3 Capitulo 2: Bromas del destino

Sus ojos navegaban con fluidez por sobre los interminables libros de cuentas y documentos dispersados sobre el ancho escritorio frente a él. La información de centenares de años a su disposición, y con cada página, un nuevo capítulo de aquella historia se ofrecía a sus orbitas. El cuarto donde se encontraba permanecería completamente sumido en la oscuridad de no ser por la pequeña llama de la lámpara del lector. Allí el aire viciado por los libros amarillentos y la tinta añeja era lo único que se podía respirar, pero eso no alentaba a aquel niño a detener su lectura, todo lo contrario, su forma de tomar los viejos tomos y leer sus desgastadas páginas parecían los de un viejo erudito ratón de biblioteca.

Dejo escapar un bostezo al terminar de leer el detallado registro de lo cosechado hacia casi siete décadas, cuando el sonido de una toz fingida le hizo levantar la mirada del tedioso libro de cuentas, allí unos ojos viejos y cansados, pero familiares, se encontraron con los suyos.

– Veo que al parecer la agricultura ha captado mucho tu atención ¿Quién diría que un día te interesarían más las cosechas que los grandes conflictos de antaño? – Exclamo el anciano vestido con un pijama de tonos verdes y rojos mientras depositaba una lámpara gemela sobre el escritorio donde se encontraba el chico.

– Sentí necesidad de repasar los registros de las cosechas del último siglo. – dijo volviendo a su atención a las demacradas páginas. – Si voy a encargarme de estas tierras algún día, me viene bien conocerlas. –

El viejo maestro sonrió para sus adentros, orgulloso de su pupilo y a la vez enternecido por cuanto se esforzaba el muchacho para sorprender a su padre con sus nuevos conocimientos.

– Rómulo, sabes que puedes visitar los archivos cuando quieras, pero es mi deber como tu profesor exigirte que tengas buen descanso…Aunque yo también consultaría las anotaciones de las cosechas de trigo y cebada si se me escabullera el sueño. – dijo el anciano terminando enorme bostezo y un exagerado estiramiento de su cuerpo.

<<Al menos podrías disimular un poco más ese sarcasmo…>> – pensó él malhumorado niño sin humor para bromas. Ignorando los juegos de su maestro cerro de un golpe el polvoriento libro, y cogió la lámpara del escritorio.

– Creo que tienes razón en una cosa Durmas, si sigo leyendo más registros voy a despertarme sentado en esta silla. – Al levantarse hizo un pequeño gesto cómplice con la cabeza hacia su profesor y se dirigió a la puerta con suavidad. – Que descanses. – añadió.

– No te preocupes, estoy seguro que tu padre llegara pronto, lo más probable es que alguno de los caballos haya resultado herido en la cacería. – le señalo el viejo maestro con tono paternal, lo suficientemente convincente para que aquel testarudo niño de diez años se lo pensara dos veces antes de abandonar la habitación con esa irritación silenciosa que le acompañaba cada vez que lo su padre se iba sin él.

Vencido el muchacho se dio la vuelta, con una expresión de preocupación más acorde a su edad –Dicen que en el bosque de Ataraxos hay algo extraño… ¿Crees que…? –

A pesar de su cansancio una sonrisa afloro de los labios del arrugado rostro del erudito.

– No te preocupes, estará bien. Tu padre es el guardián de estas tierras cuya estirpe fue elegida por el mismísimo Anankeios para desempeñar esa tarea. No hay nada en estas tierras que se atrevería a dañarlo. – Un suspiro fue lo siguiente que salió de su boca y aquella sonrisa se desvaneció de un golpe, el joven ya sabía lo que eso significaba, la paciencia del viejo se había acabado. – Muy bien, ya es hora de que vueltas a tu habitación de una vez. –

Rómulo no se molestó en contestarle o pedirle que no sea tan estricto, el viejo Durmas simplemente cumplía con lo que debía hacer, aunque a él no le interesase mucho seguir sus indicaciones en aquel momento. Ahogo su linterna y camino entre la oscuridad del castillo, sabiendo hasta donde le llevaría cada paso, puesto que en aquel lugar no había sorpresas para él, después de todo había nacido y crecido allí, y probablemente también moriría allí.

La figura de un niño caminando entre la oscuridad de la noche no era sorpresa para los guardias de la fortaleza, ya era de común conocimiento que en los días en que el representante de Reliq viajaba, su hijo se ponía inquieto, lo que ocurría sin falta siempre que este realizaba atendía un asunto fuera del poblado. Desde que la madre de Rómulo había muerto este era el único heredero de la casta Aureos, siendo que su padre no contrajo nuevas nupcias, algo que el joven tenía en alta consideración. En consecuencia tenía un gran apego con su padre y trataba desempeñarse como lo haría un señor de verdad, aunque la naturaleza correspondiente a su edad triunfara en situaciones como la de ahora.

Pasando de largo el pasillo que lo conduciría hasta su alcoba prosiguió hasta la entrada del torreón de vigilancia. En la puerta se encontraba un guardia regordete mordisqueando un pedazo de pan, parecía algo viejo, pero por las amplias cicatrices que atravesaban su cara uno podía asegurar que no había estado sentado tan plácidamente toda su vida. El viejo guardia ni siquiera levanto su mirada, tan solo extendió su mano, esperando algo.

– Espero que esta vez sea del bueno, me muero de hambre aquí solo. – dijo divertido mientras hacía girar una llave en su dedo.

Rómulo hurgo entre sus bolsillos hasta que su mano encontró dentro de ellos un montón de retajos de tela envueltos, y se siguiéndole el juego se los entregó al guardia. Contento este tomo el supuesto soborno, y comenzó a desenvolver los pedazos de tela ágilmente hasta descubrir un pequeño corte de queso, este se tomó el tiempo de darle una buena olisqueada antes de darle un generoso bocado y acompañarlo de un pedazo de pan. El ancho guardia sonrió agradecido por el regalo antes de retornar a su fingida indiferencia.

– Mmmm…Como siempre no tengo queja alguna de tus paseos mientras me traigas bocadillos para pasar el rato, ve y disfruta pequeño bribón. – comento satisfecho, y sin levantarse de su modesta silla extendió su brazo, y le dio dos vueltas a la llave entre sus dedos contra la cerradura a sus espaldas, para luego abrirla de golpe con un empujón. El chico divertido por el juego del soborno del cual participaba, le saludo con una ancha sonrisa en su rostro al haber podido superar al guardián de la puerta, y se dio a la carrera hacia los peldaños que seguían más allá del umbral.

– ¡No te duermas esta vez James! – le advirtió a todo pulmón cuando ya había dado una vuelta por la escalera de caracol, y siguió a toda prisa sin escuchar la respuesta del distraído guardia.

Al final de la escalinata se hallaba una puerta entreabierta por la cual corría suavemente el viento nocturno, el niño se detuvo un momento antes de traspasar el portal, disfrutando del aire gélido, y se abrió paso. Una muralla de roca maciza se alzaba por debajo de un cielo repleto de estrellas, y sobre ella se encontraba un pequeño torreón elevado que servía de puesto de vigía, desde allí una mano saludo al niño por una de las aberturas invitándole a pasar, Romulo no dudo y apresurado fue en esa dirección.

Rómulo entro en la pequeña torre de vigilancia, y sin darle más vueltas acerco una de las sillas allí dispuestas a una de las aperturas más anchas que le dejaban ver el lado sur, allí se podía ver toda la extensión de Aureos, la región también conocida como la tierra de los vientos y planicies, posicionada a su vez al sur de la gran Agurus Kanat, tierra de los dioses. Muy a lo lejos podía verse una difusa mata verde que se extendía aún más al sur, aquella enorme masa verdosa se extendía más allá de donde su vista alcanzaba, y era allí hacia donde se había dirigido su padre, el bosque de Ataraxos.

– ¿Supongo que vas a acompañarme otra vez en la guardia? –Le saludo el joven de barba rala vestido con un Jubón azul adornado con el símbolo de la guardia de Reliq, una espada azul enterrada sobre un campo negro. Era muy alto, de unos veinte años recién cumplidos y con una leve pelusa en la barbilla que junto a su cabello seco como un montón de paja le hacían parecer un espantapájaros mal armado. – Sabes, cuando se trata de tu padre eres un cabezota… – comento irritado al ver los pocos modales del pequeño visitante.

– Al menos el mío no me pide de comer para dejarme pasar… – le recrimino desdeñoso como si él fuera el mayor de los dos. – Erem ¿Crees que veremos un Sodokim hoy? ¿O al menos un Iriman del bosque? – comento volviendo a comportarse como debía a su edad, como era siempre que lo sobrellevaba el interés en algo.

El niño realmente parecía emocionado al hablar de aquellas criaturas, como si de verdad esperara encontrarlas deambulando en las afueras del castillo, incluso Erem se ablandaba con el pequeño pícaro al ver ese lado suyo.

– Te culpo a ti por introducirle a esas costumbres extranjeras. Recibir regalos a cambio de ignorar las responsabilidades, las tierras de fuera del continente son algo incompetentes supongo…–

– Es divertido experimentar lo que uno lee en los libros, aunque sea algo pequeño, no es que le hubiera propuesto a tu padre robar y quemar un pueblo cercano.- protesto el niño de cabellos oscuros sin apartar la vista de la ventana.

–Aun…-

Erem esperaba una risa, o al menos una queja, pero el chico estaba muy centrado en lo suyo para ello, no le quedo más que rascarse la barbilla para disimular un poco la frustración de su silencio.

Suspiro mientras se acercaba a Rómulo y se sentaba en la silla contigua. – No estamos en la "época del quiebre", no encontraras ese tipo de cosas por aquí, si quieres ver un Iriman ve a la capital o a Siqquios, pero si quieres ver un Sodokim…la verdad estas bastante chiflado si ver una de esas cosas por estos lares. – dijo el joven guardia tratando de recuperar la atención de su visita. Erem entendía, ya era usual que viniese a la torre en estos días, realmente lo que quería el niño era ser el primero en recibir a su padre, aunque para eso debiere pasar la noche en vela junto a él, y vaya que era insistente, pues ya iban cuatro noches seguidas.

Sin previo aviso Rómulo se puso de pie, erguido y con el pecho erguido mientras aspiraba una gran bocanada de aire. – Soy el hijo de Vilius de la casa de Temirius, sangre de Aureos, honor que me corresponde por derecho de nacimiento, protector de estas tierras cuyo nombre y gloria provienen de mi antepasado que valientemente lucho en la época del quiebre y fundo este mismo…–

– ¡Bien, bien, ya lo entendí! Eres el "protector" de estas tierras y pretendes enfrentarte a lo que sea con tal de demostrármelo… –

– Aunque tal vez tengas razón, si viniera un Sodokim por aquí no dudaría en hacer del flojo guardia de la torre su la primera línea de avanzada.- exclamo con arrogancia el autoproclamado niño protector.

–Que honor, ser el primero devorado por las bestias, eres generoso señor Romulo de Aureos…-comento Erem imitando vagamente gestos de alabanza como para que incluso un niño pudiera comprender tan burdo sarcasmo.

�� ¡Ha! Ni que lo digas. – alcanzo a decir antes de echar a reír junto al vigía.

Erem dejo su vista descansase en el paisaje exterior, sabía que era mejor rendirse que seguirle el juego a Rómulo, después de todo era un niño de diez años y el hijo del protector de las tierras del sur, aunque a veces, debía admitirlo, un niño muy molesto a estas horas de la noche.

Ambos permanecieron el resto del tiempo callados, Erem se concentró en tallar una pequeña rama mientras que Rómulo no quitaba la vista del camino hacia la entrada del castillo. Era en ese silencio cuando Erem se daba cuenta de lo maduro que podía llegar a ser ese niño. Al principio le parecía que era un mocoso arrogante y malcriado que solo buscaba complacer a su padre, pero aquel chico demostraba una gran decisión, y sobre todo capacidad, cosa que no era solo de su opinión, en general todos en Reliq creían que se convertiría en un excelente líder cuando creciera, y eso les llenaba de orgullo. Aquella idea de los habitantes no había nacido de una gran hazaña u acto de nobleza, si no de pequeños gestos extendidos en el tiempo: que el chico se pasease por los cultivos para aprender de primera mano de los granjeros, incluso cuando no era su turno de trabajar en ellos; que ayudase a preparar el pan de la mañana en las cocinas, e incluso se pasase los días en la forja con tal de aprender a manipular el acero; eran cosas como esa las que le habían hecho ganar el amor del pueblo. Ese chico parecía querer comprender el trabajo de cada hombre y mujer de aquellas tierras con tal de dirigirlos a un futuro próspero y con ello se había ganado su confianza, mas no se detenía a contemplar los halagos que recibía, solo seguía intentando mejorar, la cual en opinión de Erem era la mejor de sus cualidades. Seria por ello que le gustaba molestarle con sus comentarios, para cambiar los aires con los que se rodeaba y que no se acostumbrase solo a buenos tratos, no podía decir que no lo disfrutaba.

Tras un par de horas el pequeño proyecto de Erem iba cobrando forma, lo que antes era una rama llena de protuberancias y brotes se veía ahora simétrica y cubierta de patrones que formaban una especie de espiral. El artista levanto su mirada en busca de un posible crítico, y en efecto allí estaba, pero no con la expresión que esperaba, se lo veía bastante alegre súbitamente, aunque no por su trabajo con el cuchillo.

– ¿Es que no vas a decir algo? – Pregunto el vigía confundió mientras giraba en sus manos el trozo de madera para mostrar los detalles en que había trabajado.

– Han vuelto. – exclamo Romulo con una expresión rebosante de alegría, mientras sus mejillas se tensaban por lo grande de su sonrisa.

Dejando de lado su proyecto artístico, el guardia se reclino sobre la apertura para comprobar la causa de la emoción del muchacho, y con su aguda visión oteo el camino que bordeaba la fortaleza y al pueblo de Reliq. Unos minutos transcurrieron hasta que pudo dar con una pista que verificara la afirmación de Romulo, en efecto podía verse una leve luz a lo lejos.

– Parece que tienes razón ¿Quieres dar el aviso por mí? – comento Erem, más serio que de costumbre, sin apartar los ojos del camino por si una nueva señal se presentase.

– ¿No crees que…vienen demasiado rápido? – Rómulo se había precipitado sobre la barandilla de uno de los balcones, sin prisa por ir a avisar a James.

– Solo admite que estas preocupad… –en efecto, ahora podía notarlo, el chico sin duda tenía mejor vista que él. – Mantente aquí. – le ordeno, saliendo apresurado a sabiendas que por la situación era mejor que fuese él quien diese el aviso.

Rómulo continúo mirando el camino mientras Erem salía a avisar al resto. Poco a poco comenzó a sentirse movimiento en el patio del castillo, gritos de alerta y el sonido de puertas abrirse y cerrarse habían sustituido el silencio nocturno. Era una imagen extraña en estas tierras, sobre todo para una región que no había tenido que defenderse en más de mil años, Romulo se mantenía calmo, sabía que la situación no sería muy grave, o al menos trataba de no pensar en ello demasiado.

No fue hasta que el porton de la fortaleza comenzó a moverse que decidió retirarse de su puesto en la torre. A toda prisa salió disparado en dirección a las escaleras, quería saber de primera mano cual era la causa de su padre en plena noche y con tanta prisa. Al descender vio a varios de los otros habitantes de la fortaleza salir de sus habitaciones rumbo al patio interno, por suerte nadie se dispuso a retenerle mientras bajaba velozmente las escaleras hasta la salida exterior.

Al abrir la puerta que daba al ancho patio principal la cantidad de gente portando antorchas le tomo por sorpresa, estaba atestado de personas, y era de esperarse, después de todo el castillo estaba en alerta, no era común que su padre llegase sin avisar en medio de la noche, o al menos no en Aureos; todos estaban listos para asistirle de ser necesario. Sintió la voz del mismo y con un impulso siguió el rastro, moviéndose entre la multitud que rodeaba el origen de la voz. Tras unos segundos lo encontró de pie junto a su caballo, con una cuadrilla de hombres detrás, y un carro sobre el que llevaban un bulto envuelto con rastros de sangre, al parecer la caza había sido fructífera. Llamo a su padre dispuesto a celebrar su victoria, pero no le respondió, este estaba llamando a Durmas a todo el pulmón, su profesor salió de entre la multitud, aun vistiendo su pijama, y sin perder el tiempo con modales se aproximó a su padre, que procedió a señalarle aquel bulto cubierto por una manta de pieles ensangrentada. La multitud al igual que Romulo se acercaron curiosos, pero la tensión en el rostro del señor de la fortaleza los hizo retroceder, desconcertados por la confusa situación que se le presentaba.

Rómulo se acercó lentamente al bulto, apartando a los preocupados artesanos, granjeros y guardias que se interponían entre él y la carga del carro, su mente infantil se le anticipaba mientras lo hacía, creyendo que tal vez vería una criatura mágica con sus propios ojos, algún Iriman con forma de animal o un oso gobernante del bosque, pero lo que vio era muy diferente. A primera vista le parecía más un animal recostado de lado más que un hombre, estaba sucio, cubierto de lodo y hojas, con el cabello revuelto y algo de sangre seca en las manos y el estómago; pero lo que le corto la respiración fueron los ojos que le miraban, había algo en ellos, mientras más enfocaba su vista en ellos le parecían más y más brillantes. El ser herido no dejaba de verle fijamente a pesar de no mover un solo musculo, ni siquiera podría saberse si estaba respirando, pero eso no lo detenía, aunque Durmas estuviese allí a su lado revisando sus heridas ni lo notaba. Quería decirle que se detenga, quería golpearle para que cierre los ojos, y lo hubiera hecho de no ser porque su padre se acercó a él, y con ello cubrió la mirada que lo acechaba, gracias a eso pudo volver a respirar, libre de la sensación de ser expuesto a un monstruo como aquel. Una mano se posó con fuerza sobre su hombro sin que apenas se diera cuenta, al finalmente notarlo no le quedo más que volver a ser un niño de diez años y abrazar a su padre, pues quería olvidar lo que había en aquella carreta, aunque fuere solo por un momento.

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