregunté a Adam, ya que era el único en esta enorme habitación, y no hacía falta buscarlo para saber que se encontraba en la hilera de camas que se extendían del otro lado de la habitación.

Hubo un silencio que se acalló enseguida escuché como se le caía a Adam algún objeto del mueble que revisaba.

Al no escucharlo responder, supuse entonces que debía sentirme tranquilo y mis pensamientos solo se estaban volviendo locos con que él querría hablar a solas conmigo.

Mientras tanto, yo abría el primer cajón del siguiente mueble, y buscaba algo servible entre todas esas esas camisetas que me hicieron pensar instantáneamente en Rojo. Si la ropa de color pintaba su piel, entonces debía utilizar ropa blanca, ¿no? ¿O también le pintaría la piel? Lo curioso era saber por qué pintaba su piel. Saqué una camisa aparándola definitivamente para él, y colgándola como sudadera alrededor de mi cadera.

Me incliné un poco más y abrí el siguiente cajón donde un montón de bóxer de todos los colores me pusieron a curiosearlos. Rojo tampoco llevaba bóxer puestos debajo de esos pantaloncillos, ni siquiera le habían dado unos. ¿Él no se sentía incómodo sin bóxer? Aunque apostaba que o había utilizado unos en su vida. ¿Sería bueno si le llevaba unos? No, no, pensar en hacerlo utilizar unos calzoncillos que fueron utilizados por alguien más, era asqueroso.

—No le damos a los experimentos cargadores ni baterías...—su respuesta al fin se escuchó después un minuto de silencio, en un tono espeso y endurecido como si estuviera molesto.

Desde que conocí a Adam, siempre había estado molesto, no sabía si naturalmente él era así, se comportaba con esa severidad y seriedad o era acaso que todo se debía a un motivo, ¿por mí o por Rojo? Era obvio que por los dos, pero más que nada por mí.

La maldita incomodidad volvió con solo pensar en eso, algo muy dentro de mí, se rehusaba a preguntarle. No sabía si era porque le temía a lo que cambiaría o porque ya no quería saber nada al respecto.

— ¿Es para el enfermero? —Confundida giré a verlo, él se encontraba dos muebles de terminar de revisar, ¿y todavía no encontraba nada? Mi respuesta fue respondida enseguida cuando vi un cargador junto al arma en la cama detrás de él—. Te preocupas mucho por él, ¿no es así?

Su voz cambió tanto que me sorprendió por un momento. ¿A dónde se había ido su voz seria? Ahora su voz mostraba el miedo de saber la respuesta a su pregunta.

Oh no. Quería equivocarme con todo esto. Respiré profundamente cuando sentí la tensión en mis músculos y seguí buscando en el siguiente cajón.

—Sí—la respuesta estuvo a punto de atragantarse en mi garganta. Me preocupaba por Rojo, porque no lo miraba como ellos lo miraban a él, como si fuera un objeto nada más, algo que para mí no era.

Él era una persona como todos nosotros.

Abrí el cajón de abajo restándole importancia a su silencio, y solo ver lo que se extendía sobre unas revistas porno, mis cejas se extendieron sobre mi frente con impresión. Se me olvido hasta la presencia de Adam cuando extendí mis manos y tomé esa tira larga amarillenta de anticonceptivos.

Condones.

¿Qué persona se atrevía a tener condones en una zona como esta? ¿A caso tenía relaciones sexuales estando en esta habitación? Aunque seguramente no había persona que pudiera soportar tanto tiempo no tener relaciones sexuales con su pareja, estando aquí abajo, en este laboratorio.

La ansiedad corrió hasta mis pulmones de inmediato, agitándola además de acelerar el latido de mi corazón cuando no dude en guardarlos en el bolsillo de mi pantalón. Eran condones, no estaba utilizados, su empaque no estaba vencido, funcionaban.

Rojo podía utilizarlos.

— ¿Te gusta, Pym? —Mis brazos dejaron de moverse—. ¿Te gusta ese experimento?

Se me secó la garganta, no esperaba que me lo preguntara, no así, no aquí, me había tomado por sorpresa. Cerré el cajón lentamente y abrí el último, y mientras buscaba lamí mis labios tratando de hallar una respuesta. La verdad no quería responderle, no sabía cómo hacerlo. Sentía que la voz se había escapado de mi garganta.

Una sola pregunta se proyectaba en mi cabeza, tamborileando hasta las zonas más oscuras. ¿Entonces nos había visto besándonos en la habitación? Quizás, o tal vez solo se debía a que era porque se notaba. Después de todo se notaba los sentimientos de Rojo hacía mí, y se notaban los míos... hacía Rojo.

Él me gustaba.

—Te digo algo, pensé que después de todo preguntarías algo sobre mí—soltó, el sonido hueco que emitió el cajón que cerró, hizo que los huesos saltaran debajo de toda mi piel.

Cerré el cajón, también, y giré para verlo una vez que me incorporé. Sus orbes marrones había estado esperando a conectar con mi mirada, y cuando lo hicieron sentí una extraña ráfaga helada estirarse en mi columna vertebral.

— ¿Preguntar sobre ti o sobre nosotros? —pregunté, pero me arrepentí de haberla hecho cuando vi su rostro congestionado, como si mi cuestión le lastimara.

Un largo suspiró fue soltado de sus labios, bajó el rostro por un momento y negó haciendo una mueca apretada.

—Después de cómo me comporté contigo cuando nos encontramos y de que reaccionara así contigo al verte con él, ¿no tuviste curiosidad de por qué lo hice? — cuestionó en un tono irritado, elevando nuevamente su rostro y tratando de encontrar algo en el mío.

Algo que no halló.

Sentí una culpa pesando en mis hombros y esa inestable opresión en mi estómago, tal vez estaba siendo egoísta, y no querer saberlo hizo que lo lastimara a él

—Me sentí celoso y ridículo, sé que te grité y no te creí, pero pensé que preguntarías. Parece que te interesa más ese experimento que saber de tu pasado.

Celoso... Celoso... Fue suficiente para otra vez aclararme que éramos algo, que tuvimos algo antes de que me olvidara de todo.

— ¿Qué sabes tú de eso? Siempre he querido recuperar la memoria pero solo no puedo, ¿entiendes lo frustrante que es no recordar nada?—solté tratando de no sonar molesta —. He sentido curiosidad, sí, pero no solo de nosotros, sino de todo esto y trato de no confundirme. Hubo tantas cosas de lo que debíamos preocuparnos que reste importancia a mi memoria perdida para sobrevivir—sinceré, en un tono bajo, sintiendo ese temor de escucharlo de él.

— Pues hazlas—exclamó, golpeando las palmas de sus manos contra sus muslos—, nada pierdes con preguntar de una vez por todas, yo puedo responderte. Aclarar tus dudas, todo.

Mi corazón se contrajo cuando lo vio rodear la cama y cruzar hacía mi dirección con la mirada tan fija en mí que me inmovilizo en mi lugar.

— ¿Qué quieres que pregunte? — poco faltaba para que me trabara cuando ahora era menos de un metro de separación para tenerlo frente a frente.

—Sobre nosotros Pym.

La forma en que Adam pronunció mi nombre me dejo desorientada, me noqueó la manera en que su voz se reprodujo tatas veces en mi cabeza, de todas las formas que tuve que sostenerme del mueble detrás de mi para no caer al sentir la presión de sus voces trayendo una punzada de dolor a mi cabeza.

— ¿No es eso lo que querías saber esa vez en la base? — hizo la pregunta en un tono bajo y leve, y las voces de él nombrándome, gritándome, pidiendo que le escuchara, empezaron a disminuir, a desaparecer, dejando el eco de unas última voz masculina que mostraba su desesperación por detenerme.

Pestañeé, confundida, perturbada por esos sonidos, ¿por qué no solo podía recordar todo en vez de ver sombras y recordar su voz? Era frustrante y muy confuso. Sentía que enloquecería. Traté de enderezar mi cuerpo y recuperar mi voz, aclarando mi garganta.

— ¿S-sobre noso...?—hice una pausa, miré hacía la puerta y respiré profundamente olvidando mis pensamientos o esa parte de mí que me gritaba que no siguiera con esto.

Mejor era saber de una vez que ignorarlo y pasarlo de largo, eso solo empeoraría las cosas, y tal vez si yo sabía lo que éramos él y yo, tal vez recordaría.

Deseaba recordar, así no me sentiría tan perdida, entendería tantas cosas.

—Dímelo, dime que es lo que teníamos.

No fue sino hasta que dio un par de paso que lo tuve a centímetros de mi cuerpo, con su enorme altura me hizo subir mucho el rostro pero no tanto como lo había hecho con Rojo. Sin embargo no podía ignorar esa sensación incomoda que seguía entre nosotros, y algo más que no pude explicar y que no me permitía reparar en su rostro como otras veces, y menos hundirme en esa mirada marrón que me contemplaba a cada milímetro con una necesidad implacable.

— ¿Teníamos? —repitió gravemente.

Un escalofrió que inicio desde la punta de mi cabeza, bajó hasta la planta de mis pies cuando sus nudillos, inesperadamente, acariciaron mi mejilla. Tan inesperado que mi cuerpo se tambaleó y di un paso atrás, o eso intente cuando me di cuenta de que había quedado acorralada contra el mueble y por su cuerpo emitiendo calor. Un calor que hacía temblar mis músculos de tal forma como si estuvieran a punto de romperse.

Apartó su mano, y estiró sus labios en una leve sonrisa, triste y desconsolada. Pude ver, la sinceridad en su mirada, lo mucho que le lastimaba que yo no recordara y que me apartara de su tacto, pero era algo que no podía aceptar. No lo recordaba y además...

—Tuvimos tantos problemas los últimos meses, y nos distanciamos pero jamás terminamos nuestra relación—confesó, sin dejar de observarme, sin dejar de dibujar mi rostro con cada pequeña parte que sus ojos recorrían.

Noviazgo. Teníamos un noviazgo, era eso. Sentí que mi mente se nublaría pero no sucedió, esto no me sorprendía... Me decepcionaba, porque ya lo sabía.

— ¿Qué sucedió? — pregunté en voz muy baja, repasando como su pecho se inflaba y exhalaba con lentitud, y un aliento con olor a menta desprendió de esa exhalación, abrazando mi rostro por completo.

Me estremecí, cuando nuevamente acarició mi mejilla, pero solo una caricia con su pulgar para dejarlo sin movimiento sobre esa zona de piel.

—Nos veíamos muy pocas veces, había noches que yo no llegaba a nuestra habitación— El aliento se me corto, ¿dormíamos juntos? —. Y cuando regresaba, tú ya estabas trabajando, eran horarios pesados hasta que llegó un momento en que parecíamos extraños, pero nunca olvide que...

— ¡Encontré latas de carne en aceite! — el grito femenino de Rossi lo hizo retroceder a pasos largos hasta estar fuera de la cama, confundiéndome su repentina acción.

Miró hacia la puerta por donde la pelinegra apeas salía con algo de emoción sacudiendo unas latas entre sus manos.

— Gracias a Dios que encontramos carne para el enfermero, esto nos ayudara a tranquilizarlo en dado caso de que los sedantes se terminen o su ansiedad aumente—canturreó, dejando las latas sobre la cama más cercana a ella descolgando su mochila para guardarlas.

—No se las darás, las tomaremos para el grupo—advirtió Adam, cruzando sus brazos y observándola.

—Son más de diez latas en el pequeño comedor, tomando en cuenta los cereales, botellas de agua, verduras enlatadas, atún, y todo lo demás que se encuentra en el almacén del lugar. Tenemos que sacrificar para salvarnos, ¿no dijiste eso? 09 necesita carne.

Y tan solo terminó sus palabras un grito chillón y femenino alargándose por todo el resto del pasillo hasta nuestra habitación, nos hizo respingar. De inmediato en que esos gritos chillones que empezaron a rogar por su vida, hicieron que Adam saliera disparado a la salida de la habitación, con el arma entre manos, dispuesta a disparar.

Nosotros no tardamos en hacer lo mismo.

Le seguí por detrás segundos después, con el corazón en la garganta sabiendo que Rojo estaba ahí a fuera, justamente en el pasillo donde se escuchaban los gritos cada vez más cercanos. Pensé lo peor, un monstruo había hecho su aparición, y eso no era todo, sino que perseguía a una chica.... Eso fue lo que pensé, y también, que Rojo se lanzaría a tacarlo. Pero cuando salí al blanco pasadizo, lo que encontré me hizo que la velocidad con la que mis piernas se movían sobre el suelo, disminuyera hasta parar.

Pestañeé, fijando la mirada en esos dos cuerpos a unos metros de nosotros, saliendo de una de las habitaciones del lado derecho del pasillo. Uno que fácilmente reconocía y otro que se retorcía con el agarre de esos tentáculos en uno de sus brazos. Su figura curvilínea debajo de ese extraño vestido blanco y largo hasta las rodillas, rápidamente me hizo saber que era una mujer.

Su cabello largo y castaño se sacudía de un lado a otro conforme se movía tratando de que Rojo la soltara y dejara de arrastrarla hacia nosotros. Pero no lo hizo, siguió arrastrándola, obligándola a caminar hasta llevarla con nosotros.

— ¡Suéltame! —chilló ella, lanzando manotazos a los tentáculos y estampando esa hipotónica mirada en aquellos carmín que la examinaban como a un bicho raro.

Sus ojos verdes me dejaron impresionada por la forma tan enigmática en que brillaban, tan verde como una hoja de árbol iluminada por los rayos de sol.

No fui la única que se había detenido a mirarlos. Incluso Rossi estaba mucho más sorprendida que yo, y con una sonrisa a medias:

—Es una enfermera verde—murmuró llevado su mano a la boca—. Ya tenemos pareja para Rojo 09, Pym.

Me miró como si eso me fuera emocionar tanto como parecía hacerlo en ella. Pero no, definitivamente no me emocionó. ¿Acababa de decir pareja?

— Los machos rojos y naranjas se caracterizan como experimentos que siempre están en celo, con razón Rojo quería quedarse en el pasillo y se negaba a entrar con nosotros, porque había olfateado las feromonas de una enfermera verde. 

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