1 Una sonrisa perdida en el tiempo

Arrodillado sobre la tierra húmeda, reposa un ramo de flores, como un tributo reverente a sentimientos no correspondidos. Cada nombre tallado en el frío mármol resuena como un eco de sus días más oscuros, y cada inscripción se convierte en una herida ardiente en su alma. Su mirada se pierde en la tristeza bajo la suave luz del crepúsculo, mientras sus dedos temblorosos buscan consuelo en el gélido tacto de la piedra.

Axel vestía un traje blanco, que se adhería a su piel debido a la humedad del aire. Sus pensamientos estaban distantes, perdidos en algún recuerdo doloroso que lo atormentaba. El viento le susurraba el pasado mientras acariciaba su rostro, las voces de sus seres queridos aún latían en su memoria, intentando consolarlo. Pétalos de rosas blancas, tan delicados como las lágrimas que él mismo había derramado, danzaban en el aire, llevados por la brisa hasta posarse sobre sus hombros encorvados.

—Mantén la calma —su voz era un susurro que se desvanecía en el vacío del cementerio, absorbida por las sombras que acechaban entre las lápidas. Axel aún no estaba listo para ocupar el asiento del nuevo fundador, un trono erigido sobre falsas promesas.

La estación de primavera, con su renacimiento y sus promesas de vida nueva, parecía burlarse de él. Para él, cada brote verde y cada pétalo en flor solo servían para resaltar el abismo de pérdidas que había sufrido.

—Es por esto que odio la primavera. —Su voz trae consigo los recuerdos del pasado. Han pasado dos largos años de soledad y aún la sombra de su familia perdura en cada recuerdo.

Con la mandíbula endurecida por el dolor, abre los ojos una vez más, enfrentándose al espectro de su pasado que lo acecha en las sombras. Bajo sus pies, una alfombra crujiente de hojas secas parece susurrar sus reproches con cada paso, recordándole las promesas rotas y los sueños perdidos.

—Ustedes se llevaron mi sonrisa —declara con voz quebrada mientras se aleja.

Al subir a la limusina que lo espera en las afueras del camposanto, el recuerdo de sus seres queridos lo persigue, recordándole el peso de su legado y las expectativas que descansan sobre sus jóvenes hombros. Los asientos vacíos en el interior del vehículo le dejan un amargo sabor en la boca.

Sus cabellos lacios fluyen como las hojas doradas del otoño, cada mechón irradiando tonos cálidos y dorados. Sus ojos claros, de color café, parecían custodiar los secretos de innumerables noches en vela, reflejando una sombra de fatiga en sus pupilas dilatadas. A pesar de todo, aún conservaba su belleza. Un deseo ardiente de hacer lo correcto lo mantenía despierto, más allá de sus límites. En la soledad de sus planes, se hallaba cumpliendo el legado de su difunta madre y sus hermanas.

Sin tiempo para cambiar su aspecto, irrumpió en una de las empresas que clamaban por su presencia. Al verlo, los empleados se inclinaban con respeto, como si estuvieran ante un rey afligido. Axel apenas asentía, su mirada aún era una vela de tristeza. Hoy se cumplían dos años desde la muerte de su familia.

Por los pasillos de la empresa se extendían rumores y especulaciones. Algunos se cuestionaban cómo un joven como él podía soportar tantas responsabilidades y mantenerse firme en medio de la tormenta. Otros no comprendían el poder y la influencia del apellido Winter.

En la mesa de reunión, se presentó con una presencia imponente pero fatigada, dejando de lado las formalidades de la alta sociedad que tanto despreciaba. Tomó asiento como un lobo solitario entre ovejas y la reunión comenzó. Las conversaciones iban viento en popa, cambiando constantemente de dirección, causándole dolor de cabeza ante las decisiones absurdas de sus empleados; tenía razón su vicepresidente al llamarle con urgencia.

—¿Qué opina usted, joven Winter? —preguntó uno de los hombres presentes. Su sonrisa ocultaba intenciones oscuras. Pero él no era un hombre fácil de engañar. Axel se inclinó levemente hacia adelante, apoyando su peso en el borde de la mesa. Con una mano aferrada a su cabeza, sus dedos se perdían entre los mechones de cabello mientras su expresión reflejaba evidente fastidio.

—¡Ustedes piensan que soy alguien estúpido! —declaró con una voz que resonaba como un trueno distante—. Parece que olvidaron a quién sirven.

Aunque su tono carecía de amenaza directa, tenía el filo de una espada que dejaba a los presentes sin aliento. El silencio que siguió era una aceptación implícita de sus palabras como última advertencia. Se recostó en su silla, su mirada irradiando una arrogancia que no podía ser negada, los demás se retiraron en silencio con la cabeza gacha en señal de arrepentimiento.

En la ciudad, avanzó con paso ligero por las calles adoquinadas, mientras sus dedos acariciaban las paredes antiguas, como si intentara extraer más recuerdos de aquellos ladrillos gastados por el tiempo. Roster, la tierra que llamaba hogar, se desplegaba como un tapiz urbano, donde los rascacielos capturaban los últimos destellos del sol y reflejaban un resplandor que los convertía en estructuras de cristal ascendiendo hacia el cielo. Al ingresar en el edificio que albergaba su lujoso departamento, pisó con firmeza el suelo de mármol y, sin vacilar, pulsó el botón del ascensor.

Con el día cediendo ante la oscuridad, mis ojos se posaron en el imponente rascacielos que era propiedad de mi familia. Cerré los ojos por un momento, dejando que los recuerdos afloraran lentamente en mi mente. Recordé las travesuras de mis hermanas mayores, aquellos días de inocencia donde el eco de sus risas resonaba por los pasillos, mientras yo permanecía en silencio. Desde las alturas, la ciudad se extendía ante mí, con sus luces parpadeando como estrellas en el horizonte. A mis trece años, apenas comenzaba a entender el mundo y a enfrentar las responsabilidades.

Un domingo soleado, mi paz fue interrumpida por el sonido insistente de mi teléfono móvil. El mensaje era claro: debía estar presente en una reunión. Las manecillas del reloj marcaban las 9:30 de la mañana cuando me apresuré hacia el centro comercial. Mientras corría por las calles de la capital, el viento me despeinaba y los rostros de las personas parecían moverse a mi alrededor en cámara lenta. Subí por las escaleras mecánicas y me vi reflejado en la pantalla de mi teléfono, con el sudor cubriendo mi rostro ovalado.

Al encontrarnos en la cafetería, nuestras miradas se cruzaron, mientras sus ojos ardían de reproche. El diálogo entre nosotros fluía como una danza de palabras cargadas de emociones reprimidas. Finalmente sentado, su puchero de labios seguía recordándome mi tardanza. Traté de explicar los compromisos que me habían quitado el sueño, en un intento por calmar su enojo.

—Estuve esperando veinte minutos —susurró ella, con su puchero. Mis palabras salieron con calma y rapidez.

—Lamento mucho la demora, Nadia. Intenté llegar lo más rápido que pude. Como disculpa, invitaré todo lo que pidas.

—No creas que será así de sencillo. —Ella respondió con una sonrisa pícara. Su piel era suave como la nieve recién caída, resaltando la pureza de su tez. Mientras que sus ojos parecían dos profundos lazos azules, contrastando con el ébano de su cabello que caía en cascada sobre sus delgados hombros.

Mientras bebía mi café, luchaba por mantener la compostura, temiendo que un rubor delatara mis emociones. ¿Cómo no sentirme inquieto ante su belleza? En el momento en que estaba a punto de abrirme y revelar más de mí mismo, una oleada de recuerdos me invadió, desvaneciendo mi sonrisa. El aroma del café trajo a la superficie un recuerdo latente en mi corazón, sentía cómo mis manos se tensaban. Bajé la mirada, ocultando mi tristeza tras una máscara de serenidad. Pero mi reflejo en el vidrio de la mesa parecía revelar mi verdadera naturaleza.

Nadia explicó el propósito de su llamado, y cómo debíamos enfrentar juntos la realidad que nos perseguía.

—El pasado me atormenta, y no logro deshacerme de él —murmuré, con el peso de mis emociones resonando en mi voz.

—Deseo poder estar a tu lado, dondequiera que vayas —me dejó claro que su compañía sería mi bálsamo en medio de mi viaje, su madurez superaba con creces sus quince años.

Seguía bebiendo mi café mientras la veía preocupada por mi bienestar, deseaba que las cosas no hubieran ocurrido de esta manera. La responsabilidad de ser el nuevo fundador pesaba sobre mis hombros, y sabía que mentalmente no estaba preparado.

Nadia parecía leer cada emoción en mi rostro, lo que me llevó a decidir dejar atrás el país que me vio nacer. Aunque ansiaba partir, también sentía el peso de honrar la memoria de mi difunta madre Estela. Contaba los días con la esperanza de que la ceremonia de los fundadores llegara pronto.

Al día siguiente, la luz matinal se filtró suavemente a través de las cortinas, bañando la habitación en un resplandor dorado que acariciaba su rostro. En la mesita de noche, su portátil brillaba como un tesoro esperando ser descubierto. Allí destacaba un nombre en su bandeja de entrada: "Liliana". Axel hizo un esfuerzo, pero sus recuerdos se desvanecían como sombras detrás de un velo.

Mientras leía el mensaje, los escasos momentos que compartieron como hermanos eran apenas destellos en su memoria. Ella había decidido abandonar la mansión que antes llamaban hogar. Optó por no indagar más en su memoria, sintiendo cómo sus recuerdos se desgarraban como una frágil tela, y se cuestionó: "¿Por qué la he olvidado?". Estaba convencido de que alguien había borrado su presencia de las fotografías familiares, tenía muchas preguntas. Sin embargo, en un descuido, se quemó la lengua con el café hirviendo.

Dudaba si el dolor que sentía era por la quemadura en su lengua o por la ausencia de Liliana en su vida. Al menos ahora tenía la oportunidad de verla y aclarar las cosas de una vez. Tomándose el tiempo necesario, se vistió con ropa y salió de su hogar.

avataravatar
Next chapter