36 Brazos que no son míos

De solo sentir ese vapor cosquillando mi cabeza, mis rodillas se doblaron instantáneamente dejándome caer al suelo antes de que aquella cosa— que solo Dios sabía qué tamaño tenía—se estirara y me alcanzara: sintiendo como prueba suficiente de que iba a devorarme de un mordisco, su baba cayendo sobre mi cuello. Gateé lejos de su alcance escuchando ese asqueroso sonido baboso como si estuviera remeciéndose en la ventilación para liberarse de ella, y patojeé sobre el asfalto para levantarme apresuradamente.

Y cuando me eché a correr, cuando mis pies se empujaron y se movieron con velocidad sobre el suelo con la aterradora necesidad de alcanzar el siguiente corredizo...

Algo rodeó mi pierna.

La rotundidad con la que tiró de ella, no solo pinchó un intenso ardor en mis músculos sino que todo mi cuerpo azotó contra el suelo y aunque mis brazos amortiguaron el golpe de mi rostro, el resto de mi cuerpo se comprimió por el dolor que salió siendo escupido a través de mi boca por un chillón grito.

Un horroroso grito que además de recorrer cada fibra de mis nervios para hacerlos estremecer, también recorrió todo al alcance del bunker.

Con desesperación apreté los dientes ahogando un segundo grito que desgarró por completo mis entrañas cuando sentí como comencé a ser arrastrada por aquello que apretaba mi muslo, lo aprisionaba y tiraba de él como si deseara arrancármelo del cuerpo mientras me devolvía a la distancia que creé entre nosotros y la que aún quería dejar permanecer.

—De mí no huiras— Mis labios se apretaron ante esa macabra voz bestial que sr escuchó detrás de mi espalda—. Voy a comerte.

Estaba aterrada.

Horrorizada.

Esa cosa me tenía presa.

Pero yo tenía un arma. Sí. Eso fue lo único que brilló en mi mente, lo único de lo que mi cuerpo se dio cuenta y de lo que mis manos sintieron en ese instante en que esa cosa dejó de arrastrarme y algo de textura tan familiar como los tentáculos de Rojo empezaron a deslizarse sobre mi estómago. Cada desliz sacudió mi cuerpo, lo torturó con caricias lentas y aterradoras, como si estuviese preparándose para morderme.

No, no iba a ser mordida, mucho menos morir, no sin antes haber peleado.

—Yo no voy a ser tu comida—solté entre dientes. Con fuerza, a pesar del dolor oprimiendo mi pierna, del terror nublándome los sentidos y amenazando con hacer lo mismo con mi mente cuando esa exhalación se ciñó sobre mí espalda baja, obligué a mi cuerpo a torcerse hacía uno de los lados y alzar mucho mis brazos para sostener el arma y...

Disparar.

Disparar tres veces para dejar que el sonido explorara alrededor y fuera amortiguado por un gruñido más intenso y de dolor, ensordeciéndome lo suficiente como para quedar petrificada en mi lugar, hundida en mis aterrorizados pensamientos al saber lo demasiado cerca que se escuchó aquel gruñido sobre mi estómago.

Había estado a un instante de ser mordida.

Sacudí mis pensamientos y mi cuerpo, obligándole a reaccionar y a arrastrarme fuera al sentir todos esos tentáculos dejar de aprisionarme el cuerpo para apartarse.

Volví a empujarme para levantarme como pudiera, pero tan solo enderece mi pierna herida, todas mis entrañas y hasta los músculos de mi pierna chillaron. Esa cosa me había lastimado el musculo.

No me dejé respirar ni acostumbrarme al dolor y apretando el arma en mi mano, empecé a correr con dificultad, sin detenerme cueste al dolor. Mientras lo hacía, atenta a cualquier ruido detrás de mí, estiré mi desocupada mano para encontrar la pared más cercana y hallar el siguiente pasillo que no tardé en cruzar lo más rápido posible.

Mis entrañas maldijeron cuando el dolor, al forzar mi pierna a moverse, quiso estallar más arriba de mi cuerpo, tuve que apreté la quijada y mis labios para no soltar los quejidos o para acallar los jadeos agitados de mis respiraciones.

Maldición. El dolor era insoportable.

Y ya ni siquiera sabía a dónde me estaba dirigiendo o si este era el pasillo que llevaba a la oficina, mucho menos si estaba cerca de otra monstruosidad. Deseaba que no fuera así.

Lo sabía, sabía el gran error que cometí al salir de la oficina, pero ya era tarde, para regresar y para arrepentirme. Ahora solo tenía que encontrarlos, y sobrevivir.

Seguí corriendo, el dolor pinchando mis huesos con cada pisada que daban mis pies con la necesidad de sentirse a salvos.

Me relamí los labios y como si me fuera a servir, miré detrás de mi hombro, a toda esa oscuridad, en busca de otro experimento. Nunca espere que de un momento a otro, todo el pasillo se iluminara con fuerza, iluminara más de lo que había hecho, dejándome apreciar cada centímetro del lugar.

¿Había sido Rojo el que devolvió la electricidad, o Rossi o Adam? Levanté la mirada para atisbar cada maldita ventilación del techo, separada una de la otra por tan solo dos metros.

Levanté el arma en posición de cada una de ellas, atenta, tratando de ver por las rejillas y captar algo, lo que sea para que disparara sin chistar. Estaba segura, muy segura, de que había más de un experimento ocultando en las ventilaciones y muy posiblemente, vigilándolos.

Al no ver ni oír nada al rededor, sobre y detrás de mí, comencé a correr sin dejar de ver el resto de las ventilaciones y revisar mí al rededor para reconocer el pasillo.

No, no estaba en el bloque correcto de habitaciones que me llevaban a la de ellos y no tardé en apresurarme a llegar al siguiente pasadizo y cruzarlo para adentrarme al último bloque.

Cuando lo hice, nada más encontrando la puerta que se mantenía cerrada, comencé a exclamar mientras trotaba a ella:

— ¡Chicos, entró un experimento!

Mi mano alcanzó la perilla con forma de manzana y la giró, estaba a punto de volver a llamarlo sino fuera porque la habitación estaba completamente vacía, y no solo eso... Pestañeé, desconcertada por esos agujeros en el techo y esas tapas de ventilación en el suelo.

—No—terminé soltando en un hilo de voz, cuando además de eso, había algo más que me hizo retroceder un paso fuera del umbral.

De todas las camas, solo había dos camas desordenadas y los cobertores de una de ellas— la que estaba colocada debajo de una ventilación—, manchada de sangre.

Pero no había cuerpos, eso quería decir que ellos seguían vivos.

Miré las entradas de las ventilación, sobre todo la más cercaba a mí, notando esas área interna forzada como si lo que hubiese estado en su interior tratando de expandir el espacio a los lados... Y junto a ellas, se encontraban esos agujeros de bala, pero no había escuchado los disparos, seguramente Adam utilizó su arma silenciosa, de otro modo el sonido se hubiese expandido por todas partes del bunker.

Que los atacaran aquí, ¿fue por el mismo monstruo? ¿O por otro experimento? A mis pensamientos llegó Rojo, recordando que él podía ver las temperaturas y al encontrar a los experimentos, no tardaría en atacarlos.

¿Y si lo mordían? No podía permitirlo. Retrocedí más y, una vez revisado detrás de mí, corrí al siguiente corredizo, casi arrastrando mi pierna derecha, entumecida por el dolor.

Debía encontrarlos, a todos. Sobre todo a mi Rojo. Mi corazón dio un vuelco cuando, al final del pasillo por el que corría, estaba la primera entrada del búnker aun cerrada, bloqueada, pero saber eso no me tranquilizó en nada.

Ni un poco.

Ya estaban dentro.

Mi menté estaba al punto de colapso con tanto silencio, con tanto horror y miedo al saber que, en cualquier momento otra tapa podía caer del techo y esos experimentos intentaría devorarme.

Odié con toda mi alma pensar en eso, y no, no porque realmente cayera otra tapa, lo cual no ocurrió, sino porque un chillido repentino delante de mí se escuchó, provocando que ese estruendoso grito se deslizara fríamente por toda mi espina, y la rasgara. Con los pelos de punta, levanté el arma en esa posición y la mirada temblorosa a todos eso pasadizo frente a mí cuando tras aquel grito femenino que no provenía de Rossi, se levantaron disparos, uno tras otro, y otro y otro más.

Me estremecí al escuchar seguido de todos esos disparos sonoros y arrebatadores, un rugir diabólicamente aterrador levantarse y abrazar el terror del ambiente. Eran ellos, eran Rossi, Rojo y los demás, los estaban atacando, necesitaban mi ayuda.

Me eché a correr, aún adolorida, guiada por los siguientes disparos al segundo pasadizo a mi derecha que, cuando llegué a girar, sentí como todo ese panorama, me entenebreció los huesos. Estaban ahí, dándome la espalda a pocos metros de mí.

Todos, menos Rojo.

Rossi se encontraba haciendo desesperados movimientos con sus manos para colocarle balas a su arma, junto a ella estaba Adam quien mantenía su arma levantada en dirección a un área del suelo y detrás de él estaba verde 16, aferrándose a su espalda ancha y varonil, encorvada, asustada.

Sus delgadas piernas temblaban con cada empujón que Adam le daba para que retrocediera al igual que ellos.

Yo también estaba asustada, y sobrada decir que aterrada hasta la medula con aquella monstruosidad que les había caído de la tubería del techo y la que había recibido varias balas. Solo ver como esos tentáculos se retorcían como gusanos alrededor de un extraño bulto que se trataba de estirar, me detuvo de golpe la respiración. Analicé con horror esa cosa sin forma humana, era como ver una enorme bolsa negra y babosa removiéndose, con tentáculos saliéndole de un agujero inferior, por el que también salía un líquido enrojecido y pedazos de carne, manchando los suelos.

El alma quiso abanador mi cuerpo, al igual que mi estómago de solo repasar lo que se hallaba en lo más alto de esa atrocidad, y quedar clavada en ese rastro de cuello pálido que salía a la superficie, estirando una cabeza humana a la que no se le veía rostro, solo ese cabello oscuro y relamido.

Santo. Cielo. ¿Por qué tenía esa forma grotesca? Era como ver al monstruo del comedor, solo que más delgado y pequeño, y con tentáculos como los que Rojo tenía.

Adam disparó, sin emitir sonido alguno de su arma, en dirección a esa cabeza que término siendo atravesada por un par de balas para luego dejarse caer al suelo.

— ¡Hijo de perra!—gruñó él en dirección al cuerpo inmóvil, y a pesar de que ya no había movimiento, un tercer disparó acabó en la cabeza en el suelo del experimento.

Tan solo volteó, sus ojos se tallaron con los míos. Adam bajó el arma y hundió el ceño con frustración antes de soltar una fuerte exhalación como si se deshiciera de una preocupación menos. Sin embargo, yo me sentí inmediatamente tensa cuando hallé esa herida larga por todo su antebrazo manchado de sangre. Una que otra gota de su sangre caía al suelo.

¿Lo mordieron? Esa pregunta me dejó en shock, seguí analizando esa herida y como su mano paró sobre ella al darse cuenta de que estaba mirándola.

— ¡Pym!

El grito de Rossi me tomó por sorpresa. Salí de trance rompiendo el contacto con él para encontrar a Rossi trotando hacía mí, clavando sus ojos en mis piernas, esas que por el horror nunca me atreví a revisar. Tuve una gran sorpresa cuando bajé la mirada en esa dirección para encontrar mis jeans manchadas de un extraño y espeso líquido negro: supuse que era la sangre del experimento al que dispare, y al que no sabía si había matado.

Esperaba que sí.

Así como esperaba que esta fuera su sangre... y no la mía. Por supuesto que no era la mía.

— ¿Qué te pasó? ¿Dónde está Rojo? — sus preguntas me hicieron pestaña, hacer que sintiera el corazón contraerse bajo mi pecho de solo pensar en Rojo y que él no estaba aquí.

—Yo pensé que estaba con ustedes— repliqué con decepción, alzándola mirada al rededor para saber si él no llegaba a aparecer. Pero no lo hizo no al menos por esos eternos segundos, y solo ver que aparecía hizo que un inquietante vacío consumiera el interior de mi estómago.

Miré como Rossi se inclinaba una vez llegado hasta mí, para pasar sus dedos por el líquido espeso que bañaba mis jeans, sus dedos se en abordaron y ella no tardo en repasar su textura con un gesto de asco cuando se acercó sus dedos a la nariz y los olio.

Yo también hice una cara de asco, ni loca olería algo así.

—Es sangre de experimento amarillo— murmuró, ahora, limpiándose los dedos con la tela de su propio pantalón para incorporarse—. Este experimento también era del área amarilla, y el que encontramos muerto, también lo era.

Me pregunté si el experimento que me atacó era el del área amarilla. Eso no tardó en salir a través de mis labios.

— ¿Ellos pueden ver las temperaturas?

—No—contestó, ahora, desenfundando su arma—, los de escleróticas negras son los únicos que ven temperaturas.

—Ross, no hay tiempo para que te pongas a investigar—exclamó Adam, echándole una mirada al resto de ventilaciones antes de clavarla sobre mí y acercarse, dejando atrás a la enfermera que no tardo en seguirle, temerosa—. ¿Fuiste tú la que disparaste? Escuchamos tres disparos consecutivos, pensamos que eras tú.

Entonces estaban buscándome.

Rojo seguramente también me buscaba.

—Sí, me atacó un experimento—respondí con inquietud al notar como sus labios levemente se movían por la molestia de su herida en el brazo. No pude evitar preguntar, en verdad le estaba sangrando mucho—. ¿Te mord...?

—No—espetó sin dejarme terminar la pregunta—. ¿Y lo mataste?

—No lo sé—sinceré con inseguridad—, estaba oscuro, solo disparé y cuando me liberó, hui.

— ¿Y dónde demonios estaba ese enfermero? —escupió de pronto, con esas ceja pobladas fruncidas—. ¿No qué iba a protegerte? Menudo imbécil que solo habla y no cumple.

Sus palabras me hicieron apretar la mandíbula, siempre estaba insultándolo sin saber nada al respecto. Rojo me estaba protegiendo pidiéndome que me quedara hasta que regresara, pero había sido yo la que no hizo caso al final. Saliendo para buscarlos a ellos.

— ¿Ustedes regresaron la electricidad? —le contesté con otra pregunta, en un tono serio que él notó.

—No...—contestó Rossi por él, pero no volteé a mirarla, me quedé observando a Adam de la misma forma que antes.

—Entonces lo hizo Rojo, así que no lo insultes porque hizo algo para salvarnos el pellejo—solté, sus orbes marrones me inspeccionaron con severidad, pero no hizo ni otro gesto más que el de dolor antes de mirarse la herida otra vez,

—Como sea. Debemos movernos—espetó por lo bajo, apretando la herida para que más sangre saliera, eso me sacudió los huesos. No era muy profunda y mucho menos grave ahora que lo tenía de cerca, pero sí que sangraba.

—Deja de hacer eso—se quejó Rossi quien también había puesto atención a su herida, enfundó otra vez el arma y se acercó a él para tomar con delicadeza su brazo herido—. Esta sangrando más.

—Tenemos que curarla—Tan solo lo dije, él negó apretando su mandíbula, y apartó su brazo de las delgadas y pequeñas manos de Rossi para empezar a caminar en dirección al pasillo de tras de mí.

—No, la sangre los guiara a nosotros, así podremos matarlos con más facilidad—pronunció paulatinamente, y cuando estuvo cerca de llegar al pasadizo con el arma levantada y con la mirada mirando las ventilaciones, Rossi le dio alcancé y le detuvo colocando su mano sobre su muñeca que también estaba herida.

Eso provocó que Adam se quejara y casi gruñera, volviendo a apartar su brazo.

—No vamos a seguir hasta que tu herida se cure, te desangraras—chistó ella, apretando sus puños. Podía ver lo preocupada que estaba por él. Cuando él lanzó una mirada a su rostro, esas cejas pobladas que estaban endurecidas, temblaron. Y miré algo en él, la manera en la que la miraba hizo que una imagen, bastante borrosa, se iluminara en solo un santiamén para desaparecer con la misma velocidad.

—No empieces Rossi no es tan grave, además debemos matarlos a todos—dijo en voz baja, sin gritarle, sin exclamarle, sin molestarse con ella. Esas delgadas manos se deslizaron por la parte posterior de su brazo con mucho cuidado para no tocarle la herida.

—Ellos aparecerán en cualquier momento, cayendo de las tuberías porque huelen nuestra carne, Adam—insistió, sin dejar de mirarlo—. Así que te curaremos la herida, después de todo tenemos una enfermera limpia.

Tenemos una enfermera limpia. De reojo miré a la pelinegra que colocaba su mirada sobre ellos con una preocupación y temor. Se encontraba a tan solo dos metros de nosotros, aferrándose a la pared del lado izquierdo del pasadizo. Clavé la mirada en Adam, él también le había lanzado una mirada a verde 16 antes de hacer una mueca y revisar el resto del pasillo.

—Vamos, ven enfermera verde—le llamó Rossi, moviendo también su cabeza en una señal de que se acercara, y ella no tardó en hacerlo, abrazándose a sí misma.

Podía notarlo, podía notar conforme se acercaba que no quería hacerlo, lo mismo pasó cuando le pedí ayuda para que salvara a Rojo, se había abrazado a sí misma y nos había mirado con temor, antes de que Rossi me pidiera a mí salir de la habitación mientras hacía el proceso de curación para Rojo.

En aquel entonces me pregunté qué le habían hecho en la habitación, al principio había supuesto que les hacían heridas pequeñas para sangrar, y por supuesto que cualquiera sentiría miedo al saber que le cortarían la piel y sentiría mucho dolor por ello, un dolor que desaparecería en segundos porque la herida se curaría. Pero dudé mucho de que les hicieran heridas pequeñas cuando la escuché quejarse y llorar dentro de esa habitación.

Seguí preguntándome, entonces, dónde y de qué tamaño eran las heridas que les hacían con tal de conseguir la sangre necesaria para curar heridas.

La respuesta surgió enseguida, cuando Rossi descolgó su mochila de sus hombros, dando una mirada a las ventilaciones antes de bajar el cierre y buscar en el interior de esta, y mientras buscaba, Adam levantó el arma, atentó a cualquier anomalía.

Miré lo que la mano de Rossi sacó de la mochila, un cuchillo delgado y filoso que fue contemplado con miedo por parte de verde 16. Ella ya se había acercado lo suficiente a Rossi, y cuando Rossi le pidió el brazo, lo que le hizo al levantar el cuchillo en posición a ese blanco brazo delgado, me hizo apartar la mirada.

(...)

No fue necesario.

Atravesar su brazo con el cuchillo no era necesario, no se necesitaba herirla de atroz forma para obtener su sangre. No podía dejar de pensar y reproducir esa imagen tan fría de Rossi, hiriendo a verde 16. Si eso había hecho con tal de curar la herida de Adam, una herida que no fue nada grave como las de Rojo, no quería imaginar lo que le hizo en la habitación.

Lo peor era que seguramente le habían hecho alguna vez lo mismo a Rojo, y era esa razón por la que quería salvarla a ella también. Después de todo, él mismo me dijo que les abrían la piel, les cortaban y sacaba huesos y órganos.

A pesar de que les dije que atravesarle el delgado brazo con un cuchillo no era necesario, ni Rossi ni Adam se molestaron en decir algo más que no fuera, ¨no perdamos el tiempo, ya es hora de seguir¨, dejando a verde 16, temblando de dolor mientras su herida se curaba con lentitud. Tampoco sabía eso, que las heridas de los verdes y blancos se curaban más lentamente, solo sabía que su sangre se regeneraba menos que la de un experimento rojo.

Era terrible.

Atisbé a verde 16, su perfil de pequeñas y suaves facciones se mantenía en silencio y seriedad, con la mirada clavada en aquel antebrazo donde antes había clavado un cuchillo y todavía removido en su interior. Sus dedos sobaban esa área de piel rosada y pegajosa que apenas había cerrado y nueva piel regenerada.

No solo sentí pena por ella, sino molestia por el sufrimiento que le hicieron pasar.

—Dime Pym, ¿por qué caminas chueco?— aparté la mirada de ella para depositarla en Adam que mantenía su espalda frente a mis ojos. Luego, dejé que mis ojos viajaran a mi pierna derecha, no caminaba chueco, pero si hacía una pequeña pausa cuando mi pierna lastimada daba el siguiente paso.

—Nada—respondí espesamente. Todavía no se me olvidaba que ni siquiera él hizo algo para detener a Rossi, porque había mejores formas de evitar mucho dolor y ella eligió quizás, el peor de todos.

Ni siquiera con ver la cara de dolor de la enfermera, se detuvieron.

—Eso no parece nada.

Ignoré sus palabras no queriendo continuar con la conversación, soltando un largo suspiro y revisando el siguiente pasadizo, en busca de Rojo. En todo este tiempo estábamos buscándolo, no entendía cómo era posible que no lo encontráramos o que él no nos encontrara, y no hallarlo, me estaba desesperando.

No hallarlo solo hacía que más preguntas me torturaban, tenía miedo, demasiado miedo de que algo malo le haya ocurrido.

—Rojo puede encontrarnos como temperaturas, ¿no? —me esforcé por sacar la pregunta lo más clara posible. Rossi no tardó en enviar una mirada detrás de su hombro para observarme.

—No, a menos que este en un pasillo siguiente, sí—respondió ella en un tono bajo, regresando la mirada hacía el frente—. Los bloques están hechos de un metal producido para resguardar las temperaturas, lo hicimos por seguridad y privacidad de las parejas experimentos, es imposible que pueda vernos.

Todo este tiempo creí que lo único hecho de matarían que oculta las temperaturas, era la estructura del bunker, jamás creí que todo su interior también. Maldije, sintiendo la desesperación carcomer mi paciencia.

Quería correr, gritar su nombre, pero hacer eso solo produciría más problemas.

—No creo que tarde en encontrarnos tu macho—soltó la palabra macho en un tono burlón—, el bunker es grande pero si pasa por un pasillo conectado al nuestro, es seguro que nos ve y hasta nos siente.

Adam repentinamente se detuvo cuando giró al siguiente pasillo: el ultimo pasillo que llevaba a la primera entrada del bunker y la cual se hallaba aún bloqueada, pero hallar la puerta cerrada no fue lo que nos detuvo, oh no, lo que paró nuestros pasos fue lo que encontramos en el techo, cuando Adam levantó su arma.

Un agujero se extendía por el techo, un agujero mal hecho por el que caía un tuvo cuadrangular de ventilación, medio metro más y estaría tocando el suelo donde un puño de escombros se acomodaban alrededor. Además de eso, adelante de los escombros había un cuerpo inmóvil idéntico como el que Adam mató, solo que la cabeza de este estaba hecha añicos, desde aquí era capaz de ver partes de su cerebro desparramado en el enorme hoyo en su cráneo aplastado.

El estomagó se me volcó y sentí nauseas, unas tremendas ganas de vomitar que tuve que soportar, desviando la mirada a esa puerta metálica en la que hasta ahora era capaz de percatarme de las manchas de sangre color negra.

Sí... aquí estuvo Rojo, él mató a ese experimento. Eso quería decirnos que él estaba cerca, ¿cierto?

—Ese camino lleva al sótano, Adam—comentó Rossi, alzó su brazo, señalando a una esquina de la entrada a donde otro pasillo más delgado se colocaba.

—Ya sabemos cómo se fue la electricidad—exhaló Adam con pesadez, acercándose a la pared para recargar su espalda y beber de una botella que recién sacó de su mochila—, aun así no estamos a salvo.

—Por lo menos los de afuera no se dieron cuenta, de lo contrario la puerta estaría abierta— dije, tratando de hallarme segura en mis propias palabras.

—Todavía falta revisar la segunda entrada—repuso él, tirando la botella vacía al suelo y produciendo un sonido hueco que me estremeció, un sonido que seguramente había sido escuchado por los experimentos que estaban en el bunker—. Esa maldita puerta tiene un derrumbe, todavía falta revisar que el derrumbe no provocó algún fallo en la puerta durante el apagón.

Solo esperaba que no hubiera ni un fallo, que se equivocara en su comentario. Pero había mucho silencio, si la segunda entrada hubiese sido abierta, los rugidos o gruñidos empezarían a escucharse. Eso quise pensar.

Tragué con fuerza y miré nuevamente el agujero en el techo, preguntándome cuántos de esos monstruos habían entrado, cuántos recorrían los pasillos en busca de carne fresca... Y dónde demonios estaba Rojo. ¿Por qué no aparecía? Apreté mis manos para soportar la desesperación, la inquietud temblorosa en mis puertas por salir corriendo en su búsqueda.

— ¡Pym!

Se me debilitaron los músculos cuando aquel grito de tonada grave y crepitante se escuchó de tras de mí, a varios metros de mí, provocando al instante que mis pies se me congelaran.

El corazón me saltó con una emoción desconsolada al reconocer aquella voz llamándome, ¿y cómo no hacerlo? Se había incrustado no solo en mi cuerpo, sino en todo mí ser. La sangre se empezó a calentar debajo de mi piel, mis dedos hormiguearon y ni hablar del estremecimiento estomacal que surgió al instante en que empecé a escuchar esos apresurados pasos que hicieron que Adam, y todos los demás voltearan detrás de mí.

Se estaba acercando a mí, él...

Rojo.

Y no perdí más el tiempo cuando me volteé, dejando que mis ojos se conectaran con aquellos orbes endemoniadamente oscurecidos que no tardaron en revisar todo mi cuerpo y observar mis piernas, sobre todo, embarradas de líquido negro. Sus cejas, debajo de esos mechones de cabello embarrados por el sudor, se tensaron y sus labios amenazaron con torcerse, vi como su mandíbula se apretaba al igual que sus puños que, uno de ellos llevaba un arma. Su cuerpo alto de hombros anchos, cada segundo más estaba cerca de mí con una postura imponente y con una peligrosa rapidez que fue capaz de colocarme nerviosa, porque podía saber lo que significaba el gesto en su rostro.

Él estaba molesto.

—Estoy bien—pronuncié a voz entrecortada, bajando el arma, bajando mis brazos débiles, y soltado un profundo suspiro que terminó por convertir mis rodillas en agua cuando ahora era yo, la que empezaba a caminar, en su dirección sin darme cuenta de que alguien más caminaba junto a mí—. Estoy bien, Rojo.

Pero esas palabras él no las escuchó, y si lo hizo, no le impidieron cambiar su rostro y mucho menos disminuir la velocidad con la que acortaba nuestra separación, y cuando esa maldita distancia entre nosotros fue mucho menor a un metro, estiró su brazo — aquel que no sostenía el arma— con la notable intención de alcanzarme.

Yo también quería alcanzarlo, abrazarlo con fuerza.

Cosa que no sucedió cuando aquel cuerpo se interpuso entre nosotros dos, deteniendo también nuestros pasos de la inesperada impresión. Su brazo quedó seco, inmóvil sus dedos que ansiaban tocarme, al igual que su mirada que terminó cayendo sobre esa figura femenina y delgada que se había dejado chocar contra su cuerpo varonil y manchado de líquido marrón.

El corazón me escarbó en mi pecho, desbocado sintiendo ese extraño vacío congelarme la sangre cuando aquellos delgados brazos femeninos le rodearon el torso.

Abrazándolo con fuerza, con una necesidad de consuelo que lanzó mi corazón fuera de mi cuerpo.

—No me dejes con ellos otra vez, Nueve—gimió ella, contra su pecho.

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