2 CAPITULO PRIMERO: EL PEQUEÑO PUEBLO DE STANDFORD

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Para poder describir lo que se siente viajar de un universo a otro primero debo decir cómo se siente: Es como el despertar de un sueño. Cuando uno sueña suele confundir lo que ve con el mundo real al punto de olvidar su vida en la vigía; pero cuando uno se despierta es cuando recuerda donde se encuentra y como es su vida. Con el pasar de las horas el sueño, que en un principio es claro en la mente, se va desvaneciendo de a poco en la memoria al punto de olvidar como era en un principio.

Supongo que ese es el modo en que se siente viajar por otros mundos: como el despertar de un sueño y volver a la realidad, quizás por eso es que Linnet se olvidaba en donde se encontraba, supongo que aquella idea ya no me es tan sorprendente como antes.

En un momento me encontraba en mi habitación, pero en el siguiente minuto me encontraba en la entrada de un pequeño pueblo Ingles común y corriente: las casas eran parecidas a las de cuentos de hadas, era de noche en ese lugar; pero podían verse las luces en las ventanas de madera de esas hermosas cabañitas junto a un letrero azul que decía: "BIENVENIDO A STANDFORD, UN PUEBLITO MAGICO"

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Tras ver todo esto Linnet me soltó la mano y revisó la suya.

- ¿Dónde estamos?- pregunté asombrado ante el paisaje que se desenvolvía a mi alrededor

- En el universo 212- me respondió Linnet, seguía observando su mano derecha con una visible confusión en su rostro

- Pensé que vería un lugar distinto e inclusive sorprendente- le conté maravillado; pero también decepcionado- aun así me alegra saber que estos pueblos de cuentos de hadas son reales, aunque no más sean en otros mundos.

- ¿Por qué no habrían de serlo John?- me preguntó Linnet bajando su mano e iniciando el recorrido adentrándose al pueblito- hay universos en donde lo que los hombres imaginan en sus fabulas pueden llegar a ser reales

Detuvo su caminata y se dio vuelta encarándome nuevamente. Al verme parado con una expresión atontada en mi rostro, me preguntó muy cordialmente:

- ¿No piensas venir, John el Explorador de Inglaterra?

- ¡Sí, claro!- le respondí volviendo en sí, sintiendome muy emocionado al escuchar eso, Linnet sonrió con cariño y me esperó hasta que la alcancé retomando camino.

Me adentré con ella al pueblo y caminamos juntos por ese lugar soñado.

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A medida que ingresábamos podía ver como era el lugar por dentro: las casas que tenían eran cabañas de madera con techos rojos y chimeneas de piedra. Las calles eran de piedra y poseían señalizaciones de madera en las esquinas, en la zona central del pueblo se veía a las personas celebrando, mientras varias luces en faroles colgados de pequeños hilos negros les iluminaban. El sonido de las festividades me eran muy conocidas; pero a la vez desconocidas. Los pobladores vestían como si se encontraran a finales del siglo 18, es decir con pantalones marrones o negros que llegaban hasta la pantorrilla y gruesas medias les cubrían lo que quedaban. Algunos tenían sacos de color verde o marrón y la gran mayoría chalecos rojos.

Reían y bailaban agraciadamente mientras algunos bebían en sus jarras de madera. Yo me sentía emocionado por lo que veía y poco faltó para que empezase a bailar; pero Linnet me tocó el brazo e hizo un gesto de negación con su cabeza, sonrojándome asentí a su pedido y nos acercamos un poco a los pobladores. Alguien se adelantó a recibirnos cuando se percataron de nuestra presencia: era el gobernador del pueblo.

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Se trataba de un hombre vestido como un gnomo: chaleco rojo, pantalones marrones y medias blancas muy ajustadas. Se encontraba mayormente calvo salvo por sus sienes en los costados de su cabeza. El poco cabello que tenía era de color blanco, este se encontraba largo y atado. Poseía unos lentes pequeños de fino marco y agraciado marco. Se acercó a donde estábamos y todo parecía indicar que le alegraba mucho nuestra presencia.

- Sean bienvenidos- nos saludó con un tono cordial, dándonos la mano, cuya fuerza era más grande de lo que en realidad aparentaba - por sus atuendos puedo imaginar que no son de por aquí

- Tiene razón- le contestó Linnet con un tono de voz duro y serio, en su rostro se encontraba una expresión demasiado estricta que me tomaba por sorpresa debido a que ella no solía actuar de esa manera con las demás personas a menos que la trataran como si fuese una tonta solo por el hecho de ser mujer- mi nombre es Linnet Bridas, provengo del universo 63 y este es mi compañero Jonathan Rumble proveniente del universo de bolsillo 13. Somos Exploradores del multiverso, creo que han tenido contacto con uno de los nuestros anteriormente

- Muy cierto señorita Bridas- asintió el alcalde de forma agradable- pero ¿Qué los trae a nuestro humilde universo, bravos Exploradores?

- El teniente Grutsie nos comunicó de un posible clase dos hace unas semanas atrás, hemos venido a corroborar si han tenido alguna visita indeseable de alguien que no pertenezca en esta zona- le contestó Linnet manteniendo ese tono duro, pude notar que ella se limpiaba la mano con la que había saludado al alcalde, como si su solo tacto le hubiese dado asco

- En realidad no hemos visto a nadie señorita Bridas; pero, posiblemente, la señora Dinnie haya notado algo- supuso el alcalde sobándose su mentón adoptando una expresión reflexiva en su rostro

- Espero no le moleste que la visitemos a estas horas de la noche- habló Linnet con un tono menos severo y bastante calmo, su expresión continuaba siendo seria; pero ahora se la veía un poco más relajada que antes, solo un poco

- Para nada, hoy estamos celebrando el día de San Patricio, posiblemente se encuentre todavía despierta-sonrió aquel simpatico alcalde sintiéndose casi deseoso de llevarnos con la señora Dinnie

- Entonces vayamos allí- le pidió Linnet sonriendo con malicia antes que alegría llevándome a preguntarme si ella actuaba así con todas las personas de otros mundos o solo con los de ese universo en particular

La actitud de Linnet me era extraña; pero sabía que estábamos allí para poder ayudar a los pobladores de esa bella ciudad y en base a lo que vi durante nuestra última aventura supuse que valía la pena cualquier molestia, cualquiera.

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Mientras caminábamos por el hermoso pueblo pude divisar, a la distancia, el castillo mágico de Standford: era enorme y glorioso, de paredes azules con techos de color violeta. Ese misterioso castillo me parecía realmente una edificación de cuentos de hadas. Al llegar, el alcalde golpeó la puerta y nos recibió una señora mayor, muy anciana que vestía de negro; pero tenía un delantal blanco en la cintura y su rostro avejentado poseía un aspecto bondadoso. Se trataba de la señora Dinnie, la mujer más anciana de Standford.

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