46 4. Cuando estamos cerca

Tercer recuerdo de Experimento Rojo 09

La prefería a ella, y no dudaría en responder si me llegaran a preguntar a qué examinadora quería para siempre.

A Pym.

Me gustaba más ella de lo que nunca llegó a gustarme mi examinadora. Solo llevaba un día y unas horas conmigo, y sentía que estaba aferrado a ella, que no podía permitirme tenerla lejos. No después de todo lo que me enseñó, de cómo me trato tan diferente a como me trataron, no después de oírle pronunciar mi clasificación, no después de ver sus labios rosados estirarse en una sonrisa tan blanca y suave, tan preciosa como el color azul de sus ojos. Una sonrisa que yo mismo le había provocado, y quería provocarlo más veces.

Era radiante, era como el sol que ella me describió.

No quería tenerla lejos.

No quería que se fuera, quería que se quedara conmigo.

Le pregunté por cuánto tiempo se quedaría, por cuánto tiempo suplantaría a Erika, ella no supo responderme, solo mencionó que le dijeron que sería por unos pocos días. Saber eso provocó un extraño hueco en mi pecho, una opresión que antes no sentí.

Como si algo estuviera a punto de romperse, solo pensar en que dejaré de verla y ver todos los días a mi examinadora...

Eso era lo no quería que sucediera, con mi examinadora los días eran lentos, ni siquiera quería que llegara el día para verla entrar por mi puerta. Por otro lado, con Pym las horas se convertían en minutos, y aunque este era el segundo día, solo podía desear que el tiempo se detuviera para no verla salir de mi cuarto, por miedo a que al siguiente día no volviera aquí.

¿Podría hacer algo para que se quedará conmigo? Quisiera convertirla en mi examinadora.

—Volví— su voz hizo que mis dedos se congelarán, que el color azul con el que pintaba una nube dibujada en el cuaderno, resbalara y golpeara la mesa. Alcé la mirada, contemplando esos orbes que desde el primer momento no había dejado de observar, de reparar en ellos y hacer lo posible por gravarlos en mi memoria. Pero más que memorizarlos, era mejor tenerlos frente a mí.

Apretó sus labios en unas sonrisas cuando dejó que la cortina se corriera detrás de ella para cubrir el exterior de la sala y se acercó a la mesa.

Llevaba algo en sus brazos, una caja blanca con dibujos de todos los colores y con una extraña palabra que frunció mi frente.

¿Twister? Sí, eso decía la caja, ¿pero qué era eso? ¿Se había ido por más de una hora para traer esa caja?

Pym dijo que iría a buscarnos unos juegos para divertirnos el resto de la noche ya que habíamos terminado con el resto de las actividades todo el día y a mí no me había dado sueño aún. La verdad es que no quería dormir, quería gastar cada gota de mi energía para estar a su lado, para pasar más tempo con ella.

—Me costó mucho encontrarlo— bufó, dejando la caja en la mesa para abrirla y sacar... un raro y enorme manto blanco que parecía pesado—. Es de una compañera de infantes, tuve suerte de que no lo utilizara esta noche...

Desdobló y extendió ese manto delante de mí, no tardé en evaluar esos círculos que de alargaban en cuatro filas, cada fila era de un color diferente...

Por un momento había pensado que ese juego se parecería a lo que jugamos la noche de ayer, donde utilizábamos unas pequeñas cartas con números en cada una de ellas. Todavía recordaba su nombre, Pym dijo que se llamaba Uno.

Aunque al principio no entendí lo que debía hacer, donde y cuando utilizar una carta, con los minutos ese juego empezó a entretenerme. Lo jugamos por largas horas hasta que ella cambió la dinámica.

— ¿Qué es eso?— pregunté, sin dejar de apreciar sobre todo, el color azul de esa malla o manto, o tapete, lo que fuera eso que sus delgadas y pequeñas manos extendían de tal forma que cubriera casi por completo todo su cuerpo.

—Twister, nuestra nueva actividad— sus dulces palabras sonaron ahogadas del otro lado—. Está un poco grande, así que tendremos que hacer movimientos en tu pequeño cuarto— informó, lanzó sobre mi cama la malla de círculos coloridos y se sacudió sus manos—. ¿Te molestaría si movemos muebles?

—No— sinceré, aún sin saber que era lo que haríamos. No importaba, con ella seguramente me gustaría el nuevo juego.

Miré su asentimiento antes de ver como se tomaba todo su largo cabello ondulado y se hacía un chongo sobre su cabeza. Ese acto me hizo acordarme al primer día en que la vi, en que nuestras miradas se cruzaron...

Ese momento sería inolvidable.

—Movamos la mesa y las silla sobre tu cama, también la cajonera de abajo— señaló para después acercarse y tomar la silla en la que estaba su mochila y unas carpetas, las depósito en la cama, al igual que la silla.

Yo no tarde en hacer lo mismo, levantarme y ayudarla a mover las cosas de encima de la mesa, cada mueble que estuvieras en el suelo donde jugaríamos acomodándolo todo sobre mi cama, dejando un gran espacio en el resto de la habitación.

Pronto, ella tomó de nuevo esa malla blanca y se dejó caer sobre sus rodillas para colocarla en el suele, apenas cupo en el espacio del cuarto. Volví a ver los colores, y como esa mano tan blanca, palmeaba algunas zonas arrugadas del manto, con ese movimiento e inclinada de esa manera, mi corazón desconcertadamente se aceleró, me sentí nervioso al ver esa apertura de su bata, en el área de su cuello.

Un par de botones estaban desabrochados, podía ver el color verde de una nueva camiseta que cubría dos extrañas zonas abultadas que llamaron mucho mi atención. Antes no los había visto y podría explicar que era porque apenas miré el color de su ropa que llevaba resguardada bajo la bata.

Pero ahora podía verlo, ver algo nuevo en esa examinadora, y eso era lo raro, el bulto en el área donde debía ser su pecho plano, no era normal, mucho menos plano como el mío. Tuve que contraer la mirada y fijarla más, poner más atención en esa franja de ropa verde que quise tomar con mis manos y estirarla para averiguar qué era lo que se marcaba, era como si algo le colgara del otro lado, ¿qué era eso? ¿O acaso ella ocultaba pelotas en su pecho? Tuve mucha curiosidad de saber que era...

No lo sabía, no sabía que tan diferente era mi cuerpo al de una examinadora, porque sabía que Pym era hembra, y yo era un macho, y según por lo que mencionó mi examinadora Erika, ambos cuerpos eran diferentes.

Pero, ¿qué tan diferentes? Los rostros de las hembras que hasta ahora había visto eran delgados, finos, de facciones suaves, ojos grandes y coloridos, su cuerpo a pesar de estar cubiertos por una larga bata blanca eran delgados y de menor tamaño que nuestros cuerpos anchos y altos. Esas eran las únicas diferenciad que sabía, todo lo demás era desconocido.

Quise arrodillarme, y revisar debajo de su bata, pero hacer eso me metería en problemas, aunque ella me había dado el permiso de comentar lo que quisiera y preguntar de lo que sea cuando quiera, sentía que hacer esa pregunta era incorrecta, ¿lo era? ¿Recibiría un castigo si se lo preguntaba?

Tragué, sintiéndome repentinamente inquieto y ansiosos al ver que lo alto de esa tela verde se había despegado debajo de la piel de sus clavículas, dejándome ver...

Mi respiración se detuvo, quedé peor que antes al ver lo que se ocultaba del otro lado de la tela y no saber lo que era... ¿qué era eso?

—Muy bien— exclamó entusiasta, incorporando el tallado de su cuerpo, impidiéndome ver más de lo que fuera que había visto bajo la tela verde, pero aun cuando se sentó y me miró con sus zafiros enigmáticos, esa imagen siguió en mi cabeza.

Su pecho... ¿Por qué estaba inflamado y separado en dos bultos de piel extraños? ¿Ese era su pecho o había sido otra cosa?

Mis ganas de saber se intensificaron, esa pregunta que se construyó trató de salir proyectada por ms labios, iba a hacerlo, iba a preguntarle, pero entonces cuando levantó su mirara, ella habló.

—Te explicaré las reglas del juego— Empezó a levantarse. Inquietantemente con la pequeña inclinación que hizo para ponerse en pie, vi hacia donde debía estar su pecho solo un seguro para saber si el bulto se marcaba en la bata, y al ver que no, volví a su rostro a esos ojos que parecían buscar algo a su alrededor.

Tomó la caja de cartón de la cama, esa en la que antes se guardaba la manta colorida, y sacó otra cosa de su interior. Un tablero que tenía la misma forma de mi reloj colgado en la pared cerca del respaldo de mi cama, pero con dos grandes diferencias.

Ese tablero en sus manos— esas que quería tocar y acariciar— solo tenía una manija, y en vez de ser números los que formaran un circulo a su alrededor, eran figuras redondas pero d tamaño menor de los mismo colores que la figuras que tenía el manto el suelo.

—Las reglas son estas...— Sus piernas se movieron, esos pies que hasta ese momento me di cuenta de que estaban descalzos, pasaron sobre el manto blanco. Ni siquiera supe en qué momento se quitó sus zapatos, pero esos pies eran mucho más pequeños que los míos...

Un cálido calor floreció en mi pecho cuando vi que se detuvo a centímetros de mí, a una corta distancia en la que todos y cada uno de mis sentidos se estremecieron. Era muy confuso lo que su acercamiento provocaba en mi cuerpo, la manera en inmovilizaba, en que hacía temblar mis músculos, una extraña sudoración adueñándose de manos, y el tamborileo desbocado de mi corazón oculto detrás de mi pecho.

Me gustaba a pesar de lo mucho que me desconcertaba, me gustaba sentirme así... con ella. Contemplarla, reparar en cada milímetro de su belleza, y respirar profundamente para llenar mi interior su delicioso aroma a frutas y coco.

Levantó el tablero de un instante a otro cubriendo su bello rostro para que fuera eso lo único que pudiera mirar.

— El color que la manija apunte, es el color que debes pisar y no te puedes mover de ese lugar, ¿verdad que es fácil de entender?

— ¿Solo eso?— inquirí, si era así, entonces era un juego fácil. Ella bajó el tablero y asintió, dejándome admirar nuevamente su bonita sonrisa cuando sus carnosos labios se elevaron antes de que se apartara y se colocará del otro lado de la manta.

—Empiezo yo— avisó, giró en un rápido movimiento de su mano la manija del tablero y este se detuvo en el color rojo—. Bien, mi color favorito— soltó con emoción, alzando su pie derecho y colocándolo en un círculo rojo. Eso hizo que ladeara mi rostro un poco, no por ver como acomodaba su pie quedando con las piernas abiertas, ni ver que me estiraba el tablero porque era mi turno girarlo, sino porque ella dijo que el color rojo era su clasificación.

Mis ojos eran rojos... Mi clasificación era roja.

—Mi color favorito es el azul—esbozaron mis labios, atrayendo esa mirada apenas sorprendida.

— ¿Como el de mis ojos?— su cuestión sonó como a una broma. Al instante levantó su mano desocupara para señalarse su bonito rostro.

—Solo el de tus ojos— repliqué, mi confesión la hizo pestañar un par de veces—. Hasta guardo un color parecido al de tus ojos.

— ¿En serio?— Pareció un poco pérdida cuando asentí, pero luego esa sonrisa leve se dejó ver en sus labios rosados y carnosos. No sabias que tipo de sonrisa era, pero verla en ella no solo seguía acelerándome el corazón, hacían querer tomarle el rostro y acariciar sus labios con los míos.

Tal como mi examinadora hacía conmigo antes de intimar...

—Sera mejor que gires el tablero— fue lo único que dijo después de que carraspeo su garganta—. Es tu turno.

Volví a asentir, atisbando el apretón de sus labios como una mueca que me hizo saber que tal vez mis palabras no le gustaron del todo. Quizás no debí decírselo... Giré la manija negra y esta se detuvo en el color amarillo. Tal como ella había hecho, llevé uno de mis pies a uno de los círculos de ese color junto al azul.

Y cuando le pasé a ella el objeto cuadrado, lo giró y la manija apuntó al mismo color en el que estaba yo. Se volteó rápidamente, llevando su otro pie al círculo amarillo: a dos círculos de mi pie.

Pym siguió con sus piernas abiertas, y yo solo pude preguntarme por qué no movió su pie derecho del color azul. Me pidió que siguiera, el juego se volvió algo extraño y confuso conforme la manija apuntaba los colores y ella me decía que llevara tal extremidad al color indicado.

De pronto ella ya estaba en el suelo, sus rodillas levemente dobladas y sus brazos estirados, temblando por esmerarse en permanecer en esa posición y no caer al suelo, y yo... ni siquiera sabía cómo había termino sobre ella, con todo mi torso atravesando una parte de su espalda para alcanzar a tocar los colores del otro lado de su cuerpo.

Tuve un poco de temor en caer encina de ella, sabía que mi cuerpo pesaba el triple que el cuerpo de un examinador, nuestros huesos eran pesados. Entonces no quise moverme, un movimiento en falso y la lastimaría.

No quería lastimarla.

—Dale— su voz se escuchó forzada, debajo de mí. Con una mueca en mis labios levanté una de mis manos para girar la manija del tablero en el suelo.

Se detuvo en el azul, uno de los colores que estaban debajo del cuerpo de Pym. Respiré hondo, respiré su delicioso aroma, y decidí llevar esa misma mano debajo del estómago de ella, mis dedos rozaron parte de la tela de su bata antes de llegar a ese círculo azul. Apenas y pude colocar mi palma entera, y es que no quería inclinarme más sobre el cuerpo de Pym, no solo porque tenía miedo de caerle encima, sino porque olía tan delicioso y estaba tan cerca de mí, que quería concentrarme en ella, y no en el juego.

—Dios— escuché chillar, vi el color que le había tocado, y la vi estirar su brazo en dirección a ni mano, cuando vio que ya ocupaba ese círculo amarillo, la estiró más abajo, todo su cuerpo tembló, amenazó con despabilarse y caerse, y no quise que perdiera el juego así que tomé su pequeña mano con cuidado y la dejé en el mismo color que yo ocupaba: dejando su mano debajo de la mía.

Mis dedos repasaron por encima de sus suaves nudillos hasta brindarse un campo junto a ellos, su calor era hizo suspirar, algo más se llenó en mi interior y no supe que era pero me gustó, me gustó rodear su mano así.

Hubo un momento de silencio en que la vi observando la forma en que mi mano cubría la suya y mis dedos se entrelazaban con los suyos. Y me pregunté, si había hecho mal o bien en hacerlo.

—E-e-e...—aclaró su garganta—. Eso n-o se puede hacer.

—Pero no alcanzas el color— expliqué, moviendo mi cabeza sobre la suya, y tan solo lo hice pude olfatear el olor de su shampoo. A pesar de que podía olerla claramente con nuestra separación, inevitablemente incliné más mi cuerpo, tocando apenas su espalda para olfatear su cabello que, con el roce de mi nariz envió descargas eléctricas desde esa área hasta lo más profundo de mi cuerpo.

Olía delicioso, igual de delicioso que su piel.

Todo de ella era delicioso.

—Compartir mi color contigo no estaba en las reglas— la voz me salió extrañamente ronca—. ¿Está mal?

Y la sentí estremecerse debajo de mí cuerpo, un estremecimiento hasta en la tensión de los dedos de su mano se sintió, incluso escuche una rara exhalación que soltó entrecortadamente.

—N-n-no— tartamudeo la respuesta, su respiración estaba acelerada—. Es tu tu—turno...

Asentí, aunque no hacía falta, ella no me miraría. Miré el tablero, la posición en la que estaba y traté de alcanzarlo con mi mano más cercana, cuando lo hice y la manija se detuvo en el color rojo, un color que mi pie derecho debía pisar. Revisé cuidadosamente, dándome cuenta de que llevar mi pie del color verde al primer círculo rojo detrás de mi pie izquierdo, sería difícil, con Pym debajo de mí.

— ¿Ustedes son todo menos flexibles?

Negué enseguida, moviendo mi pie solo un segundo para darme cuenta de que no podría hacerlo, tendría que girarme para lograrlo.

—No somos flexibles—La voz me salió con dificultad cuando intenté nuevamente mover mi pierna. La escuché reír debajo de mí, una risa que me aturdió, produjo un extraño florecimiento de calor en mi cuerpo.

Su risa dulce, suave, cálida y preciosa se detuvo. No quería que dejara de reír, pero era tarde para pedirse.

—Creo que vas a terminar cayendo encima de mí—comentó, en un tono divertido.

—No lo haré, Pym, lo último que quiero es lastimarte—atiné a decir, entonces ya no la oí hablar. Me concentré, levantando mi pierna y dejándola en el aire un instante antes de pasarla sobre las piernas extendidas de Pym, logrando mi objetivo—. Tu turno.

Ella no dijo nada cuando le empujé el tablero para que pudiera girarlo, y al hacerlo, viendo que se detuvo en el color de la mano derecha, sonreí.

—Ustedes tampoco son flexibles.

— ¿Quién dice que no? —bufó, apeas lanzándome una mirada ceñuda para sacudir toda su cabeza—. Solo mírame, seguro lo logro más fácil que tú.

Le puse total atención, notando cómo ella trataba de apoyar todo su peso sobre un solo brazo para poder mover la mano que estaba debajo de la mía, y la cual alcé para que ella pudiera retirar si complicación. Pero en cuanto la movió y trató de estirar todo ese brazo hacía el frente, todo su cuerpo terminó girando y cayendo al suelo, debajo de mí. Una sorpresa que me dejó aturdido y preocupado por el golpe que obtuvo su cuerpo, pero que fue remplazado cuando esa risa vibrante volvió a salir de sus carnosos labios rosados, solo un instante llenando mi cuarto.

—Sí, no soy flexible— confesó. Apenas podía ver su rostro, repleto de mechones oscuros de su cabello ondulado que ella pronto retiró para soltar otra corta risa y abrir sus bellos orbes azules. Tan azules que me sentí encandilado, atrapado, hipnotizado por su color y resplandor—. Perdí, y tú ganaste.

Dejé que mis piernas tocaran el suelo, acomodándolas junto a las suyas que estaban extendidas, pero no moví mis brazos, los dejé permanecer alargados a cada lado del cuerpo de ella.

—Yo gané—musité, reparando en su pequeño mohín. Ella movió su cabeza en asentimiento, sin levantarse del suelo.

No quería que se levantara, tenerla debajo de mí, a solo centímetros de mí, me gustaba, podía contemplarla más de cerca. De pronto sus ojos pestañaron sobre los míos, hubo un extraño silencio alrededor y ella pareció quedar en trance.

Entonces ocurrió algo, ya estaba acostumbrado a escuchar toda clase de sonidos a causa de la mejora que tuve al interceptar sonidos lejanos, pero sin duda alguna, estos eran sonidos cercanos... Y provenía de su pecho. Creo que eran pulsaciones cardiacas, era su corazón latiendo precipitadamente detrás de toda esa bata blanca que utilizaba.

— ¿Y qué gané? —rompí el silencio. Movió sus ojos de un lado a otro, como si mi pregunta le sorprendiera, o como si se pusiera nerviosa, no lo sé, el hecho de tenerla debajo de mí me tenía completamente cegado.

—Un-nunca dije que se ganaríamos nada más que divertirnos en el juego—repuso—. Pero, traje unos ricos aperitivos que seguro te...gustan.

(...)

Nos habíamos quedado recostados sobre el manto después de jugar tanto.

Ella estaba contándome una historia sobre una niña de capa roja que le gustaba recorrer los bosques, y sobre un hombre lobo que a escondidas la observaba.

Un hombre lobo era una persona con habilidades para convertirse en una bestia peluda a la luz de la luna. Me pregunté si realmente podía existir una persona o experimento así... Él devoraba carne, cazaba por las noches, y Caperucita era su nueva presa...

—Pero con el tiempo descubrió que ya no quería comérsela— continuó ella sin dejar de ver el libro que estiraba sobre su rostro—, a pesar de que el hombre lobo tenía hambre, Caperucita Roja se volvió más importante— hizo una pequeña pausa para pasar a la siguiente hoja del libro—, así que dejó de observarla como una presa más, y la miró como una bella joven a la que quería darle todo su amor.

—No sé qué es eso—interrumpí acomodándome de costado para observar su pequeño perfil—. Lo leí en el diccionario, dice que es un sentimiento nacido de afecto y de inclinación hacía una persona.

—Te gravaste la descripción— Bajó el libro para acomodarlo sobre su estómago, y torció levemente su cabeza para verme a los ojos.

—Tengo buena memoria— aclaré paulatinamente—, pero aun así no entiendo esa palabra, no sé lo que quiere decir.

Sus labios se abrieron, vi la forma en que su lengua que era más corta que la mía, labia sus labios.

— ¿Cómo explicarte qué es el amor?— susurró, pensativa mirando el techo—. Veamos. El amor es exactamente lo que acabas de decir, un ejemplo sería lo mucho que tú quieres proteger a alguien, lo mucho que anhelas estar con esa persona, hacerla reír, consolarla cuando llora, conocer todo sobre ella.

— ¿Qué todo sobre ella?— pregunté en cuando ella termino sus palabras, observando de qué manera apretaba sus labios no en una mueca sino en un mohín.

Me gustaba cuando hacía esos mohines, verlos en ella, en esa boca tan curvilínea, pequeña y carnosa provocaba que por mis músculos una corriente eléctrica se deslizara, al principio era helada pero luego ese frio se convertía en un cálido calor que quería sentir cada segundo con ella.

—Todo, que le gusta, que le disgusta, su animal favorito, comida, bebida color y mucho más. Es el mismo interés que el hombre lobo sintió por Caperucita Roja.

Asentí, entendiendo los ejemplos, aunque eso era algo que yo no había sentido, así que a pesar de entenderlo un poco más, seguía desconociéndolo. ¿Los experimentos podían sentir eso? ¿Cuándo llegaría a experimentar esa palabra?

—Oh, se me olvidaba— bufó, sonriente—, el amor también provoca otras cosas, por ejemplo sabes que sientes amor o atracción por una persona también cuando se te acelera el corazón o sientes maripositas en tu estómago.

Sentí a sus palabras golpearme el cuerpo, caí confundido, tan confundido que mis cejas terminaron arqueadas, tan confundido por el resto de palabras que terminó pronunciando después que terminé sentado.

¿No era eso lo que yo sentí con ella? Incluso mi corazón seguía acelerado ahora mismo, aunque los nervios habían desaparecido desde que terminamos el juego, ese hormigueo en mi estómago estaba intacto y sobre toso tenia esas ganas de estar a su lado y verla sonreír. ¿Entonces era amor?

Pero todo lo demás aun no lo sentía...

—Eso es algo que lo más probable sentirás con tu pareja—Y esas palabras ahuyentaron mis pensamientos —. Aquí entre nos— murmuró, girando sobre su costado para quedar completamente frente a mí, recargando el peso de su cabeza sobre su brazo—, las veces que has salido de tu cuarto, ¿algún experimento te ha atraído?

— ¿Atraído?

— ¿Te ha interesado conocer a una de ellas? ¿Hablarles?— amplió la pregunta después de asentía numerosas veces con la cabeza, logrando que ese chongo que sacudiera y despeinara más.

Su pregunta me hizo pensar un momento.

Había salido muchas veces, y visto hasta los experimentos que dormían a cada lado de mi cuarto, Verde 41 y Rojo 11, pero no, no había sentido curiosidad o interés de hablarles, aún que una vez, cuando vi a 11 Rojo inquiriendo una extraña barrita que yo nunca había comido. Iba a preguntarle de que sabor era, pero su examinador se la llevó.

— ¿O se te ha hecho bonita alguna de ellas? La mayoría de las veces el amor empieza con una chispa de atracción.

Iba a negar, pero me detuve en seco, sí, conocía esa palabra. Bonito, hermoso, precioso.

— Los labios de 41 son bonitos, y la forma redondeada de sus ojos también— conté conforme pensaba y recordaba—. Los rizos de 11 también me atraen, son bonitos, quiero tocarlos cada que veo como revotan, y su piel morena igual quiero saber que textura tiene.

—Creo que es igual de suave que las demás pieles—repuso en un tono suave—, quién sabe, deberías intentarlo. ¿Entonces solo ellas te atraen?

Negué enseguida, volviendo a pensar. Si pensaba en que algo era bonito y eso quería decir que me atraía, entonces ella también me atraía, aunque Pym era preciosa, ¿significaba que me atraía más? ¿Si me atraía, y sentía todo eso a su lado, era amor?

— ¿Y si alguien se me ha hecho preciosa por completo?— quise saber. Sus orbes azules subieron mucho para mirarme con sorpresa y esa sonrisa risueña también se amplió.

Puse atención, gravándome cuanto pude de su sonrisa.

—Que lindo, ¿qué experimento es? —curioseó.

—No es experimento.

— ¿No es un experimento? — repitió la pregunta como si fuera incapaz de creerme, y negué seriamente sin dejar de ver sus preciosos ojos azules, su color era único, sabía que apenas pasaríamos dos días juntos, pero aun así ya sentía que no me cansaría de contemplar su color, y más que nada, cansarme de contemplarla a ella.

De ella todo me atraía, y si me preguntaban qué era lo que más me gustaba de ella, sí su cabello, si sus ojos, si sus labios, diría que ella, todo de ella me gustaba.

— ¿De casualidad es una examinadora? —hubo un tono en su voz que alcancé a detectar, era duda. Observé como me miraba ahí abajo, como si tratara de descifrarme, responderse ella misma la pregunta al examinarme en silencio.

—Si no es un experimento, ¿qué más podría ser? —Desde mi posición, decidí recargar el peso de mi cuerpo sobre un brazo, y recargar mi cabeza sobre mi hombro derecho, no me aparté ni un solo instante de la conexión que había entre nuestras miradas.

Una conexión tan intenta en la que fui capaz de reconocer que ni uno de los dos quería romperla, o eso sentí yo.

— ¿Te refieres a Erika? —Pestañeó tras hacer la pregunta separando por un segundo cada palabra de la otra.

—No—clarifiqué de inmediato, y esos carnosos y pequeños labios se abrieron, vi algo en su rostro cuyas mejillas empezaban a tornarse un poco rosas—. No es ella—me escuché grave y ronco otra vez.

— ¿Quién...es?

Hice silencio, ¿por qué repentinamente se escuchaba asustada? Se empujó hacía mí, y tan solo verla hacer eso mis pulmones se cerraron y un estremecimiento se añadió a mis huesos, mis músculos se endurecieron cuando esa mano se estiró y se colocó sobre mi frente, acariciando desde esa zona hasta mi mejilla.

Su piel contra la mía, se sintió extrañamente fría.... Sentirla como refrescaba mi piel, me hizo morder mi labio inferior. Algo comenzó a pasarme, cada caricia no solo me estremecía el cuerpo, también terminaba de añadir estremecimientos en una sola parte de mi cuerpo. Mi vientre.

Y todo por su tacto y acercamiento, ese rostro que estaba a centímetros del mío, evaluándome con su mirada.

— ¿Por qué estas sudando tanto? —me peguntó, su aliento a menta acarició mi rostro, un sonido ahogado se construyó en mi garganta. Un sonido que retuve por miedo a soltar. Elle veía ahora preocupada y muy confundida—, y estas muy caliente, ¿tienes fiebre? Tu temperatura es diferente.

—Creo que... es mi tensión— No lo cría, lo sabía, solo me daba fiebre y me sentía tan extrañamente sensible cuando me daba. Se apartó un poco de mí.

— ¿Tensión? —su dulce voz se elevó un poco, una de sus cejas se arqueó —. Pero hicimos ejercicio no debería darte tensión.

¿Ella no sabía que el ejercicio a mí no me servía? ¿O mi examinadora no le dijo que intimaría conmigo para liberarme? Solo pensar en eso, en que me tocaría, hizo que se estiraran los músculos de mi vientre.

—A mí no me sirve el ejercicio—le informé, ahora era ella la que ladeaba su bonito rostro, vi como un mechón de cabello se deslizaba por esa blanca frente en la que no tardé en llevar mi mano, deliberadamente para retirarle el mechón.

Algo que ella no esperó, fui capaz de sentir otro de sus estremecimientos. Saber que mi tacto le provocaba esa misma reacción que el suyo provocaba en mi cuerpo, me hizo inclinarme un poco sobre ella, sobre su cuerpo sentado en el doblez de sus rodillas, para sentirme más cerca. Tan solo dejé que mi mano se ahuecara en su mejilla como la primera vez que me dejó tocarla, esas mejillas se enrojecieron más, vi la forma en como sus ojos temblaron sin saber dónde mirar y como su cuerpo también se apartó de mi tacto, levantándose enseguida del suelo.

Eso logró que se me oprimiera el pecho, reconociendo que no le gustó que la tocara, o que tal vez no le gustó que me acercara de ese modo... Era una de las dos pero que al final eso había hecho que dejara de tenerla cerca de mí.

—Co-como también eras enfermero pensé que el ejercicio te ayudaba, pe-pero si no es eso, ¿entonces qué es?

Miré el suelo un segundo, sintiendo también algo helado caer en la boca de mi estómago cuando todavía se alejó un poco más de mi cuerpo, a pasos leves pero nerviosos. Decidí levantarme también, ponerme sobre mis pies y cavarle la mirada, aunque ella en ese momento no estaba viéndome a mí sino a una carpeta que había tomado de mi cama, y la cual llevaba el nombre de nuestra clasificación roja.

— ¿Medicación? ¿Alimentos? ¿Descanso? —la escuche pronunciar, hojeando y hojeando.

—Intimar—hablé, mi voz grave y alta levantó su rostro para mirarme.

— ¿Intimar?

—Sí—dije —, intimar conmigo es lo que debes hacer, así nos bajan la tensión.

— ¿Inti...intimar contigo? —Ni siquiera dejó que se lo aclarara, cuando agregó de inmediato—. Pe-pero Erika no me dijo nada de eso, se suponía que solo cuidaría de ti, no que intimaría contigo, no soy tu examinado realmente...—se detuvo, dejando en suspenso, mirando hacía alguna parte de mi pequeño cuarto solo un momento antes de acercarse al umbral—. Espérame aquí iré a preguntar.

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