23 Duro hasta olvidar

Capítulo adulto.

Si no gustas de las escenas adulto puedes pasar al siguiente capítulo, no te perderas de nada de la trama. Pero te recomiendo leer los últimos dialogos del capítulo, y nada más.

No. No fui capaz de mover un musculo de mi cuerpo, y él tampoco dio intenciones de querer moverse de su lugar o incluso, seguir con sus besos por el momento. No quería nada más que no fueran las caricias de mi mano en su cabeza, de mis dedos enredándose en su cabello lentamente.

Había mucha tensión sexual entre nosotros, cada pequeño trozo que conformaba nuestros cuerpos era capaz de sentirla profundamente. Pero había una necesidad más grande que la sexual, una necesidad de ser... consolado.

Él parecía un niño entre mis brazos, recostado contra mi pecho escuchando mi acelerado corazón, sintiendo mi calor y mi respiración chocar con la suya. Minutos atrás temía que alguien entrara y nos hallara de esta forma, pero la verdad ahora me daba igual.

Mi mente estaba atascada en todo tipo de pensamientos. Pero conforme avanzaban los minutos, cada vez más se apartaban aquellas dudas. No sabía a quién acudiría para hacerlas pero estaba segura de que serían todas respondidas todas.

Estaba segura, además, de que mientras estuviera viva me aseguraría de ser su examinadora. Me aseguraría de cuidarlo y atenderlo no de la manera sexual. No dejaría que lo tocaran, que le pusieran una mano encima y trataran de lastimarlo. Siendo franca, seguía preguntándome por qué no intentó matarlos o atacarlos aún después de todo lo que le habían hecho antes de que todo esto ocurriera. Aun después de tenerlos frente a nosotros, apuntándonos con el arma, él... no hizo lo mismo que el resto de los experimentos contaminados.

Mi cuerpo se estremeció cuando sentí la frescura de sus labios pegarse contra la piel de mi vientre. Sorprendiéndome el hecho de no me había percatado de sus manos desabotonando mis jeans para besar esa área. Traté de concentrarme en mis pensamientos. De hecho, podía entender por qué los experimentos contaminados — si es que pensaban, hablaban y reconocían—, los atacaban.

Esas personas, y tal vez hasta yo misma, merecíamos morir. ¿Cuál era realmente la finalidad por la que crearon a los experimentos? Aunque no conocía sobre la tensión y lo que provocaba en cada experimento, ¿para qué necesitaba darles sexo? ¿Era eso la única opción?

La pregunta se nubló cuando un roce de cosquilleo se añadió en mi vientre robándome un jadeo, y no hacía falta ver para saber que Rojo estaba depositando un camino de besos desde mi estómago hasta mis labios. Era un suspiro de besos donde por un momento no importó nada más que nosotros. Sus labios suaves saboreando los míos, sin ser esta vez desesperados. Estaban llenos de plumas que caían sobre mi cuerpo, una por una, y me llenaban de placer.

Suspiré en sus labios, él saboreó mi boca, rozó sus colmillos con mis dientes y se apartó. Abrí los ojos, no de inmediato, para ver la manera en que me contemplaba. Me sentí culpable, pero también sentí esa felicidad apenas floreciendo en mi pecho con latidos profundos y acelerados.

De lo que mi alma se había convencido fue que, extrañamente lo reconocía a él. A pesar de que mi mente seguía vacía y no recordaba su rostro, mi alma era otro guardián de recuerdos. Recordaba el calor de su piel y el tono crepitante de su voz, y sobre todo, como la forma en que mi cuerpo se sentí cuando lo escuchaba, cuando lo tocaba o él me tocaba.

Y era tan extraño sentirme así, sabiendo que para mis recuerdos actualices solo llevaba conociéndolo por días. No meses, no años. Días. Tal vez para él llevábamos meses pero, para mí solo eran días, y eso me hacía creer en la posibilidad de que lo mío solo se tratara de una emoción.

No estaba segura de nada. Solo de lo que quería. Y quería protegerlo.

—Sí—respondí sintiendo de qué forma mi corazón acelerado robaba mi voz. Sí, esa era mi respuesta para él, quería ser su examinadora pero, ¿quería ser algo más? Solo pensar en ello los nervios me erizaban la piel. Tal vez no, tal vez sí, tal vez si quería o tal vez temía por como terminaría esto, pero ya había respondido.

Llevé mi mano a su rostro, a esa mejilla suave que acaricie con delicadezas. Sería su examinadora, y por supuesto, no haría nada de lo que hacía un examinador para lastimarlo.

— ¿Ellos te hicieron algo antes de traerte a las duchas? — a mi pregunta, él frunció su entrecejo, un rastro pequeño de severidad fue atisbado en su gesto.

— No — respondió—. ¿Te sientes segura conmigo? —su inesperado cambio de tema contrajo mi ceño. Estaba contemplando, reparando en cada punta de mi rostro, dibujándome otra vez con sus dedos juguetones.

—Me he sentido más segura contigo que con ellos—sinceré.

—Entonces ya no me miras como un peligro.

Aunque no era una pregunta, respondí:

—No. Es cierto que al principio me diste miedo pero... —hice una pausa tomando su mentón y acariciándolo, guiando mi mano hasta su mejilla y acomodando un travieso mecho de su cabello húmedo—, ya no te temo.

— Si te dijera que quiero hacer otra cosa ahora mismo ¿me temerías? —su voz sonó ronca. Se inclinó otra vez sobre mi pero sus labios no tocaron los míos, sino mi cuello—. Si te dijera que quiero ser yo quien libere tu tensión, ¿me dejarías hacerlo a mi manera? — Su aliento acariciando esa zona hizo que el aliento se me escapará—. ¿Devorarte a mi manera? — Besó esa zona, un beso lento donde su lengua saboreó la piel sensible de mi cuello, logrando un arqueó inesperado en mi cuerpo.

Era sencillo saber lo que él quería, lo que deseaba y lo que... inexplicablemente necesitaba. Si daban sexo para bajar su tensión sexual u otra tensión en el cuerpo, entonces existían otros métodos para bajarla, ¿por qué solo tomar la sexual? Su mano se depositó en mi cintura por debajo de la camiseta que llevaba puesta, el contacto de su inesperada piel caliente— más caliente que lo habitual— hizo que escalofríos recorrieran mi piel y vaciaran todo el frio de mi cuerpo.

—Quiero hacerlo contigo.

— ¿Hablas de...? — su boca sellando la mía me impidió hablar, su lengua nubló mi mente cuando se adentró con una fuerza bruta que me hizo gemir, perforó mi cueva bucal y buscó saborear la mía con locura. Llevé mis manos acariciar su pecho que permanecía a centímetros del mío, pero se apartó, buscó mi mirada y no tardó mucho para encontrarla. No supe que vio en mi rostro pero se apartó lo suficiente como para que mi cuerpo dejara de sentir su calor.

— ¿Tú quieres? —me preguntó, su voz ronca, grave y con esa terminación crepitante que recorría mis pensamientos.

¿Qué si no quería? Mi cuerpo estaba excitado, y después de sus besos y caricias era imposible apaciguarlo. Pero me obligué a tranquilizarme o a tratar de tranquilizarme para pensar, no quería hacerlo en la ducha justo cuando alguien más podía entrar.

Exhalé. Dejé de pensar tanto, dejé de perder tiempo y alcé la mirada hacia ese par de orbes depredadores que había estado esperando mi respuesta, y asentí.

—Si quiero—solté, mordí mi labio inferior mientras, me empujaba con mis brazos para sentarme y todavía comenzar a desvestirme delante de sus ojos. Me moví al estar en ropa interior, para montarme sobre su regazo, rozando su endurecido miembro que abrieron sus carnosos labios para gemir. Sus ojos se oscurecieron más, fundidos en el oscuro deseo carnal, no espere ni un segundo para rodear su cuello con mis brazos, hundir mis dedos en su húmedo cabello y buscar su boca.

Sus manos tomaron mi cadera, la apretaron para profundizar con el contacto de nuestras intimidades mientras ahora era yo quien lo devoraba a besos, saboreando con mi lengua la carne de sus sabrosos labios, atreviéndome también a lamer sus colmillos.

Cuando quiso tomar posesión de mi boca, hale de su cabello, logrando que nuestras bocas se separaran y que un gruñido de reclamo escapará de él. A causa de ese dulce sonido estiré una sonrisa, tal vez sensual tal vez divertida, y ladeé el rostro para observar la forma en que sus labios se separaban esperando los míos. Subí la mirada y vi la tortura en sus orbes reptiles.

Él no quería esperar ni a charlar, él ya quería hacerlo.

Y soltó una sonrisa inesperada, casi una risa muda escapando a través de sus colmillos mientras se recostaba. A pesar de que su risa ronca no duró mucho mi corazón se aceleró, aleteó tanto que poco le faltaba para escaparate de mí.

Santo. Dios. Mío. Que sonrisa más sensual.

No estaba segura de que mi comentario diera gracia pero... lo que daría por escucharlo reír y verlo sonreír así. Sí alguien... Si otra mujer mirara esa sonrisa, estaría lanzándose sobre él, así como yo quería hacerlo.

—Estoy tan nervioso como en la oficina— soltó, deslizando sus dedos traviesos por las cuevas de mis dedos—. Es la tercera vez que me pongo tan ansioso y desesperado, deseando hacerlo, sentirte y tocarte.

Y maldición. No sabía cómo era posible que con esas palabras me hiciera sentir... ¿cómo explicarlo? Especial. Única, pero no fui la única que lo toco, pero si la única que le interesó, ¿no? Era una tontería. Sin embargo, ahí estaba esa emoción en aumento, deslumbrándome, haciéndome sentir animado, capaz de hacer todo, ¿sería eso cierto?

Lo averiguaría.

Lleve mis dedos a sus labios para acariciarlos antes de besarle. Lento y dulce, sus labios correspondieron mis besos sin apresurarse a ser rudo. Y en ese instante él ya me tenía contra el suelo otra vez. Abrí mis ojos para contemplar ese rostro torcido en lujuria muy alejado del mío, observándome como lo hace un depredador con su presa.

Sus manos se deslizaron por encima de mis muslos y solo hasta que un extraño frio sopló levemente en mi vientre me di cuenta de que me estaba quitando las pantis. ¿En qué momento las tomó? No lo supe pero ya estaba sacándomelas de los tobillos.

Rojo era veloz haciendo las cosas.

Las llevó a su rostro, cerrando sus ojos y respirándola profundamente. Me estremecí y sentí como mi corazón se precipitaba ante el sonido ronronearte que soltó. Sus parpados se abrieron, un tono más potente se añadió en esos orbes carmín. Una mirada que me dejó inmóvil, que empezó a quemar cada centímetro de mi piel.

Enredó sus manos en mis pantorrillas y tiró de ellas, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, abriéndolas al mismo tiempo para, después deslizarse sobré mi cuerpo, empujar su miembro duro contra mi apertura. Pestañee incontablemente sintiendo como la temperatura de mi cuerpo aumentaba con su tacto.

Fue inevitable gemir, pero mi gemido se ahogó en su boca cuando él tomó posesión de la mía. Sus besos eran igual de desesperados, como si buscaran algo que él tanto necesitaba de mi boca, la fuerza y la velocidad con la que lo hacía era el doble de la capacidad que tenía yo para besarlo, casi me fue imposible seguirle. Sus manos se deslizaron debajo de mi espalda, sus dedos tomaron la banda y desataron la abrochadura de mi brasier. La prenda: esa última prenda que cubría la piel de mis endurecidos pechos, desapareció de mi cuerpo, siendo lanzada hacía alguna parte de la ducha. Dejó de devorar mis labios para besar mi mentón e ir a saborear mi pezón izquierdo.

Con suavidad movía su lengua sobre mi areola, con esa suavidad mi cuerpo se movía llenó de placer hacía su boca mientras su mano acariciaba mi otro seno. Me perdí en el techo, disfrutando de como el placer consumía mi cuerpo, como su lengua exploraba cada pulgada de mi cuerpo y pintaba hasta la esquina más gris de mi piel. Numerables jadeos resbalando de mi boca cuando la suya llegó a mi sexo, y su larga lengua entró en mi interior y colonizó cada franja de mis músculos tensos.

Ahogué un gritó de placer, sin saber ahora a donde mirar, sin saber cómo respirar o de donde sostenerme, mi cadera se empujaba hacía la cavidad de su boca, imitando los movimientos rotundos de su lengua. Apreté los parpados y estiré mi cuello, mis músculos se contrajeron, calambres placenteros tiraron de ellos y fue como si perdiera el control de mi cuerpo y la manera en que este empezó a retorcerse.

Rojo... Estaba segura que gritaría por él en cualquier momento, porque estaba llevándome lejos, arrancando mi alma de mi cuerpo.

Mis gemidos siguieron en aumento, solo salía de mis labios sin poder acallarlos conforme esa tensión crecía y crecía y me llenaba y llenaba de un esquicito dolor que explotó en un grito.

Derretida y temblorosa, Rojo sacó su lengua de mi interior. Mientras ahora era yo quien trataba de recuperar el aliento, sintiendo el cansancio explorando poco a poco mi cuerpo, él se arrastraba sobre mí, colocando sus antebrazos a cada lado de mi rostro. Sus manos fue algo que no tarde en sentir, repasando mi rostro en tanto me contemplaban sus ojos.

Él el cielo, era la maldita perdición encarnada.

Deseé besarlo, así que tomé su rostro y lo atraje para besarlo, pero sus labios no correspondieron mi beso, se quedaron quietos, abiertos y torcidos en una sensual sonrisa que calentó mis mejillas.

—Todavía no terminó—ronroneó, al instante, meneó su cadera lentamente, provocando que su mimbro endurecido acariciara mi vientre y me enloqueciera con su tacto.

—Eres... fascinante—jadeé, estaba deseándolo otra vez, estaba despertando mi cuero, llenándolo de una energía placentera. Sus movimientos siguieron, circulares y más profundos, no estaba soportándolo. Quería besarlo, quería tenerlo dentro de mí disfrutarlo todo, grabarme cada pequeña parte de su cuerpo, de su calor, de las sensaciones que creábamos juntos. Mordí su labio inferior y gruñí: —. Sigue devorándome.

Sus ojos oscurecieron más de lo que no creí capaz, su sonrisa se desvaneció y esos labios al fin buscaron los míos, desesperados nuevamente. Al fin, al fin estaba besándome como tanto quería.

Sin poder aguardar más, necesitada por tenerlo dentro de mí, mis piernas rodearon su torso, mis pies golpearon su trasero y lo empujaron para que su miembro pudiera entrar en mí, pero él se apartó, torturándome.

—Rojo...—quejé, no esperando que él rodeara mi espalda con un solo brazo en ese instante y me levantara del suelo para sentarme sobre él.

Abrí mucho la boca cuando su mano libre se posicionó debajo de mi sexo húmedo y palpitante, sentí que iba a explotar con el solo tacto de sus dedos acariciándome así que lleve mis manos a sus hombros para sostenerme y no desfallecer. Las caricias de sus dedos fueron continuas, cada segundo sentí como sus dedos presionaban, Rojo iba a matarme.

—Sera duro...—susurró, rozando sus labios en la piel de mi cuello, besando y succionando la piel—. Así pide que pare si te lastimo.

Lo sentí moverse, sus piernas doblarse y estirarse para levantarnos. Mis piernas aportaron su cintura para no caer, aunque por la forma en que él me sostenía estaba claro que no caería.

No sabía hacía donde nos llevaba, solo hasta que mi espalda toco lo helado del metal de la ducha, una de sus manos se amasó a mi cadera y la otra, tomó su miembro y lo posición en mi entrada. ¡Al fin! Subió la mirada, y yo también lo hice, un instante de silencio mientras nos anhelábamos uno al otro, se acercó lentamente, mi cuerpo endureció cuando su miembro empezó a entrar.

Era una tortura que esta vez entrara lentamente en mi interior cuando anteriormente había sido de golpe, pero las sensaciones fluyeron con locura, se adueñaron plenamente de mi interior, y por ese instante, cuando lo tuve dentro de mí al fin, lo sentí completamente mío, y tocando no solo el punto más placentero de mi interior, sino mi alma. Mi ser.

Rojo se pegó tanto a mí que por ese entonces no hubo espacio que separara nuestro cuerpo del otro. Buscó mi boca para besarme, durando segundos sin mover su cuerpo, dejado que mi interior fuera su casa antes de empezar a destruirme. Y me preparé, rodeando su cuello, y apretando la raíz de su cabello.

La locura empezó a convulsionarnos cuando, al salir de mi interior, se empujó rotundamente contra mí, un golpe tan brusco que todo mi cuerpo brinco y tembló que mis huesos se hicieron aceite y mis músculos fuego, que el gritó que salió de mi boca se ahogó en largo dentro de la suya y mis pensamientos se hicieron añicos. Había dolor con cada acometida, pero el dolor era incomparable al placer que fui sintiendo conformé el me embestía cruel y despiadadamente, así de duro como dijo que sería, duro y lento, disfrutando de cada grito que escapaba de nuestras gargantas y de cara tiro placentero que nos hacia nuestros.

Mis uñas se encajaron en su piel, a pesar de que me faltaba el aliento y de que el éxtasis me impedía concentrarme en los besos, nunca dejé de buscar su boca, disfrutar sus gruñidos, saborear su placentero dolor, hasta llegar a ese destelló creciente que enloqueció a Rojo y lo hizo aumentar la velocidad de sus embestías bestiales. Nuestras pelvis chocaban, sentía como hasta nuestros huesos se golpeaban a través de nuestra piel. Nos disfrutábamos en todas las áreas, danzábamos juntos en nuestro propio delirio y era esplendido, maravilloso.

El metal emitió sonidos a causa de mi cuerpo siendo golpeado por el suyo, sonidos que hundieron la habitación además de nuestros infinitos gemidos—casi gritos.

¿Qué era esto? La gloria, sí, la deliciosa gloria que nos preparó para liberarnos al unisonó y deshacer nuestros cuerpos y volverlos nada, uno sobre otro.

Rojo se dejó caer de rodillas, conmigo aún sobre él, acomodando su cabeza en mi cuello y respirando contra mi piel agitadamente.

—Me gustas, me gustas mucho Pym—susurró, besando mi cuello. Mi corazón dio un vuelco y volvió en latido acelerados como respuesta a su confesión.

A mí también, a mí también me gustaba mucho Rojo, me gustaba, y me encantaba ser devorada por él, y si no lo admitían mis labios, mi cuerpo ya lo había hecho, pero no lo hice, mi voz nunca soltó aquellas palabras por una razón. No era porque no quisiera, todo lo contrario, quería hacérselo saber. Me aferré a su cuello, sintiendo el temblor de mi cuerpo, como mi interior seguía ardiendo a causa de su liberación que, proseguía dentro de mí, sin tener final.

Aquello antes no me había importado, incluso se había escapado de mi mente, pero ahora, ahora que era finamente atenta a lo que se desataba en mi interior a través de su miembro, me inquietó.

Me inquietó tanto que lo solté del cuello, tomé su rostro y lo obligué a verme a los ojos, a que esos orbes carmín recuperaran su fuerza y trataran de descubrir mi inquietud.

—Rojo...—Exhalé su nombre, casi como un suspiro a causa de que todavía no recuperaba el aliento—, ¿eres fértil?

Un par de veces pestañeó, sus labios secos se apretaron y se separaron cuando él tragó, cuando su manzana de adán dio un movimiento.

—Sí...

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