3 El nacimiento

Talivie era su única hija y su más preciado tesoro. Tras el asesinato de su madre delante de sus propios ojos algo se rompió en ella, no era la misma.

Astalris podía ver una profunda herida emocional que solo el tiempo podía curar.

Talivie presentó su renuncia a la sucesión del trono y se retiró a vivir a la tierra ancestral élfica de Ken'valas, ubicada en lo profundo del bosque de Kentar.

Cuando el horrible suceso ocurrió Astalris intentó visitar a su hija antes de partir al otro mundo, no obstante le fue imposible.

El bosque de Kentar era especial, motivo por el cual la tierra ancestral de los elfos fue construida en su corazón, producir de una alianza entre los elfos y las diadras.

El bosque en si tenía vida, manejado por las mismas diadras y por muchos trents ancianos, convirtiéndolo en una fortaleza impenetrable. Solo generaba una entrada y salida cada cierto período de tiempo, precisamente 10 años, para permitir el ingreso de mercaderes y elfos que buscaban paz o soledad, o la salida de los ya curados o viajeros.

El periodo en el cual ocurrieron los hechos no coincidía con la apertura de la ciudad y Astalris solo pudo dejarle un mensaje a su hija.

Pero ahora tenía otra oportunidad, debía encontrar a su hija.

No sabía que le diría o como explicaría lo que le estaba pasando, pero sentía que debía hacerlo.

Mientras tanto el tiempo pasaba y el esperado nacimiento llegó.

Astalris sintió cómo salía del vientre de su madre y el mundo lo recibía, gracias a su percepción sensorial podía observar todo lo que estaba pasando, nació en su misma casa con solo la ayuda de una persona quien presuntamente debía ser la partera.

Llego a escuchar ruidos provenientes de sus padres, aparentemente de felicidad, pero no podía distinguirlos aún.

Sin embargo, hasta el momento la relación con la de sus nuevos padres había supuesto un problema filosófico y moral para Astalris.

Solo nos arrodillamos ante dos personas, en primer lugar nuestros padres que nos dieron la vida y en segundo lugar nuestro maestro que nos enseña cómo usarla.

Aparentemente nadie habló de nuevos padres, tras mucho meditar Astalris tomó la decisión de limitar su relación a la de "personas que lo trajeron al mundo", obviamente habría respeto y afecto, pero no quería generar lazos de dependencia, sabía que para el futuro que le esperaban no eran más que debilidades factibles de ser explotadas por sus enemigos.

Pero en el momento que su nueva madre lo abrazó y junto a su pecho, Astalris sintió algo que no había sentido en milenios, el amor de una madre, el amor más puro e inocente, generado innatamente del instinto protector de una madre hacia su hijo, un amor incondicional. El amor que una vez su madre sintió hacia él y que el sintió por sus hijos.

Los pequeños ojos de Astalris se llenaron de lágrimas y empezó a llorar.

Muchos años este sería conocido como la única y última vez que El Dios del Relámpago derramó lágrimas.

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