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Primer Destino: Bangladesh

Esta historia narra la aventura de Leo Wanderlust, un joven de 23 años con el deseo de viajar por todo el mundo, comenzando su travesía en un país no tan acogedor, donde enfrentará diversas sorpresas que le harán cuestionar su decisión de abandonar su hogar...

**Comienzo de la travesía: Leo Wanderlust**

Ahora que he tomado la decisión de viajar, debo prepararme y organizar algunas cosas importantes para el viaje, como trabajo, familia y amigos. Parece sencillo.

Mi jefe me concedió todas las vacaciones acumuladas a lo largo de los años, y mi familia comprendió mi decisión. Tras despedirme de mis amigos, regresé a casa después de la celebración y me preparé para la gran aventura.

Para comenzar mi travesía, decidí elegir el primer país al que visitaría lanzando un dardo a un globo terráqueo en mi estudio. Junto a mí, tenía un globo y unos dardos, objetos con los que solía pasar el tiempo con amigos.

Decidí que mi destino sería determinado por el país donde el dardo se clavara. Hice girar el globo terráqueo para añadir emoción a la elección. Cuando el dardo aterrizó, señaló Bangladesh, un país peculiar para iniciar un viaje de relajación, ya que sabía poco sobre él y no estaba seguro de esa elección.

Aunque dudé un momento, me comprometí a no retractarme de mi decisión, así que preparé mis maletas con optimismo y me lancé a la aventura que cambiaría mi vida.

En el aeropuerto, noté que no había muchas personas viajando a ese país. Aunque no me sorprendió, ya que no era un destino muy popular, mi opinión no cambió. Compré mi boleto, me dirigí a la fila del avión asignado y abordé.

Mientras volábamos, la curiosidad me llevó a investigar más sobre el país al que me dirigía: los lugares populares, la comida, los bailes y la historia de su folclore. Algunos datos me sorprendieron, como que la población era mayoritariamente musulmana, una religión que no conocía, y que era uno de los países más poblados del mundo. Esto significaba que había mucho por hacer y muchas personas por conocer.

Me interesó especialmente la playa Cox's Bazar, ya que soy un buen nadador, y las imágenes mostraban una hermosa playa, siendo la más extensa del mundo con aproximadamente 125 kilómetros.

También planeaba visitar algunos bares para conocer personas, quizás alguna chica. Leí acerca de uno llamado Blue Moon, uno de los más famosos.

Al llegar a Bangladesh, lo primero que hice fue tomar un taxi y pedirle que me llevara a un lugar donde sirvieran la comida tradicional. El taxista parecía molesto y esperaba a alguien más, pero lo interrumpí.

El Taxista: Así que quieres ir a un lugar donde sirvan nuestra comida, ¿verdad?

Leo: Sí, por favor. -dije con voz temblorosa.

El Taxista: Está bien, te llevaré a un lugar así. Ahora abróchate el cinturón, no quiero que me culpen por la muerte de otro estúpido turista.

Leo: ¿Muerte?, ¿otro?, ¿turista? -dije mientras temblaba.

El Taxista: Ja, ja, ja, no te preocupes, eso fue hace dos meses. Por eso no soporto a los de tu tipo, no entienden una buena broma.

Leo: Señor, no creo que eso sea una broma. -dije con un poco de enojo.

El Taxista: ¿Qué dijiste? -gritó.

Leo: No, nada... solo quería saber si ya vamos a llegar.

El Taxista: Sí, ya estamos aquí. Bájate, pero paga primero. -dijo con expresión seria.

Leo: ¿Sí? ¿Cuánto es?

El Taxista: Son 200 euros.

Leo: ¿Qué? -dije sorprendido.

El Taxista: ¿Sí o acaso quieres que le suba el precio?

Leo: No está bien, tenga el dinero. -le entregué el dinero.

El Taxista: Ja, ja, ja, estúpido. Bienvenido a Bangladesh. -dijo mientras se reía de mí.

No pude replicarle nada. Era un extranjero en un país que no me dio una muy buena primera impresión, además de que el hombre frente a mí me pareció peligroso.

Al darme la vuelta, observé el lugar al que me habían llevado. El supuesto restaurante resultó ser un establecimiento muy deteriorado, pero el hambre me impulsó a entrar. El interior tampoco era mejor: personas con aspecto anciano y tétrico vestidas con ropas tradicionales, algunos clientes desmayados en la barra.

Me acerqué a la barra para pedir algo de comer. El barman, con un delantal mugriento, me miró con desprecio mientras preguntaba qué quería. Al ver su estado, decidí conformarme con un vaso de agua. Sin embargo, en la cocina noté a una chica cocinando, completamente ajena al sombrío entorno.

Cambié de opinión al verla y pedí la especialidad del chef, instando al barman a llamar a la chica.

Barman: ¡Nazima!, ven, este tipo quiere probar tu especialidad. -gritó.

Nazima salió de la cocina con un aspecto completamente distinto al de los demás. Pelo rizado y rojizo, pocas pecas en la cara, ojos café claro, piel blanca y una sonrisa radiante, todo lo contrario a las mujeres locales.

Nazima: Hola, soy Nazima. Lo siento por mi jefe, es muy grosero con los turistas.

Leo: Sí, eso ya lo noté.

Nazima: Bueno, ¿así que quieres la especialidad del chef, verdad?

Leo: Sí, tengo mucha hambre.

Nazima: Pero solo querías un vaso de agua al principio. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Leo: Seré sincero, cambié de opinión en el momento en que te vi.

Nazima: Eso es un cumplido, ¿o estás intentando coquetear conmigo? -dijo de manera burlona.

Leo: No puede ser ambos. -reí levemente, mirándola a los ojos.

Nazima: Ok, Romeo, ven conmigo. Salgamos de esta pocilga. Te daré de comer la especialidad del chef. -dijo tomando mi mano.

Barman: Oye, Nazima, ¿sabes que debes trabajar mañana, verdad?

Nazima: No molestes, ya me voy. Cierra cuando termines.

Leo: ¿Eres la dueña del restaurante?

Nazima: Sí, mi Aadmi.

Dejemos los detalles y divirtámonos.

Leo: ¿Y mi comida?

Nazima: Ja, ja, ja, eres muy inocente. Eso me gusta.

Nos dirigimos a su auto, yo aún estaba confundido, pero por si acaso me preparé con algunos preservativos.

Nazima: Ven, te voy a llevar al bar más famoso de la ciudad.

Leo: En serio, claro, vamos. -dije con entusiasmo.

Creí que nos dirigíamos al Blue Moon, pero no era así. Pasamos de largo y estaba confundido por lo que acababa de pasar, pero confié en ella y la seguí.

Llegamos a una discoteca llamada "La Casa del Abismo". Me dio mala espina al ver el letrero en letras rojas casi apagadas, pero confié ciegamente en ella y entramos. Había una fiesta adentro, con baile, bebida y chicas, exactamente lo que buscaba al comenzar este viaje.

Nazima me tomó de la mano y empezamos a bailar. De repente, me besó, un beso tan largo que tuve que aguantar la respiración. Sin embargo, algo se deslizó por mi garganta.

Empecé a marearme, la visión se volvió borrosa y no pude mantenerme en pie. Me desmayé en el suelo, y antes de cerrar los ojos, vi a personas alrededor con rostros demoníacos, burlándose de mí.

Cuando desperté, estaba atado a una silla junto con otros cinco chicos. Estaba confundido; estábamos en un campo rodeado por personas o demonios que gritaban y bailaban desnudos alrededor de un pentagrama. Supe que esto era un culto demoníaco y que éramos los sacrificios.

Gracias a Dios, no nos desnudaron. En mi ropa siempre llevaba una pequeña punta de lanza que obtuve en una subasta de arte aborigen, la cual tenía atada en la pierna, lejos de mis manos.

Se me ocurrió balancearme y caer

 con la silla para soltar un poco mis brazos y alcanzar la punta. Ejecuté mi plan rápidamente, ya que al lanzar al primer chico al pentagrama, algo rugió.

Cuando caí con la silla, uno de los tipos que nos custodiaban me recogió y golpeó con fuerza para que no intentara nada más. Pero mi plan ya estaba en marcha. Tenía la punta de la lanza en mi mano, corté la cuerda, golpeé al tipo de guardia y corrí sin mirar atrás.

Me dolió dejar a los otros dos atrás, pero no tenía opción. Cuando llegué a la carretera, traté de esconderme en la hierba alta y espesa del otro lado, rogando a Dios que no me encontraran. Lágrimas en los ojos y tapándome la boca con fuerza, esperé a que mis captores desistieran y me salvara de aquel destino.

Cuando finalmente se fueron, esperé unos momentos más antes de salir de mi escondite, por si acaso alguien todavía vigilaba el lugar. Después de unas horas, salí de la hierba y corrí hasta la primera ciudad que encontré.

La ciudad a la que llegué era Narsingdi. Todas las personas me miraban de forma extraña; cuando me acercaba a alguien, me evitaban. Busqué un espejo para ver si tenía algo raro en la cara. Estaba pintado con sangre y símbolos de un culto al dios pagano Wotan, al cual iba a ser sacrificado.

Fui rápidamente a la policía de la ciudad para denunciar el secuestro y el intento de asesinato, pero hicieron oídos sordos a mis reclamos. Uno de ellos me empujó fuera de la comisaría y me dijo que me largara de nuevo a mi país porque el templo de Bhairob me perdonó.

No entendí lo que quiso decir, pero no quería quedarme más en ese lugar. Fui a la embajada de mi país para pedir asilo y rogar que me enviaran directo a casa. Después de muchos trámites, pude llegar al aeropuerto para abordar el avión y regresar.

Cuando caminaba por el aeropuerto, todas las personas se detuvieron y me miraron con una mirada terrorífica. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia mi avión y juré jamás volver.

Al llegar a casa, todos me estaban esperando para recibirme. Mi familia y amigos preparaban una fiesta, lo que calmó mi corazón. Al entrar a mi hogar, miré a mi familia atada junto con mis amigos y el pentagrama del culto en el centro de la sala. La puerta se cerró detrás de mí, y una voz conocida me susurró al oído: "Hola, Mi Aadmi".

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