17 Examinadora

Desnuda y cubierta por aquella cálida piel de sus brazos. Así imaginé que despertaría: en las grandes extremidades que anoche me habían acorralado contra su pecho después de que exploráramos nuestros cuerpos una y otra vez hasta desplomarnos.

Pero eso no sucedió. No cuando abrí los ojos y lo primero que vi, fue el lado izquierda del sofá en el que me hallaba recostada vacío.

Estaba tan claro en mi mente como si hubiesen sucedido apenas unos segundos atrás. Después de hacerlo, él me depósito en el sofá, y lo que sucedió después fue lo que hizo que todas mis fuerzas me abandonaran, lo último que recordaba era el calor de sus brazos.

Solté un largo suspiro con la mirada en el techo. Mi mente y cuerpo se removían con arrepentimiento, sabiendo que lo que hice, de alguna u otra manera por delicioso que se sintiera, estuvo mal.

Complemente mal.

Sí, ver a Rojo perdido entre la gloria y el placer era algo que me había fascinado. Era una nueva vista de él, la cual se había impregnado no solo en mi piel, sino en mis recuerdos. Y la forma en que gimió en un gruñido ronco cuando llegó al éxtasis, eso... eso incluso sería imposible de olvidar. Pero jamás debí dejar que se corriera dentro de mí y que gimiera su orgasmo contra mis labios, y que todavía, me tomara entre sus brazos y me durmiera entre besos. Todo eso estuvo mal, cada parte de mi conciencia estaba de acuerdo en que debí detenerlo.

¿Pero por qué no pude? ¿Qué me había detenido? Me sentí envuelta en una telaraña, sintiendo como mi cuerpo intensificaban el deseo de aumentar más, y después, solo terminé perdiéndome también. Era demasiado tarde para volver atrás y arrepentirme. A fin de cuentas, ya había sucedido. Le di el placer que tanto quería, me enredé en su cuerpo y supe al final, que ambos antes ya lo habíamos hechos.

Eso era lo que más me abrumaba. No era nuestra primera vez. Él, por supuesto, para tomarme con esa fuerza y saber a precisión como hacer las cosas, debió de haberlo hecho antes. No se miraba como alguien que aprendiera solamente de vista— que tal vez también lo aprendió pero, también lo había experimentado con alguien más.

Él sabía lo que hacía, conocía la manera de tomar mi cuerpo, tocarlo y besarlo. Aunque tenía curiosidad por saber con quién lo había hecho antes, era algo que por incomodidad no haría.

Decidí sentarme en el sofá, encontrándome vestida con mi ropa interior y mi camiseta de tirantes rasgada. Revisé al rededor en busca de Rojo, pensando que se encontraría en el baño, pero la puerta de esta estaba abierta. Y no, no había nadie ahí. ¿A dónde había ido? La única respuesta era el exterior.

Y si estaba afuera, ¿por qué saldría?

Respiré hondo y me animé a levantarme para tomar mis pantalones del suelo que estaban junto a la polo de Rojo. Su pantalón era lo único que no encontré al igual que a él. Mientras deslizaba mis piernas en ellos, algo frente a mí de color rojo llamó mucho mi atención.

Era algo que desde un principio hubiera encontrado por la forma y el lugar en el que estaban, pero que al parecer apenas lo hice. Pestañeé tantas veces pude, creyendo que era un sueño. Sin embargo, ahí estaba, una palabra escrita con sangre marcando el centro de aquella blanca puerta.

Parecía una petición, o tal vez solo una orden.

No salgas hasta que vuelva.

Eso decía.

— ¿Por qué no debería salir? —me pregunté, acercándome a las persianas para mover un par y ver a través de la ventana—. ¿En dónde está él?

Mi pregunta se respondió cuando, entre tanta penumbra lo vi. Sobre los escombros, inclinado sobre sus rodillas estaba Rojo, dándome la espalda. Estaba a varios metros de la oficina, pero a pocos de la entrada de aquella área. Lo único que llevaba puesto eran sus pantalones, todo su torso estaba desnudo.

No me hizo falta analizar lo que estaba haciendo, para comprender que estaba devorándose los órganos del experimento. Y por más que intenté apartar la mirada, no lo hice, al menos no al principio. Había quedado perturbada, sintiendo como mi estómago empezaba a contraerse.

Vi el cadáver del experimento. Observé toda esa sangre esparcida sobre él y alrededor de su cuerpo: notando que le hacía falta un brazo y que solo Dios sabía dónde estaba esa extremidad. Además tenía toda la parte de su estómago abierta de una forma repugnante... como si un animal hubiese mordisqueado y arrancado la piel con sus dientes.

Lo que me dejó aterrada era que no había sido a causa de un animal, sino de Rojo.

Sus garras arrancaban y trozaban desesperadamente partes del interior del cadáver para llevárselas a su boca. Y aunque no podía verle la cara, la forma en que movía su cuerpo y rostro, me daban a saber que estaba disfrutándolo.

De un momento a otro, el trozo de carne del que sus garras se aferraban, fue soltado. De los labios se me escapó un jadeo y del cuerpo un temblor cuando luego, lo vi levantarse lentamente. Incorporándose por completo con esa figura imponente y escalofriante en la que sus omoplatos se marcaban. Sus garras se extendieron, parecían un poco crispadas: eran tan largas y apostaba a que filosas también. Se quedó en esa posición, cabizbajo y tenso mirando el suelo, o eso quise pensar. No estaba segura, pero solo podía ver su perfil.

— ¿Qué vas a hacer? —mi pregunta desapareció al instante en que terminó de cruzar mis labios, cuando él torció su rostro de una forma tan brusca que me sacudió el estómago con nauseabundos espasmos.

Quedé en shock. Más asustada que consternada, viendo de qué forma se encontraba su rostro. Estaba torcido en mi dirección, sus ojos clavados en la ventana... en mí. Pude construir sus retorcidas facciones y esos largos colmillos que deformaban sus carnosos labios. Toda la parte inferior de su rostro estaba manchada de sangre, la sangre incluso le goteaba del mentón.

Con ese aspecto y su macabra mirada parecía un monstruo. No parecía ser el mismo.

No parecía ser Rojo.

Todo mi cuerpo se estremeció y mis rodillas amenazaron con dejar de funcionar cuando bajó de los escombros. Tan solo lo vi retirar la mirada y lamerse con esa larga lengua el rastro de sangre en sus colmillos para luego empezar a caminar en mi dirección, reaccioné.

Me aparté cuando no pude mirar más, y cuando sentí esa presión nauseabunda subiendo desde la boca de mi estómago hasta todo mi esófago. Corrí al baño y vomité sin poder evitarlo. Y mientras me colocaba en rodillas y escupía los últimos restos de lo poco que había consumido horas atrás, escuché la puerta cerrarse.

Los nervios se me alzaron de punta.

No necesitaba dar una mirada de rabillo para saber quién había entrado y quién estaba acercándose. Limpié mi nariz con el dorso de mi mano y decidí levantarme para caminar al lavabo y, sobre todo, cerrar la puerta. Pero había sido demasiado tarde cuando su mano y esas largas garras se anclaron en el borde del umbral. Entonces solo pude abrí el grifo y lavarme el interior de mi boca, con un miedo perturbándome el corazón.

Las rodillas me temblaron al igual que las piernas con su intensa presencia que, cada segundo, crecía debajo del umbral. Con su intensa mirada clavada únicamente en mí, y esas garras deslizándose un poco más sobre la madera, produciendo un ruido espeluznante. No pude soportarlo más y levanté la mirada en dirección al espejo, contemplando su reflejo.

Sus orbes diabólicos me observaban desde esa posición detrás de mí. Una mirada macabra y diabólica destacando a causa de esos largos colmillos y toda esa sangre goteándole del rostro. Una que otra gota de sangre resbalaba por ese pecho desnudo y marcado.

Toda esa tención se escapó de mi cuerpo al ver que con frustración y preocupación hundía sus cejas. No le había gustado que lo viera comiendo del experimento. Pero, ¿qué iba a saber yo? Por un momento pensé que estaba revisando el perímetro, no me cruzó por la cabeza que tuviera hambre y saliera para comer.

Y por supuesto no era por su aspecto que había sentido miedo, sino por la forma en que se estaba devorando al experimento que, por un instante, había visto a un monstruo y no a una persona.

Tan solo verlo como se lo comía, me recordó a las palabras de Roman cuando menciono que el experimento enloqueció de hambre y se comió a sus compañeros. En ese ínstate, sentí miedo y preocupación de que Rojo se volviera un monstruo y dejara de ser... Rojo para siempre.

Aparté mi mano del lavabo una vez cerrado el grifo y lavado mi boca para mirar sus garras, mientras sentía como mi estómago amenazaba con contraerse con fuerza. Las náuseas serian algo difícil de impedir porque no estaba acostumbrada, y claro que no lo estaría jamás.

— ¿Ya no tienes hambre? —se me ocurrió preguntar para terminar con ese silencio insoportable. Cortó con la conexión de nuestras miradas, observando inquieto la ducha junto a mí.

—Creo que debí escribir que tampoco miraras por la ventana—soltó dificultosamente a causa de sus colmillos largos, añadiendo a sus palabras un tono espeso que me desconcertó.

Sí, estaba molesto.

Tomé una profunda bocanada de aire y, una vez que me aparté del lavabo retrocediendo unos pasos hasta la ducha, contesté:

—Creo que debiste mencionar que irías a comer, pero ya pasó.

— No, no pasó —espetó, apretando sus puños y, casi, rasgando la piel de sus palmas a causa de sus garras que todavía no desaparecían al igual que sus colmillos.

Me miró solo por un instante de una forma abrumadoramente intensa, antes de cortar la conexión y acercarse al lavabo. Abrir la llave de agua y comenzar a lavarse la sangre de la boca y mentón.

— Ahora no me permitirás, tocarte y besarte. No solo me temes, también me tienes asco.

Ladeé el rostro sin poder evitar buscar entenderlo, pero eso era algo que no podría hacerlo. No estando en esta pesadilla.

— ¿Eso es lo que te preocupa? —quise saber, estaba impresionada que solo pensara en besar y tener relaciones sexuales cuando había algo mucho peor de lo que debíamos preocuparnos. Este maldito lugar, y la salida que nadie sabía dónde demonios se encontraba—. Tu aspecto no me importa, Rojo.

Además... Solo lo habíamos hecho, ¿no? Que lo hiciéramos no nos unía sentimentalmente. No había razones especiales para que se preocupara porque su aspecto ensangrentado y bestial me ahorrara las ganas de besarlo.

Entornó la mirada—al fin— en mi rostro donde, de inmediato me di cuenta de cómo disminuía el tamaño de sus largos y aterradores colmillos. Alzó más la mirada sin dejar de mirarme con intensidad, como si deseara atravesarme en su silencio. Y movió sus piernas. Se acercó y yo no retrocedí, tampoco dejé de sostenerle la mirada aun teniéndolo tan cerca que nuestros espacios personales desaparecieron, y eso, no me molestaba en lo absoluto.

—Entonces bésame—más que una petición sonó a una orden, su voz firme y dura, ronca y grave exploró cada fibra de mi cuerpo. Estudié su rostro, la forma tan agitada en la que respiraba, la forma en que las venas de su cuello se marcaban por la impotencia que tenía. Pestañeé, viendo de reojo sus labios que ya no permanecían retorcidos, y que ahora estaban impecables de alguna mancha de sangre.

— ¿Por qué tengo que besarte? —cuestioné. Siendo lo único que escuchara en el momento, mi corazón escarbando en mi pecho—. Estamos en un laboratorio repleto de monstruo, ¿y lo que más quieres es que te bese? ¿Eso te va a demostrar que no me das asco?

—Lo que más quiero es que no dejes de verme como una persona—aclaró, apretando su mandíbula. Respirando tan fuerte que sus exhalaciones acariciaron por completo mi rostro.

—Te veo como una persona.

—Entonces bésame, Pym.

Volví a pestañar, y tal vez más veces de las que nunca hice, cuando escuché mi nombre salir de sus labios con una urgencia que estremeció mi cuerpo. Y para colmo, me dejó desconcertada saber que sabía mi nombre cuando yo nunca se lo dije. ¿A caso me escuchó decirlo en el área roja? Él dijo que tenía el oído desarrollado, así que podía escuchar con demasiada claridad, ¿no? Así que eso podría explicar por qué sabía mi nombre.

—Lo que más nos debe preocupar y lo que deberíamos de estar haciendo desde hace horas, es salir de este lu-lugar, Rojo, tú y yo...— tartamudeé en cuanto vi que acortaba los últimos centímetros como para hacerme retroceder y dejarme arrinconada contra la pared —. Salir los dos juntos, con vida, ¿entiendes?

Su nariz rozó la mía y fue bajando hasta mi mejilla en una clase de caricia, haciendo que mis piernas se debilitara. Mis manos volaron a los lados de la pared buscando donde aferrarme, estaba segura que terminaría cayendo al suelo en cualquier momento, si él no se apartaba de mí.

—Pym—mi nombre fue susurrado, otra vez en ese tono excitado. Torcí mi rostro lejos de estar tan cerca de él para poder respirar, cuando volvió a pedirme: —, deseo que me beses otra vez.

¿Por qué estaba haciéndome esto? ¿Por qué mi cuerpo estaba reaccionando así? Esto no tenía sentido, si por mi fuera, lo estaría empujando, tomaría mi mochila y saldría de la oficina, pero... ¿por qué no lo hacía?

Por supuesto, tampoco unos besos me matarían. Pero, lo que si me mataría, era el hecho de que él me dejara sola.

Maldije en mis entrañas, y sin torturarme más, volví mi rostro al suyo y contemplé su desesperada mirada. Luego, reparé en sus carnosos labios que antes se mantenían cubiertos de sangre. Estaba loca, estaba muy loca y muy enferma por lo que haría continuación. En puntitas, mis manos volaron a los lados de su rostro para depositar un beso en sus labios. Un beso lento en el que tomé su labio inferior y todavía, lo acaricié con mi lengua.

Al sentir todavía, ese asqueroso sabor metálico— aun cuando él ya se había lavado la sangre— que no me permitió saborear la naturalidad de sus labios, mi estómago volvió a contraerse. Quise apartarme al sentir sus garras deslizarse por mi cintura y apretarme contra su torso desnudo. Pero era demasiado tarde cuando él abrió sus labios e intensifico el beso. Esta vez no sentí su lengua colonizando el interior de mi boca, pero sí saborear mis labios a plenitud, tomándose el tiempo para incluso rozarlo con sus colmillos.

Gemí, gimió. El asqueroso sabor poco presente de la sangre dejó de ser importante, cuando sus besos se sintieron caricias dulces y apasionadas que agitaron mi pulso. Me dije que podría seguir así, besándolo por minutos cuando se me escapó un jadeo a causa de ese estremecimiento en la parte baja de mi espalda. Sus garras estaban adentrándose por debajo de mi camiseta, lenta y juguetonamente acariciando mi piel.

Oh no, esto empeoraría.

Nos detuve cortando a la mitad de su beso y me enderecé. Abriendo los ojos hacía los suyos que también se habían abierto para brillar con confusión.

—No podemos hacerlo—paré, con la respiración hueca. Sintiendo la ausencia del calor de sus labios húmedos en los míos—. Si no hay peligro al rededor, deberíamos continuar para hallar la salida más pronto, ¿entiendes?

—Entiendo—repitió mi última palabra, soltando segundos después mi cintura para apartarse en dirección a la ducha—. Pero antes me limpiaré el resto de la sangre.

—En la ducha no, mejor con el agua del lavabo, así no harás ruido—sugerí, sintiéndome preocupada al ver su gran mano rodear una de las llaves de la ducha.

—No hay movimiento, ni siquiera una temperatura cercana— Cuando escuché el chirrido de la llave girarse y el agua golpetear el suelo, giré a ver a todas partes asustada, atenta a cualquier extraño sonido que no perteneciera a nosotros—. Si algo nos escucha... lo mataré.

(...)

No sabría decir en qué lugar estábamos después de haber vuelto al área de transporte, tomado otro túnel y recorrido innumerables pasillos. Pero lo que encontramos en esa enorme zona de pisos de porcelana y paredes blancas, me dejó inquieta.

Eran salas repartidas a lo largo del pasillo a nuestros costados, o al menos así se les llamaban.

Y la sala que estaba delante de nosotros, era la sala infantil número 3 de entrenamiento, ese era el título de la zona con un enorme umbral de puertas de cristal rotas. Y en el centro de esa sala, lo que más llamó mi atención fue ese montón de muros unidos y separados, y de todos los tamaños. Era como ver un enorme laberinto de piedra en medio de una gigantesca sala.

Esa sala de entrenamiento se dividía en varios cuartos pegados en una de las paredes, manteniendo un tamaño ni grande ni pequeño con una cortina cubriéndoles el umbral, como puerta. Me intrigaba mucho ver todos esos muebles de diferentes formas acomodados del otro lado del laberinto, y esas camillas acomodadas y apartadas una de la otra por largos cortijeros acompañados de muchos aparatos. O esos largos barandales horizontales con una altura de al menos un metro que tenían el mismo aspecto que utilizaban para enseñar a alguien a caminar.

Todo alrededor tenía el aspecto de un hospital y una recamara de juegos, si mencionábamos lo que parecía ser un laberinto en el centro en el que por nada del mundo, me adentraría.

—Estas salas son habitados por experimentos más pequeños, por eso se llama infante. Estuve en una sala igual, cuando fui un infante, después de crecer me enviaron a otras—informó. Cuando volteé a verlo, sorprendida, él ya estaba caminando hacia el laberinto, y conforme se acercaba, su imponente silueta, disminuía por lo grande de los muros.

— ¿Aquí te enseñaron a hablar y caminar?

Él asintió, pasando de estar junto a la entrada del laberinto, al primer cuarto cuyo interior se ocultaban por medio de una cortina. La apartó, mostrado una cama cubierta por cobertores y con una sola almohada, una mesilla de noche con unos libros mal acomodados, y una mesa pequeña con dos sillas. También había una puerta abierta que mostraba el interior de un baño de tamaño promedio.

Entonces entendí que todas esas salas, eran habitaciones.

—En otra sala llamada infantil 4, fue donde me enseñaron a mejorar mi visión nocturna, termodinámica, mi olfato y el sentido de las vibraciones, también dormíamos y comíamos—comentó su entrecejo estaba hundido parecía un poco desorientado.

Y tal vez era porque estaba en shock, que mi mente no terminó de procesar el título de esta sala. Infantil. Eso quería decir, que estas salas eran ocupadas por niños pequeños, ¿y dónde estaban esos experimentos ahora? No, si quería decir que esta sala era para niños, entonces, había una sala para bebés, ¿no es así? Si creaban experimentos en este lugar, era obvio que habría bebés, ¿o no? ¿Y qué les sucedió a ellos?

Me estremecí con esa pregunta a la que no quise hallarle una aterradora respuesta.

—La comida era muy diferente a la que ahora consumo.

—Te refieres a que antes no eras caníbal. ¿Qué solían comer? — quise saber, saliendo de mi trance.

Me dio un poco de inquietud preguntar, pero ya lo había hecho. Llevaba tiempo pensando en que las personas en el laboratorio no hubieran permitido a los experimentos vivir si consumía carne humana. Su apetito caníbal había sido a causa de algún virus, ¿no? Debía ser todo por la infección de la que se habló en los computadores del área roja.

Sí, ese contaminante era la causa de su canibalismo. Estaba segura.

—Frutas y verduras, lácteos y productos de origen animal, todo en cantidades medianas o a veces grandes—replicó, apartándose a pasos lentos de esa habitación—. Por eso creo que el que ahora quiera comer carne, se debe a que he terminado mi maduración adulta.

Conté las habitaciones, eran quince cuartos en total, sin contar el resto de las habitaciones en las demás salas de entrenamiento. ¿Qué más les ensayaban aparte de hablar, y caminar? ¿A parte de mejorar sus sentidos, que más estudiaban de ellos? Sentí una profunda curiosidad por este lugar tan familiar. Una curiosidad por él, y por los experimentos.

— ¿Qué más hacían? — pregunté, acercándome a una de las habitaciones y corriendo la larga cortina para ver su interior desordenado.

Había libros tirados en el suelo, libros que terminé tomando y leyendo sus títulos. Era sobre el cuerpo humano, enfermedades, historia de la primera y segunda guerra mundial, diccionarios, y uno último que era sobre el lenguaje mudo. Salí de la habitación luego de acomodar los libros y busqué a Rojo. Estaba en el centro de la enorme zona, contemplando la entrada al laberinto otra vez.

—Nos estudiaban, y nos enseñaban a hacer cosas— respondió después de un largo silencio. Se apartó y me vio de reojo un momento antes de seguir caminando hacia otra pequeña habitación. No dude en seguirle el paso.

— ¿Qué tipo de cosas? — curioseé. Él corrió la cortina enfocando la mirada en una cama desordenada con un par de libros abiertos.

—A curar heridas— empezó a responder, observando alrededor de la habitación—. Mejorar otras habilidades como aprender a sentir las vibraciones, escuchar y ubicar sonidos. Ver las temperaturas. Oler y saber los nombres de los aromas. Brincar, correr, hablar, experimentar con nuestras papilas gustativas o nuestro tacto. Cada día que permanecíamos a fuera teníamos que mejorar en ellos. Aunque no todos nosotros éramos iguales, otros experimentos eran mucho más fuertes y lo obligaban a romper cosas o levantarlas.

Quedé impresionada con todo lo que acababa de decir, pero de todo eso, ¿también les enseñaban de sexo? Eso no tenía sentido si él era solo un enfermero, como dijo Roman, ya que lo llamó por enfermero termodinámico. Termodinámico por las temperaturas que miraba en la distancia con sus parpados cerrados, y enfermero por su sangre capaz de regenerar.

Si solo era un enfermero y si solo era un experimento, ¿cómo supo besar y hacer ese tipo de cosas íntimas?

—Rojo— lo llamé, lamentándome de que mi voz sonara raramente nerviosa. Él giró a verme desde la habitación en la que estaba, y sentí un extraño estremecimiento en mi vientre—. A-ah... ¿Los demás son enfermeros al igual que tú? ¿Y por qué enfermeros?

Me retiró la mirada y la posicionó en la mesa con las dos sillas de esa misma habitación. Estaba repleta de libretas, juguetes y otras cosas que por lo abullonado que estaban, no podía saber lo que eran.

—No lo sé, y nunca nos habían llamado así, es la primera vez que lo escucho—aclaró y eso me puso a pensar—. Pero los que somos del área roja, blanca y verde tenemos sangre que cura, aunque cada área es diferente, sé que unos son más fuertes que nosotros y otros más débiles, pero creo que casi todos tenemos las mismas habilidades, y maduramos de la misma forma—dijo, mientras se acercaba a la mesa y revisaba con la mirada, como si estuviera buscando algo—. Los examinadores que asignaron para mi cuidado en cada periodo de edad, nunca me dijeron para qué fui creado. Nunca respondían a las dudas sobe mi existencia.

— ¿Examinador? — repetí completamente confundida. A mi mente solo llegó la clásica definición de una persona que examinaba, y listo, no más. Así que no estaba entendiendo ese punto y entonces solo quedé más confundida, esperando a que él dijera algo más—. Lo siento, no estoy entendiendo, ¿examinador para qué?

—Cuidador, o un niñero, pero más que alimentarnos, cuidarnos y dormirnos, es el encargado de mejorar nuestras habilidades y mantenernos vivos, así como prepararnos para nuestra maduración.

Arrugué la nariz, entonces no deberían llamarlos examinadores sino prácticamente niñeros de experimentos y ya, ¿por qué ponerles un nombre que no tenía relación alguna con lo que se hacía? ¿O había algo que todavía no me decía sobre ellos?

— ¿Por qué les llaman examinadores si no hay nada de examinador en cuidarlos a ustedes?

No me respondió, y peor aún parecía ignorarme mientras removía las libretas y cachivaches que se encontraban encima de la mesa y sacaba de todo es bulto, una hoja arrugada en la que había un escrito algo torpe con lápiz. Traté de leer su contenido, pero fue en vano cuando él aplastó la hoja haciéndola bolita con su puño.

La dejó caer sobre todas esas cosas, y con el movimiento que hizo después buscando nuevamente, hizo que un gafete con un largo listón blanco, se terminara por resbalar y cayera al suelo. Entorné la mirada de inmediato sobre él, y sobre ese rostro femenino que se iluminaba en un espació del gafete. Su cabello castaño oscuro, levemente ondeado y acomodado sobre sus hombros, fue lo que me hizo enfocarme más en ella. Enfocarme en sus facciones tan livianas y en esa pequeña nariz repleta de pecas que terminaban esparciéndose un poco sobre sus sonrosadas mejillas.

Se me cortó el aliento cuando vi el color de sus ojos. Ese azul tan claro y profundo como el cielo. Y ese lunar, el mismo lunar que tenía...

Debajo de mí labio inferior.

Quedé tan perturbada como confundida que me costó moverme, que dude muchas veces en tomarlo creyendo que estaba imaginándolo, sin embargo, al final lo hice, reaccioné y terminé de inclinarme para tomarlo entre mis dedos. Aún en shock, leí el nombre que titulaba por debajo de la fotografía.

Pym Jones Levet.

Femenina.

24 años.

Tipo de sangre O positivo.

Población número 167.

Lugar administrativo en la corporación G.A.H.A (Laboratorio central de genética artificial humana-animal): 

Nutrióloga y examinadora de la zona infantil sala 3.

—Esta... Esta...—Hice una pausa para tragar y encontrar mi voz en tanto subía la mirada en dirección a ese par de orbes rasgados que ya estaban clavados en mí—. Esta soy yo.

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