37 La que no hizo nada

Rojo se movió rápidamente. Bajó su brazo, aquel que había estirado para alcanzarme, y depositando los dedos de sus manos en cada brazo delgado de ella, sin dudar, rompió el abrazo enseguida, algo que fue fácil saber que ella no quería por la forma en que sus manos se aferraron al torso de él.

Miré desorientada hacía aquel rostro pálido que tenía una mueca temblorosa en la que se asomaban sus colmillos sin saber qué estaba sucediendo, y una mirada confusa clavada en la pelinegra que por la posición se encontraba— dándome a mí la espalda— no podía ver su rostro. Seguramente se preguntaba qué estaba sucediendo con ella, por qué estaba actuando así.

—No es momento para esto, dejen de abrazarse— exclamó Rossi, haciéndome reaccionar, al mismo tiempo en que Verde 16 rompió el abrazo después de Rojo la jaloneara para apartarla, sin quitarle la mirada de encima, confundido.

Rossi empujó mi hombro para luego, rápidamente tomar el delgado brazo a la enfermera y solo cuando ella la apartó más hasta dejarla junto a mí lado, llegué a preguntarme, ¿qué rayos estaba planeando hacer? ¿Y que era esa terrible sensación en mi estómago? Miré a la enfermera, atisbando instantáneamente esas lagrimas escurridizas que le sonrosaban las mejillas.

Miedo era lo que vi en ella en ese instante en que miró a Rossi, y la forma en que ella le tomaba el brazo.

— ¿Por qué estas llorando? —preguntó ella en un tono bajo antes de negar con la cabeza y comenzar ella misma a secarle las lágrimas con los nudillos blancos de su mano—. Te pedí una disculpa por lo que te hice, sé que te dolió mucho pero tú sabes que necesitábamos...

— ¿Qué le hicieron? —La interrupción de Rojo le hizo cerrar la boca, pero hubo algo muy extraño en Rossi que me permitió poner más atención en sus gestos.

—Nada que te concierna—soltó ella. Puse atención ignorando los retorcijones en mi interior cuando ella colocó un falso gestó de sorpresa al ver que Rojo se acercó para arrebatarle a la enfermera del agarré y todavía, colocarla del otro lado de él: como si estuviera protegiéndola.

Lo cual era eso lo que él estaba haciendo.

Mordí mi labio inferior, y me obligué a restarle importancia, pero solo no pude al ver las pobladas cejas de Rojo hundirse, y esos labios torcidos con un severo enojo, mucho menos cuando vi a verde 16, abrazarse a su brazo, ese que se había estirado levemente para cubrirla...

—Si me concierne, fue hecha a base de mi sangre por lo tanto es de los míos—aclaró en un tono serio, peligroso, muy peligroso. Por supuesto que estaría enojado, después de todo ella era como él, y la habían lastimado y además, estaba muy asustada por lo que acababa de acontecer, no solo por el dolor, sino por los monstruos de las ventilaciones.

—Hicimos nuestro trabajo—empezó Rossi, después de un corto silencio en el que estudió la mirada de Rojo—, pero teníamos que curar la herida de Adam, y tú no estabas, así que le toco a la pobre...

Un gruñido quejoso proviniendo detrás de mí, la hizo callar otra vez, Adam se acercó a pasos grandes, molesto, enfadado entornó a Rossi.

— ¿Podemos terminar con esto? —se quejó él, esta vez sacudiendo su arma como una extraña advertencia—. Me estás dando dolor de cabeza tú también, no deberías estar haciendo esto cuando nuestras vidas peligran.

—Mejor ahora que nunca, ¿no? —remató ella, sus manos se posicionaron sobre su cadera, en ese instante vi de reojo a Rojo y a la enfermera, mi corazón quiso hundirse más profundo cuando encontré de qué forma se compartían la mirada entre ellos —. Además ella salió corriendo a sus brazos, estaba claro que iba a quejarse con él, Adam, y tú dijiste que no permitiéramos que esto se nos saliera de control.

—Ya cállate—escupió él, más irritado que antes, dejándola a ella desconcertada—. No quiero que vuelvas a darle importancia a otras cosas que no sean nuestras putas condiciones. Sí ellos hace algo que no comprometan nuestras vidas, déjalos hacerlo.

—No hagas un alboroto por esto Adam.

—Tú eres la que está haciendo un alboroto Rossi. Sé más madura porque no soy estúpido para saber lo que intentas.

Mis ojos se contrajeron, hallándome confundida y perdida entre su conversación dándome cuenta de que se había perdido el hilo del tema, un tema que aunque era importante, no era el momento para hablarlo, ¿ahora de qué estaban hablando? ¿O a qué se estaba refiriendo Adam con esas palabras? Rossi endureció por esos segundos su mirada, su boca que parecía cada vez más apretada, se abrió sacando una larga exhalación.

—Tiene razón —dijo, haciendo un ademan con sus manos que todavía sostenían su arma—. Me dejé llevar. Lo siento chicos— ahora la mueca de Rossi, me perturbo mucho más, y no solo eso, sino que esa simple mueca logró que un leve dolor se apoderaba de mi cabeza.

Mi mano voló a mi sien y mis dedos se pulsaron sobre esta, una y otra vez mientras veía a Adam entornar la mirada a otra dirección, no sin antes revisar alrededor y sobre todo el agujero.

— ¿Sabes cuántos hay? —su pregunta había sido direccionada a Rojo quien, cuando giré, sacó su brazo del agarré aferrador de la enfermera para dar un paso hacia mí, sin dejar de ver a Adam con esos orbes carmín llenos de imponencia.

—No, el techo está creado de un material que no me permite ver las temperaturas—replicó, y todo mi cuerpo se estremeció cuando sus orbes rojos al fin, terminaron cayendo sobre mí.

Esa mirada de cejas fruncidas y sus labios contraídos mostraron culpa o frustración en él, ese gesto me confundió mucho y me pregunté por qué me estaba mirando de esa forma, ¿era que yo llevaba puesta una cara seria sin siquiera percatarme o... era por lo que sucedió? Movió su pierna, vi esa intensión de acercarse y con eso bastó para acelerar mi pulso, pero no se acercó, no continuó con lo que en un principio intentó hacer, antes de que ella se interpusiera.

— Entonces, seguimos a ciegas.

(...)

No encontraba las palabras correctas para explicar lo que estaba viendo y como mi cuerpo se sentía al ver esas cosas deformadas, sin figura humana, arrastrarse por el suelo. Era como si tanto tiempo en las ventilaciones hubiesen desecho sus piernas y brazos o pegado estas a su propio cuerpo cuadrangular. ¿Cuánto tiempo les había costado deslizarse por las tuberías para poder llegar al bunker? Ni idea, pero estaba segura de que habían sido más que unas cuantas horas.

Restaba decir que ni siquiera sus cuerpos tenían piel, la forma adquirida era gelatinosa rojiza o negra, larga pero menor a dos metros de altura, delgada y con todos esos tentáculos que sobresalían de un agujero de su cuerpos o por debajo de ellos, donde debían estar las piernas. Lo único diminutamente humano en ellos, era la cabeza superior, pero cuando girón al percatarse de nosotros, nos dejaron ver toda la única piel que llevaban en sus rostros, derretida y llena de ronchas.

Y el olor que destilaban era repugnante, tan fuerte y pesado que su olor era capaz de quedar atrapado entre los pasillos que ellos mismos recorrían. Entre más fuerte era el aroma, más cerca estábamos de ellos, su olor era la forma de encontrarlos, así fue como terminamos encontrando a dos de ellos, arrastrándose por el suelo del pasadizo junto a la segunda entrada. Donde Rojo— quien todo este tiempo había estado delante de nosotros— y Adam no tardaron en levantar su arma empuñada y dispararles a la cabeza, dejando que sus extraños y gelatinosos cuerpos golpearan el suelo.

Quedé desconcertada e impresionada al saber que no había sido difícil de matarlos, y ellos ni siquiera se habían percatado de nosotros. ¿Eso no era un poco extraño o tenía que ver con la forma de su cuerpo o el hambre que tenían? No lo sabía, los monstruos que nos atacaron a mí y a Rojo, sin lugar a duda habían sido difícil de matar.

Y estos habían sido pan comido.

—Ya está— suspiró Rossi, dando unas palmaditas al hombro de Adam antes de añadir—. Necesitamos un descanso.

— ¿Descanso? ¿Estas bromeando? —escupió Adam, cargando su arma mientras giraba en torno a la pelinegra, formando una incrédula mueca en sus labios—. Este bunker es el triple de grande que el segundo bunker, nos faltan más pasillos por revisar así que no.

—Hemos estado caminando por horas, tardamos un montón encontrando a estos últimos experimentos. No lo digo solo por mí, la enfermera no ha comido y Pym se ve terrible también—señaló al final, haciendo que incluso Rojo girara para mirarme, estudiarme. Tuve que enderezarme pese al dolor de mi pierna, un dolor que había disminuido conforme el tiempo pasaba, pero aun así no desaparecía. Él era el único que no sabía que me lastimé la pierna, y esperaba que no lo supiera sería una carga, sobre todo ahora que la chica de ojos bellos verdes no se apartaba de él, desde que Adam nos puso a recorrer todo el bunker, una y otra vez.

Aunque no sabía exactamente si se había dado cuenta de mi pierna, porque en todo este tiempo Rojo me había lanzado miradas de vez en cuando, así como disminuyó el caminar de sus piernas con la intención de dejar su lugar para acercarse a mí, pero al final no lo hizo.

No lo culpaba, lo importante ahora era cerciorarnos de que no había más monstruos en el bunker, y si los había, protegernos de los experimentos que querían devorarnos, así que el que no viniera a mí era lo correcto...

Era lo correcto.

Estaba bien así.

—Yo estoy bien—repuse espesamente, cargando el arma para apretarla y esperando a que ello dejaran de mirarme para comenzar a caminar—. Tenemos que seguir.

—No, Rossi tiene razón—odie las palabras de Adam, sobre todo cuando se acercó a mí, viendo mi pierna por un momento—. No sabemos cuándo terminara todo esto, estamos atrapados y llegara un punto en que se nos terminen las balas, así que descansaremos junto a la habitación del sótano, para proteger el combustible mientras ideamos un plan.

Un plan para salir del bunker, la pregunta era saber, ¿cómo lo haríamos? Él no encontró una radio, ni mucho menos armas o balas, solo comida, mucha comida.

— ¿Qué tipo de plan? —inquirió Rossi, sacando su botella de agua y bebiendo de ella en tanto esperaba la respuesta de Adam quien había arqueado una ceja. Y dando un par de pasos hasta estar frente a ella, respondió:

—Si lo supiera estaría diciéndolo, andando.

Sus espesantes palabras la hicieron rotar los ojos, un gesto que él aprecio antes de voltearse y caminar, haciendo la señal a Rojo de que hiciera lo mismo, cosa que él obedeció enseguida, cargando también su arma y apuntando a cada trozo de techo. Por otro lado, la enfermera tampoco tardó en caminar a su lado, abrazando a su delgado cuerpo vestido de hombre. Noté como levantaba un poco su rostro para mirar el perfil de Rojo, y cómo se toqueteaba sus labios mientras le observaba de tan inquietante forma que me hundió el entrecejo.

Les retiré la mirada al sentir ese vacío helado en mi pecho amenazando con extenderse más y más. Y carraspeé, no era momento para sentirme celosa, no había sucedido nada más que un simple abrazo a causa del miedo que ella nos tenía. Así que no debía inquietarme, había algo más importante y eso mi cabeza se lo tenía que meter por completo.

Levanté mi arma, mirando detrás de mí, mientras Rojo y Adam revisaban en frente del siguiente pasillo, Rossi y yo, revisábamos atrás, tal como lo hacíamos con todo el grupo, antes de que ocurriera lo del comedor. Había silencio, un profundo silencio donde apenas nuestras respiraciones desniveladas se escuchaban.

— ¿Te duele mucho? Ya no caminas tan chueco como antes.

El susurró desinteresado de Rossi me hizo poner mala cara. Su comportamiento era indudablemente extraño, tal vez antes no le había puesto atención, pero desde de la cara preocupada que le dio a la enfermera cuando la vio llorar en brazos de Rojo después de que incluso lo besó, vi la hipocresía en ella.

Algo estaba muy mal en ella, y sobre todo en Adam.

Estaban tramando algo.

No respondí, y no iba a hacerlo, ¿por qué? No era la chica buena que respondía por educación, por supuesto que no. Seguí mirando el pasillo que dejamos atrás, retrocediendo para no estar lejos de los demás, durante ese sendero noté como Rossi me daba miradas, seguramente esperando mi respuesta.

—Siento que crees que somos los malos—susurró. Volqué la mirada tratando de no escupir ofensas por la boca porque seguramente, también estaba siendo hipócrita conmigo—. Pym.

—Ver cómo le atravesabas el brazo fue suficiente para saber que ellos no te importan.

—O miren quién habla, la señorita que solo se quedó mirando como lastimábamos a la enfermera, y no hizo nada para ayudarla.

Esas palabras, pincharon mi pecho y contrajeron mi corazón. Me sentí tan idiota e imponente que solo pude apretar los labios sabiendo que era cierto. No hice nada.

Todos los nervios se me congelaron en ese mismo instante en que mi propia conciencia me atacaba cuando, al alzar la mirada hacía una de la figuras de adelante, fue ese perfil masculino, el que se giró un poco más para lanzar una mirada aseverada hacía nosotros.

Y no, no era Adam.

Estuve a poco de detener mis pasos, porque esa mirada bastó para saber que él había escuchado las palabras de Rossi, y me sentí peor cuando se enderezó y siguió caminando, todavía más peor cuando me di cuenta de que seguramente saber eso le había tomado por sorpresa, o no lo sé...

— ¿Crees que no me importan solo porque le atravesé el brazo? —quiso saber, pero su noto susurrante seguía igual de extraño, no parecía ofendida, y mucho menos molesta cuando le di una corta mirada a esa leve sonrisa que formaban sus labios.

Una escalofriante sonrisa.

La odié, pero no más que a mí cuando volví a darle una mirada a Rojo.

—Tú no sabes nada, si le hiciera una cortada pequeña o larga al segundo la sangre dejaría de fluir, si hay algo interrumpiendo la regeneración como por ejemplo el cuchillo, la herida no cerraría y se mantendría un cincuenta por ciento abierta.

¿Una interrupción para mantener la sangre fluyendo? Recordé el momento en que Rojo se arrancó la máscara que se clavaba a su rostro, y esas heridas en un par de segundos terminaron por desaparecer, a pesar de que las heridas se regeneraban fácilmente, debía haber otras opciones para obtener un poco de la sangre sin lastimar a los experimentos.

Ni siquiera deberíamos estar utilizando su sangre. Eso era horrible.

—Si recordaras lo entenderías entonces—murmuró, guiando su rostro en otra dirección para no verme—. Pero descuida, no tienes que recordar ya, no importa, ¿sabes?

¿Y ella que sabía sobre lo que era y no importante de mis recuerdos?

— ¿Entender qué? —escupí en un tono bajo, recordando como Rojo se arrancaba el dedo en la ducha mencionando todo lo que ellos le hacían, dudaba que a ella le hicieran lo mismo—. ¿Qué también les arrancan órganos, extremidades o hasta huesos?

Con velocidad, devolvió la mirada para clavarla en mí, sus cejas levemente fruncidas, arrugando un poco su frente.

Eso sí pareció molestarla.

—Eso ya lo sabes, ¿entonces por qué me lo escupes en cara?

—Porque ni siquiera usaban adormecedores, se los arrancaban frente a sus ojos completamente consientes del dolor, eso es enfermo Rossi. Ustedes están enfermos, todos los que trabajaron en este laboratorio de mierda, lo estan —traté de no gruñirlo, sin esperar respuesta de su parte, y era mejor que no continuara hablando, pero lo hizo. Continuó.

— ¿Crees qué estamos enfermos? Sí claro, habla la que no recuerda su pasado y trabajó como examinadora también—el sarcasmo susurrado me apretó los puños—. No usamos adormecedores porque en pocos minutos ya están activos, despiertos y consientes, no sirven de nada ni mucho menos la gran cantidad que utilicemos—susurró y tan solo lo hizo, agregó—. La funcionalidad del organismo en los rojos tiene una falla, en algunos enfermeros durante su etapa infante, su organismo empieza a confundirse y crear órganos iguales. Tenemos que sacarlos antes de que les afecte o suceda algo peor.

¿Crear órganos iguales? ¿Eso en verdad sucedía? Aquello me sorprendió y aturdió tanto que la mirada que le di, le hizo estirar una amargada mueca y hacerla negar.

— ¿Y qué hacen con los órganos que les sacan?

— La mayoría ni sirven, los tiramos— respondió instantáneamente, clavando la mirada en la espalda de la enfermera, a quien yo también miré—. Hacemos este método para salvarlos a ellos.

No lo supe por qué en ese momento, tuve una muy mala impresión de ella y no pue creerle. Sin embargo, no supe por qué sentía que estaba mintiéndome.

(...)

Habían pasado menos de una hora desde que llegamos a esa pequeña habitación depositada al lado de las escaleras del sótano, una habitación con un par de camas muy pequeñas, sin muebles, con solo un refrigerador desconectado, una mesa y un par de sillas mal acomodadas. Era la habitación, según Adam, de los conserjes del bunker.

Menos de una hora desde que Adam, Rossi y Rojo salieron para hacer la primera guardia, buscar toda la madera posible, a parte, para crear un pequeño muro. Además de eso, Adam había clavado en la única ventilación de la habitación, un trozo de madera para impedir que fuera abierta y así nosotras —la enfermera y yo— pudiéramos descansar. Pero aún cubierta, era imposible conciliar tranquilidad.

Deposité el par de pantalones que Rossi me trajo de una de las habitaciones con ayuda de Adam, y entré al cuarto de baño donde bajé mis jeans. Mi pierna derecha tenía un enorme hematoma en uno de sus costados, cada hora más, escureciéndose, por lo menos no tenía una herida ni mucho menos sentía que mi hueso hubiese tenido un problema con el jalón que sintió cuando aquellos tentáculos me atacaron. Mientras no fuera el hueso, todo estaría en orden.

No complicaría las cosas, no sería una carga para Rojo.

Lancé un largo suspiro al pesar en él, al pensar en todo, recordar esa escena que no dejaba de torturar mi cabeza, presionaba contra mí, traicioneramente estudiando las miradas que entre ambos se compartían o como ella se aferraba a su brazo y él no la apartaba más.

Soy una idiota.

Eso era estúpido, ridículo pensar en ellos y en lo que Rossi había hecho, cuando yo ni siquiera había hecho nada para ayudarla a ella. Había quedado en shock, impactada y aturdida, pero eso no me justificaba.

Y Rojo ya lo sabía, estaba segura de que había escuchado con claridad lo que Rossi dijo.

Sacudí la cabeza, sacando esos pensamientos. ¿Por qué no solo podía concentrarme en sobrevivir y ya? En vez de hundirme en algo que seguramente solo era un mal entendido.

—Basta, no pienses en eso, no pienses en eso Pym— Me golpeé las mejillas, y obligué a cambiarme lo más rápido que pude y cuando terminé, salí, encontrando la caja de alimentos que sacaron del sótano sobre la cama en mesa cuadrangular pequeña. Revisé su interior antes de revisar el resto de la habitación y dejar caer la mirada en la espalda desnuda de verde 16.

Desde que entró en la habitación y Rojo no le permitió seguirle debido a que era peligroso para nosotras, se mantuvo en ese lugar, seria y apartada. Enojada con nosotros por lo que le hicieron.

Tomé un par de galletas y un jugo de naranja para acercarme a ella, a pasos lentos y sintiendo una inquietante ansiedad en mis piernas mientras rompía los últimos centímetros de nuestra separación.

— ¿No vas a comer? —pregunté, sentándome en el colchón y contemplando ese perfil tan, ¿cómo explicarlo? Un perfil tan frágil y suave, blanco y lleno de una pureza que me desorientaba. No solo los experimentos varones eran atractivos, las mujeres tenían la misma belleza, pero mucho más inocente. Seguí contemplándola en su silencio, ese largo silencio que fue suficiente para notar algo más que su belleza...

Ella estaba sudando.

Miró las galletas que segundos después le extendí y arrugó la nariz antes de apartar la mirada.

—No tengo hambre—soltó con rapidez, y atisbé como se sobaba el brazo donde antes había un crujido incrustado antes de abrazarse a sí misma de la misma forma en que lo había estado haciendo—. No las quiero.

Mi corazón se contrajo, no solo porque me negara la comida, sino porque supe fácilmente lo que le sucedía. Se abrazaba a causa de la fiebre, y los enfermeros no se enfermaban a menos que... la tensión se les acumulara.

—Pensé que me tratarían bien, que no me harían más daño pero me equivoqué—murmuró, tragó con dificultad y se lamió sus labios secos. El mismo gesto que también hizo con Rojo, pero que hasta este momento era capaz de percatarme del descolorido color de ellos.

Tensión.

Definitivamente era eso.

Se me cerraron los pulmones, me sentí bofetada con todas esas pruebas de que a ella le estaba pasando lo mismo que a Rojo, porque sí ella tenía acumulad a la tensión, ¿qué sucedería? Esa no era la pregunta correcta, pero solo pensar en la correcta me asustó. ¿Quién le bajaría la tensión? No quería imaginármelo, pero la única persona que venía a mi mente era Adam, y justamente a causa de su herida, fue que Rossi terminó lastimándola.

Aunque ese era un problema, el problema mayor era que estaba segura que verde 16 no permitirá que la tocaran, que la liberaran. Y sí no permitía que Rossi o Adam le eliminaran la tensión, ¿a quién si se lo permitirá? ¿O la forzarían? Eso solo complicaría las cosas.

Estaba hasta segura, por como Rojo se comportó, que no dejaría que la tocaran a ella también. Nuevamente sentí el estomagó convulsionarse y producir un sabor amargo en la punta de mi lengua.

—No sé lo que está pasando aquí pero ustedes también son unos monstruos. Crei que tu no, pero también lo eres, menos él—espetó, volviendo a tragar, ahora, pasando su torso para limpiarse el sudor de su frente—. Él dijo que me protegería de ahora en adelante, que me mantendría a su lado, así que más te vale no intentar tocarme otra vez porque él los matará.

Esas palabras me detuvieron el corazón, y aunque quise preguntarle y saber— con toda el alma— de quién hablaba, una gran parte de mí sabía a quién se refería. Rojo. Era más que obvio. Respiré entrecortadamente y miré hacía el pedazo de madera clavado sobre toda la tapa de ventilación.

—Escucha... tal vez no me tomes en serio pero—mi voz sonó temblorosa, hasta ese instante me percaté del nudo en mi garganta cuando a mi mente llegó Rojo—... no dejaré que ellos vuelvan a lastimarte.

Lo decía en serio y con la plena decisión de brindarle seguridad y tranquilidad, porque eso era lo que ella necesitaba y tal vez tanto pensar en eso y estar asustada y nerviosa hacía que la tensión creciera. No permitiría que lastimaran a mi Rojo ni a ella.

Ella alzó la mirada segundos después, dudosa en saber si depositarla o dejarla caer, pero al final la colocó sobre mí, y cada pequeña zona de mi cuerpo se comprimió al ver como sus labios secos se apretaban en una mohín molesto.

— ¿No crees que debiste hacer eso cuando ella intentó cortarme? Demasiado tarde para decirlo—dijo, sosteniéndome aún la mirada—. No sé por qué mi pareja confía en ti, aunque creo que ya no cuando supo que no me defendiste.

La sorpresa que sus palabras me añadieron rasgaron mi interior, mis ojos se abrieron tanto que sentí como si fueran a caerse de mi rostro, me sentí helada, me encontré desorientada, confundida, con los pensamientos oscurecidas, así como sentí el pecho hecho añicos cuando una gran parte de mí vorazmente supo a quién se refería, pero otra se negaba a que fuera él, así que traté de enderezarme, respirar y controlar mi pulso acelerado mientras pestañaba numerosas veces sin apartarle la mirada de encima.

Y relamí mis ansiosos labios, buscando mis cuerdas bucales para hablar.

— ¿Tu pareja? — Ella asintió severamente, pero eso solo me confundía más, ¿no había muerto su pareja? —. Pensé que había muerto...

—No me refiero a 23 ...—pauso, y al hacer esa aterradora pausa que fundió mi cuerpo en millones de sensaciones terribles que retuvieron mi aliento y apretaron con dolor mi corazón, ella añadió—. Estoy hablando de Nueve.

avataravatar
Next chapter