51 El segundo bunker

Estaba intranquila, no dejaba de mirar detrás de mí solo para saber el camino que habíamos recorrido fuera del bunker, aunque eso era algo que no podía hacer, ya que con cada paso que dábamos la oscuridad se adueñaba del bunker.

Las farolas del pasadizo que recorríamos estaban fundidas, quebradas, partes de ellas se hallaban por el suelo, siendo pisoteados por nuestros pies, su crepitado al romperse recorría el enorme y aterrador silencio que se adueñaba de nosotros. Lo único que resplandecía y alumbraba, eran las enormes linternas que se hallaban a varios metros de nosotros, iluminando el resto del camino de adelante que nos llevaría al bunker de ellos.

Había un olor espantoso en todo el ambiente, un olor insoportable como a carne podrida, y sabía a qué se debía y de dónde provenía. Hace tan solo unos minutos habíamos pasado de un bulto de cuerpos de experimentos contaminados que ellos mataron y los acumularon como cubos de basura junto al bunker.

Al principio cuando salimos no me había percatado de los experimentos muertos, sino fuera porque Rojo me advirtió que no me acercara tanto a los costados del túnel, porque ahí estaban ellos, muertos, y es que todo estaba oscuro, incluso el interior del bunker de un momento a otro oscureció por completo. Me aferré tanto al cuerpo de Rojo durante el camino, solo hasta que al fin encendieron otra vez las linternas.

Supe entonces que le sacaron el combustible que quedaba al bunker para llevárselo a su escondite y utilizarlo cuando lo necesitaran, cuando el suyo se terminara.

Rojo 23, el experimento femenino que también había estado contaminada del parasito, nos dijo que el bunker estaba cerca del de nosotros, que, si no fuera porque agujeraron una de las paredes separaban los bunkers, estaríamos recorriendo los pasadizos y el centro del laboratorio por más de una hora. Y sabiendo que casi todas las manos de su grupo estaban ocupadas cargando muebles y alimento, en una hora podían suceder terribles cosas.

Por eso caminábamos con rapidez, siendo guiados por el sujeto canoso que iba mucho más adelante que los demás, con el soldado naranja y otro experimento a su lado, ambos termodinámicos, cuidando el camino.

A veces miraba de qué forma torcían sus rostros, igual que lo hacía Rojo con una velocidad tan perturbadora que incluso te llenaba de terror todo el cuerpo instantáneamente, porque sabias que había visto algo... Pero ellos torcían sus cuellos y su cabeza, solo por un instante antes de volverlos a enderezar.

Que hicieran eso, me daba un poco de tranquilidad. Me hacía pensar que no había peligro, solo por ahora. Todos ellos tenían armas a excepción de nosotros, así que, si un experimento apareciera, ellos tendrían oportunidad de defenderse. No quería pensar en lo que podría suceder si algo así llegara a pasarnos debido a que éramos los únicos que no podríamos defendernos.

Todo lo que no quería encontrar eran más monstruos. Ya no estábamos debajo de un techo medianamente seguro, armados y mucho menos me encontraba en una posición en la que pudiera pasar peligro, correr a mi manera y llegar a tropezar con cualquier cosa.

Dentro de mí había vida. Solo pensar en eso, en la probabilidad de que quizás no fuera un bebé saludable y saber que ahora las cosas podrían complicarse más de lo que ya estaban, me oprimía el pecho, lo hacía doler. Pero lo único que más podía desear era que ellos no fueran malas personas, y que no lastimaran a Rojo. Que jamás se peritaran de mi embarazo...

Aunque eso sería una tontería, tarde o temprano algo crecería de mi abdomen, y solo para que nadie lo notara, tendría que utilizar ropa holgada, pero, ¿dónde conseguiría ropa? Además, había otro problema, solo sería un corto tiempo para que Rojo se diera cuenta del futuro bulto.

Y para que yo me diera cuenta si eso me afectaría, me mataría, o no sucedería nada. La verdad era difícil pensar de qué saldría salva de este lugar, o de este embarazo.

Apreté mis puños sobre mi estómago cuando un vuelco en su interior sacudió mi cuerpo estremecido, debilitando hasta mis rodillas, haciendo que incluso mis pasos disminuyeran. Rápidamente sentí la mano de Rojo tomar mi cintura desde atrás, casi rodeándome, eso hizo que mis pasos se acelerarán un poco más, aunque su mano igual me detuvo, atrayéndome hacía su cuerpo, y girándome hasta estar delante de él, ignorando el caminar del resto.

Subí el resto quedando atrapada por el color de sus orbes que apenas se miraban entre tantas tinieblas, me observaba con preocupación, examinando la forma en que apretaba mis labios. Enseguida sentí su otra mano sosteniéndole de la cintura, asegurándose con firmeza de que no fuera capaz de caer al suelo.

— ¿Otra vez el malestar? — preguntó en un tono bajo, sentí su cálido aliento cubrir parte de mi rostro, se inclinó un poco más, una corta distancia en la que con un corto movimiento hizo que su nariz rozara con la mía—. Puedo cargarte si te sientes mal.

Me temblaron los labios cuando los separé para contestar algo que por loa vuelcos estomacales no pude soltar. Tragué forzada, y respiré hondo, tratado de reponerme.

Pero no sirvió, los vuelcos seguían insistentes, convulsionando los músculos de mi estómago, provocando temblor en mis huesos, escalofríos que me estremecieran en sus brazos, que me hicieran tiritar. Y lo que no quise que ocurriera, pasó cuando él bajó la mirada a mi cintura y sus manos se amasaron con más firmeza a ella, sintiendo mi temblor.

Me sentí peor.

Esto era lo que no quería que sucediera. Si seguía con estos mareos, náuseas o fiebres en una zona donde estaba expuesta a cualquier ataque de un experimento, sería una carga. Una completa y maldita carga, eso era lo que no quería ser para Rojo.

Lo que no quería llegar a ser en este lugar.

Complicaría las cosas.

Lo empeoraría todo.

Cerré con fuerza mis puños por segunda vez, obligándome a apretar los músculos de mi estómago y forzarme a enderezar mi cuerpo frente a esa endemoniada mirada de preocupación.

—Estoy bien— mentí, forcé una leve sonrisa que él contempló, y que hizo que sus cejas se hundieran con extrañes—. De verdad estoy bien, Rojo. No te preocupes.

Escuché su lenta exhalación y tan solo desinfló su pecho, sentí como retiraba una de sus manos de mi cintura para colocar su dorso sobre mi frente y deslizarla lentamente hasta mi mejilla húmeda, hasta ese momento me di cuenta también, de que había estado sudando.

—Tienes fiebre otra vez, Pym— me hizo saber, sonó inquieto—. Esto no me está gustando.

Sus orbes de pronto se ocultaron debajo de sus párpados, atemorizando mis huesos, esa deteniendo hasta el más pequeño latir de corazón, al darme cuenta de lo que haría enseguida. Revisaría mi temperatura otra vez y eso era algo que no quería. No debía permitírselo, al menos conmigo, en este momento.

—Me siento bien— le rectifiqué y agradecí que mi voz no saliera temblorosa ni rasgada. Mis manos volaron para apoyarse en su pecho cubierto de su camiseta blanca y acariciarlo un poco. Ese tacto le provocó abrir sus orbes, volverme a mirar a los ojos—, en serio, no me duele nada.

Siguió mirándome del mismo modo, preocupado, inseguro, no me creía. Yo tampoco me creía lo haría, después de todo no era buena mi tiendo. Se me ocurrió otra desesperada idea, y fue impulsarme con los pies y romper con todo espacio de nuestros labios para besarle un momento, un beso en el que él tardó el corresponder. Volví a besarlo, antes de apartarme y encontrar para mi lamento, la misma mirada.

Y bastaba decir que no era la única mirada que se mantenía sobre nosotros a causa de nuestro beso. No, algunos de los experimentos que caminaban por nuestros lados cargado material y metales, no estaban observando, había confusión en sus rostros de ojos de diferente color, pero ninguno dejaba de caminar, seguían su paso, y aun pasándonos de largo, volteaban para daros una segunda o una tercera mirada.

—Sera mejor que empiecen a caminar— Esa voz masculina salió de los labios de uno de ellos que se detuvo a un par de metros de nosotros. No era un experimento, sino una persona, de miraba grisácea, una mirada endurecida y enfada que nos contemplaba con disgusto.

Evalué inevitablemente su rostro, sintiendo esa inquietud enseguida al tener esa sensación creciente tan familiar mientras más reparaba en su aspecto, en esas castañas cejas y ese cabello rapado de un solo lado del rostro, la sensación crecía más cuando mis ojos pararon en esa cicatriz que se extendía en el lado izquierdo de su mejilla. Pestañeé desconcertada volviendo a su mirada grisácea adornada por pestañas oscura, una parte de mí aseguraba que ya antes la había visto, pero la otra no estaba tan segura. ¿En dónde lo miré? ¿O lo conocía? No, si fuera así él estaría actuando de otra forma, ¿no? Ahora mismo parecía frio y molesto.

Quizás solo me lo estaba imaginando... quizás no, no lo sé.

—Hablo en serio, si no quieren problemas, caminen—espetó sacándome de mi pequeño trance, tomando su arma entre manos y arqueando una ceja al no ver nuestra reacción—. Rápido.

Cerré mis labios y miré a Rojo, dándome cuenta de que él también estaba observándolo con una severidad que me abrumó aún más, con sus contraídos parpados y el rostro un poco cabizbajo, peligrosamente.

—Vamos, Pym—La voz de Rojo salió escupida entre sus carnosos labios, se atrevió, aún debajo de esa inquietante mirada, a tomarme de la mano. Pronto sentí su mano acomodándose sobre el agarre de la mía. Sus cálidos dedos se entrelazaron con los míos, apretándome de tal forma que no me lastimara. Su calor se transfirió desde esa zona a todo mi cuerpo con la forma de un escalofrío.

Di una última mirada al hombre moreno antes de sentir como Rojo tiraba de mí para hacerme caminar, apartándonos de él enseguida, hundiéndonos en un extraño silencio en el que sentí la tentación peligrosa de voltear y buscar esa mirada.

Estaba segura... Estaba segura que le conocía, pero, ¿por qué no dijo nada?

—Cualquier malestar, Pym—pronunció Rojo, marcando cada palabra con su grave y ronca voz—, no dudes en decírmelo.

(...)

Después de un— no tan— largo camino, nos detuvimos frente a un enorme agujero de pared de concreto, se alzaba desde el suelo hasta el techo y se extendía a los lados a más de tres metros, los escombros, sin embargo, se mantenían creando una pequeña montaña que debíamos escalar para pasar al otro pasadizo de la pared.

Era el agujero del que nos habían mencionado, y que una vez cruzado llegaríamos en cuestión de pocos minutos a su bunker. Rojo me ayudo a escalar, sosteniéndole de la mano y apretando mi cintura con la otra para no resbalar, aunque esa pequeña montaña de escombros, no era para nada un peligro su en mi condición.

Del otro lado de la pared, el pasillo largo y silencioso estaba alumbrado por grandes esferas, en las que no había necesidad de utilizar las grandes linternas. Me sentí aliviada de no estar rodeada de oscuridad. Pero nuevamente mareada cuando ese aroma putrefacto, tal como el que olfateé fuera del bunker, regresó.

Cubrí mi nariz de inmediato, revisando los alrededores sólo para encontrar un par de cuerpos humanos esparcidos por el camino frente a nosotros. Odié mucho no poder retirar la mirada de encima, odie la morbosa curiosidad cuando dejé que mi mirara reparara en su desagradable aspecto y me diera cuenta de que sería difícil olvidar esa imagen tal como sucedió con los cuerpos aplastados en el suelo, cuando salimos del túnel de agua. El primer cuerpo estaba a pasos de nosotros, le hacía falta un brazo, toda la piel de su hombro estaba desgarrada al igual que la de su espalda repleta de grandes y perturbadoras heridas como si unas garras hubiesen pasado sobre él, brutalmente.

Lo siguiente que vi, me tambaleó, tenía una mordida en la nuca, un enorme agujero en el cráneo en el que hacía falta un cerebro, repleto de gusanos en miniatura, blancos que se mantenían en movimiento. Cada pequeño hueso se me estremeció, mis manos volaron apresuradamente a cubrir tanto mi boca como nariz, cuando el olor incrementó aún nivel que amenazó con hacerme vomitar en ese instante.

—Deja de mirar—soltó Rojo. Su cuerpo colocándose frente a mis ojos cubriendo el asqueroso panorama, me levantó la mirada para colocarla en esa enorme mano masculina que salió volando hacía mí, pronto la sentí tomar mi espalda baja y darme un empujón suficiente para hacerme caminar y apartarme del cuerpo—. No veas los cuerpos, Pym.

Su tono había sido tan serio y grave, que lo sentí más como un regaño que como un consejo, pero fuera lo que fuera tenía razón, debía dejar de ver los cuerpos, de otra forma yo misma estaría siendo una idiota por provocarme los vómitos. La mano de Rojo permaneció en mi espalda baja, aferrándose para mantenerme junto a él en todo momento, apartándonos nuevamente del segundo cuerpo putrefacto que apareció más adelante, y que terminó siendo pateado por uno de los experimentos para apartarlo del camino.

—Perdón—solté en un hilo de voz que se ahogó en las palmas de mis manos. Las retiré rápidamente de mi boca, para repetir las palabras a esa mirada carmín que me examinaba: —. Lo siento.

Pero él no dijo nada más, ni siquiera asintió para hacerme saber que lo había escuchado, solo permaneció serio, mirando en frente, sosteniendo mi mano con fervor durante el camino. Silenciándonos, moviéndonos de izquierda a derecha conforme los cadáveres se presentarán. Alejándome de las vistas y aromas fuertes y repugnantes.

Los vuelcos seguían ahí, revolcando mi estómago, aún no eran lo suficientemente fuertes como para hacerme vomitar. Y esperaba que no fueran fuertes, que no me provocara arcadas.

Era todo lo que pedía que no sucediera delante de todas esas personas, presentes.

Respiré hondó y dejé que mi cuerpo suspirara y mis ojos siguieran viendo más al frente, atrapando enseguida ese delgado cuerpo oculto entre ropa masculina que se encontraba junto a Rossi, y el cual se mantenía abrazado por sus propios brazos. Era Verde 16. Sus orbes verdosos se mantenían viendo a los alrededores, hacía los experimentos que la pasaban de largo.

Solo verla me hizo recordó lo que pasó en el bunker. Un incómodo momento del que me arrepentí que Rojo y yo fuéramos presentes.

En cuanto le dije a Rojo que ya la había encontrado después de escuchar sus fuertes gemidos de placer, supe que él sabía que ella lo estaba disfrutando, y bastante. No hizo falta decir nada más y explicarlo, aunque que tuvieran sexo en un momento como ese, era inapropiado, entonces en silencio nos apartamos.

Sigo preguntándome con quién lo estaba haciendo, para tener relaciones tan intensas en ese instante, debía de conocer a ese experimento. Ni siquiera sabía si lo estaba haciendo con un experimento, pero debía de serlo, después de todo ella guardaba rencor a los examinadores.

No lo sé, no sé nada de ella, solo que sufrió mucho. Sin embargo, pensé también que ese experimento estaría con ella durante el camino, pero estaba al lado de Rossi. Manteniendo una distancia.

— ¡Llegamos! —esa exclamación me puso los nervios de punta, había sido un sonido tan grave y escalofriante que recorrió todo el sendero del pasadizo, hacía el camino que dejamos atrás.

Alcé la mirada, al igual que lo hizo Rojo sobre toda la multitud, quedando clavados en todo ese metal que se construía en un muro de una entrada, implantado en el suelo, cubriendo del otro lado una enorme estructura un poco redondeada de lo más alto, y que reconocí de inmediato. Tenía la misma entrada que el bunker en el que nos ocultábamos, mejor dicho, la misma forma externa. Seguí mirando, evaluando y hallando todas esas personas que salían detrás de los muros metálicos, con sus largas armas y sus cascos negros... recibiendo de un saludo al hombre canoso uniformado, quien pronto levanto su mano a la que apenas pude ver el movimiento que hizo.

De pronto un rechinido metálico que emanó de la puerta del bunker, casi respinga mi cuerpo, abrí en par en par los ojos y observé como se corría la enorme puerta metálica, ante nosotros, poco podía mirar de su iluminado interior, pero sentí esa profunda curiosidad de saber, conocer, lo que se ocultaba del otro lado.

Empezaron a entrar, con sus grandes cargas entre brazos al interior de ese bunker, y avanzamos. La mano de Rojo se separó de mi espalda solo para envolver mi mano y apretarla

—Ahora es cuando más desconfió —emitió, no había calma en él, ni en sus movimientos, ni en la forma en como comenzó a mirar a las personas—. Una vez dentro, no será fácil salir de lo que sea que intenten hacer.

—No intentan nada más que salir de este laboratorio, No seas tan dramático, 09—Se me aceleró el corazón, al escuchar esa repugnante voz justo detrás de nosotros. A pesar del susto, no hacía falta voltear para saber que se trataba de Rossi—. Ya existen los monstruos, no hay cosa peor que ellos.

—¿Crees que no la hay? ¿Y qué hay las personas que intentarán lastimar a los experimentos una vez en la superficie? No sabemos nada de ellos, quizás eso es lo que tienen en mente hacer una vez que salgamos—solté, en un tono molesto.

Y era cierto, eso era a lo que Rojo más temía al igual que yo. Que una vez en la superficie estas personas intenten experimentar con ellos otra vez, tal como lo hicieron en el laboratorio.

—Es un buen punto para que ambos se sientan desconfiados, pero sería imposible de que eso suceda, ¿ya vieron que son más experimentos que personas? Eso sin contar las armas que llevan cargando, si desconfiaran de nosotros desde cuento estarían matándonos, ¿no lo crees? Pero, ¿por qué no lo hacen? Eso quiere decir que confían en ese hombre llamado Jerry—confesó, apresurando sus pasos para colocarse al lado de mí, como si nada en el pasado hubiese sucedido entre nosotras.

Sus palabras me habían dejado un poco asombrada, sabiendo que conocían a algunos sobrevivientes de este grupo.

— Nadie del exterior vendrá por nosotros, y sería difícil sobrevivir en el laboratorio solo. No hay nada mejor que estar en un grupo con armas que tiene una manera de salir de este lugar, así que no tomen una mala decisión.

Esas palabras, aún a pesar de que ya antes las había pensado y sabía la probabilidad ye l bloqueo de señales que tenía el laboratorio, me desinflaron de golpe mi pecho, llenándolo de un vacío temible y abrumador.

—Por si fuera poco, ellos recorrieron todo el laboratorio, reuniendo a los sobrevivientes que puedan, experimentos o personas—dijo, y en ese segundo de silencio, miré hacia adelante, dándome cuenta de lo cerca que estaba la entrada de nosotros—, para sacarlos de aquí, mañana. No se puede desconfiar de personas así.

La sorpresa que me dejó, golpeó como iceberg helado todo mi cuerpo para congelarme en mi lugar, sentir como en ese instante el hielo se derretía y un calor recorría con adrenalina el interior de mis venas, acelerando hasta mi corazón, que desbocado, escarbaba en mi pecho para salir huyendo.

— ¿Mañana? —Casi me atragantaba con la saliva. Pero estaba sorprendida, azorada de sus inesperadas palabras.

Mañana o dos días. Solo pensar en que podría ser mañana, saber que Rojo y yo después de todo podíamos salir con vida de este lugar, cosquilleo mi estómago de emoción y nerviosismo. Las preguntas invadieron mi cabeza en cuestión de nanosegundos, preguntas que hicieron que enviara mi mano desocupada sobre mi estómago, sobando por encima de mi vientre donde los botones de mis jeans lo apretaban un poco.

Y la emoción se esfumó dejando solo el nerviosismo, muchas cosas podían llegar a ocurrir cuando intentáramos salir y todavía las que ocurrirían una vez salido de aquí...

La miré asentir mi cara pareció divertirle por la desgraciada sonrisa que dejó crearse en su boca rosada, quise quitársela.

—Vaya que te sorprendiste. Hablé con uno de los que conozco, su plan para salir de este lugar es bastante impresionante, aunque peligroso.

Peligroso... Sus palabras se repitieron en mi cabeza.

Me di cuenta que Rojo estaba viendo mi vientre, observando con sus cejas fruncidas como mi mano se movía alrededor de la tela, los nervios me escamaron la piel, retiré enseguida la mano para morder mi labio inferior. Tan solo vi que sus orbes rojos se levantaron para verme de inexplicable forma, decidí mirar a otra parte, o mejor dicho a Rossi...

Sentí un gran arrepentimiento al darme cuenta que ella también había mirado esa acción.

Maldición.

— ¿C-c-cuál es el plan? —Me sentí una estúpida cuando tartamudeé, siendo más que obvia que me puse nerviosa por lo que hice. Sobre todo, para Rossi. Esa ceja pelinegra se levantó, arqueada, deseé regresar el tiempo para evitar ser tan idiota y descuidada, pero era tarde— ¿Cómo piensan salir de aquí? Ese hombre no quiso contarnos su plan hasta estar en el bunker— recordé, ignorando su segunda mirada a mi vientre, el cual logró alterar todo mi interior.

De entre todos ellos, no quería que ni ella ni Adam sospecharan de mí. Pero tal vez había escapatoria todavía, ¿no? Podía hacer como si solo me doliera el estómago y por eso... No, no, eso sonaría muy tonto.

Seria aun, pero, más evidente de que estaba en cinta.

—Están construyendo una escalera para conectarla al conducto de los ascensores en el comedor. Dicen que, aunque estos colapsaron al igual que su escalera de emergencia, la salida sigue intacta, una larga escalera podría alcanzarla.

¿Construían una escalera? Entonces entendí por qué habían tomado material metálico del bunker en el que estábamos, seguramente lo utilizarían para la escalera que hacían.

Eso era bastante impresionante.

Rossi sonrió con suficiencia, inesperadamente, una sonrisa que aparte de erizar todas mis vellosidades y congelarme cada órgano, disminuyó, cuando sus ojos pasaron de verme a mi vientre a alguien más, delante de nosotros. Repentinamente Rojo me detuvo el paso, y ese acto logró que enviará la mirada a esa dirección, solo para darme cuenta de que el hombre canoso estaba justo frente a nosotros, sosteniendo su arma entre manos. Justo detrás de él, se mostraba el panorama del bunker, una imagen a la que no pude prestar atención gracias a él.

—Eres muy buena para los chismes—esfumó. Su sonrisa sí que no me lo había esperado, una estirada con malicia, hacía Rossi—, pero es mejor contarlos por el que tuvo la idea, y ese fui yo.

Rossi apretó sus labios, eliminando todo gesto en su rostro mientras observaba al hombre.

—Dejando las cosas claras, van a seguirme, los llevare con su amigo el guardia y el experimento llorón para explicarles sobre algunas cosas— Tampoco escuché su orden instantánea. Cuando en ese segundo levanté la mirada y vi hacía el rostro de Rojo, me di cuenta de dos cosas, primero que nada, sus cejas estaban fruncidas y apretadas, aseverando su enojo y tensión, y segunda y más importante, esos ojos enrojecidos no estaban clavados en el hombre canoso.

Oh no.

Tan solo levanté la mirada en esa dirección, quedé clavada en los ojos zafiros que nos observaban rígidamente desde una esquina del umbral del bunker, una mirada tenga y de sorpresa que cambió a una llena de interés. Reparé en su cabello castaño desordenado, y en esos labios carnosos y torcidos. Lo reconocí, aunque aun así le di una segunda mirada, sin poder creerlo, llevándome su imagen al paso, justo a ese hombre que salió de un área señalando con su arma a Rojo y ordenándome a mi apartarme de él.

Sí.

Era ese hombre que salió en compañía de dos chicas de una de las áreas del laboratorio, con armas en sus manos, apuntando a Rojo. El hombre que no quiso dejarnos entrar al área en el que se resguardaban, porque Rojo estaba contaminado.

Era Roman.

— Así que ustedes también están aquí, después de todo no te comió el enfermero rojo.  

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