7 Capitulo 6: Sodokim

La colorida velada ya empezaba a perder un poco de su brillo inicial , los niños y su padres ya se habían ido a sus camas, más las calles y puestos aún estaban infestados de jóvenes y adultos sin la carga de tales responsabilidades, aunque por el contrario el ánimo de su anfitrión ya se había apagado hacía tiempo. Desde un banquillo, Romulo observaba apartado a los que aun danzaban en la plaza principal, pero su mente no acompañaba a sus ojos, lo que le había dicho Erem aún le pesaba en la consciencia << ¿Realmente era su actitud con Eidos justificada, o solo el temor de un niño que había sobrevivido más de lo que debía?>>.

–La noche aun es joven para que andes desmoronado por un rechazo. – le reprocho una voz sonora pero familiar.

Rómulo se giró sobre su asiento y vio a un hombre de lacios cabellos castaños con una espesa barba cobriza, incluso tras varias copas era imposible confundir a su padre. Este vestía los mismos colores azul y dorado que él, con la diferencia que llevaba una ornamental espada larga en el cinto, ese hombre era Vilius Temirius, cabecilla de todo el poblado de Reliq, y uno de los más respetados de todo Aureos.

– No es eso. – contesto él con desgano, deslizando su copa a una distancia prudente del alcance de su mano.

Vilius tomo el banquillo de al lado y se aproximó hasta su hijo. – Esa es la cara que pones cuando te enojas, déjame adivinar… ¡Querías participar en la obra! – rio este animadamente palmeando su hombro.

– << ¿Por qué siempre sacan a luz el asunto de la obra? Erem puede ser un pesado. >> – rezongo Romulo para sus adentros, dedicándole una mirada ponzoñosa a su padre. – Ya no soy un niño, lo hice esas veces para animar la celebración y divertirme en mi niñez. Pero como veras ya no lo soy. –

–Siempre pensé que lo disfrutabas, nunca lo vi como una cuestión de edad, las artes no son una mala manera de…–

– ¡Que no eso! – lo interrumpió Romulo cansado del tema.

Vilius tomo un sorbo de la copa de su hijo y dejo de lado su jovialidad por una expresión más paternal.

– ¿Entonces qué es lo que te atormenta? – Pregunto Vilius esta vez con tono sereno.

Siempre era así, iba del juego a lo serio con gran naturalidad, y era esa una de las cualidades que Rómulo más admiraba de él. Una vez que lo hacía se acababan las vueltas puesto que su padre siempre terminaba sonsacándole la verdad con una calidad mezcla de paciencia y lógica.

–Él. – Fue su respuesta, dejando apropósito la información en abstracto, para que su padre tuviera que llenar los espacios con sus propias ideas.

–Ah. – musito Vilius sin esforzarse mucho por descubrir de quien se trataba. Su padre dejo escapar un leve suspiro al notar el tema de conversación.

– ¡¿Ah?¡ ¿Solo eso? ¿No dirás nada más?!– protesto Romulo decepcionado ante la típica reacción de su padre.

Vilius apoyo un codo sobre su rodilla y dejo descansar su cabeza sobre su palma, como si el tema ya le hubiere cansado nada mas mencionarlo. – Ya hablamos de esto, el chico es raro, pero no ha hecho nada, no es un Sodokim ni ningún monstruo, hijo. Y si lo fuera seria porque Anankeios lo considera uno de nuestros pares. –

– ¡No sabemos nada de él! Siete años y nada ¿Por qué guardar sus orígenes en secreto durante tanto tiempo? ¿Qué han dicho los otros eruditos y representantes de las llanuras? – exigió saber Romulo, visiblemente impulsado a tal bravura por los efectos del alcohol.

Su padre nada intimidado por su hijo, prosiguió con su postura relajada, mirándole pacientemente hasta notar que su tensión se disipaba. –No mucho…Solo algo de que podría ser un Iriman mal formado. Sabes que tienden a volverse extraños con el tiempo, como El Dragón de Myodos – Dijo encogiéndose de hombros. – Sigue nuestras reglas y costumbres, eso me basta a mí y a nuestro dios.

– ¿Pero y si decide no seguirlas algún día? ¿Qué ocurrirá? No sabemos de qué sería capaz– exclamo Romulo consternado su despreocupación, esperando ver los mismos temores en los ojos de su padre, en vano, pues los de su progenitor parecían más bien somnolientos.

Perezosamente Vilius se puso de pie, y con gran formalidad se dirigió hacia su agitado hijo que se aferraba desesperadamente a los lados de la mesa. –Somos de la casa de Temirius, descendientes de Aureos el elegido por Anankeios, deidad del balance y el destino: Si hay que imponer castigo para mantener la paz lo haremos, pero hasta entonces vivirá como uno de los nuestros, es mi decisión final. – su padre había hablado de una forma relajada y tranquila, pero en su discurso no cabía lugar para afrentas, él se había pronunciado de forma definitiva, usando todo el imperio de su posición, no de padre, si no de líder.

Rómulo se quedó con las palabras en la garganta, derrotado por su propia sangre. Sabía que no debía amargarse, aunque no se sentía satisfecho con la decisión tomada debía respetarla, esta vez se habían dirigido a él no como hijo, sino como ciudadano, y no le quedaban replicas contra eso.

Vilius abandono una vez más su expresión de líder y volvió a ser su padre. –Sé que nunca te ha sido fácil aceptar los designios del destino, hijo. Sabes que no celebro la muerte de tu madre…pero la naturaleza de las cosas nunca satisface a todos, incluso aquí en las tierras bendecidas, tenemos que aceptar lo que no podemos controlar si queremos seguir adelante. Es por ello que decidí criarte por los dos, agradecido de que al menos tú vivieses. –Romulo pudo ver como acariciaba con sus dedos una cinta azul enlazada en el pomo de su espada. – En esta ocasión, creo que más que una calamidad, él es como niño esperando que le retiren su lazo para recibir su nombre. Estoy seguro que será de gran ayuda para nuestra comunidad, si se lo permites.

Su fuego se apagó, incluso la bebida perdió algo de su efecto, toda su determinación se había esfumado, como era costumbre al rememorar la muerte de su madre. En Aureos, toda madre se recoge los cabellos con una cinta azul al saber que está embarazada, y cuando la criatura nace, a esta le ata esa misma cinta en una de sus extremidades, para que el rey de los dioses bendiga al niño como bendijo a la madre. La tradición suponía aceptar el designio de Anankeios, sean sus bendiciones o su imparcialidad. El dios nunca castigaba, simplemente equilibraba indiscriminadamente, pues esa era la naturaleza de mantener el balance de todas las cosas. Romulo nunca había superado que el lazo bendijera su nacimiento, pero no a quien le diera a luz, esa extraña noción de equilibrio le molestaba, más nadie más que su padre y Durmas, conocían aquel descontento que tan bien guardada tenía el joven.

– ¿Consideras tan importante que me lleve bien con él como para usarla contra mí? – dijo el joven herido, sin ser capaz de sostenerle la mirada.

– Si. Es lo que ella habría querido. – respondió su padre con una firmeza que solo un corazón forjado por el dolor podía adquirir.

Romulo se imaginó a la mujer curiosa e inquieta que su padre le había descrito a lo largo de los años, pensando que reacción tendría con alguien tan taciturno como Eidos. Sin darse cuenta una sonrisa aparecía en su rostro. – <<Seguro se llevarían fatal>> – pensó Romulo divertido ante la escena de Eidos interrogado por alguien que no aceptara sus pétreas expresiones como respuesta.

– Bien, hablare con él. – accedió retornando a su confiado semblante habitual. Sabía que discutir con ese hombre era inútil desde antes de iniciar la conversación, pero no por eso disfrutaba menos hablar con su padre, siempre le ayudaba a decidirse.

–Y solo tardaste siete años…– rio su padre elevando su copa de sidra en el aire, con una sonrisa en el rostro igual o más grande que la de su hijo. – Ahora ve, no vaya a ser que se te olvide y te pierdas con una chica. ¡Después de todo mañana tenemos que organizar nuestra travesía!

Imitándolo tomo la copa más cercana y la choco con la suya, bebiendo su contenido de un sorbo. Con renovados ánimos, Rómulo se puso de pie y dejo atrás a su padre, él no se quedó solo mucho tiempo, pues fue abordado por una multitud de habitantes impacientes de entablar una conversación con el carismático líder.

Se sentía muy feliz, por el futuro, por el presente; mientras se internaba por las calles del poblado en busca del extraño forastero, no, de su extraño conciudadano. Sin un rumbo claro, vago preguntando por el joven peliblanco más de lo que esperaba, el cual a pesar de su peculiar actitud y cabello, pasaba desapercibido entre montones de personas, eso lo sabía bien, si ese tipo no quería ser encontraba simplemente se iba y nadie le prestaba atención. Pero pocos lo habían buscado como Romulo. Finalmente dio con alguien que lo había visto recientemente.

–Me han dicho que Meda le andaba buscando por algo que tenía que ver con su nieta. – Le respondió Atham que había su charla con Hestea para contestar las dudas del ya algo impaciente Rómulo.

Hestea se adelantó a su pareja con una expresión consternada. – Le vi hace un rato dirigirse al arroyo, creo que él se encuentra allí… ¿sabes si paso algo, Romulo? –

Este inmediatamente apaciguo su rostro, sin darse cuenta su impaciencia junto a los hechos que desconocía, habían dado una impresión de algo más grave. – << ¿En qué se habrá metido?>> – Pensó recordando la nieta de Meda. – Tenia algo que hablar con él, pero si algo sucedió me encargaré de que no pase a mayores, no se preocupen, les prometo que me hare cargo.

Se despidió de los dos jóvenes que no tardaron en olvidarse del encuentro, el camino no era largo, pero los saludos y gestos que le hacía a la gente al avanzar le entorpecían el paso, tal era el precio de la cordialidad en tiempos de fiestas. Su avance continúo siendo interrumpido, hasta que las casas del poblado se abrieron para revelar el sólido sendero de adoquines que se extendía hasta la fortaleza en que el mismo habitaba, debiendo tomar esta vez el camino en la dirección opuesta, hacia los campos, donde encontraría el cruce del arroyo.

Era una ruta que había recorrido cientos, miles, quizá cientos de miles de veces en su vida, quizá por ello no pudo notar que algo faltaba en aquel paisaje, algo muy importante para una región apodada Las Llanuras del Viento.

Cada paso sobre la firme roca resonaba con fuerza en el silencio del prado, solo la música y gritos de alegría a sus espaldas oponían resistencia, la luna se escondía tímida y reinaban las tinieblas. Su rápido andar, una vez impulsado por su innata impaciencia, ahora parecía tener un combustible diferente, las firmes pisadas ahora ya no indicaban un ritmo perfecto si no un acelerado avance, y su respiración comenzó a volverse ociosa, como si el aire alrededor estuviera viciado, algo andaba mal, e inconscientemente su cuerpo se lo decía, aunque su mente fallaba en encontrar qué exactamente. Los bellos de sus brazos se alzaron una vez que lo vio sentado sobre uno de los lados del puente en forma de media luna, observando al arroyo de debajo con la mirada fija en el lado opuesto del cruce.

Romulo se propuso llamarle, pero las palabras se atoraron en su garganta al pensar que su mirada podría cernirse sobre él, aquella confianza obtenida de la charla con su padre se había desvanecido, se sentía un niño otra vez, temeroso de lo que podía haber detrás de esos ojos. Pensó por un momento en darse la vuelta y dejarle proseguir su rito nocturno, pero apenas ese pensamiento cruzo su mente vio a aquel cuello girarse hacia él. Un par de leves brillos similares al de los ojos de los animales nocturnos, pero más cercanos al de dos estrellas lejanas se distinguió entre en aquella oscuridad donde los rostros no eran visibles, ahora Rómulo estaba siendo observado, el joven con sangre de héroe se detuvo en seco, como si una lanza le hubiere atravesado el pecho. Fue un segundo eterno en el que ambos se miraron sin respirar, pestañar o intercambiar palabra, un segundo que murió con un crujido, acompañado al instante con el sonido de algo desgarrándose, el par de estrellas retorno su atención al este, cruzando el arroyo, siguiendo aquel sonido, olvidándose por completo del intruso.

Viéndose ahora libre del ominoso encantamiento que emitían los ojos de aquel ser, el calor retorno espontáneamente al cuerpo de Rómulo, pero la tensión que abrumaba aquel cruce no paraba de oprimir su corazón que palpitaba con violencia. Con una mano apretándose firmemente los colores azules sobre su pecho, y con la otra formando un puño, dio el primer paso, y luego el segundo sucesivamente, dejando que aquel coraje, artífice de su convicción, le empapase de fuerzas para seguir. No dejo de avanzar cuando los sonidos terminaron, ni cuando llego al puente, solo al llegar al lado de aquel silencioso observador en el punto medio de la misma estructura, pudo comprender que era lo que anteriormente lo hacía que se había estado acercando. Un nauseabundo olor a carne y sangre invadió sus pulmones como si le hubieren potenciado el olfato. El golpe a sus sentidos fue tal que tuvo que sostenerse sobre sus rodillas para evitar caer al suelo mientras evacuaba el contenido de su estómago hacia el rio. Aunque fue más duro incorporarse nuevamente en aquella dirección, su primera impresión había sido muy rápida, así que tuvo que forzarse a ver una vez más. <<Tenía que comprobarlo a toda costa, tenía que corroborar que aquella pesadilla no era real, de lo contrario…>>

Al principio solo había la misma oscuridad y quietud que en el camino previo al puente, pero poco a poco, a medida que sus ojos se acostumbraban, pudo vislumbrar a aquella penumbra reptar y acumularse en grupos más allá de donde su pobre vista nocturna le permitía ver. Su campo de visión se encontró un océano de estrellas terrenales que se movían por los campos, cada una de ellas transmitiendo una hostilidad que solo los ojos de un depredador podían emanar. Percibió como algo caía en las aguas del arroyo, algo que se asemejaba a restos humanos, instantáneamente sus manos se aferraron con toda su fuerza a los bordes del puente de piedra, sus rodillas cedieron, todo su coraje desvanecido, ya lo entendía, ya estaba muerto, todos estaban muertos.

<<Un hombre no puede enfrentarse a esto…>> –Era el pensamiento que se repetía una y otra vez en la mente del joven que toda su vida había admirado aquella leyenda de su pueblo, en la cual su antepasado libero aquellas tierras de las bestias, que ahora se cernían sobre él. Pudo sentir los pasos de las bestias dirigiéndose al puente, eran cientos, o millares, le era imposible saberlo con certeza, el resultado no cambiaría aunque fueran solo una veintena. Allí de rodillas lo único que se le ocurrió hacer fue juntar sus manos y rezar, rezar por un milagro a Anankeios, por una muerte valerosa a Thavan, por justicia para su pueblo a Aletheia, rezar hasta que no quedase un solo hueso sin roer. Solo una persona escuchaba aquella desesperada plegaria, alguien que hasta entonces había estado observando incesantemente aquel monstruoso ejercito de bestias con la tranquilidad con que se observa un atardecer. Ajeno a sus sentidos, Rómulo no pudo darse cuenta de que una vez más había captado la atención de aquel individuo silencioso. No pudo siquiera reaccionar cuando sintió aquel tirón en el cuello, fue tan rápido que creyó tal vez los dioses se habrían apiadado de él, y le habían dado una muerte rápida, después un golpe, y todo se fundió con la oscuridad.

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