Un romance entre dos bestias no suena tan mal ¿verdad?
Nathaniel Kingsley, miembro real de la prestigiosa familia Kingsley, estaba teniendo uno de esos raros y perfectos días. El sol bañaba la extensa propiedad con un brillo dorado, proyectando largas sombras sobre los exuberantes y hermosos jardines.
Nathaniel, conocido por su encanto egoísta, su atractivo sensual y su aguda inteligencia, tenía una reputación que le precedió. No sólo era el capitán del equipo de fútbol de la academia sino también un símbolo de excelencia entre sus compañeros. Él ejemplo perfecto, de la crianza de un Fenrir de la alta nobleza, una reputación que muchos deseaban poseer, pero pocos la encontraban.
Y es que, poder tener un fenrir era un lujo, no cualquiera podía engendrarlos y mucho menos, criarlos como debía ser. Su naturaleza normal de ser obsesivos y no poder decir no aunque estuvieran cortándoles las piernas, era actitud que identificaba a cualquiera de su raza.
Descansó en la terraza de la opulenta mansión de su familia, disfrutando de la serenidad del momento. El aroma de rosas recién florecidas flotaba en el aire y una suave brisa jugaba con los mechones de su cabello color negro. Disfrutó de los rayos del sol poniente, saboreando la sensación de calidez en su piel, esa sensación que quemaba sus entrañas y que él sentía tan satisfactoria.
Mientras tomaba un sorbo de su refresco helado, cuyo sabor le recordaba a los cocos que su abuela usualmente le regalaba cuando la visitaba, la voz profunda y resonante de su padre hizo añicos el ambiente tranquilo. Causando que pusiera sus ojos en blanco por la repentina molestia de su padre. "Nathaniel, hijo mío, ¿podrías acompañarme en el comedor principal? Tengo algo importante que discutir".
¿Importante? ¿Qué podía ser más importante que estar gozando un domingo antes de regresar a clases?
Los ojos esmeralda de Nathaniel, normalmente llenos de un aire de indiferencia, ahora tenían una pizca de curiosidad. Dejando el vaso a un lado, se levantó con gracia de su asiento, su traje hecho a medida le sentaba como una segunda piel. Siguió a su padre por los grandes pasillos de su hogar ancestral, sus pasos resonaban en el silencio. Ninguno emitía una palabra, y es que no era necesario, no cuando ambos alphas peleaban mutuamente por un lugar.
El comedor principal era un espacio extravagante adornado con candelabros de cristal, porcelana fina y una mesa larga de roble pulido en la que cabía un pequeño ejército. Sentado a la cabecera de la mesa estaba su padre, Lord Kingsley, un hombre cuya sabiduría era tan reconocida como su riqueza.
Su padre tomó un cuchillo y tenedor, cortando la suave carne que yacía en su plato, llevando un pedazo a su boca mientras lo saboreaba. La boca de Nathaniel se hizo agua, vaya lastima que su lado no tenía ni la más mínima onza de sal.
"Siéntate, Nathaniel", ordenó su padre, señalando la silla frente a él.
Nathaniel obedeció, su expresión no traicionaba ninguna emoción. Sabía que cuando su padre lo convocaba así, normalmente se trataba de asuntos de gran importancia o alguno que otro asunto para joderle la vida.
Lord Kingsley se inclinó hacia delante, con la mirada acerada fija en su hijo. "Nathaniel, eres consciente del prestigio y la responsabilidad que conlleva ser un Kingsley ¿no?. Nuestra raza, los Fenrir, es la clase noble más alta entre los lobos. Debemos defender el honor y la reputación de nuestra familia en todo momento".
Nathaniel asintió y su cabello negro azabache cayó elegantemente sobre su frente. Lo habían preparado para este papel desde muy joven y comprendía el peso del legado de su familia, pero que de la nada le estuvieran hablando de estas cosas, lo ponía nervioso. ¿Y si su padre ya le había buscado pareja?
Estaba dispuesto a quemar la mansión por toca pelotas.
Su padre continuó: "Ha llegado el momento de que asumas una nueva responsabilidad, una que consolidará aún más tu lugar en nuestra sociedad y demostrará tu compromiso con nuestra familia".
Nathaniel enarcó una ceja, intrigado por las crípticas palabras. "¿Qué tipo de responsabilidad, padre?" Frunció el ceño.
La mirada de Lord Kingsley se suavizó y explicó: "Has sido elegido para representar al equipo de fútbol en el consejo estudiantil. Su función será cerrar la brecha entre los atletas y el consejo, asegurando que los intereses de los programas deportivos de nuestra academia estén bien. ¿Quién mejor para esto, que el capitán del equipo?".
La reacción inicial de Nathaniel fue de sorpresa. Siempre se había centrado en sus actividades deportivas y la idea de unirse al consejo estudiantil le parecía extraña. Pero debajo de su exterior sereno, comprendió la importancia de la tarea que tenía entre manos.
"Entiendo, padre", respondió Nathaniel, con voz firme y cortante. "Haré todo lo posible para cumplir con esta responsabilidad, pero-".
"¿Pero?"
Nathaniel tragó duro, no se daría el lujo de poner excusas. "Nada."
Lord Kingsley sonrió, en una rara muestra de orgullo paternal. Nathaniel pensó, si sonreía por orgullo o sarcasmo "Sabía que podía contar contigo, hijo mío. Tu inteligencia, carisma y habilidades de liderazgo te serán de gran utilidad en este puesto".
"Puedes retirarte y volver a tu holgazanería". Masculló su padre.
Nathaniel solo asentó con la cabeza y se retiro de la sala. No tenía ganas de refutar lo inevitable.
Después de que Nathaniel abandonó el imponente comedor, caminó por los pasillos de la mansión de su familia, mientras el peso de las palabras de su padre se asentaba como un pesado sudario a su alrededor. No pudo evitar reproducir la conversación en su mente, cada palabra era un eco implacable, un recordatorio de la nueva responsabilidad que se le había impuesto.
Al llegar a su dominio privado, su dormitorio dentro de la enorme mansión, Nathaniel entró en la habitación y cerró la puerta detrás de él con un suave clic. Era un espacio totalmente suyo, un santuario donde podía retirarse de las presiones del mundo exterior. Las paredes estaban adornadas con trofeos y medallas de sus numerosos logros atléticos, recordatorios de sus proezas y de las expectativas puestas sobre él.
En la intimidad de su habitación, Nathaniel se permitió liberar la fachada de compostura que había mantenido antes. Se apoyó contra la puerta, su pecho palpitaba mientras intentaba procesar la enormidad de su nuevo papel. Un discreto colapso mental comenzó a hervir bajo su exterior cuidadosamente cultivado.
La habitación se sentía sofocante, las paredes se cerraban sobre él mientras el peso del legado de su familia lo presionaba. Su ego, que alguna vez fue su armadura, ahora se sentía como una carga. Se pasó una mano por el cabello negro, revolviéndolo con frustración. "¿Representar al equipo de fútbol en el consejo estudiantil?" murmuró para sí mismo, la incredulidad manchando sus palabras. Puta mierda, suspiró pesado.
Theodore, un chico fugaz al que aún no había conocido, de repente se convirtió en un símbolo de lo desconocido. ¿Cómo navegaría las complejidades del consejo? ¿Qué sabía él sobre diplomacia, política o incluso trabajo en equipo más allá del campo de fútbol? Era una perspectiva desalentadora. No hablemos de la reputación que presidía al líder del consejo estudiantil
"Es un tipo tranquilo, siempre y cuando, no le toques las pelotas. Es un petulante como tú y cabe destacar que es muy hermoso eh".
"Theodore es un amor. Nathaniel, si necesitas ayuda con alguna asignación y se la pides, un no jamás saldría de su boca".
El punto era, que habían tantas suposiciones que no sabía cual creer. Lo que si sabía, era lo atractivo que era, pero detrás de ese físico, yacía una bestia y Nathaniel lo sabía. Las sirenas eran una raza que nadie quería cruzarse. Su manipulación de pensamientos era su fuerte.
"Huye, hijo mío. Si un día escuchas una sirena cantar. Que tu bien no es el que desean". Solía decir su abuelo.
Nathaniel paseaba por la habitación, sus pasos eran un eco inquieto. Su mente se aceleró y su corazón latía con fuerza con una sensación de inquietud que no podía evitar. Siempre había tenido el control de su destino, su vida trazada con precisión. Ahora, sentía como si lo hubieran arrojado a un territorio inexplorado, un reino donde no tenía ningún guión que seguir. El lobo había sido lanzado a un territorio desconocido y frío.
Sus pensamientos se dirigieron a sus compañeros de equipo, quienes confiaban en él para llevarlos a la victoria en el campo. ¿Este nuevo rol restaría valor a sus responsabilidades como capitán? ¿Aún sería capaz de mantener el nivel de excelencia que se espera de él?
Mientras luchaba con estas preguntas, sus emociones surgieron como una tormenta turbulenta en su interior. Lo habían preparado para ser el atleta perfecto, para sobresalir en cada esfuerzo, pero esto era diferente. Este era un rol que le exigía adaptarse, evolucionar más allá de los límites de su zona de confort, él no estaba listo para ser un morro en matemática, joder y mierda, el miedo que le tenía a los números.
Nathaniel se dejó caer en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. En la intimidad de su dormitorio, se permitió sentir el peso de la incertidumbre, la vulnerabilidad que rara vez mostraba al mundo. Su respiración se produjo en intervalos desiguales mientras procesaba la verdad: que se estaba embarcando en un viaje hacia lo desconocido, uno que desafiaría cada faceta de su identidad.
En ese momento de tranquilidad, mientras el sol de la tarde proyectaba largas sombras en su habitación, Nathaniel reconoció que este discreto colapso mental era un paso necesario en su transformación. Fue romper viejos moldes, desmantelar expectativas y forjar un nuevo camino.
Con cada momento que pasaba, la agitación dentro de él disminuía, reemplazada por una tranquila resolución. Nathaniel sabía que no podía dejar que el miedo o la duda lo definieran. Enfrentaría este nuevo desafío de frente, tal como se había enfrentado a innumerables oponentes en el campo de fútbol. Y tal vez, en el proceso, descubriría un lado de sí mismo que nunca había conocido: un lado que iba más allá del ego, la sensualidad y la inteligencia, y entraría en el reino del verdadero crecimiento y el auto-descubrimiento.