43 Eran ellos

Mi mente estaba hecha un caos a pesar de que las náuseas habían cesado y peor aun cuando los cólicos también lo hicieron después de que terminara nuestro turno cuidando el área del bunker.

No dudé que en cuanto Adam y Rossi despertaran y salieran a relevarnos, levantarme apresuradamente y entrar a la habitación con la intención de ir al baño para revisarme. Rojo había visto esa reacción repentina en mí, sobre todo que de lo apresurada que estaba llegué a tropezarme, así que me había seguido hasta el baño, y aunque le pedí que me diera un momento a solas, su rostro permaneció con la misma preocupación...

Necesitaba estar a solas para examinarme, de otra forma si él entraba junto conmigo y veía lo que hacía, haría preguntas. Temía mucho responderle. No... Temía más saber que estaba embarazada de Rojo.

Ya no podía ignorar los síntomas, no podía hacerlo después de tantas náuseas y que no tuviera un sangrado aun a pesar de sentir cólicos. No era normal. Rojo y yo no nos habíamos protegido la primera vez que tuvimos sexo, pero el problema no era que en la primera vez lo hicimos dos veces, sino que en las duchas de la base lo hicimos más de dos veces...

Por supuesto, habíamos pasado fuera de la base más de seis días de acuerdo a las horas contadas por Adam, y sumando los días desde la primera vez que tuvimos sexo...No quería imaginarlo, pero no podía ignorarlo tampoco.

Oh no, a pesar de que no quería, después de estos síntomas y los anteriores, tenía que pensar en la probabilidad de que estaba esperando un hijo...de Rojo.

Alcé de inmediato la sudadera para dejar mi estómago a la vista y me desabotoné los pantalones, rápidamente sin esperar un segundo más, para dejar a mi vista mi vientre. Mis manos no tardaron en tocar esa parte de mí, estaba plano y duro, no había ni una diferencia, pero podría haberlo dentro de unas semanas más, ¿no? Quizás menos o más, no sabía. Lo único que sabía en este momento, era que estaba asustada.

Muy aterrada.

Un embarazo justo en este desastre, era una terrible equivocación No estábamos hablando de un embarazo entre dos personas normales, sino de alguien que fue alterado genéticamente para existir, y antes estuvo infectado.

Y no, no estaba arrepentida de haber tenido relaciones sexuales con Rojo, en esos momentos los malditos condones no habían aparecido sino hasta hace poco, y de nada sirvió utilizarlos, porque ya era demasiado tarde, yo ya estaba en cinta.

Pensar en eso me aterró más, mi mente iba a colapsar de preguntas. Si el bebé tenía la genética de Rojo, y la mía, ¿sobreviviría en mi vientre? ¿Por cuantos meses se desarrollaría? No tenía ni idea di antes esto había sucedido entre otro experimento y otra persona. No sabía cuántos cambios habría en mi cuerpo y si eso provocaría o dañaría mi cuerpo... Pero había otras preguntas que sobre todo eran a las que más temía. ¿El bebé estaba infectado? Y si estaba infectado, ¿moriría? ¿O yo sería la que iba a morir?

Dos toques huecos a la puerta me pusieron los nervios de punta, más aún cuando escuche su voz, crepitando roncamente sobre la madera.

—Pym, ábreme... — Se me estremeció el cuerpo entero—. Quiero saber que te duele.

Mordí mi labio y negué, no podía dejarlo entrar, menos cuando me encontraba en esta condición, sin saber cómo reaccionar.

Tenía que tranquilizarme, pero, ¿cómo hacerlo? Ni siquiera sabía si Rojo sabía algo acerca de los embarazos o los bebés.

Ni siquiera vio nada en mi vientre, no vio otra temperatura, ¿eso quería decir que el bebé estaba infectado? ¿O todavía Rojo no era capaz de ver su temperatura? Podía ser eso último, la temperatura todavía no era visible, no era fuerte.

Y si no había temperatura. ¿Y si lo que tenía dentro de mí estaba infectado, de qué se alimentaria?

—De mi carne—Solo susurrar esa palabra, rasgó mis huesos de pavor. Solo Dios sabía si lo que tenía dentro de mí era un bebé sano, o infectado.

Sacudí ese pensamiento. No era más que mi mismo miedo engañándome. Cosa que aunque esperaba, desgraciadamente sentía que no era cierto.

Estaba embarazada. Los síntomas, las náuseas y vómitos, era lógico.

—V-voy— avisé. Me acerqué al lavabo, mis manos temblorosas tomaron las llaves y las giraron dejando que el agua fluyera rápidamente, mojé mi rostro un par de veces para verme al espejo.

Mi apariencia era horrible. Estaba muy cansada después de no dormir durante largas horas, y esas ojeras lo decían claramente, pero no era a causa del cansancio que yo sintiera náuseas y tuviera ese impaciente deseo de hacer el amor con Rojo.

Esa necesidad de tenerlo debajo de mi cuerpo, montada sobre el suyo y hacérselo lento. Volví a restregarme agua en la cara para dejar de pensar en ello, y volver a mis sentidos. Pensar en algo.

Ya no se podía volver atrás, si en verdad estaba esperando un bebé de Rojo —si es que era un bebé—, debía ocultarlo de él y de todos ellos. Sobre todo de ellos, de aquellos que estaban o presionados con los experimentos. Pero, ¿cómo podría ocultarlo? Si las náuseas volvían y vomitaba seguido, ellos sospecharían y Rojo. Ni siquiera quería imaginar cómo se pondría él al verme en esos estados, si no conocía de los embarazos, sentía entonces que él pensaría que estaba contaminada, y que él era el culpable.

Yo también era culpable.

Respiré hondo y exhalé con mucha fuerza antes de decidir salir de una vez por todas. No quería preocupar a Rojo por mi tardanza, mucho menos dejar que más preguntas se construyeran en su cabeza. Así que abrir esa puerta para encontrarme rápidamente con esa penetrante mirada carmesí que pronto me atrapó con fuerza.

Otro estremecimiento por todo mi cuerpo me abrió los labios. Una guerra interna me mantuvo quieta, varías preguntas picotearon mi lengua con la impaciente necesidad de preguntarle si él conocía lo que era un embarazo o un bebé, y contarle lo que yo creía...

— ¿Estas bien? —preguntó en un tono de voz bajo, ronco y grave.

Escuchar su varonil voz y todavía verlo acercarse a mí, me hizo tensarme con preocupación, temer no de él sino porque pensé que cerraría sus ojos y revisaría la temperatura de mi cuerpo — cosa que no quería por temor a que encontrara algo en mi vientre— pero no lo hizo. Solo estiró una de sus manos para recoger mis mechones y acomodarlos detrás de mi oreja cuidadosamente mientras me contemplaba.

El simple toqué de sus nudillos, amenazó con hormiguear mi estómago, y tal vez algo más abajo: esa parte de mi seguía sensible, tan sensible que con el simple tacto ya sentía ese ardor estremecedor.

Dios. Me golpeé mentalmente, sacudiendo esas terribles sensaciones, no era el momento oportuno, ya no lo era.

Un nudo se construyó en la parte inferior de mi garganta, el ardor apretando mis cuerdas me hizo carraspear. Eran tantas preguntas, tantos miedos, ya no se podía volver atrás.

Forcé una sonrisa y asentí un par de veces con la cabeza, recuperando mi postura, fingiendo tranquilidad, aunque todo mi interior fuera un completo caos.

—Ya estoy mejor, solo tenía que ir al baño a lavarme un poco el rostro— solté pausadamente, echando una mirada al rededor solo para darme cuenta de que estábamos solos—. No te preocupes.

Hubo una mueca en su rostro que no me gusto, y antes de que él dijera algo, decidí hacer otra pregunta cualquiera, con tal de hacerlo olvidar de mis nauseas.

— ¿Estás cansado? — Mi mano se posicionó con rapidez sobre su torso, un tacto que hice con tal de despejar su mente. Sus orbes bajaron para ver mi mano y mis dedos aferrándose a su camiseta.

—No— replicó, devolviéndome la mirada: la piel alrededor de sus ojos estaba levemente oscurecida—, pero dormirás en mis brazos—su orden me hizo pestañas, sonreír apenas con sinceridad.

Yo quería dormir en sus brazos, en ellos podría sentirme un poco tranquila, dormir profundamente porque eso era lo que me hacía falta. Tal vez por el cansancio de incontables horas despiertas, era lo que me tenía tan estresada si descansaba un poco, solo un poco, podría pensar mejor las cosas...

Una salida, quizás.

—Me gusta la idea— Él no sonrió, mantuvo sus orbes inspeccionando mi rostro. Sus cejas durante ese acto lento, se contrajeron. Él lo notaba. Notaba que algo estaba mal en mí.

Traté forzar más la sonrisa, trataba de pretender que estaba todo bien, tal vez era malísima para ocultar algo, pero no quería que lo supiera, no ahora, y tal vez no después. Tenía que mantenerlo oculto, sobre todo de Adam y Rossi, pensar todo con más tranquilidad, y tal vez, tras hacer eso, contárselo a Rojo... Solo si lo tengo en el vientre, era un bebé, de ser otra cosa, o un bebé infectado— cosa que muy difícil iba a averiguarlo— me mantendría callada.

Una de sus manos cubriendo los dedos de la mía que permanecía sobre su torso, provocó que una descarga eléctrica me sacara de mis pensamientos otra vez. Sentí ese apretón en su agarre, para luego verlo girarse sin soltar mis manos.

Me guío hasta la cama en la que la caja de cartuchos permanecía abierta—seguramente Rossi tomó algunas de mis municiones—, y me soltó para remover tanto la caja como los cobertores. Se montó sobre ella, y en ese instante en que se acomodaba en la cama individual para brindarme un espacio suficiente, noté que sus pies estaban cubiertos por un par de botas de caza color marrón.

¿Desde cuanto las estaba usando? Estaba segura que cuando salimos de la base y en los primeros días que pasamos aquí no las tenía, probablemente las tomó de una de las habitaciones.

—Ven— Palmeó el lado vacío de la cama en tanto acomodaba un poco más su espalda contra la pared para mantenerse un poco sentado. Ante su invitación mordí mi labio inferior, no pasó mucho cuando mis piernas se movieron y yo me monté sobre la cama siendo perseguida por esa profunda mirada.

Me acomodé a su lado, recargada contra su cuerpo, con la cabeza recostada en su cálido y palpitante pecho. Pronto lo descubrí pasando uno de sus brazos alrededor de mi cintura en una clase de abrazo que hizo que todo mi cuerpo se desinflara en un largo suspiro.

Un abrazo protector.

—Descansa, preciosa—le escuché susurrar contra la coronilla, eso sin duda hizo que me removiera al sentir el revoloteo inquieto de mi corazón.

Y fue repentinamente extraño que, tras su voz, otra más idéntica a la suya pero lejana, se produjera en mi cabeza. Sentí esa familiaridad de sus palabras, como si antes, mucho antes de todo esto, las llegué a escuchar.

Incluso, aunque antes ya habíamos dormido en una cama individual, estar aquí, solos, juntos y abrazados, se sentía como ver proyectado otro de mis recuerdos. Si, sentía que esto había sido igual a otra situación de mi pasado. ¿Sería posible?

—Cuando fui tu examinadora, ¿llegué a dormir de esta manera contigo? —mi pregunta salió en palabras entre cortadas, tal vez, era solo mi imaginación, pero mientras sintiera esa fuerte familiaridad, tenía que preguntar. Además, así olvidaría el otro tema que no quería hablar con él.

También, olvidarnos de que estábamos atrapados en un bunker rodeado de monstruos.

Hubo un silencio, un segundo en el que detuvo su respiración para después exhalar con lentitud.

—Si.

Su respuesta me hizo estirar el cuello y levantar la cabeza con la mirada a ese par de ojos con escleróticas negras.

—Te quedaste dormida en la mesa y yo te coloqué en mi cama— Contemplé sus carnosos labios y esos colmillos que con su movimiento había podido notar—, esa fue la primera vez que dormimos juntos.

— ¿Antes de que me besaras para intimar contigo? —continúe, él volvió a exhalar con profundidad, permaneciendo en silencio.

—Te besé también en ese momento— su aclaración me dejó sorprendida anonadada, y estremecida cuando ahora un par de sus dedos acariciaban mi labio inferior, provocando movimientos en el mismo—. Quería probar tus labios, a qué sabían y cómo se sentirían. Me provocaste más de lo que imaginé.

Se me congeló el aliento. ¿Provocarle más de lo que de imaginó? No. Lo que más me sorprendió era saber que me había besado dormida y más aún que él ya sabía besar, pero, ¿cómo aprendió? ¿Quién le enseño y para qué? Recuerdo que me lo había preguntado por primera vez cuando me beso al salir del túnel de agua

Me besó con rotunda y caliente intensidad que dejó hasta mis rodillas hechas gelatinas, y mi cuerpo sin alma.

Desde entonces, ese beso no lo había olvidado, la forma en que me besaba Rojo... no podía olvidarla, la amaba. Cada pequeña parte de mí cuerpo y alma amaba como me hacía sentir él.

— ¿Quién te enseñó a besar y para qué? — quise saber, sus dedos se apartaron de mi boca para aferrarse a mi brazo.

—Mejor descansa, necesitas dormir— evadió mi pregunta. Que la evadiera me preocupó. No quería decirme, ¿era algo que no quería recordar?

Apostaba a que había sido su examinadora, debía serlo, todo apuntaba a ella. Era la única que intimaba con él para bajar su tensión.

No supe por qué sentía que ella se había propasado con él, buscado más que tocarlo para liberarlo de su tensión. Solo imaginarlo, me hirvió la sangre y un sabor desagradable se adueñó de mi boca.

Era repugnante.

—Fue tu examinadora, ¿es así? — No hacía falta que me respondiera, hasta la misma contracción de su mirada lo hizo—. Con ella aprendiste a besar, ¿qué más te enseñó?

—Pym...

Él torció sus labios con desagrado, eso hizo que mi cuerpo se impulsará para levantarme un poco, y mi mano alcanzara su rostro para atraerlo más al mío y depositar un corto beso.

—Lo siento— susurré sus manos se deslizaron por mi cintura—, no te haré recordar algo que no quieres.

—No— confesó, escuchar u tobada crepitante, y ver la forma en que me miraba, me hizo saber era cierto —. Lo que me afecta es recordar tu rostro cuando supiste que ella me besaba aun si no intimábamos.

Mi espinilla tembló cuando esos dedos treparon por todo lo alto de mi espalda para llegar a mi cabeza y atraerme más a él, hasta el punto en que sus labios rozaron los míos.

La suave sensación me aceleró más el pulso, me hizo cerrar los ojos y disfrutar del tacto, cuando debía poner atención a sus palabras, a él.

—Detesté la forma en que me miraste, y los problemas en que te metí cuando te lo dije—repuso severamente.

Abrí los ojos y busqué, en ese mismo acercamiento, los suyos, pero estaban cerrados, apretados, con sus cejas hundidas y su frente arrugada con frustración. ¿Qué tipo de cara hice que a él no le gustó? Pero más importante...

— ¿Qué tipo de problemas? —susurré, cuando apoyé mis manos sobre cada uno de sus hombros, él se tensó.

—Solo sé— hizo una pequeña pausa, para apartarse de mí, y clavarme la mirada—, que te advirtieron comportarte o no serías mi examinadora.

Problemas. Esa palabra la asimiló mis pensamientos, seguramente le había hecho algo a su examinadora, tal vez la golpee tal como lo hice con Michelle, o quizás me quejé de lo que ella le hacía s Rojo. No lo sabía, pero quería recordarlo.

Habían pasado mucho desde que desperté, comenzaba a creer que no recuperaría mi memoria. No recordaría todos esos momentos que pasé con Rojo o lo que viví antes de ser su examinadora, Tampoco recordaría quién quiso matarme en el área roja...

—Ahora ya no eres solo mi examinadora— su voz ronroneando y su aliento cubriendo mi rostro con calidez, fue suficiente para producir ese cosquilleo en mi estómago.

Esos pensamientos fueron enviados lejos cuando vi sus labios estirarse levemente en una torcida y sensual sonrisa. Siempre que sonreír así, o cuando me abrazaba o me miraba con profundidad, hacía que todos mis problemas o preocupaciones se dispersaran. A veces hasta me hacía sentir que lograríamos sobrevivir a todo este infierno.

Incluso, en este momento me hacía creer que el embarazo era sólo mi imaginación.

Solté un largo suspiro antes de devolver todo mi cuerpo a su antiguo lugar, acomodando de vuelta mi cabeza sobre su pecho y dejando que uno de mis brazos se aferrara al torso de Rojo.

—Soy tu mujer— murmuré cerca de su pecho tenso, cerrando mis ojos y sonriendo esta vez, con sinceridad—, tu pareja.

Que espera un hijo tuyo... Esas palabras no salieron de mi boca.

—Mi pareja, mi mujer y mi todo.

Y la madre de tu hijo...

(...)

Me limpié la baba embarrada en mi mejilla antes de revisar el lado vacío de mi cama. Rojo no estaba. ¿A dónde había ido? ¿Estaba con los otros haciendo guardia?

Me impulsé para tomar asiento en la cama y echar una rápida revisada en la habitación para darme cuenta de que no estaba sola. En la cama de enfrente, estaba recostado el delgado cuerpo de la enfermera, profundamente dormida. Apenas podía escuchar ese diminuto ronquido que se remanaba de sus labios, y el cual podía pasar desapercibido sino fuera porque el resto de la habitación estaba hundido en el silencio.

Ella roncaba, vaya sorpresa.

Me levanté sintiendo todos los músculos de mi cuerpo llenos de energía El descansar había respuesta mi cuerpo, no más cansancio, no más náuseas. Al menos no por ahora...Toqué un momento mi estómago, palpé mi vientre, tratando de captar algún movimiento.

No sabía que tan rápido se desarrollaría un bebé en mi vientre cuando tenía genes de un experimento alterado, eso y que era un embarazo que sucedió mientras él estaba infectado. Pero debía estar al tanto de cualquier anomalía o diminuto movimiento extraño de ahora en adelante.

Sin tardarme mucho, rodeé la cama para tomar el arma de la mesita de noche y apresurarme a salir de la habitación. Tan solo lo hice, lo primero que encontré fue ese renovado muro de mesas y sillas, lo habían vuelto a construir, aunque este era más pequeño que el anterior, y en vez de una entrada, esta vez había dos salidas acomodadas de tal forma que dejaran ver el suelo de los pasadizos desocupados.

Detuve la mirada en una de ellas que llevaba al pasillo de la primera entrega, donde esa espalda ancha oculta debajo de una camiseta blanca llamó mi atención.

Rojo estaba haciendo guardia, con su arma apretada en uno de sus puños y su mirada oculta, torcida, revisando fuera del pequeño muro.

—Al fin despiertas— La voz de Rossi hizo que Rojo torciera a una velocidad escalofriante su rostro en mi dirección, aunque para ser franca, ya no me provocaba escalofríos.

Ira. Eso era lo único que me provocaba.

— ¿Cómo te sientes? — me preguntó él desde su lugar, no estaba muy lejos de mí, solo unos cuantos metros de separación. Así que con esa distancia corta, podía ser capaz de percatarme de esas gotas de sudor que resbalaban por su rostro.

Verlas me hizo pestañar con extrañes. ¿Era la tensión? ¿Se le había acumulado o era a causa de la temperatura? Hacia un poco de calor últimamente, pero ni siquiera esa mujer estaba sudando.

—Mucho mejor— sinceré mientras cerraba la puerta detrás de mí, y antes de acercarme a él, di una mirada en dirección a Rossi observando cómo se quitaba los anteojos para empezar a limpiarlos con la tela de su playera. Estaban todos, menos Adam—. ¿Dormí mucho?

—Mucho es poco—La respuesta de Rossi me hizo respirar con fuerza, no le había preguntado a ella sino a Rojo—. Más de siete horas, iba a ir a despertarte sino fuera porque 09 lo impidió.

Hundí el ceño, ignorándola, caminando a Rojo para ver más de cerca ese rostro e inspeccionarlo, no solo con la mirada, sino con el tacto. Y cuando mis dedos tocaron su piel sudorosa, me di cuenta de lo caliente que estaba.

—Ahora eres tu quien tiene fiebre, ¿te estas sintiendo mal? —me preocupé aun cuando lo vi negando con la cabeza una vez.

—Puedo resistir un poco más— comentó bajo, sosteniendo mi mano con la suya para mantenerla sobre su mejilla húmeda y pegajosa.

Pero no le creí, que resistiera un poco más era lo menos que quería recordando lo mucho que le dolió la última vez antes de liberarlo. No quería verlo sufrir así.

—Podemos hacerlo—La pregunta era, ¿Dónde? Con la enfermera durmiendo en el cuarto, el único lugar era el baño... Aunque lo había dicho en voz baja, un volumen suficiente como para ser él el único que pudiera escucharlo, alguien más pareció darse cuenta de lo que hablamos.

—Puedes hacérselo en el sótano rápidamente—Mis dientes castañearon con su intromisión—, da igual, me tapare los oídos para no escucharlos gritar con sonoro placer otra vez.

Entonces no solo Adam nos había escuchado, ¿Rossi también? Eso era de lo más desagradable.

—Ya cállate—solté entre dientes, sintiéndome harta de escuchar su voz en un tono hipócrita. Todavía no le había propinado las abofeteadas que se merecía, y si no se callaba o trataba de tentarme con sus malditos comentarios, no me detendría a pesar del lugar en el que estábamos —. Me estas hartando, habla una vez más con tus tonterías y no voy a detenerme.

—No es para que te molestes, Pym— alzó la voz—. Lleva con la fiebre desde hace horas atrás, y hace unos momentos estaba quejándose, le dije que podía ayudarlo un poco... — Las curvas de las cejas de Rojo se arquearon aún más, parecía molesto pero no más que yo cuando escuché esas asquerosas palabras que me cansaron—. Pero vaya que 09 nos salió fiel a su hembra, en fin, quiso esperar a que su bella durmiente despertara. ¿No es eso lindo?

Y me giré con la intención de lanzarme sobre ella, cosa que no sucedió cuando mis piernas se sintieron arrebatadas al encontrarme desconcertada y desorientada, no solo porque pude ponerle atención con más claridad a sus ojos sin anteojos, sino porque todo su cabello negro estaba, ahora, suelto, acomodado alborotadamente sobre sus hombros.

En ese instante su rostro tomó otro aspecto diferente. Varios mechones cubriendo las entradas grandes de su blanca frente, dejando que su rostro se afinara más, y esa mirada tomara una forma radiante.

Con el cabello suelto y sin los anteojos, ella era otra persona completamente diferente.

Y algo me golpeó, fue como recibir en ese momento un balde repleto de cubos de hielo con el tamaño de un puño. Esa misma imagen del recuerdo sombrío que tuve en el comedor cuando vi a Michelle sosteniendo el brazo de Adam, volvió a mí, congelándome.

Un recuerdo en el que dos personas se devoraban a besos con intensidad, insinuándose uno sobre el otro contra una pared junto a la puerta de una habitación. Poco faltaba para que se despidieran de sus prendas por la forma en que esas manos se restregaban en el cuerpo del otro, y lo hicieran ahí mismo, en el suelo del pasillo.

La risa coquetea y femenina, y el ronroneo de una voz ronca y masculina oprimieron mis sentidos de manera desagradable.

De repente, esa imagen se distorsionó y pareció revolverse con otro dentro de un cuarto de escritorios y un enorme panel en la pared. Pero ese destello desapareció al instante, y esa pareja besándose en el pasillo regresó y se reprodujo en mi cabeza y frente a mis ojos con la forma de una mujer de cabellera negra que siempre mantenía su bata blanca con un escote pronunciado igual al de Michelle...

Y aunque no pude verle el rostro a esa pelinegra de cabello un poco más larga, me sentí asqueada solo compararla con Rossi.

Eran ellos...

Rossi y Adam, a la entrada de su habitación.

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