25 Indescifrable

El arma en mis manos no era de balas, sino de monedas de metal. Pero tenía una forma más alargada que la que encontré en la zona X, su delgada forma era el perfecto peligro y la peor amenaza para terminar con una vida. Tan solo tenerla entre mis dedos, me hacía recordar el momento exacto en que le disparé a ese experimento monstruoso que se devoraba a Rojo frente a mis ojos.

Una escena desagradable, todavía recordaba lo desesperada que me sentí, como mi cuerpo empezó a temblar y a oprimirse. Tuve suerte, sin duda tuve suerte de que de tres balas, una terminara con la maldita vida del experimento para salvar a Rojo.

De otro forma, sino hubiese sido por esa pequeña suerte, Rojo estaría muerto.

Mordí mi labio y me dediqué a observar la enorme mesa repleta de armas— como la que tenía en mis manos— e innumerables balas y monedas bien ordenadas. Aprender a utilizar armas era lo que Roger, el hombre que estaba a cargo del grupo de sobrevivientes, quería que aprendiéramos todos. Esa era la única forma de sobrevivir hasta que saliéramos a la superficie.

Solté un largo suspiro. Había una cosa de todo eso que también me preocupaba y eso me hizo lanzar una mirada a mi alrededor, a todas esas personas sobrevivientes. Estaba casi segura que las personas del exterior no sabían de la existencia de los experimentos como Rojo, o mucho menos de que el laboratorio existiera. Casi segura estaba, de que le harían algo a los experimentos sobrevivientes una vez que lográramos salir a la superficie...

Y eso, estaba apretarme el pecho.

¿Qué iba a ocurrir una vez salido del laboratorio? ¿Qué iban a hacer con los experimentos una vez que escapáramos si nadie sabía de su existencia? Tenía miedo de que, con tal de ocultar que todo esto existió y ocurrió, al final terminarían matando a los experimentos, o llevándolos a otro lugar muy lejos.

No eran experimentos simples, no era la creación de un humano como nosotros. No. La sangre de Rojo sanaba heridas y quizás hasta enfermedades, sus órganos se reproducían al igual que sus huesos, ¿quién dejaría libre a una maravilla como él? Nadie, ni aun estando en el mismo infierno, lo haría.

Estaba claro.

Y si era así, debía idear un plan para escapar con Rojo.

Sonaba demasiado fácil pensarlo, ni siquiera sabía si yo saldría viva del laboratorio. Pero había algo peor que ese pensamiento y era creer que existía una posibilidad de que el exterior también había sido invadido por los monstruos.

Sacudí mi cabeza, no quería llenarme de preocupaciones cuando lo primordial era protegerme y sobrevivir. Después, quizás, pensaría en lo que podría sucedernos en el exterior.

Giré para ver hacía la pared que estaba a unos metros de la mesa de armas; tenía varias manchas circulares de diferentes colores y con una que otra pequeña grieta. Roger mencionó que esa sería la pared en la que dispararía, y que enviaría a alguien a que me enseñara. Pero para ser franca, parecía que a esa persona se le había olvidado porque llevaba mucho tiempo esperando. Si no llegaba en unos minutos más, sería capaz de disparar por mí misma, entrenarme sola.

Nuevamente lancé una mirada al lugar y me dediqué a ver el cuarto que nos habían dado a él a mí. Recordé que antes de que Roger me pidiera aprender a disparar, Rossi buscó a Rojo y se lo llevó. Dijo que le harían unas pruebas para saber si la sustancia que le inyectaron ayer funcionó en él, y entonces, seguirían con el siguiente paso. La pregunta era saber cuál sería el siguiente paso, aunque Rossi no quiso decirme.

Lamentablemente, no sabía a qué cuarto se habían llevado a Rojo, pero solo esperaba que no le estuvieran haciendo daño.

También esperaba que lo que le inyectaron, surtiera efecto en él.

Quería que sanara, que se descontaminara.

Solté, por segunda vez, un largo suspiro, y ya cansada de esperar alcé el arma que mi mano apretaba en dirección a la pared, tratando de que la boquilla señalara a uno de los círculos amarillentos. Estaba a punto de disparar...

Cuando desde atrás, unas manos grandes y varoniles tomando la mía, me sorprendieron de la peor forma. Mi cuerpo intentó escapar del cercano calor inyectándose por mi espalda, pero esos brazos fuertes que me rodeaban desde los hombros me lo impidieron.

Busqué reparara en el rostro del hombre que apretaba mis manos, y cuando lo hice, casi se me cayó la boca al suelo. Quedé muy confundida al saber de quién se trataba. ¿Él me enseñaría a disparar? ¿De todos los que utilizaban un arma, él me enseñaría?

—Te tiembla mucho la mano— comentó. Uno de sus brazos se movió repentinamente del arma. Mis músculos se tensaron tan sólo sintieron los dedos de su mano rodeando mi otra muñeca, la cual que se mantenía apretada contra mi estómago, para colocarla en el mango del arma—. Toma el arma siempre con las dos manos, así mantendrás firme la puntería.

No iba a reclamarle sobre su mentira, sería una pérdida de tiempo hacerlo, no valdría la pena sabiendo la razón por la que mintió. Además no quería tener una conversación sobre nosotros, después de tener sexo con Rojo.

Prefería evadirlo.

Asentí forzadamente, apartando sus manos instantáneamente y moviendo mis hombros en señal de incomodidad. No lo quería cerca, y no por el hecho de que había mentido a Michelle y Rojo, sino porque hubo una sensación inquietante en mí que confusamente me hizo reaccionar así, sin más.

Sí, era confuso reaccionar así con quien se suponía que mantenía una clase de relación amorosa. Aunque entonces, me negaba a tenerla.

Tal vez estaba haciendo mal en acostarme con Rojo cuando él era mi pareja. Besar a Rojo en lugar de intentar sabe más sobre Adam pero, para ser franca, desde el primer momento en que lo vi me negué a pensar que entre él y yo hubo algo.

Tal vez era mejor no recordarlo porque me arrepentiría de hacerlo, sentía que así sería, porque al final Rojo estaba conmigo y yo...

Y yo me sentía atraída por él.

Eso era innegable.

—Dispara— pareció una petición por la forma en que su voz se escuchó. Pero era una orden. Y lo hice, disparé y todo mi cuerpo tembló, incluso retrocedí un paso de la impresión mientas veía como la moneda que salió del arma, se goleó contra la pared a metros de nosotros, pero muy lejos de la mancha redondeada color amarilla.

Aunque, no sabía que del arma saldrían monedas, pero era una buena forma de entrenar sin gastar balas. Las balas eran un recurso muy importante, al igual que las personas que sabían utilizarlas.

—Vuelve a disparar—le escuché decir junto a mí, pero no estaba viéndome ni mucho mirando el arma o el lugar a donde señalaba, él veía detrás de su hombro con inquietud.

Respiré hondo, restándole importancia, y subí el arma de nuevo en esa dirección, y disparé. La moneda no estuvo ni cerca de acercarse al círculo en la pared. Volví a disparar aún si él no me lo había ordenado, y fallé.

—Evita que te tiemblen las manos—espetó él, poniendo atención en mis brazos.

Roté los ojos y volví apuntar, esta vez a un diferente círculo, pero de mí arma nunca salió una moneda cuando una tercera presencia se agregó a nuestro lado con una voz masculina y una altura igual a la de Adam.

— ¿Enseñando otra vez, Adam? — Era un muchacho, tal vez de su edad o menor, con el mismo tono de cabello pero de facciones asiáticas y ojos pequeños—. ¿Por qué siempre te toca enseñar a los nuevos?

Tomó un arma, mucho más grande que la que tenía en mis manos, y empezó a cargarla de balas.

—Es un trabajo algo pesado—repuso Adam, viendo al asiático, como este estiraba una sonrisa en la que sus dientes blancos resplandecían.

—Pero bien que te gusta—bufó el muchacho soltando una leve carcajada y apartándose de la mesa de armas—. Como sea, ya estamos preparándonos.

Me pregunté para qué se estaban preparando.

Adam no dijo nada, así que solo asintió y vio como el chico se retiraba de nosotros, trotando de vuelta a la salida de la base donde había un grupo grande de personas armadas. ¿Iban a salir de aquí? Parecía que sí, ya que estaba con ellos el mismo chico de lentes que llevaba en sus manos la pantalla con la que detectaba temperaturas.

—Continua—ordenó él.

Noté enseguida esa extraña tensión en la forma en que miraba a los hombres. No paso mucho cuando la puerta se corrió frente a sus ojos, y todos ellos salieron del lugar, al exterior, a ese terrible exterior.

— ¿A dónde irán? — curioseé viendo después como la puerta se cerraba cuando una mujer de apariencia más avanzada colocó un código en la maquina junto a la puerta, y sr quedó ahí, haciendo guardia.

— Son los mejores soldados, irán a matar experimentos contaminados— respondió con severidad, revisando cuidadosamente el resto del lugar—. No hay salida de este lugar, nuestra única oportunidad es lograr comunicarnos con los del exterior pero las radios eléctricas no están funcionando con tan poca electricidad, nuestra única opción es encontrar baterías, y mientras hacemos eso tenemos que luchar también.

Asentí un poco asustada. Volví a concentrarme en el arma, y disparé una vez más, pero la desgraciada suerte no ayudo en nada. Era pésima, tal vez por lo incomoda que me estaba sintiendo con la compañía de Adam, o tal vez porque quería terminar con esto y verificar que no estuvieran lastimando a Rojo.

—Intenta aproximarte más al blanco—soltó, acomodándose junto a mí, evité darle una mirada y me concentré en apuntar al círculo amarillo—, no queremos que nadie salga lastimado con la salida que haremos hoy.

Con la salida que haremos hoy. Sus palabras repitiéndose en mi cabeza me afectaron.

La bala nunca salió del arma porque a causa de sus palabras no pude ni disparar. Giré en brusco, bajando el arma para verlo.

— ¿Salida? ¿Vamos a salir a matar también? —pregunté con preocupación. Apenas habíamos llegado, ¿y ya querían que saliéramos a defendernos? Ni siquiera era buena disparando.

Sus orbes marrones repasaron mi rostro, me analizaron sin pestañar antes de asentir e hinchar su pecho con una respiración profunda.

—A buscar baterías para nuestras radios, así podremos pedir ayuda del exterior—explicó—. Todos colaboramos de cualquier forma por nuestro bien. Cada minuto que pasamos aquí amenaza con nuestras vidas, no podemos quedarnos ocultos por mucho tiempo.

—Pero... todavía no sé utilizar bien un arma—expliqué, notando enseguida como apretaba sus labios y meneaba un poco la cabeza a los lados—. ¿De qué les voy a servir?

¿Cómo iba ayudar si ni siquiera le daba al blanco? No podía aprender en un día a disparar, además, si iba yo, solo sería de estorbo. No iba a servirles, de eso estaba segura, y no era porque no quisiera salir, sino porque era la verdad.

Parpadeó, hubo un momento veloz en el que detecté su consternación, pero endureció su ceño, serio y severo.

—Estas aprendiendo, con esos basta. —hizo una pausa para suspirar y llevar sus manos a su cadera cubierta por un cinturón cargado armas—. No solo vamos a defendernos, en nuestro grupo nuestro principal objetivo es encontrar más personas y armamentos. Rojo 09 también vendrá.

— ¿Para qué?

— ¿Para qué crees? — soltó, arqueando una ceja—. Ahora tenemos un enfermero termodinámico, tenemos más posibilidad de sobrevivir.

Lo sabía. ¡Lo sabía! Sabía que utilizarían a Rojo. Ya sea para ver las temperaturas o curar heridas, o... ¿lo pondrían a matar monstruos por ellos? Serían unos infelices si lo obligaban a poner su vida en riesgo por ellos después de todo lo que le habían hecho.

Ya no dije nada más y al parecer se dio cuenta de mi molestia cuando le di la espalda y levanté el arma para disparar.

Lo hice, y la moneda platinada golpeó muy cerca del círculo al que apunté en la pared. Bien, ahora solo tenía que lograr mantenerlo ahí. Si mejoraba, no solo serviría para sobrevivir, sino protegernos a Rojo y a mí.

No dejaría que lo lastimaran, mucho menos que lo trataran como un objeto, como un escudo. Que lo utilizaran como un arma, despreciando su vida. Si hacían eso, yo sería capaz de dispararles.

—Lo siento, Pym.

Sus palabras hicieron que titubeara con el próximo disparo, disparo que nunca salió cuando exhaló las siguientes palabras:

—Cometí un error al alterarme de esa forma contigo.

Bajé el arma y entorné una mirada hacía su rostro, sus orbes marrones se conectaron con los míos y quedé tan quieta como pude y en silencio viendo el reflejo sincero de sus palabras en el brillo de sus ojos. No esperaba una disculpa, ni siquiera quería que se disculpara, pero que lo hiciera me dejó en shock.

—Pero hay algo que no logro entender y necesito saberlo—Dio un paso hacia mí, su gesto se volvió más serio, y esa mirada que alguna vez mostró sinceridad, con un parpadeo se volvió severa.

— ¿Qué no logras entender? —la pregunta salió de mis labios severamente. Él estaba aceptando su actuación ridícula, pero al parecer seguía sin creerme.

—Antes necesito que sigas disparando y mientras hablo no voltees a verme —pidió. No pude evitar ladear el rostro y preguntarme por qué quería que hiciera eso—. Es un tema serio y nadie puede sospechar que hablamos de esto, por eso te pido que hagas como que te ordeno disparar. Voltéate.

Con una mueca en mi rostro, miré detrás de su hombro, no quedaban muchas personas después del grupo armado que salió de aquí, pero las que quedaban, se hallaban en la barra donde estaban los alimentos, guardando en sus mochilas bebidas y frituras, y otros pocos doblando unas extrañas cortinas de parecían ser de aluminio por el color platinado y la forma en que este con el movimiento resplandecía al reflejo de la luz.

Ni uno solo de ellos estaba mirando en nuestra dirección, no creía que sospecharían de qué hablábamos de un tema supuestamente serio.

—Voltéate, sospecharan más si sigues mirándolos— espetó—.Aun a estas alturas no sabemos quién demonios soltó el parasito, podría estar aquí ahora mismo.

Me giré, obedeciéndolo, tomando el arma con mis dos manos y alcánzalo en dirección a la pared, pero sin disparar.

—Primero que nada, hablemos del golpe en tu cabeza—replicó, una de sus manos se deslizo encima de la mía que apretaba el mango el arma—. Me pregunto si realmente te golpeaste o sí...—dejó un suspenso que me mantuvo intrigada—, alguien intentó matarte. Si llegas a recordar algo Pym, lo que sea, no se lo confíes a nadie más que a mí.

Quedé en blanco, mi cuerpo estremecido y mis manos a punto de dejar caer el arma, pero sus dedos sobre los míos me hicieron apretar el gatillo para disparar. El sonido hueco rebotó en mi cabeza a la misma ver que todas sus palabras.

Él estaba insinuando que alguien me golpeó en la cabeza, no accidentalmente sino adrede. También me había preguntado cómo fue que me golpeé, imaginé tantas razones posibles, cómo con qué objeto pude golpearme la nuca. Tal vez me golpeé con el escritorio, la silla o el panel, pero lo único peligroso y picudo era el escritorio, eso fue lo que pensé. Sin embargo no tenía congruencia que me hubiera golpeando con él por la manera en que desperté: debajo del escritorio.

Despertaría junto al escritorio de ser así, pero no debajo de él. ¿Y si realmente alguien me había golpeado? ¿Por qué razón?

— ¿Por qué debería confiar en ti? —cuestioné con asperidad, saliendo del caos en mi cabeza.

—Porque además de ti, el resto de nuestros compañeros que enviamos a la zona roja no volvieron con nosotros, y cuando fuimos a buscarlos estaban muertos, habían recibido una bala en el cráneo y pecho, no en otra parte del cuerpo—contestó, quise voltear pero nuevamente su agarre me lo impidió—. Alguien nos traicionó, se llevó los ADN de todos los experimentos, y creo, que tú tienes que ver con ello.

¿Acaso estaba culpándome?

— ¿Qué tengo que ver con eso? —repetí sus palabras en un tono engrosado, sintiéndome repentinamente molesta, muy molesta. Rompí su agarré para voltear y encararlo: —. ¿Crees que soy la culpable?

—No Pym, estoy diciendo que tú viste al culpable—aclaró, dando un paso más para que toda su enorme sombra terminara por cubrir mi cuerpo. Me tomó de los hombros y apretándolo hizo que mi cuerpo volviera en dirección a la pared: —. Y si lo viste, te convierte en un blanco fácil. Pensaran que eres culpable no inocente, y querrán matarte si dices algo de lo que te pasó en ese lugar. Así que es mejor permanecer en silencio, no mencionar que estuviste en el área roja.

Sus palabras rebotaban en mis oídos, no estaba poniéndole atención, ni siquiera estaba mirándolo, estaba sumida en mis pensamientos, perturbada. ¿Sería acaso esa la razón de mi pérdida de memoria? Sus dedos hicieron que el mío volviera a presionar el gatillo, dos veces disparé, dos veces las monedas golpearon esta vez el centro de uno de los círculos de la pared.

—Si te preguntan cómo encontraste a ese experimento enfermero, diles que fue en los túneles, habla con 09 y dile que responda lo mismo porque estoy seguro que el responsable de esto le preguntaran tarde o temprano para culparlos—lo último lo susurró, otro disparó y sentí más cerca su respiración de mi oído, me estremecí—. Sé por qué fuiste al área roja, por eso estoy seguro que eres inocente.

Mis labios temblaron, mi lengua sintió el sabor amargo cuando una pregunta se formuló en mi cabeza:

— ¿A qué fui?

Su mano dejó las mías al instante, incluso, su rostro se alejó de mi hombro. Cuando giré en busca de su mirada, en busca de una respuesta, él retiró su rostro de mi vista, cabizbajo y torcido un poco a la izquierda, sombreando su mirada. Apretó sus puños, su pecho se desinfló en una exhalación entrecortada, y cerró sus labios con fuerza, manteniéndose en silenció, evadiendo mi mirada.

— ¡Adam, ya estamos listos!

El grito femenino que pronto apretujó todo mi cuerpo con desagrado, nos sobresaltó. Adam se incorporó y volteó su cuerpo al instante, en dirección a la persona que le llamaba. Cuando se alejó un poco de mí, pude ver a esa mujer rubia con su elegante postura a metros de nosotros junto a un cuerpo que le acompañaba, uno que llevaba su imponente altura y su mirada endemoniadamente peligrosa. Era Rojo, observándonos con una perturbadora profundidad que mi cuerpo se sintió penetrado.

— ¿Tenías que gritar? —Adam escupió la pregunta. Ella estiró una sonrisa maliciosa y se cruzó de brazos.

—Te llamé dos veces y no reaccionaste, gritar parecía la única forma y lo fue—exclamó—. ¿Tomamos las armas?

Adam negó con la cabeza, e irritado se volvió a mí y me tomó un arma de verdad para empezar a cargarla con balas.

— ¡Tómenlas! —gritó con molestia. Enseguida, algunos del grupo se acercaron a nosotros, también lo hacía la mujer rubia, con una sonrisa de oreja a oreja que apretó cuando se acomodó justo al lado de Adam.

— ¿Ya sabes utilizarla? —preguntó ella, mirándome con seriedad—. Espero que hayas hecho bien ese trabajo.

Pestañeé, instantáneamente supe a lo que se refería y no pude evitar hacer una mueca con mis labios.

—Cierra la boca y comienza a cargar las armas Michelle— La empujó apartándola de su lado cuando ella soltó una corta risa. Y tras tomar un cinturón donde se colocaban las armas y caja de cartuchos, Adam caminó hacia mí—. Póntelo.

Tomé el cinturón y lo rodeé en mi cadera, y mientras acomodaba el arma y los cartuchos, envié la mirada a Rojo, ya no estaba mirándonos, su atención estaba en Rossi que... le estaba dando un arma también. ¿Por qué le dio un arma? Rojo no sabía cómo utilizarla, ¿o sí? Decidí encaminarme hacía él, y tan solo me interceptó él también lo hizo, firme y con una mirada seria.

En tanto terminaba con la poca separación, no dudé en revisar su cuerpo entero, buscando alguna herida, algún enrojecimiento algo que me dijera que lo habían lastimado. Los últimos pasos, me dejaron a pocos centímetros de él, subí mucho el rostro de su pecho desnudo a esos bellos orbes carmín que resaltaban diabólicamente de sus escleróticas negras, y lo analicé.

— ¿Te hicieron algo? —pregunté, dejando que mi voz demostrara mi preocupación. Rojo me vio un momento sin responder. Inesperadamente una de sus manos tomó parte de mi rostro para acariciar con su pulgar mi mejilla.

Me estremecí y, nerviosamente vi a los alrededores, percatándome de que algunas personas, incluyendo por un instante a Rossi, nos estaban mirándonos, y no sabría explica el rostro que llevaban pero parecían un poco sorprendida. Por un momento, quise apartar su mano, pero me contuve.

—No—Me relajó su respuesta, aunque tenía curiosidad, quería saber si la inyección había surtido efecto en él. Quería saber si el parasito en su cuerpo estaba muriendo—. ¿Te hizo algo?

Sabía a quién se refería. Adam me dijo muchas cosas y quería contárselas a él, pero tal vez en un lugar más privado le contaría.

—Solo me enseñó a disparar—comenté, encogiéndome de hombros y viendo hacía el arma en su otra mano—. ¿Tú sabes disparar?

—Todo listo, salgamos—ordenó Adam detrás de nosotros, eso hizo que girara y lo viera. A pasos grandes, él se acercaba al grupo frente a la puerta, seguramente la abriría. Ya era hora, saldríamos nuevamente al exterior donde todos esos experimentos carnívoros buscaban carne fresca.

No quería salir, era aterrador solo pensar que volveríamos a los túneles... Pero Adam tenía razón. No había salida, y si pasábamos el tiempo ocultándonos cada vez más tendríamos menos posibilidad de sobrevivir. Esos monstruos se multiplicarían y no dudaba que llegaría el día en el que tratarían de atacar el lugar donde nos encontrábamos. Lo mejor era luchar con lo que teníamos. Matar, matar y volver a matar.

Cuando volví la mirada al rostro de Rojo, la forma en que me miró eliminó toda tranquilidad en mi cuerpo. La seriedad en su gesto se había vuelto más pesada, y sus orbes oscurecidos como los de un depredador, me observaban.

—Sí—respondió, pero cuando lo hizo se volteó, me dio la espalda y se apartó de mí dejándome muy confundida. ¿A dónde iba? Le seguí con la mirada, como se acercaba a la puerta que se había ocurrido a uno de los costados de la pared, y salía fuera de mi alcance, sin voltear a mirarme.

Solo saber la forma en que actuó, en que me vio, en que espetó, me hizo darme cuenta de que estaba celoso. Rojo estaba celoso.

(...)

Rojo.

Lo mantenían todo tiempo en frente con sus enrojecidos parpados cerrados, revisando en diferentes lados del túnel mientras sus pasos lo alejaban de nosotros. Todos esperábamos su señal para empezar a recorrer el resto del túnel, íbamos armados y en silencio, cargando cada uno una mochila equipada con suficiente comida o armamento como si fuéramos a tardarnos días en volver a la base, lo cual me preocupaba que fuera cierto.

Rojo alzó el brazo a varios metros de nuestro alcance, lo movió solo un poco y sin detenerse siguió caminando. Comenzamos a seguirle, y apresuré mis pasos, tratando de pasar al resto del grupo con la intención de llegar a él, a su lado...

Pero una mano me detuvo por detrás.

—No rompas la fila, Pym—Era la voz de Rossi, baja y lenta que me atrajo de regreso—. Debemos mantener la posición que se nos dio, el orden y tranquilidad son la base de nuestra sobrevivencia. El miedo y el desorden no.

Mi pecho se oprimió y el ardor en mi estómago me hizo endurecer los labios, fue inexplicable saber cómo me sentí molesta porque no podía acercarme a Rojo, o preocupada porque cada vez más estaba lejos de nosotros, y a duras penas tuve que quedarme junto a ella y los que cuidaban nuestras espaldas.

—Se está alejando mucho—murmuré, apretando el arma en mis manos, sin quitarle la mirada a la ancha espalda desnuda de Rojo.

—A menos que encuentre temperaturas se acercará y dará una señal—susurró sin dejar de ver adelante—. Y a menos que necesite de ti, te acercaras a él, por ahora toda su tensión esta en números verdes, no hay síntomas y no los habrá hasta dos días.

¿A menos que me necesite? ¿Qué necesite que le baje la presión? Sentía que se estaba refiriendo a mí como una clase de medicamento para Rojo. De ninguna manera me gustaba sentirme así.

— ¿Crees que nos rescataran?

—Nos habrían rescatado hace mucho Pym—sus palabras tenían mucha verdad—. Eso quiere decir que nadie ha podido comunicarse con el exterior, las baterías para las radios son nuestra única opción ya que no hay una puta salida de este lugar.

— ¿Saben dónde encontrarlas? —pregunté otra vez.

—Por lo general no se usan baterías en el laboratorio, todo es eléctrico y solar aquí. Sin embargo se guardan baterías en los almacenes de equipo, o también hay baterías en los almacenes de los bunkers. Si tenemos suerte, quizás encontremos baterías en algún otro lugar cercano.

— ¿Cuánto tiempo nos tomaría llegar a ellos? —quise saber, dándole una mirada a Rojo.

—No lo sé Pym, siempre que salimos nuestras vidas peligran. Esos monstruos siempre están atacando y siempre terminamos ocultándonos o volviendo a la base con muy pocos recursos—respondió con cautela, pasando de ver enfrente a ver la hora en el reloj de su muñeca—. Nos toma al menos un día llegar a una área y otro día entero volver a la base. Seguiremos con vida siempre y cuando guardemos las posiciones y nos mantengamos callados.

Hundí el entrecejo y vi como ella ignorando mi mirada se concentraba en el camino de enfrente. Seguí con esa misma posición, callada y caminando en silencio, manteniendo en todo momento la mirada en Rojo.

Él también estaba concentrado en lo que hacía, rastreando temperaturas. No nos alertó ni aun saliendo del túnel y subiendo unos pocos escalones que nos llevaban a un corredizo en penumbras con paredes agujeradas y lleno de escombros. El panorama no era nada agradable, y no solo mencionando que ahora nos habíamos dispersados, para que uno por uno subiera sigilosamente la montaña de rocas y arena que provenían de un techo completamente destruido y que estropeaban nuestro camino.

Rojo cruzó con una agilidad increíble, en que las piedras no se movieron ni sus pisadas provocaron ruido, en cambio con nosotros, uno que otro pedazo de roca grisácea resbalaba, Rossi estuvo a punto de caerse, pero alguien la tomó del brazo y la ayudó a bajar cuidadosamente.

Al cruzar todos, pasamos de corredizo en corredizo donde las farolas de luz funcionaban. Andábamos sin revisar las habitaciones que se hallaban a nuestros lados, supuse que al no ponerles atención, ya antes las habían revisado. Debía ser así, ya que gran parte de las puertas de esos salones, estaba abiertas y vacías.

No supe por cuanto tiempo seguimos caminando, o en cuantas horas llegamos a estar en una área de transporte a llegar a un nuevo túnel, lo único que tenía en mente era el diabólico parecido que tenía un pasadizo con otro. Por momentos pensé que estábamos recorriendo el mismo camino que Rojo y yo tomamos antes de encontrarlos, este lugar era confuso, era un laberinto, ¿cómo estaba seguros de que no regresábamos a la base?

De pronto, algo nos recorrió la espinilla dorsal y nos dejó completamente inquietos.

Rojo se había detenido, su rostro se torció de una forma tan brusca hacia el túnel a su izquierda, que perturbó al grupo y los dejó inmóviles. Por otro lado estaba acostumbrada a que girara de esa rotunda forma su cabeza, pero también estaba perturbada porque cuando él hacía esos movimientos solo significaban algo.

Peligro.

Experimentos cercas.

Y retrocediendo dos pasos se giró, y abriendo sus parpados clavó su mirada oscurecida en Adam, él ya se estaba acercando a Rojo con una rapidez desconcertante.

—Ven nuestras temperaturas, se aproximan a nosotros—su espesa voz, en tanto silencio a pesar de ser baja, fue lo suficientemente clara para ser escuchada.

— ¿Cuántos son?

—Cinco—volvió a espetar como respuesta a Adam. Aunque nadie dijo nada, podía ver la tensión en sus cuerpos, incluso sentir lo rígido que se había puesto el mío, recordando aquella vez en que Rojo y yo nos encerramos en un almacén para ocultarnos de cinco experimentos.

—Maldición, siempre han estado en grupo grandes, casi nunca van solos...—susurró Rossi, viéndome de reojo —. Significa que no vamos a luchar, morirán muchos si lo hacemos.

Entonces Adam se giró, nos vio por encima y se apresuró a señalar que volviéramos al camino que habíamos dejado atrás. Lo hicimos, nos movimos apresuradamente, mirando detrás de nosotros, mirando a todas partes hasta llegar al área de transporte. Adam se apresuró a pasarnos de largo para correr hacía la única puerta del lugar, esa que tenía una ventanilla y se encontraba junto al enorme mapa del lugar.

—Todos adentro y cúbranse con sus mantos— indicó, abriendo la puerta y esperando a que obedeciéramos, lo cual no tardó en suceder.

Rossi me empujó para que reaccionara, y lo hice enseguida, apresurando lo más silenciosa posible mis pasos para entrar a ese pequeño cuarto de limpieza donde todos se colocaron en rodillas, yo hice lo mismo sin saber que estaban haciendo. Algunos se habían quitado la mochila, rebuscando en su interior y sacando mantas que parecían hechas de aluminio o algo parecido. Las desdoblaron y tan pronto como Adam cerró la puerta, varios de ellos, en pequeños grupitos de dos, empezaron a cubrir sus cuerpos con las mantas delgadas.

Entonces lo entendí, esas cosas cubrían la temperatura, ¿cierto? Y yo tenía una en mi mochila, podía sacarla y cubrirnos a Rojo y a mí. Estaba a punto de hacerlo, incluso ya había descolgado mi mochila y bajado el cierre cuando... El almacén se oscureció, y todo a causa de que Adam había apagado la luz, pero a causa de la ventanilla en la puerta, todavía podía mirar las sombras moverse dentro del almacén. Sombras que no reconocía.

Busqué a Rojo una vez sacado el manto, sin embargo, alguien más se había adelantado. Una mano se había empuñado alrededor de mi brazo, ligeramente.

—Vamos Pym — Era Adam y estaba segura que lo que sintió en ese instante mi cabeza era la tela del manto, cubriéndome—, híncate.

Estaba a punto de hacerlo, aceptando que era demasiado tarde para lo que quería hacer, que era proteger a Rojo cubriéndolo con lo que mis manos apretaban, pero lo que pasó a continuación me dejó desorientada, perdida. Muy pérdida.

No supe en que instante aquel manto se retiró de encima de mí y esas manos calientes me tomaron por detrás, tiraron tan fuerte de mí que me tropecé, pero mi trasero nunca tocó el suelo sino el regazo de alguien ¿y quién era? No lo sabía, había ocurrido tan rápido que ni siquiera me di cuenta de en qué momento nos había cubierto con el manto, y esos brazos habían rodeado mi cintura. Pero estaba segura de algo, que no era Adam, no, él no era.

—Agachados, no hagan ruido y no se muevan—susurró alguien con fuerza en alguna parte del almacén.

Estaría saliendo del agarre de esa persona, sino fuera por esos labios rozando la parte trasera de mi cuello, casi como una caricia, y cuando se abrieron, el aliento cálido que salió contra mi sensible piel, me erizó el cabello de mi nuca. Mi cuerpo se estremeció, y asustada e incómoda, decidí removerme con cuidado para apartarme de la persona, cosa que no logré hacer cuando volvió a apretarme con un solo brazo para mantenerme pegada a su torso... desnudo.

Oh Dios, era...

—Soy yo...—susurró contra mi oído. El corazón se me saltó del pecho y volvió con una fuerte combinación de adrenalina y nerviosismo, por primera vez, robándome la respiración —. Tranquila, Pyms—su gruñido bajo hizo que mis huesos respingaran y volvieran suavemente a su lugar, volviéndome a estremecer.

Apenas iba a pensar en su palabra cuando sus dedos, tomaron mi mentón, y cuando menos me di cuenta ya había torcido mi rostro hacía un lado, muy cerca de él suyo, para poseer mi boca y profanar su interior con su larga y hambrienta lengua.

Reprimí un gemido de sorpresa, y otro más que agradecí que no sonará fuera de nuestras bocas cuando algo duro se empujó contra mi trasero. Abrí con escandalo los ojos, pestañando en todas direcciones de la oscuridad que nos rodeaba.

Dios. Santo. Jesús.

En una situación tan peligrosa, ¿se ponía a besarme de forma intensa? Y no era eso lo que me molestaba, más que molestarme me sorprendía que a pesar de lo mucho que peligrara nuestras vidas se tomara un momento para besarme apasionadamente y sentirse, todavía, excitado cuando había experimentos buscándonos para devorarnos fuera del almacén. Rojo era indescifrable, nunca sabías que haría después.

Y lo que más odiaba era la poca fuerza que no ponía contra sus acciones, odiaba incluso que mi cuerpo correspondiera a su tacto con fuertes estremecimientos y ahogados jadeos que su lengua saboreaba con locura.

Y rompió el beso, escuchando, tal vez, aquella suplica que apenas gritaba mi interior para que se detuviera. Pero sus labios seguían rozando mi boca, y su aliento humedeciéndome, con una delicadeza que por ese momento sentí que estábamos fuera de peligro.

—Si algo sale mal, solo te protegeré a ti.

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