49 El soldado naranja

Suave era la forma en que sus manos se movían sobre la piel de mi cuerpo, y caliente la chispa que producía su solo contacto, paseándose por lo alto de mis muslos hasta por lo bajo de mi vientre en caricias estremecedoras mientras repartía jabón.

Disfrutábamos del cuerpo del otro en la ducha solo por unos minutos, bajo el agua fresca del fregadero. Después de unos días sin poder actuar el plan de Adán, y sin ser atacados por experimentos de las ventilaciones, decidí darme un baño.

Rojo quiso bañarse conmigo y no pude poner objeción a eso, pero ser bañada por él era peligroso, placentero, me tentaba a perder la poca razón que tenía para cortar la diminuta distancia entre su entrepierna y mi trasero.

Si seguía tocándome de esa manera y besando la parte de atrás de mi hombro, caería. Era muy seguro que caería porque muy a mi pesar, también quería.

—Estas provocándome— ronroneé, sintiendo sus labios subir por mi cuello, al igual que sus manos subían a mis desnudos y endurecidos pechos.

—Eso es lo que quiero— Se empujó contra mi trasero, logrando que en mi garganta se construyera un gemidos que rápidamente lo dejó encantado. Todos mis sentidos saltaron y enloquecieron al sentir su caliente miembro palpar esa zona tan sensible.

—Rojo— mi voz fue apenas un hilo de tono, ahora una de sus manos estaba acariciando mi vientre, era delirante, con unas solas caricias mi cuerpo temblaba, se retorcía y meneaba—, no podemos—gemí ronco cuando volvió a empujarse apretando mis caderas con la necesidad de entrar en mi—. No podemos, debemos apresurarnos y hacer lo que...— no pude ni terminar mis palabras, pero quería recordarle que debíamos salir de ducharnos rápidamente, porque del otro lado estaba 16, esperando su turno para bañarse.

—Lo sé— susurró en mi oreja, su voz se escuchaba repleta de deseo—. Pero no puedo evitarlo— Una caricia en mi zona más íntima me abrió mucho la boca, mis rodillas se volvieron gelatina

A veces me costaba creer que la energía de Rojo siguiera intacta al igual que su insatisfactorio deseo de hacerme el amor en cada pequeña oportunidad. No es que tuviera problemas con eso, todo lo contrario, me encantaba cómo buscaba más de mí, y sus actos para conseguirlos eran, además de inquietantes, inesperadamente placenteros.

Desde un principio que traté de resistirme a él, sus acercamientos, caricias y miradas intensas, siempre amenazaron con destruir un muro en mi interior que ahora ya no existía más.

No. Porque él lo hizo polvo.

Me giró sobre mis talones para tenerme frente a sus endemoniados orbes que me contemplaron bajo el montón de agua. Ancló sus dedos a cada lado de mi cadera y me acaricio levemente, fue un tacto dulce que duró largos segundos en el que me esmeré por descifrar la forma en como me mirara.

Eres como si me admirara, o como si estudiare cada pulgada de mi rostro para dibujarla en su cabeza. Recordaba esa mirada y no porque antes ya me había mirado así, sino porque hasta donde recordé de todos aquellos momentos que perdí, lo recordé a él, mirándome de esa misma manera.

Y se acercó en dos pasos, dejando que su cuerpo húmedo y limpio, volviera a mojarse, solo para rodear mi cintura, pegar mi cuerpo al suyo e inclinar su cabeza para besarme profundamente.

— Te quiero tanto, Pym —susurró. Esa confesión, aun cuando ya había escuchado, me estremeció entre sus brazos, me desinfló en un suspiro largo.

Volvió a besarme, esta vez lento, un movimiento lento con sus labios en los que su lengua de apoyaba para acariciar la piel de mis labios

En ese beso en el que él se ladeó para tener más acceso a mi boca, deje que los brazos lo rodearan, repasando la piel mojada de su espalda.

Suavemente me empujó más contra su cuerpo de tal forma que fuéramos capaz de sentir cada parte del cuerpo del otro. Rompió con nuestro beso, alzando su cabeza para abrazarme con una fuerza que me abrumó al instante.

Se presionó más contra mí y ahuecó su cabeza en mi hombro.

— ¿Sabes? Soy el hombre más feliz por tenerte — soltó contra mi oído nuevamente, para después depositar un beso que me dejó helada y pérdida.

Sus palabras se clavaron en mi oprimido pecho, suficiente fue el dolor y la miseria para llevarme a la realidad en la que nos encontrábamos. Después de pasar dos días más desde lo último que recordé, la tensión en el grupo aumento y no solo porque recordará algo de ellos, eso ni si quieres tenía campo en lo que había sucedido.

Lo que ocupaba nuestras mentes — y era esa razón por la que Rojo quería hacerme olvidar de las preocupaciones con sus caricias y besos—, era que la segunda entrada no servía. No abría, no funcionaba su receptor de contraseña, al menos la interna, ni mucho menos su palanca de emergencia.

Un día después de que hiciera el escándalo de abofetear a Rossi y Adam, tuvimos la oportunidad de salir de una vez por todas, ya que solo mataríamos a un solo experimento, pero cuando Adam colocó la clave, el aparato la interceptó como incorrecta. Todavía recordaba la ira de Adam mientras intentaba ponerla una y otra vez que hasta la propia máquina de la puerta dejó de encender, sacando chispas y humo de su interior. Y no era por un error o falta de electricidad, el bunker tenía sus propias baterías para proporcionar suficiente energía al lugar.

Nos dimos cuenta tarde de eso, y ahora la única salida era abriendo la primera puerta y dejando que el derrumbe entrara al bunker. Obviamente nadie quería eso, ni siquiera imaginábamos que tan grande e inacabable sería el derrumbe, así que... no había salida de esta.

Era por eso que seguíamos aquí, y como las circunstancias parecían estar hasta en nuestra contra, no nos quedamos con los brazos cruzados, ignorándonos unos a otros y esperando a pensar en formas de salir cuando la realidad era que solo la primera entrada era la salida a menos que alguien llegara por la segunda entrada y la abriera desde fuera, pero esa probabilidad era bastante corta, así que actuamos de otra manera para estar seguros en el bunker al menos por un tiempo.

Y en cuanto supimos que no podríamos salir, Adam y Rojo martillearon un banco largo de madera casi cuadrangular para atascar la ventilación rota sobre el techo del primer pasillo a la entrada A, así los experimentos que quisieran entrar por las tuberías de ventilación no podrían acceder a esa ventilación cercana al sótano con facilidad. Además de eso, habíamos sacado las camas de las habitaciones para bloquear cada pasillo, con ellas nos aseguraríamos de producir ruido y saber con facilidad si había entrado algún experimento por otra ventilación.

Cosa que esperaba que ocurriera nunca.

Sabíamos que no sobreviviríamos mucho tiempo encerrados, pero al menos con toda la comida en el sótano y una diminuta fuente de electricidad que apenas alumbraba los pasillos para ahorrar combustible, tomando en cuenta los pasillos bloqueados y las ventilaciones cerradas, estaríamos seguros y con vida hasta que alguien más viniera, o de otra forma, hasta que Adam pudiera reparar la entrada B.

Solo si encontrábamos la manera de comunicarnos con alguien, o si alguien llegaba a leer los mensajes que Adam envió a través de las Tablets que halló en el cuarto de los guardias.

Desgraciadamente, las Tablet solo se podían comunicar con otras del laboratorio, Adam dijo que era de esperarse, después de todo el laboratorio no dejaría que las Tablet pudieran comunicarse con personas del exterior sabiendo que hasta los mismos residentes del laboratorio podían informar a otros de lo que el laboratorio hacía , era lo más seguro que por eso las radios no tomaban otros canales que no fueran los del laboratorio, igual pasaba con el únicos teléfono que habían en el bunker, el cual encontramos en la oficina de seguridad, oculto en una caja metálica al que Rojo rompió el candado para abrirla.

Era un teléfono muy extraño con solo 27 dígitos, al parecer cada uno de ellos se comunicaba con algún sector del laboratorio, y ninguno de ellos respondió cuando marcamos.

Aun así seguiríamos marcando los dígitos solo para saber si había una posibilidad de contratarnos.

Ojala sucediera pronto. Porque, ¿por cuánto tiempo estaríamos aquí atrapados? ¿Qué sucedería si se terminaba la energía? Ya no tendríamos electricidad, las puertas ya no estarían bloqueadas y cualquier monstruo tendría acceso a ellas sin electrocutarse. ¿Y si las balas se nos terminaban? Por ahora todas las ventilaciones estaban cubiertas, y no habíamos vuelto a encontrar otro experimento en el bunker, pero tarde que temprano podía suceder.

Yo no quería morir...

Tampoco quería que a Rojo le sucediera nada malo... Mucho menos al hijo que esperaba, y del que no sabía si estaba o no infectado.

Estaba en cinta, era un hecho, y que Rojo no mirara temperatura dentro de mi vientre solo me hizo saber que probablemente era porque se estaba formando. El día de ayer y el de hoy estuve más segura que antes, las náuseas nos cesaron, al igual que mi sensibilidad por el tacto de Rojo.

Y solo para no empeorar las náuseas que me daban delante de Adam o Rossi, me mantenía sentada, levemente inclinada, esperando a que los mareos y las náuseas pasarán, que muy a apenas lo hicieron. Por otro lado le había pedido a Rojo que no mencionara que me sentí mal o que había vomitado, y aunque no me preguntó por qué, le inventé que no quería verme débil frente a ellos por un malestar estomacal.

Habían varias preguntas tormentosas paseándose en mi cabeza, temores y horrores de lo que podría suceder si no salíamos de este lugar antes dé... Habían pasado muchos días desde que esto inició, ¿cómo era posible que nadie del exterior viniera a rescatarnos?

Adam había mencionado al grupo que antes intentaron comunicarse con los radios que tenían en la base, incluso con vías telefónicas que tenían, pero que por extraño que sonara, no pudieron hacerlo, como si algo o alguien cortara con toda colección del laboratorio al exterior. Era por eso que construyeron una nueva radio que se encendía únicamente con baterías o electricidad, pero para ello se necesitaba un conector, un cable, un cargador. Y eso lo teníamos nosotros, pero estábamos atrapados.

Nada podíamos hacer por ahora.

Tal vez otros que también consiguieron radios pudieron comunicarse con el exterior, quizás. No lo sabía. Solo quería pensar positivamente. Solo quería pensar que saldríamos de este lugar, que saldríamos todos vivos.

Inesperadamente mis pensamientos se hicieron añicos cuando esas enormes manos pasaron de estar en mi cintura a subir a mis costillas. Al principio me pregunté que iría a hacer, pero entonces cada pieza de mi cuerpo sintió sensibilidad cuando sus dedos se movieron uno tras otro, y un dominante cosquilleo que hico que me retorciera como gusano, sacando de mi boca risas y chillidos.

—Para—supliqué entre risas, tratando de romper con su agarre, con su abrazo y esas cosquillas que mi cuerpo sufría, pero no lo logré por mucho que me removiera como gusano y me empujará contra él—. ¡Rojo!

Y se detuvo, dejándome apretada a su torso desnudo y empapado, escuchando su leve risa ronca mientras mis pulmones se abrían con la necesidad de respirar agitadamente.

— ¿Y esas cosquillas?— pregunté en una exhalación mientras me reponía, enseguida, alzando la cabeza de su marcado y cálido pecho para subirla hasta esa preciosa y endemoniada mirada que me cohibía de la realidad.

Rojo era otro mundo, un mundo nuevo y seguro en el que quería estar para siempre.

Levantó uno de sus brazos de mi cintura solo para tomar mi rostro y acariciarlo con lentitud.

—Hace mucho que no escuchaba tu risa— confesó, sin dejar de acariciarme y derretir mi cuerpo con su cálido tacto—. Pym, comparte conmigo tus preocupaciones. Ya no eres solo tú, preciosa, yo estoy contigo.

Ya no eres tú, preciosa, yo estoy contigo. Esas palabras provocaron que mis entrañas fueran sacudidas por un escalofrió y mis ojos se escocieran. No sólo por el significados que guardaban era que de pronto las lágrimas querían correrse en mi rostro, sino porque ya antes más escuché, y a pesar de no recordar el momento en que él me las dijo, sentí el mismo estremecimiento.

Los brazos se movieron contra mi voluntad, al igual que mi alma cuando le rodearon del torso para aferrarse a su cuerpo en un abrazo temeroso que él correspondió con duda.

—Solo quiero salir de aquí contigo, salir de este laboratorio contigo a mi lado— compartir en un tono bajo que apenas pudo ser escuchado por el sonido del agua fluyendo desde el grifo—. Mi preocupación es que no podamos salir al final.

Sus brazos se amasaron a mi alrededor abrazándome con su calle protector, pronto sentí sus labios apretarse contra la coronilla de mi cabeza en un beso dulcemente y duradero.

—Saldremos de aquí— sonó seguro y eso hizo que cerrara mis ojos un momento—, haré lo posible por sacarte con vida.

—Sacarnos— Sentí pavor cuando solté sin más esa palabra que hizo que me apartara para verlo a la cara. En ese instante me di cuenta que a pesar de lo mucho que esa simple palabra traía consigo, por la forma en como Rojo me miraba, pareció que no entendió su verdadero significado.

Abrió sus carnosos labios, iba a soltar su voz y decir algo cuando los golpes del otro lado de la puerta le giraron su cabeza, sus bellos orbes se ocultaron debajo de sus parpados para mirar del otro lado de la madera.

—Se están tardando, no son los únicos que quieren bañarse— las agrias palabras escupidas Rossi retorcieron mis órganos, uno por uno hasta hacerlos nudos. Después de todo, ya que había descubierto su hipocresía, así que no tenía por qué endulzar su tono de voz con nosotros.

—Salgamos— rectifiqué seriamente, cerrando de una vez las llaves de la ducha para dejar que el silenció tomara el lugar. Iba a salir a tonar una toalla que Rojo había traído de una de las habitaciones, cuando fui sujetada del brazo y traída de regreso con una velocidad que me desoriento.

El movimiento tan sutil, veloz y repentino que Rojo hizo terminó mareándome, llevando mis manos a sostenerse de sus anchos hombros antes de sentir toda mi espalda pegarse contra la asperidad de la pared, y su cuerpo pegarse al mío.

Pestañeé, desorientada al saber que mi tamaño había cambiado, que estaba a la misma altura que él, pero que eso se debía a que sus grandes manos me habían tomado de la cintura para cargarme y lograr con eso que mis piernas rodearan su torso desnudo.

Mi corazón azotó mi pecho casi como si quisieran agujerearlo y salir corriendo al ver esa mirada depredador observarme a centímetros de mi rostro. Diabólicos y hambrientos, esas eran las palabras que distinguían a la perfección su mirada oscurecida. Con esos orbes y sus carnosos labios siendo lamidos por su larga lengua, hicieron que mi cuerpo se perdiera en otro estremecimiento y algo placentero tirara del interior de mi vientre.

—Rojo— lo llamé, sintiéndome atrapada entre la sensualidad que me hacía desear hacerle el amor y la realidad en la que los golpes de Rossi seguían persistentes, enviando advertencias a mi cabeza. Miré a la puerta y luego a esos orbes diabólicos que me contemplaban con la misma intensidad, podía leer lo que quería.

Rojo siempre era sincero con lo que deseaba... Y me preocupaba no saber si era bueno o malo el que siempre obtenía lo que quería al final, por ahora, no podía suceder... No teniendo a la bruja y a la enfermera del otro lado de la puerta.

—No, preciosa— su voz, repentinamente ronca logró que de mi garganta resbalara un jadeo. Se meneó contra mi cuerpo de tal forma que sintiera su caliente y endurecido miembro acariciar necesitadamente mi entrada que en ese mismo instante con su toque bastó para humedecerla.

Todo con un simple toque.

Oh. Dios. Mío.

Mis rodillas se estremecieron, sentí las piernas como gelatina, temblorosas cuando se rozó por segunda vez sobre mi entrada volviendo a mi vientre un mojo de nervios placenteros estremeciendo sus músculos. Ahora sabía que a él poco le importaba si había o no alguien que pudiera escucharnos...

—Ro-Rojo— Mis labios temblorosos tartamudearon su nombre cuando sintieron esa mano adentrarse entre nuestros vientres solo para tomar su miembro y colocarlo en mi entrada—. Va-va-va-va-van a escucha...nos— Que acariciara y empujara su miembro de una forma tan enloquecida contra mi entrada, estaba volviéndome loca—. Detente, ella esta...

Se inclinó para depositar un beso en mis labios, uno que quise avivar hasta que el ladeó el rostro y besó mi mentón.

—Entonces no hagamos ruidos fuertes para que no nos escuchen— ronroneo, volviendo a besar mis labios para alejarse y ver mi rostro, la manera en que estaba dominándome.

Busqué lo que pude de mi poca y temblorosa razón, por mucho que quisiera esto, hoy no podíamos, no con ellas a metro de nosotros.

—Hagámoslo después—insistí en un hilo de voz, tratando de recuperar la cordura de mi cuerpo, ella seguía golpeando y si golpeaba más seguro que tiraría la puerta. Y que nos encontrar a mitad de algo como esto, sería algo que no me gustaría—. Cuando no estén cerca de nosotros, ¿sí?

Noté la forma en que dejó que sus orbes cayeran sobre mis labios mordisqueados insaciablemente para ignorar su sensacional roce, el calor de su piel y ese placer revoloteando en mi interior. Quise que contribuyera, podíamos hacer el amor una vez que termináramos nuestro turno como guardias, pero poco le importó a él cuando se lamió los labios otra vez, y esa comisura izquierda se estiró. Todo lo que quería era dejar de verlo tan sensual para no caer en ese agujero de placer— en el que deseaba caer—, pero esa sonrisa amenazó con darle final a mis insistencias.

—Cuando me lo dices así— se acercó a mí para susurrarlo contra mis hambrientos labios. De lo que también pude darme cuenta es de como una de sus manos soltó mi muslo derecho para atrapar la llave del grifo y abrirla, dejando que el agua volviera a empaparnos—, es difícil de creer que no quieres hacerlo, Pym.

—Ro-Rojo— lo último lo solté en un gemido largo contra sus labios cuando de una sola embestida lenta se adentró a mi interior. Había sido tan delicioso y esquicito la forma en que lo sentí siendo recibido por vientre, que mi cabeza se inclinó hacia atrás y mi boca mordió mi labio inferior resistiendo otro gemido de placer.

Mis dedos, al instante en que mi vientre se abrazó a su miembro, apretaron sus hombros sintiendo que todo de mí desfallecería cuando él salió de mi interior y me embistió con la misma lentitud que antes. Pero no se detuvo, y con ese mismo ritmó sus meneos contra mi interior, metiendo y sacando su miembro para colonizar mi vientre a su mantera de formas delirantes y constantes, nublaron por completo mis pensamientos. Hicieron que la razón se rompiera en fragmentos, que mis sentidos zumbaran, y que ese placer estallara en mi interior con la necesidad de sentirlo todo hasta el final.

Al diablo Rossi...

Mis piernas tampoco tardaron en actuar, queriendo más, así que se apretaron alrededor de su torso para sentirlo más profundo...más dentro de mí. Algo que logré cuando Rojo aumentó un poco más la velocidad al ver la necesidad en mi rostro, y su miembro terminó explorando mis entrañas con ardor placentero. Retorciendo de placer mis músculos, logrando que mi cuerpo danzada con el suyo en una pasión extasiaos en la que nuestros gemidos se ahogaron en la boca de otro.

—Deben salir en cinco minutos—Odié su exclamación, ese que terminó esfumándose porque no tenía lugar aquí mismo.

—Cinco minutos no serán suficientes—jadeó él sobre mis labios, sus ojos apenas me miraban, estaba igual de perdido que yo—. Contigo solo quiero más —gimió ronco, un maravilloso sonido que deseaba escuchar más. Rojo no dejó de embestirme, esta vez con una deliciosa crueldad en la que era difícil acallar los chillidos de placer que sus acometidas construían en mi interior, llegando al punto más alto que enviaba corrientes estremecedoras por todo mi cuerpo, haciéndome polvo en sus brazos.

La manera en que me hacía suya me perdía brusca y totalmente, ¿cómo podía escapar de esta deliciosa lujuria apasionada? No pude pensar en una clara respuesta cuando él...

Aumento sus embestidas con tal fuerza que cada fibra de mi cuerpo chilló de placer, todos mis músculos se sacudieron, era difícil detener los numerosos gemidos que mi garganta construía y que apenas se amortiguaban con el sonido del agua, pero solo había una forma de ahogarlos, si no iba a poder callarlos con un simple mordisco de mis labios, así que mis manos volaron a su cabeza, ansiosos de anclarse a ese mojado y suave cabello para tirar de él y juntar nuestras bocas.

(...)

Había mucho silencio en el bunker, lo que quería decir que por ahora no había peligro. O eso quise pensar.

Nos tocaba la guardia a Rojo y a mí, pero debía mencionar que la única persona que estaba descansando era Rossi estaba después de darse un largo baño una vez que Rojo y yo terminamos. Por otro lado Adam llevaba despierto más de un día, y en este turno de guardia, él quiso aprovechar su descanso para recolectar tubos de metal y otras herramientas indispensables que quería tener a la mano, así que con ayuda de la enfermera 16, sacaba materiales del sótano y los reunía en un solo lugar cerca de la habitación.

Me pregunté para que los utilizaría, pero lo más improbable era para hacer algún tipo de arma para defendernos....

Rojo estaría ayudando también, pero hace varias horas él se había ido a recorrer el resto de los pasillos del bunker con el arma entre sus manos. Lo cual, a pesar de que él era fuerte y sabía cuidarme, me mantenéis un poco nerviosa, y muy preocupada.

Revisé el pasillo de la segunda entrada — o lo poco que pude ver de él—, justo donde estaba ese enorme tronco de madera que Rojo y Adam colocaron sobre la ventilación, observé esa estructura, analizando que tuviera la misma posición que en un principio y al no ver nada fuera de orden, volví al interior del muro de madera que rodeaba casi todo el sótano.

— ¿Alguna anomalía?

—Ninguna— respondí monótona, sin dirigir una mirada a ese par de orbes marrones que me miraban a un par de metros. Me acomodé junto al umbral de la habitación cuya puerta se mantenía abierta, mirando ahora el pasillo de al lado.

—Si sientes cansancio, puedo relevarte—Vi su acercamiento una amenaza incómoda.

No sabía que intensiones tenía su constante—según—preocupación, no era la primera vez que me decía algo así, antes, aún después de que le soltara en cara que recordé su infidelidad. Pero no le creía, y no podría creerle, y la única razón por la que le contestaba sin insultarle, o apoyaba sus planes de supervivientes, era porque todos estábamos atrapados en el mismo lugar.

—Estoy bien, puedo hacerlo— aclaré, viendo de reojo que se había detenido a mitad de camino. Mejor que lo hiciera.

—Tu fuerza y disposición siempre te caracterizaron—le escuché decir, y poco después escuché sus pasos, alejándose, volviendo de nuevo al sótano—, sigues siendo la misma Pym.

Roté los ojos, e iba a girar para verle y decirle que no era la misma Pym, la pérdida de mis recuerdos me hacía sentir otra persona, pero solo no pude soltar aquello cuando repentinamente mi estómago chilló de hambre, otra vez. ¿Por qué estaba dándome hambre tan rápido? Hace tan solo una hora que ingerí alimento.

—Hay algo que quiero saber. Ahora que estamos solos, que no tienes a ese gorila para protegerte— espetó. Tras un pestañeó en el que mi hambre y sus palabras me desorientaron un poco, volteé, para encontrar su cuerpo al pie de la escalera, y ver la estructura de su frente arrugada con frustración mientras me observaba, severamente.

Ignoré ese sabor en la punta de mi lengua, un sabor amargo que quise escupir.

— ¿Qué quieres saber? —Creo que no debí de hacer la pregunta pero ya era tarde para regresar atrás. Él la escuchó, y se veía dispuesto dar continuación.

— ¿Qué más recordaste? — Quiso saber, dando solo un paso lejos de la escalera—. No me refiero a nosotros, sino a lo que te dije en la base.

Sí, sabía a lo que se refería, y no, eso era lo que me molestaba, recordar algo que no era más importante que recordar a la persona que me atacó en el área roja.

Ya no confiaba en él, mucho menos en Rossi, estaba segura, después de esos dos días que pasaron, que la conocía, que en algún lado la había visto y no con Adam, sino en otro lugar de este laboratorio. Pero, ¿en dónde? Era la cuestión, todavía no podía recordarlo con exactitud, las imágenes eran borrosas, estaban trozadas, eran pedazos de todo lo que conocí aquí.

—Nada—contesté, tragando el sabor amargo, y sintiendo ese vacío estomacal, anhelado ser llenado con comida—. Solo recordé eso.

Silencio, un incómodo silencio se abrió paso, y no dudé en callarlo, arrimándome a la silla que Rojo había sacado para que descansara cada que me sintiera mareada, con pasos ruidosos hasta lograr sentarme, poniendo mis manos sobre mis muslos.

—Se cuidadosa, tampoco quiero que nada malo te pase— su voz hizo eco en el resto del pasillo, una tonada tan perturbadora que fue amortiguada por sus siguientes palabras—. Intentaré hacer cuchillas con los tubos, será eso lo que utilicemos para ahorrarnos las balas.

¿Trataba de sacar un tema de conversación? ¿Para qué? No le hallaba sentido. Aun así, no podía ignorar que ese era un buen plan.

—Eso nos servirá mucho— fue lo único que pude decir, viendo hacia cada pasillo, en busca de Rojo. Ya se había tardado, por lo general le tomaba una hora terminar de revisar los pasillos.

—Pym...

Su voz, escucharla nombrarme hizo que mis puños apretaran el arma, no me molestaba, pero cansaba que intentara disminuir la incomodidad entre nosotros, un lazo de confianza entre compañeros que ya estaba roto, y una relación de la que solo quería dejar atrás, pues no me importaba más.

— ¿Sí? — cuestioné, apartando la mirada del pasillo y entornándola detrás de él, donde el delgado cuerpo de 16 empezó a dejarse ver una vez que subió la escalera.

Sus delgados brazos estaba cargando unos delgados barrotes metálicos como si no pesaran nada, me sorprendió ver lo fácil que le resultaba cargarlos y dejarlos en el suelo. Pero claro, los experimentos eran fuertes, todos, sin excluir a las mujeres.

—Solo quiero que sepas que estoy tratando, yo no soy el monstruo— regresé la mirada a esos orbes marrones que ya no me observaban a mí, de hecho no observaban nada más, Adam se había girado para volver al sótano después de soltar esas palabras que incluso, hicieron que la enfermera girara para verlo a él y luego a mí.

Fue una mirada que duró solo un instante antes de que se apresurara a bajar las escaleras, trotando con torpeza. Solo hasta que ella desapareció y hubo silencio otra vez, exhalé con fuerza, ni siquiera dudé en inclinarme y tomar el jugo de naranja del suelo al igual que las galletas que no terminé de consumir, para calmar esta inquietante hambre.

No iba a preguntarme cómo o por qué, porque claro que sabía a qué se debía. Pero tan solo tomé del jugo un perturbador y rotundo estruendo metálico hizo que me atragantara con el líquido en mi garganta. Lo escupí todo al suelo, tosiendo mientras el sonido metálico disminuía y se convertía en un extraño chirrido que me estremeció, me puso las vellosidades de punta.

Aun con la garganta calada, me levanté dejando que las galletas cayeran de mi muslos, dejado que mi mano apretara el arma y que mi mirada quedara clavada en una sola parte del bunker al reconocer que el golpe metálico no había provenido del sótano...

Proveía de la segunda entrada.

Estaba segura que el ruido era de ese pasadizo, ¿provenía de la ventilación? ¿Era un experimento queriendo entrar? No lo supe sino hasta que tuve el valor de mover las piernas, no sin antes mirar al otro pasillo y levantar el arma. Sentí como el cuerpo entero se apoderaba de horro cuando vi lo que sucedía, cuando mis ojos observaron vaporizados lo que se mostraba delante de mí, viendo como esa luz roja parpadeaba desde el monitor pegado a la segunda entrada, esa entrada que...

Lentamente se estaba abriendo.

— ¿Qué sucede? —la exclamación de Adam y su aparecimiento inesperado me hizo respingar. No supe voltear, las piernas no me respondieron, ni siquiera pude apartar la mirada de esa puerta, solo escuché como sus pasos disminuían detrás de mí, seguramente, mirando lo mismo que yo. Enseguida escuché su gruñido maldiciendo a la nada, antes de verlo salir disparado hacía el pasadizo con el arma apuntando la entrada que proo segundos se detenía su apertura y luego continuaba.

Reaccioné, haciendo lo mismo que él, ignorando aquellas voces que se apenas se alzaron detrás de mí, era de Rossi y de la enfermera. Corrí lo más pronto posible, sintiendo como cada parte de mi cuerpo temblaba de miedo en tanto me acercaba y veía los centímetros que la puerta empezaba a separarse de la pared metálica. Adam corrió al monitor en la pared, tecleando con voracidad el código que instantáneamente el monitor cancelo.

Otra maldición salió de sus labios, pero siguió tecleando, una y otra vez.... Sin lograr nada al final.

El terror comenzó a llenarse en la habitación, a llenar mis pensamientos de todo tipo de preguntas. ¿Por qué estaba abriéndose? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué la luz roja? No obtuve ni una de esas respuestas.

— ¿Qué está ocurriendo Adam? ¿Por qué se está abriendo? — Rossi se veía desesperada, asustada sin dejar de a Adam, esperando una respuesta que nunca le llegó. Levantó su arma señalando a la apertura que no terminaba de expandirse cada segundo más.

— ¡La puta mierda! Todos atentos— graznó Adam, apartándose del monitor al ver que nada de lo que tecleaba paraba la apertura. Se acomodó más adelante que nosotros, exaltado y sobre todo, atento a esa terrible oscuridad en la cada por de mi cuerpo se sintió asechado, una sensación tan espeluznante que aumentó mi temblor. Temía saber de quienes se trataban.

Eran los monstruos.

Oh no, no, no, no. Esto no podía estar pasando, ¿cómo estaba sucediendo? ¿Cómo era posible? No estábamos listos...

— ¡Pym! —La voz de Rojo se escuchó muy lejana, amortiguada por el chirrido de la puerta que cada vez más dejaba al alcance la oscuridad del otro lado, esa oscuridad que fue oculta enseguida cuando la espalda ancha de Rojo apareció frente a mis ojos—. Detrás de mí.

Eso fue algo que no pude hacer, moviendo mi cuerpo pavorido por el miedo para sentir luego de estar a su lado, a mi corazón salir huyendo por mi boca cuando el silenció se hizo, cuando la luz roja dejó de parpadear en el monitor y la puerta dejó de correrse...

Llegando hasta el tope de su apertura.

—Atentos —profirió lenta y claramente Adam, retrocediendo un poco más frente a mí. Rossi hizo lo mismo, acercándose a él, sin quitar ni un segundo la mirada de la oscuridad, nadie lo hizo, nadie más se movió entonces.

Esperábamos lo peor.

—Él no está infectado —la grave voz de Rojo a pesar de ser un murmuro audible para mí, recorrió los rincones más oscuros de mi cuerpo en un largo hilo de sonidos repetitivos que estremeció hasta el más pequeño de mis órganos. Pero a pesar de lo que dijo, él no bajó el arma, solo se movió un poco más, ocultándome unos centímetros más detrás de su espalda.

Repentinamente algo se escuchó en toda esa oscuridad. El miedo que ese estruendo me había provocado me endureció las entrañas y rasgó mis huesos cuando del otro lado de esa puerta, una mirada aterradoramente reluciente se abrió paso entre las tinieblas a la poca luz de nuestro bunker.

Ni siquiera pude respirar un poco al reparar en todo su sombrío aspecto.

Un infernal silencio llenó de inquietud y miedo nuestro alrededor, cuando todos reconocieron ese rostro de piel bronceada, esa silueta y ese inhumano color de ojos. Era un experimento. Un experimento sano, sin infección, y vistiendo un extraño uniforme negro. Pero, ¿cómo había llegado hasta el bunker? ¿No dijo Adam que solo un grupo limitado de personas sabía las claves de los bunkers?

En un segundo, ya nadie miraba ese rostro, sino el enorme arma negra, en cambio yo no podía dejar de ver sus escleróticas negras como las de Rojo, repletas de unos ordenes es cetrinos— más anaranjados que verde. Si él tenía de ese color las escleróticas, quería decir que miraba las temperaturas, ¿cierto?

Mi corazón dio un salto de susto cuando se adentró aún más al bunker, a pasos relajados con su peligrosa postura.

—Suelta el arma o disparo — las palabras amenazadoras de Adam no funcionaron cuando una de esas largas comisuras oscuras, se estiró en una sonrisa tan endemoniada y macabra que detuvo mi respiración.

Su impotencia en altura y esa penetrante mirada, provocaron que incluso verde 16 se ocultara rápidamente detrás de nosotros.

—No va a funcionar— Su voz exploró la segunda entrada en sonidos graves y roncos. Esos orbes naranjas se pasearon con libertad sobre cada uno de nosotros para detenerse especialmente en Rojo—, porque no vinimos a matarlos.

Eso me dejó en shock.

— ¿Cómo qué...?— Adam también había quedado en shock—. ¿Cómo que no vinieron a matarnos? ¿Quién más viene contigo? ¡Responde!

Y no fue tanto el miedo o la sorpresa que tuvimos con su aparición como el que sentimos cuando una docena de siluetas empezaron a sombrearse, acumularse al pie de la segunda entrada y ser iluminados por las farolas del búnker. Cuando mis ojos repararon en todos sus aspectos, el arma amenazó con caer de mis manos.

Creo que no fui la única que sintió esa misma amenaza en sus manos, Adam y Rossi parecían haber quedado inmóviles— sobre todo Rossi—, con los ojos abiertos en par en par, pálidos y a punto de desmenuzarse.

Y es que era imposible...

Eran personas...

Eran experimentos...

— Bien hecho, soldado naranja—Mis ojos se detuvieron sobre un sujeto de cabellera más canosa que castaña, que se abría paso hasta estar al lado del experimento lleno de imponencia. Él vestía el mismo uniforme que el experimento, de hecho todos los demás llevaban el mismo uniforme negro y con chaleco antibalas cubriendo su ancho cuerpo.

Sonrió, repentinamente ese hombre canoso y de complexión robusta, sonrío con malicia, un gesto que puso demasiada tensión en nosotros, más aún cuando esos orbes azules se detuvieron en cada uno de nosotros.

—Pero miren nada más que tenemos aquí— resopló en una clase de tono bromista que hizo que Rojo apretara el arma en sus manos —. El castillo estaba repleto de princesitas.

avataravatar
Next chapter