1 Encuentro

Toc, toc.

—Voooy —dijo él, pero siguió mensajeando por unos minutos.

Cuando terminó, guardó el celular en su bolsillo, se levantó del sillón y se dirigió a la puerta.

—¿Quién es?

—Servicio de escorts —dijo una voz del otro lado de la puerta.

—Ok. Espérame tantito —él entró al baño y se miró en el espejo. Sacó un peine del bolsillo de su saco y le dio un retoque a su cabello. Guardó el peine, se arregló la corbata y salió del baño. Se dirigió a la puerta y le abrió a una mujer de unos veintitantos (o treinta y tantos, como él, pero no había forma de saberlo). Ella era una rubia (justo como él la había pedido) de ojos negros y piel blanca; su rostro era muy fino, aunque tenía demasiado maquillaje; sus labios eran delgados y secos, y estaba un poco plana, aunque sus piernas no estaban tan mal.

—Hola —dijo ella.

—Pásale —él la dejó entrar y permaneció detrás de ella.

Ella miró la habitación: había un baño con regadera (pero sin jacuzzi), un clóset, un sillón tantra, una cama, un espejo en la pared, otro en el techo y una mesita de noche con una botella de whisky (no incluida con la habitación), dos vasos y una cubeta de hielo.

Ella se volvió hacia él.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—Primero —él fue hacia la mesita de noche, llenó los vasos de hielo y sirvió dos whiskys— ten —le ofreció uno de los vasos.

—Gracias, pero no tomo cuando trabajo.

—Para que entres en ambiente.

—Ya estoy aquí. No me tienes que convencer.

—Solo una.

Ella lo miró fijamente. Él le sonreía de una manera cada vez más irritada.

A ella no le quedó más opción que aceptar el vaso.

—Brindemos —él chocó su vaso con el de ella y bebió.

Ella fingió beber.

Él dejó en el suelo su vaso vacío y se acercó a ella. La miró fijamente y le acarició el rostro con ambas manos.

Ella lo miró de vuelta.

—Ahora sí ya ponte a chambear —él le puso su mano sobre la cabeza y comenzó a empujarla hacia abajo.

Ella hacía memoria.

Él la colocó frente a su entrepierna. Ella le bajó el cierre y recordó algo. Levantó la mirada y le preguntó:

—¿Pérez?

Él (Pérez) se alejó de ella y se subió el cierre.

—Sí, eres tú —ella se levantó y se acercó a él—. Aunque estás bien cambiado: apenas y te reconocí.

Pérez dio un paso atrás.

—¿Qué? —preguntó ella—. ¿No sabes quién soy? Si estoy igualita; nomás me pinté el pelo. Yo ni quería pero ya ves… Al cliente lo que pida, ¿verdad?

Pérez hacía todo lo posible por recordarla: pensaba en sus compañeras de trabajo, en las amigas de su mujer, en sus amantes, en las chavas del teibol, pero no era ninguna de ellas. Entonces ¿quién? Los de la agencia le habían dicho que le iban a mandar a una tal Krystal, aunque, viéndola más de cerca, se parecía mucho a:

—¿Andrea? —ahora la recordaba. Habían sido compañeros en la preparatoria.

—La misma. Pero siéntate. Ya pagaste por todo.

Pérez sentía cómo el sudor le corría por debajo de la ropa; lo único que podía pensar era que todos sus compañeros en la preparatoria conocían a Andrea y, de todos ellos, algunos trabajaban en la misma empresa que él (la mayoría eran sus subordinados, pero un par de ellos aún eran sus superiores), y otros eran amigos de su mujer.

—¿Cuánto?

Andrea lo miró extrañada.

—¿Cómo que cuánto? Ya pagaste.

—No. Para que no le digas a nadie que estuve aquí contigo. ¿Cuánto?

—Mira, Pérez, a mí todo eso me vale madre.

—Por favor. No sabes cuánto me costó llegar a donde estoy.

—Y aun así bajaste hasta acá. Pero ese es tu pedo, no mío, así no me estés chingando, porque yo no iba a decir nada, pero lo puedo hacer nomás por chingar. Me chingas y te chingo. Así de fácil. Yo no me ando con mamadas. Me verás flaquita, pero sí te parto la madre, cabrón. Así que ¿cómo ves? ¿Vas a seguir chingando o te vas a callar el puto hocico?

Pérez se quedó callado.

—¿Ves qué fácil? Aquí no vinimos a chingarnos, así que mejor siéntate, relájate y ten —Andrea se acercó a él y le ofreció su vaso de whisky—. Para que entres en ambiente.

Pérez aceptó el vaso. Se sentó en el filo de la cama y bebió.

Andrea se recostó bocarriba en el sillón. Sacó un cigarro y lo encendió. Le dio una calada y exhaló largamente.

—Y tú ¿con quién te juntabas?

—¿Qué?

—¿Con quién te juntabas?

—¿En la prepa? Con Daniel y Fabián.

—Ah, sí es cierto. Daniel nunca hablaba. Él siempre se me hizo medio raro. ¿Sí es cierto que se meó en el kínder?

—No, ese fue Gustavo. Nunca me llevé con él.

—Ah, órale. Y este Fabián fue el que anduvo con Sylvia, ¿no?

—En tercero.

—A mí no me gustó tercero. Sí, tuvimos nuestra graduación, el viaje a Cancún y los premios que organizamos (yo me gané el de la más guapa de la generación), pero todo era muy triste: todos decían a cada rato que ya se iba a acabar la prepa, que me iban a extrañar un chingo (aunque no fue cierto), y nomás pensaban en qué iban a estudiar, en qué universidad se iban a meter. Ya a nadie le importaba la prepa. Y eso se veía hasta en las clases: ya ni hacíamos nada porque ni a los profes les importaba.

"Por eso me gustó más segundo. En primero apenas y nos conocíamos, pero en segundo ya echábamos más desmadre, nos íbamos de antro (tú nunca andabas ahí, ¿verdad?), hacíamos pedas en mi casa o en el rancho de Memo y había cada vez más parejas. A mí se me declaró Chepo, Yuca, Santi, Pepe, Rubén, Fede, Rodolfo, Paco, pero solo anduve con Adrián. Y ni me gustaba. Nomás me lo quedé porque Mariana quería con él y siempre me cagó esa vieja. Pinche puta.

"Pero, bueno —Andrea tiró la colilla de su cigarro y se levantó del sillón—, ya cogemos o ¿qué? —se quitó la playera, los pants y los tenis. No se quitó la ropa interior porque no traía.

Pérez la miró detenidamente. Su piel era blanca y suave, sus pechos pequeños pero bien formados, su trasero redondo y firme, sus muslos lisos y duros. Aunque tenía una cicatriz que le recorría todo el vientre.

—Ahora encuérate tú. O ¿qué? ¿No quieres coger? Porque yo a eso vine.

Pérez se levantó. Andrea no parecía tener intención de decirle a nadie que él estuvo con ella (además, ¿quién le creería a una puta?) y la idea de cogerse a la que alguna vez fue la más guapa de la generación no sonaba tan mal, por lo que se quitó el saco, la corbata, el reloj, el anillo, la camisa, los zapatos, los pantalones, la camiseta, el crucifijo y los calzones.

Andrea lo miró. Así, desnudo, él se veía como una persona cualquiera.

Y ella también.

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