9 El peligro quema con su tacto

Con el corazón en la garganta a punto de ser escupido, me apresuré a llegar a último computador y tomar el mouse. De inmediato terminé dando un click para aceptar bloqueo escuchando la voz computarizada femenina dando el aviso de éste mismo. Giré sobre mis talones, revisando que las tres puertas estuvieran totalmente cerradas. Y solo cuando no escuché más ruido y otra alerta de experimentos acercándose, me deshice en un largo suspiro sobre la silla, con la cabeza colgando en el respaldar. Cerré los ojos y deposité mis manos sobre los parpados, tallándolos con desesperación, sentía que se me saldrían los ojos en cualquier momento por todo lo que habían visto en tan poco tiempo.

Cinco puertas en menos 24 horas, ¿cuántas más bloquearíamos si no llegaban a rescatarnos? Quedaríamos atrapados y si una de las puertas se abría y del otro lado estaba una de esas monstruosidades, estábamos acabados. Yo estaba acabada.

Era el infierno. Peor que el infierno, quizás.

—Dime que no se acerca otro monstruo—pedí con la voz en un hilo. Cada centímetro de mi cuerpo estaba alterado, espasmos corrían debajo de mis músculos y los hacían vibrar. Era terrible sentirme tan asustada y desesperada con la idea de que, en algún momento una de esas cosas pudo romper la puerta.

No escuché ni una sola respuesta del noveno, de hecho, cuando me lancé a las computadoras nombradas por la voz femenina, él se había apartado. Me enderecé en el asiento y volteé temerosa de encontrar algo fuera de lugar. El laboratorio tenía iluminación suficiente como para ser capaz de reconocer cada mueble, pero debía admitir que ahora mismo, tenía un aspecto sombrío.

Desconfiada, me levanté al no encontrarlo a la vista. Seguí revisando mientras daba paso por paso. ¿A dónde había ido? Aunque esa pregunta fuera una tontería pensarla porque no se podía ir a ningún lado— estábamos atrapados—, no encontrarlo, era aún más extraño y perturbador.

— ¿Nueve?

Y había mucho silencio como para ser capaz de escuchar el sonido de mi corazón martillar en mis sienes. Empezaba a odiarlo, sobre todo cuando estábamos rodeados de monstruos. Seguí encaminándome, ahora, a las incubadoras. Pasé las primeras dos en las que no quise fijar la vista cuando de reojo presencié los pedazos de órganos golpeando el cristal junto a mí.

Si él no estaba aquí, ¿habría ido a la oficina? No... ¿o sí? Mis propios pensamientos me detuvieron y me hicieron ver en esa dirección. Me parecía muy poco creíble que estuviera en la oficina, ¿para qué?

Un gemido casi quejido envió mi cabeza como resortera de vuelta al resto de las incubadoras.

Lo sabía, era un poco extraño pensar que estaría ahí arriba. Pero más extraño su quejido, ¿se puso mal otra vez? Apresuré mis pasos hacia cinco revisando a sus espacios ladeados. Nuevamente el quejido, recorrió parte del laboratorio, intercepté el área dónde se había iniciado y me aparté de la cinco.

No fue sino hasta la incubadora siete, que una sombra se apresuró a esconderse detrás de la ocho donde, con claridad, pude ver la tela blanca cubriéndole toda su espalda.

¿Por qué se estaba ocultando? No había razón. En realidad quise pensar que no la había. Noté como se dejó caer de pronto sobre su trasero, sorprendiéndome.

— ¿Te sientes mal?—pregunté, llegando a la incubadora ocho un poco más rápido a como lo hice con las otras. Cuando al fin rodeé uno de los lados de ésta, se llevó las manos a su boca y se giró dándome la espalda. Eso me confundió—. ¿Qué sucede?

—Son is gobios.

Pestañeé cuando no le entendí ni un cuack de lo que dijo. Sus palabras se habían ahogado entre sus manos, creí eso. Quise construir su respuesta, pero no lo conseguí, y pese a su comportamiento, creyendo que la fiebre había vuelto, seguí acercándome, no sin antes revisar lo que pude de las puertas, con el temor de hallar algo más monstruoso.

— ¡Para!— exclamó tan fuerte que dejé de moverme. Estiró un brazo hacia atrás con la palma de su mano estirada, dándome esa señal. Quedé estupefacta cuando dediqué en reparar en sus dedos y darme cuenta de que...

No había dedos.

Ver esas garras negras que salían de la parte exterior de sus nudillos y subían en forma de gorrito retorcidas hacia los lados, hicieron que jadeara.

Uno de mis pies quiso retroceder un paso.

—Tus uñas... ¿Qué te sucedió?—quise saber, más asustada que preocupada. Eso no era normal, no más de lo que ya había visto en él. Quise saber qué le estaba ocurriendo, si se trataba de la mutación. Pero no me respondió, al menos no al principio.

Se inclinó más hacia adelante, escupiendo un gruñido que apenas se escuchó pero fue lo suficiente para sacudir un poco mis huesos.

Alargó un gemido, algo que no entendí más como una clase de llanto desesperado. Me desconcertó. , y una gran parte de mí quiso acercarse, ser valiente pese a todo lo que pudiera pasar, porque tal vez, sólo estaba doliéndole algo y sus garras solo eran alguna clase de protección, no era que él estuviera mutando y que terminaría lanzándose sobre mí para matarme. No lo sabía, quizás solo estaba pensando demasiado.

Debería dejar de pensar tanto.

— ¿Qué te está pasando? — supliqué saber, con la respiración un poco agitada. Cuando no hallé respuesta y él volvió a quejarse como si le doliera algo. Lo hice, me empujé para caminar a él.

Di los últimos pasos, viendo como escondía su boca entre las garras y como sus orbes de reptil, se mantenía un tanto atormentados. Otra parte de él que me dejó impresionada de la peor forma.

Me arrodillé quedando por centímetro entre sus rodillas dobladas y separadas, con la mirada fija en sus garras que se movían levemente sobre su boca, y él subió la mirada, para conectarse de inmediato con la mía. Dudé, y mucho, pero también podía decir que la forma en que me miraba no era diferente de las otras formas en que ya lo había hecho antes. Nada peligroso.

—Son is colbillos.

Mis párpados se contrajeron, tratando de ver entre el poco espació de sus espeluznantes garras. Quedé pensando hasta que la situación y sus palabras tuvieron un único significado.

— ¿Qué tienen tus colmillos?— cuestioné a voz temerosa. Apartó sus manos de su rostro, rozando esos labios tensos y estirados que me dejaron inquieta. Vi todo lo que pude, incluso más veces de las que necesite contar para creerlo. A los bordes de su boca, chocando contra sus comisuras, dos colmillos más grandes que todos los demás sobresalían de sus labios, se estiraban por fuera de estos, uno doblado hacia arriba y el otro hacia abajo. Ese acomodado lograba que sus labios estuvieran contraídos, imposible de ocultar el resto de los colmillos que aún permanecían dentro de su boca.

Volví la mirada a sus ojos, no sabiendo que pensar, que creer. Como respirar.

Le retorcía la cara humana, arrugaba los lados de su mejilla, y con esos orbes endemoniadamente enigmáticos, su aspecto bestial, me congeló.

—Es por el hambre— A penas pude entender que, con esa postura, le complicaba hablar.

—T-t-te traeré más galletas— Reaccioné enseguida. Alzándome y corriendo a la máquina de alimentos chatarra. Tomé unas papas fritas y un par de galletas y volví con él lo más rápido que pude.

De cuclillas, rompí la envoltura de las galletas, tomé una y se la extendí, él estiró su brazo, sus garras tomaron como pudieron la galleta. Las observé nuevamente así como lo hice con esos grandes colmillos que me recordaban a Negro 05, ¿en verdad le salieron por el hambre? Volví la mirada a sus ojos cuando noté que no estaba mordiendo la galleta...

Mi espinilla se estremeció. Sus orbes carmín estaban sobre mí, fijamente. Cada vez más... sombríos, oscuros, temibles, peligrosos.

—Te-tengo unas Sabritas, solo si no te gustan las galletas— dije. Traté de guardar un poco de calma. Pero la verdad, esto estaba tornándose feo. Sus ojos eran diferentes, y sus colmillos, si al principio me resultaban perturbadores y penetrantes, ahora era como sentirlos mordiéndome el cuerpo—. ¿Qué pasa?

La galleta cayó de sus garras.

Lo entendí. Era momento de apartarme de inmediato.

Y demonios. Esta vez no tenía las tijeras para sentirme con una pisca de seguridad.

Estaba a punto de responder a la advertencia en mi cuerpo de alejarme de él, cuando fueron sus manos tomándome de los brazos y lanzándome al suelo.

Un chillido escapó de mis labios, así como el apretón de mis parpados al cerrarse con la presión que el suelo hizo en mi cabeza al caer de espalda. Cuando al abrí los ojos vi lo que se posicionaba sobre mí, la estaca del miedo escarbó en mi pecho, deteniendo la respiración.

Con la mirada en shock, lo único que puedo ver eran los suyos que estaban sobre mí. De hecho, todo él está encima de mi cuerpo.

Sus piernas estaban debajo de las mías— las mías sobre las suyas—, dobladas y separadas, y sus rodillas apenas tocando cada lado de mi cadera. Sentí algo apretándose contra mi entre pierna. Su vientre y el mío estaban tocándose también. Tanto que podía sentir su intenso calor atravesar mi ropa.

Temblé.

Sus pupilas dilatadas se hallaban temblorosas al igual que sus brazos, los cuales se acomodaban a cada lado de mi cabeza: sus manos sobre las mías, sus garras entre los espacios de mis dedos. Cada roce pequeño de ellos, era un piquete en mis dedos.

Quise tragar, pero ni eso pude hacer teniéndolo así, con sus colmillos a centímetros de mi rostro. Por mucho que el miedo carcomiera el interior de mi cuerpo haciéndome sentir una presa sin oportunidades— porque prácticamente me tenía acorralada—, noté esa lucha en él.

— ¿Ro-rojo nueve?— lo llamé esperando algo. Esperando que reaccionara, que volviera en sí. Que no me atacara—. Rojo nueve.

Aterrada ante su silencio, ante su posición amenazante, busqué con la mirada algo alrededor, pero era incapaz de encontrar algo y mucho menos, alcanzarlo. Miré con suplica a sus ojos. Él parecía resistirse, si eso era resistencia. Resistencia por no acercarse, por no moverse un milímetro más cerca de mí. O eso quise pensar,

— ¡Rojo nueve!— repetí en voz más alta, alterada, asustada.

Gruñó. Inesperadamente inclinó su cuerpo dejándose caer sobre mí, dejándome con la respiración cortada y el corazón tamborileando como si fuera a convulsionar. Gemí, ahogué todo tipo se gritos y maldiciones porque ni siquiera podía encontrar mi voz a causa de su indeseable acercamiento.

Su pecho terminó aplastando el mío por completo, y su rostro descansó en un hueco de mi cuello a raíz de sentir sus colmillos contra mi piel y su nariz inhalándome, estrangulando mis nervios. Desorbitando mis sentidos, volviéndome un gusano removiéndose entre las garras de su depredador.

—No voy a...—Su cuerpo tembló al igual que el mío cuando su aliento quemó un trozo de la piel de mi cuello.

Un tacto caliente, peligroso.

—Por favor...—alargué, asustada hasta la espinilla, apretando mucho los dientes para no gritar cuando fue su lengua la que saboreó la piel de mis clavículas. Lo empujé con desesperación, pesaba mucho y a pesar de saber que su fuerza me triplicaba, seguí empujándolo —. Vuelve a tus sentidos, Nueve. ¡Por favor!

—No te lastimaré— gimió largo juntando mucho su nariz en la piel de mi cuello bajo, y fue cuando sentí como atrajo más su pelvis hacía la mía, la cual se resguardaba en la tela de mis jeans. Mis ojos se abrieron con escandalo volando a todas partes del techo del laboratorio, traté de respira hondo porque más allá del miedo, estaban mis pulmones apretándose a causa de su gran peso. Dificultando respirar—. No voy a comerte. No lo haré, no lo haré.

Tan solo escucharlo decir eso, me erizó la piel. Me puso peor cuando fue su boca la que terminó abriéndose contra la piel de mi cuello y cerrándose sobre ella para saborearme con su lengua.

— ¡Apártate!— chillé escandalizada del miedo—. Hazlo, por favor.

Detuve mis empujes cuando él alzó la cabeza para conectarse con mi mirada. Reparé en su boca, sus grandes colmillos habían desaparecido: sus labios se apretándose en una amarga línea, las mejillas humedecidas, y una pequeña gota resbalando de su mentón y cayendo en mis labios. Él estaba... ¿estaba llorando?

—No voy a morderte— susurró. Sus cejas se empezaron a hundir mientras se apartaba lejos de mí—. No lo haré.

Mi cuerpo se enfrió, desvaneció todo su calor y esos escalofríos que me invadieron con su toque. Sentí un gran alivio, pero aún estaba en shock. Asustada, sorprendida.

Traté de tragar pero no lo logré, respiré hondo y lancé una larga exhalación entrecortada en la que mis extremidades temblaron mientras tanto me iba componiendo de lo que acababa de suceder. Lo seguí con la mirada. Cada vez más se alejaba de las incubadoras, cabizbajo y con los brazos abrazando sus hombros.

Arrastré mis manos hasta tenerlas sobre mi estómago. Por un instante sentí que moriría. Y esa idea no escaparía de mi mente, porque sentía que cualquier otro movimiento, en serio dejaría de existir.

(...)

Horas habían pasado de lo ocurrido, pero mi cuerpo sentía que había ocurrió hacía tan solo unos minutos atrás.

Estaba atascada en mis pensamientos, apartada de las incubadoras y perdida entre las ventanillas de cada pasillo. Cansada y con el cuerpo pesado, pero no podía hacerme la idea de dormir un rato, no podía, no lo conseguiría. Paré justo en la puerta 13, solo faltaba menos de dos horas para que se desbloqueara y entonces, solo Dios sabía que ocurriría.

Que misterio aterrador aguardaba del otro lado.

Si el monstruo estaba, o no estaba.

Mordí mi labio inferior con ansiedad y envié la mirada a esa orilla oculta debajo de las escaleras que daban a la oficina. Su cuerpo seguía ahí, en la misma posición en el suelo, recargado contra la pared, con la cabeza echada hacía atrás y un brazo descansando sobre una de sus rodillas.

Pensé en lo que tanto repitió al dejarme libre. Su hambre, esa hambre que parecía no llenarse con galletas y un refresco, sino con carne humana. Sabores como esos no le apetecían, al parecer, pero el sabor de la piel, sí. Pensé mucho en su reacción a mi miedo, cuando volvió en sí y me vio con esos ojos rasgados llenos de arrepentimiento y frustración. Su contienda interna podía apreciarse plenamente, era tan visible que me sorprendió. Que él no quería lastimarme, que no iba a comerme, todo eso tenía a mi cabeza dando y dando volteretas. Y porque, a pesar del miedo que ahora le tenía, no quería estar sin él.

Que locura.

No sabía todavía si se debía a la fuerza que demostró cuando mató al Décimo, y que en ese momento, él fue quien me salvó, o porque pensaba que tal como lo hizo hace un momento, controlaría su hambre. Pero, ¿qué si no lo hacía?

Sacudí todo mi cabello con mis manos, llena de locura y confusión, y tras resoplar, seguí vagando alrededor del laboratorio, sin pasar por debajo de las escaleras donde estaba él. Traté de aclarar mis pensamientos, traté de no frustrarme por el paso del tiempo y la puerta 13. Estaba rodeada de peligro, sí, y él me daba una oportunidad de sobrevivir, apartándose para controlarse.

De inesperado, llegué al cuerpo del décimo, aún no emitía olor a putrefacción y cuan agradecida estaba de eso. Busqué el órgano que el noveno le había sacado, sobre mis cuclillas lo miré más de cerca sintiendo como mi estómago se removía mientras recordaba la escena en la que él estaba a punto de morderlo. Una idea oscureció mis pensamientos, me dejó helada. Era tan espeluznante, tan desagradable, pero a la vez, podría ser la salida para que no empeorara.

Que él comiera el corazón, ¿saciaría su apetito? ¿No intentaría comeré? Las dudas hicieron que me tronara los dedos, seguí pensando, no era mala idea, pero era muy arriesgado. Y además, perturbador. De hacerlo, posiblemente terminaría muerta, pero tal vez no.

Suficiente.

Dejé de matarme con tantos pensamientos, y busqué con que tomar el corazón, corrí a los casilleros, aún quedaban dos batas más, toe a la que le había arrancado muchos trozos con los que calmé la fiebre del noveno, y envolví con ella el órgano cardiaco. Era blando y resbaloso, lamí mis labios saboreando un desagradable sabor y emprendí el camino a la escalera.

Con cada paso, mi corazón se aceleraba más, pero ahí estaba a punto de entregarle una parte humana a un experimento que quizás podía hacerme sobrevivir, ¿quién iba a entenderme? Ni yo misma lo hacía. A centímetros de tocar el primer escalón, rodeó la escalera y me adentró debajo de ella. Mis pasos se vuelven más lentos, más sigilosos y mi respiración más complicada cuando lo veo con la misma posición solo que con sus orbes reptiles clavados firmemente en mí.

Una y otra vez, pasé mi mirada al suelo y la deposité en él, temerosa, nerviosa, sin dejar de acercarme hasta que solo restaron pasos de rozar sus pies.

—Yo... te traje esto—dije en voz baja, inclinando mi cuerpo para dejar la bata en el suelo y desenvolver lo que ocultaba. Cuando el corazón se rebeló y vi el rostro del noveno, me aparté un poco. Toda su cabeza se enderezo, sus facciones se tensaron y esos carnosos labios se abrieron levemente—. Dijiste que tenías hambre e ibas a cometerlo así que te lo traje.

—No quiero comerlo—lo soltó con una dificultad en la que supe que sí, definitivamente sí quería, pero se esforzaba. Respiró hondo y cerró los ojos para luego mirarme con severidad—. No quiero.

—Sí quieres—contradije—. Sí lo comes...— tragué con apuro cuando las palabras no quisieron salir de mi boca—. Debes comerlo, así tu hambre disminuirá.

Era una terrible decisión. Tal vez estaba entrando en la cueva del león, una cueva en la que seguramente no podría salir.

Mis rodillas empezaron a temblar. No quería entrar en pánico al ver como se lamía sus labios, conteniéndose aún. Miró en grandes segundos el órgano y entornó esa mirada arrepentida en mí.

—Me temerás.

—Ya te temo—murmuré, no iba a mentirle—. Pero no quiero que por tu hambre enloquezcas.

Me estremecí, ¿y si enloquecía después de consumirlo? De cualquier forma, el aspecto que tenía me daba a entender que otra vez se estaba sintiendo mal, y no era más que por el hambre. Tenía que comer, comer el corazón.

—30 minutos para abrir la compuerta número 13— La voz computarizada me sobresalto en mi lugar. ¿A minutos de que se quitaran las paredes metálicas? Me puse mucho más ansiosa.

Me aparté rápidamente sin decir nada y sin mirar atrás. Lo que menos quería era ver como se lo devoraba o como perdía la cordura al hacerlo. Posiblemente hice mal, pero no había salida, el hambre haría que volviera a atacarme. Me acerqué al escritorio de las 6 computadoras y leí los mensajes que horas atrás había enviado, pidiendo por su ayuda. Esta vez no me habían respondidos, así que escribí un nuevo mensaje:

—. La puerta 13 está a punto de ser abierta, ¿qué deberíamos hacer? Por favor, vengan por nosotros antes de que esas cosas entren.

Y ahora que estaba en una situación mucho más peligrosa, me pregunté qué harían ellos cuando supieran que Rojo 09, después de todo, era como ese monstruo de la puerta 7. Sin mutar físicamente, lo que era una gran diferencia, pero no le quitaba lo peligroso.

Seguramente lo matarían.

—Alerta intruso, alerta intruso, ExVe 37 en la puerta número 18, computador 18 para dar acceso o bloqueo parcial.

— ¿Otra vez? —exclamé. Miré de reojo a la escalera y me arrepentí infinitamente cuando me encontré con su cuerpo imponente acercándose a la puerta nombrada. Sentí sumergirme en un fuerte escalofrió cuando reparé en su rostro, su mentón estaba manchado un poco de sangre y ni hablar de la bata, esa si llevaba muchas manchas enrojecidas y una que otra... migaja de carne. Pero algo de alguna forma, lejos de mi perturbación me relajo, fue ver lo firme que se veía.

Comer lo tranquilizó.

Salí de mi trancé y me deslicé sobre una silla de rueditas hasta el computador 18, mi mano voló al mouse y seleccionó el bloque rápidamente. La voz computarizada no tardó ni un solo segundo en dar el aviso y bloquearla con paredes metálicas, a lo que me volví al computador del botón naranja. Releyendo una y otra vez las conversaciones, esa promesa de que vendrían por mí.

¿Por qué no respondían? ¿Es que también les sucedió algo al igual que a los del área negra? ¿Estaban en un laboratorio como este? No, Rojo 09 dijo que el resto de la sala era diferente al laboratorio, seguramente el resto de las áreas también serían diferentes y tal vez no tenían el mismo bloqueo que aquí.

—Funcionó.

Un estremecimiento me hizo jadear. Santo Jesús, él ya estaba aquí y ni siquiera me había percatado de su presencia. Lentamente giré, impresionada de lo rápido que había sido para llegar hasta mi lado. Su endemoniada mirada estaba depositada en mis labios, no en mis ojos, sino en esa parte de mi rostro, mirando a detalle cómo me los mordía. Separó sus labios que habían adquirido un color más rojo y, volvió a cerrarlos, esta vez, mirando a mis ojos.

No evité en dibujar su rostro y quedar perpleja. No iba a acostumbrarme tanto a esa mirada como a ese rostro. ¿Cómo podía alguien tener un aspecto tan aterrador y enigmático como Rojo 9? Verlo me parecía algo incapaz de ser creado, de existir físicamente dejando de lado su canibalismo, como si el mejor artista del mundo lo hubiese creado con la mejor pluma de oro.

—Pero no quiero que me temas—sinceró. Un extraño calor floreció en mi pecho y pronto, se heló cuando desvié la mirada de su rostro a las migajas de su bata, esas de las que aún ni él se había percatado de su existencia.

— ¿Sabes si detrás de todas las puertas que bloqueamos hay monstruos? —pregunté, desviando el tema. No quería pensar en eso, solo me adentraría a una interminable confusión, y ahora lo más importante, era volver a bloquear la puerta 13 en dado caso de que el experimento 05 siguiera ahí, esperándonos.

Alzó un poco el mentón y entornó la mirada alrededor. Observé todo lo que pude de su perfil y esa concentración.

—No lo sé. El metal que cubre las puertas no me deja acceder al calor del pasillo, al igual que estas paredes, deben estar hechos de un material especial que me impide encontrar las temperaturas y solo acceder a ellas a través de las ventanillas—respondió, enviando de vuelta sus ojos a mí—. Tu calor es lo único que puedo y quiero ver.

Pestañeé tambaleando la mirada a los lados, con incomodidad, ¿y ahora por qué estaba mirándome tan fijamente?

—Di-dime, ¿crees poder matar otro experimento como lo hiciste con el Décimo? —acallé el nuevo silencio que se abrió antes paso entre nosotros. Y no era que había dejado de temerle, sino que quería saber, tenía curiosidad, mucha.

—Yo te protegeré, esa es una promesa.

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