2 Escamas negras

Sabía quién era yo, quiénes eran mis padres y dónde vivían. El problema era que no sabía nada más acerca de mí o del lugar en el que desperté.

Desperté debajo de un escritorio de largas patas que pertenecía a una oficina con un pequeño baño mal trabajado. Tan solo fui consciente del lugar en el que me encontraba, un dolor se apoderó de la parte inferior de mi cabeza: se debía a una herida en la nuca que pude sentirla hasta con la yema de los dedos. Pero no era profunda y no sangraba más. La pregunta era saber cómo fue que me la hice.

Y cómo fue, que llegué hasta esa oficina destrozada.

Sobre el escritorio del que salí, se hallaba un computador de pantalla plana. Su Pc estaba hecho pedazos al igual que el teclado, varias de sus piezas esparcidas por el suelo junto a una silla de rueditas partida en dos. Habían estanterías en la pared junto a la pantalla: repletas de botellas vacías y desacomodas, al igual que muchos pequeños y delgados frascos derramados de extraños líquidos coloridos.

Además de eso, un archivero platinado se hallaba muy mal acomodado en una contra esquina de la habitación. Poco faltaba para que terminará cayendo. Tal archivero tenía todas sus cajoneras extendidas, y sobre todo, vacías. Solo echar una mirada al rededor podía encontrar restos de un montón de hojas quemadas que cubrían la porcelana: seguramente se resguardaban en el archivero.

Las paredes eran todas de concreto, había un gran panel de control del tamaño de una persona adulta y robusta. Estaba lleno de botones y un lente oscuro en el centro de una de las paredes. Pero había un motivo por el que no funcionaba, ya que, al igual que la Pc, los botones del panel estaban hechos añicos y había un agujero en su centro: un agujero en el que podía encontrar una bala.

Aquí nada parecía funcionar.

Nada parecía estar bien.

Lo más perturbador de la oficina, no eran las hojas mayormente carbonizadas, ni el panel o la Pc destruidas, sino el lugar... Todo el lugar, porque no era la única habitación.

Fuera de ella, una escalera metálica de muchos escalones llevaba a un piso inferior: a un enorme salón que, solo echar una pequeña mirada, perturbaba. En el centro de ese salón, había una hilera de computadoras conectadas a otras formando un considerable círculo, y lo que ese círculo de computadoras rodeaba, era verdaderamente intrigante. Inquietante y abrumador.

Más inquietante que ver el tamaño de los muchos cables de corrientes que salían de un agujero en el centro de las computadores, y se conectaban a diferentes tubos que se encontraban ahí mismo. Esos tubos enormes, eran de al menos cuatro metros de altura y dos de anchura. Tenían una forma un poco ovalada en el centro, y estaban rodeados de una extraña capa metálica que, cada cierto tiempo, producían un sonido mecánico que me alarmaba.

La primera vez que me acerqué a una de ellas, juré escuchar unos golpes provenientes de su interior. Fue desconcertante y no pude evitar golpear el metal un par de veces para volver a escucharlo, pero no sucedió nada más.

Para ser más franca, ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que desperté, y no encontraba una sola salida a la cual acudir.

El salón estaba rodeado de puertas que, para mi sorpresa estaban selladas. Cada una de esas puertas con ventanillas cuadrangulares, llevaban a diferentes pasillos del área. No importaba qué hiciera, la seguridad de las puertas era mediante el uso de contraseña. Lo intenté cientos de veces, inventando cualquier digito que contuviera siete números, y con ninguna pude abrirlas. Busqué el código en la oficina, incluso debajo de los computadores y cualquier otra mesa, pero no había nada.

Y creí por un momento que al golpearlas con el extintor rompería el cristal, pero ni eso conseguí al final.

El lugar, que más bien parecía un laboratorio por los cientos de envases cristalizados con partes perturbadoramente humanas, estaba abandonado, y con muy poco funcionamiento eléctrico.

Sí, para mi desgracia, parecía abandonado. Porque no importó cuantas veces grité en cada puerta, esperando a que alguien apareciera y me ayudará a salir, no sucedió nada. Y pese a eso, todavía seguí revisando en cada una de ellas, observando los pasillos con la esperanza de que al menos alguien apareciera tardeo o temprano. Con la esperanza de equivocarme y que en realidad sería encontrada.

No tenía idea de cómo llegué aquí, sin recuerdos si quiera de dónde estaba antes. Al principio pensé que se trataba de un secuestro, pero nada tenía la imagen de serlo. Luego tuve la idea de que tal vez, trabajaba en ese lugar. Pero el sentido de eso se perdía, al saber que no recordaba nada, saber que era la única en este lugar y saber, que el polvo comenzaba cada vez más a cubrir todo materia.

¿De qué se trataba? Era acaso... ¿una pesadilla? No sabía, estaba confundida, aturdida y asustada. Perdida.

—Si fuera un sueño ya habría despertado—musité.

Había un par de máquinas de comida a las que les rompí el cristal para poder comer algo esta mañana, y una máquina de bebidas a la que aún no había podido abrir. Probé con sacar todos los pequeños tornillos para destaparla por detrás, pero las plumas que utilicé para intentar abrir las puertas— al no haber destornilladores—, se rompieron.

Me acerqué a una de las puertas del laboratorio, mirando a través el pasillo del otro lado, cuya luz parpadeaba, oscureciéndolo de vez en cuando. El pasillo se veía realmente largo de paredes y pisos grisáceos, y no parecía tener fin. Quería saber hacía donde llevaba, cuál era su final. Solo esperaba que alguno de todas esas puertas llevará a una salida.

Esperaba que alguien me encontrara pronto y me sacara de aquí.

Era un poco desconcertante pensar que todo esto tenía aspecto de película de terror, y también, que era la única aquí, atrapada. Nada de esto encajaba. Y por supuesto no era normal.

Lo que no era todavía normal, era sentir que en alguna parte del lugar, alguien o algo estaba observándome. Sentía su presencia, esa mirada penetrante observándome en cada uno de mis movimientos. Era escalofriante.

— ¡Ayúdenme! — grité. Con mis manos cargando el extintor golpeé la ventanilla de la puerta—. ¿Hay alguien ahí?

Dos golpes más a la puerta y la vibración fueron tan fuerte que sentí como mis huesos temblaron. No me rendí, sin embargo. Seguí gritando, porque solo hasta que la voz se me terminara, me rendiría.

— ¡Por favor, ayúdenme, estoy atrapada!

Atrapada y sola. Con mucho frio, además.

Un tintineó evitó que siguiera golpeando. Giré para ver sobre mi hombro, era el mismo sonido que emanaba de los enormes tubos en el centro de las computadoras. Pero esta vez, el sonido era más fuerte, más penetrante y escandaloso: como si fuera alguna clase de alerta, así lo reconocí. Volví la mirada a la puerta, estaba a punto de golpearla...

Cuando un sonido más perturbador que el anterior, llenó todo el laboratorio. Volví a mirar, exaltada. Las puertas metálicas que rodeaban los tubos estaban corriéndose, todas hacía abajo, ocultándose en una apertura en el suelo.

Agua. Tenían agua.

— ¿Una pecera?

No sabía cómo reaccionar realmente. Pero me atreví a caminar con pasos temerosos.

Las cortinas mecánicas fueron bajando cada vez más, revelando más de lo que pudiera imaginando. Y sí, nunca imaginé lo que vería a continuación.

Eran como enormes peceras rectangulares, solo que en vez de peces que las ocuparan, había algo mucho más grande en cada una de ellas. No sabía cómo describirlo pero, cada una de las peceras de agua, llevaba un cuerpo de diferente tamaño y un número con la palabra rojo agregado en la parte superior.

Me desconcerté. De todas ellas— la que al parecer era la primera pecera— había una cuya agua se concentraba en un color rojizo oscuro, como la sangre. Apenas era visible, pero escandalosa. Dentro de esa, restos de algunos órganos a los que les hallé forma, se golpeaban contra el cristal de forma rutinaria, como si una fuerza los estuviera empujando:

Eran intestinos y ojos.

Mi cuerpo se estremeció de pavor, me detuve por instinto sintiendo como cada pequeño musculo de mi cuerpo se debilitaba. Ni siquiera pude evitar cuando el estomagó se me contrajo y, vomité.

Horrible. Asqueroso. ¿Qué clase de laboratorio era este? ¿Qué eran esos cuerpos y por qué estaban ahí?

Repuse mi postura una vez asegurado que no vomitaría más. Y sin volver la mirada a esa pecera, revisé la siguiente que estaba enumerado como el 02 rojo. El cuerpo en su interior no llegaba ni al metro de altura, era delgaducho hasta marcar los huesos de su pequeño cuerpo encorvado, como un feto. Toda su piel estaba arrugada, blanquecina, y me pregunté, ¿cuánto tiempo habían estado encerrados?

Su forma era tan humana que podría confundirlo con un niño. Su cabeza no tenía cabello y su rostro no estaba del todo desarrollado, la parte inferior de este estaba cubierto por una máscara de agua, y unos largos y anchos cables flexibles se conectaban a los lados del respirador, estos se extendían a un par de agujeros que terminaban adjuntándose a una sola máquina.

¿Quizás les brindaba oxigeno? Podría ser.

Todos esos cables que salían de la pecera conectaban con la misma enorme máquina. Esta tenía varios botones de diferentes colores: amarillos, verdes, rojos y blancos. Esos botones se repetían alrededor de toda la máquina, y más abajo— casi llegando al suelo—, se hallaba una larga palanca metálica. Quería tirar de ella, pero me abstuve.

No sabía lo que ocurriría si la bajaba.

Además de esos cables, había otros más delgados y transparentes que salían de los antebrazos de los cuerpos, y conectaban a uno de los cables gruesos en dirección a la máquina. Era curioso, realmente interesante ver como en los dos cables transparentes fluía un líquido amarillento.

¿Por medio de ellos se alimentaba a los cuerpos?

Las siguientes peceras eran igual al segundo, solo que unos más formados que otros. Lo más espeluznante fue que en las últimas tres, los cuerpos eran completamente diferentes.

¿Al menos eran humanos?

Su forma era más agrandada y menos encorvada. Pero su cuerpo estaba bañado en gran parte por escamas negras, desde la punta de su cabeza hasta esos pies de cinco dedos. Había algunas escamas que se despegaban de su cuerpo, mostrando un poco de piel rosada.

Eran personas, físicamente lo eran. Su estructura, la forma en que se desarrollaban tal como lo hace un bebé en el vientre... Pero claro, esas no eran peceras.

Eran incubadoras. Creaban vida en ese lugar.

Me aparté, no alterada por el alarmante sonido que todavía no cesaba, sino por lo que acababa de descubrir. Comenzaba a creer que era cierto, que yo trabajaba en este lugar, que yo era parte de ese laboratorio. ¿Qué otra sentido tendría el que estuviera aquí?

Algo terrible debió ocurrir en ese lugar, tal vez un incendio o una fuga de gas, y todos menos yo escaparon.

— ¡Silencio, silencio! — rugí a la alarma que provenía de todas partes del laboratorio. Golpeé mis mejillas, empezaba a faltarme aire, estaba desesperándome. Si seguía así, me volvería loca—. ¡Silencio!

Justo en ese momento, en que mi gritó amortiguó por el sonido agudo, una extraña sensación me envolvió, era la misma que tuve en un principio cuando me sentí observada.

Eché la mirada alrededor, a las puertas y a las incubadoras.

Solo por un instante dejé de sentir mis piernas, me congelé.

De una de las incubadoras de agua, uno de los cuerpos repleto de escamas negras tenía el rostro torcido en mi dirección.

Me moví insegura, pero ahí estaba la evidencia dándome la razón. ¿Esos cuerpos seguían vivos? No podía ser cierto, ¿o sí? En cada paso que daba a los lados, su rostro se movía. Escalofriante e inquietante. Ni siquiera tenía abierto los ojos pero ahí estaba, siguiéndome. Era como si supiera que yo estaba ahí. ¿Cómo era posible eso?

Acerqué mis pasos y mientras lo hacía, inclinaba más su cabeza. Su pecera llevaba el número 09 rojo.

Estiré mi brazo para tocar el cristal y tan solo lo hice...

Su brazo me imitó.

Se extendió, y de tal manera que su mano golpeó el cristal produciendo una vibración estremecedora en mis músculos para sobresaltarme. Varías escamas se despegaron de su brazo, levantándose de su piel al mismo tiempo en que su mano volvía a golpear el vidrió.

Golpear justo en la parte en la que mi mano estaba.

No tenía palabras que definieran el miedo y la sorpresa, llenando mi cuerpo de adrenalina.

— ¿Qué eres?

De su máscara, varias burbujas salieron y subieron al techo de la incubadora, explotando de inmediato. Respiraba. ¿Los otros también lo hacían? ¿Estaban todos ellos vivos? Volvió a golpear, sus dedos se extendieron liberando todas las escamas posibles para mostrarme el color pálido de su palma. Sus dedos se extendieron aún más a los lados, dejándome absorta: cada uno de ellos se acomodaba frente a los dedos de mi mano, dejando el mismo tamaño de espacio entre cada uno de estos.

Moví mi mano por reflejo ante su cuarto golpe, solo unos centímetros, y lo que nunca esperé fue que la suya me siguió, acomodándose de igual manera. Entonces, subí la mirada, revisando su rostro. Estaba repleto de escamas, escamas que apenas cubrían los bordes de la máscara. Y no, no podía encontrar sus ojos. ¿Al menos tenía ojos? Y sí tenía, ¿cómo era posible que me estuviera viendo?

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