2 Día 1

Era una mañana fría. Humeante niebla se cernía sobre las calles, pareciendo provenir del silencioso bosque, de donde se escuchaba el llanto de las hojas cayendo y el aullido del viento pasando entre los árboles, haciendo inteligible testimonio de lo sucedido ese mismo día algunos años antes. La humedad se había concentrado en pequeñas gotas de rocío que solo acentuaban el brillo plateado de un sol oculto en la delgada manta de grisáceas nubes.

Andrés se encontraba terminando su paseo matutino diario. El mohoso aroma de la tierra mojada bajo sus pies le llenaba las fosas nasales, mientras caminaba en silencio entre los enormes árboles, sumido en recuerdos de cuando llevaba a su hijo ahí. Siempre sintió que si no lo hacía al inicio del día, el dolor y la culpa le consumirían el alma. Sentía que esos paseos eran los que reafirmaban cuanto amaba a su hijo, y los que por un momento, traían de vuelta los momentos que más disfrutó con él.

Cuando por fin llegó al lindero del bosque, la realidad lo recibió con garras heladas, como siempre. Se volvería loco sin revivir los dulces recuerdos que hizo en aquel bosque.

Sin embargo, algo era diferente en el somnoliento y pequeño pueblo, pues el murmullo y tumulto de voces y figuras familiares en la avenida principal del lugar no era algo usual. Andrés emprendió carrera para ver qué inquietaba tanto a la gente como para que esta saliera de su aburrida rutina. El lugar siempre había sido tranquilo, pero después de lo sucedido, se había sumido en un luto invisible que solo relentizaba más los días para los pobladores y su amargura.

Brillantes colores y alegre música contrastaron con la lúgubre figura de los humildes edificios del lugar. Un pequeño desfile, adornado con coloridas flores y acabados fantasiosos se abría paso entre la ínfima multitud. Eran en total cuatro camionetas manejadas por una persona cada una. Cada cual tenía una pequeñita carpa en la parte trasera, cubriendo su contenido, y los conductores saludaban alegremente a los transeúntes, disfrazados con pomposos trajes a juego con el color de sus vehículos, con ricos bordados dorados y una máscara que ocultaba sus identidades.

Los pocos niños del pueblo estaban hipnotizados por las danzantes y nuevas figuras, pero la mayoría de los adultos se había petrificado ante la llegada del inesperado espectro de colores. Un escalofrío recorrió la espalda de Andrés mientras el joven que lideraba la caravana bajó del vehículo y se quitó la máscara. Su traje era idéntico al de los demás, pero de color negro y tenía un bastón y un sombrero que ornamentaban su andar, pero lo que impactó a Andrés era el inquietante parecido del chico (de no más de veinte años) con su difunto hijo.

—¡Buenos días tengan todos ustedes!—Clamó con voz firme y encantadora, mientras se quitaba elegantemente el sombrero con sus huesudas manos—¡Tengo el placer de presentarles nuestro increíble, mágico y soñado espectáculo! ¡Esta semana, todos están invitados a tres funciones completamente gratuitas en compañía de su maestro de ceremonias!—y añadió jocosamente—Ósea yo ¡Para ver 3 actos distintos protagonizados por…!

La conductora de la segunda camioneta (de color azul marino, adornada con motivos dorados de estrellas) bajó haciendo piruetas que robaron expresiones de asombro entre la multitud para colocarse junto al joven y hacer una reverencia. Ella era tanto o incluso más joven que él. Su pulcro cabello era castaño claro y corto.

—¡Estrella Fugaz! ¡Nuestra bailarina y acróbata!

—¡Arrebol! ¡El domador de perros salvajes!

Un chico adolescente de complexión grande y tosca bajó de la camioneta de color rojo. Un par de perros ladraron cuando este aterrizó en el suelo de tierra y el joven se colocó junto a sus compañeros mientras mostraba y giraba en el aire un listón que simulaba ser un látigo.

—¡Y Antos! ¡Nuestro escapista de ingenio sobrenatural!

De la siguiente camioneta, un chico de verde bajó cubierto en cadenas y candados. Son suma facilidad, se liberó de estos mientras se tambaleaba hacia el maestro de ceremonias. Reía nerviosamente mientras se retorcía entre el metal, haciendo un sonido tintineante. Se colocó con los demás y todos hicieron una reverencia, antes de esparcirse y repartir boletos al tumulto de personas. Sentimientos encontrados se albergaron en los corazones de los presentes, cuando los niños y jóvenes se iluminaron con emoción ante la tentadora oferta. Por un lado, sabían que esta podría ser un agradable descanso de la paralizante rutina que se había apoderado de sus vidas desde la tragedia, pero por el otro… aún podían sentir las cicatrices que el incidente había marcado en ellos.

Cuando su hija menor de apenas 4 años la miró con ojos brillantes por la emoción, Lisa sabía que tendría que tomar una decisión pronto. Nunca le habló directamente sobre la muerte de Emily, pero tampoco es que la mantuviera oculta; el respeto y amor que le tenía a su recuerdo, fueron al fin y al cabo lo que la impulsó a seguir adelante. Separada de su ex esposo, no podía dejar que su luto interfiriera con su responsabilidad con Lidia.

—Está bien—accedió—pero sólo si prometes no separarte de mí.

La pequeña asintió enérgicamente, y Lisa acarició su castaña y suave cabellera mientras veía que la gente a su alrededor parecía tener conflictos similares.

Posó su vista de la familia de Luca, Edgar… y finalmente vió dos ojos en particular que la desconcertaron… llenos de ira, de horror y… confusión.

Era la mirada de Andrés.

Daniel había sido el único encontrado de los cinco niños desaparecidos. Su cuerpo mostraba crueles signos de violencia… antes y después de su muerte; estrangulado y torturado hasta morir, su cuerpo fue acuchillado y abusado… y su padre había tenido que ir a reconocer el cadaver él solo. Lisa se estremeció mientras una familiar presión en su pecho le hizo simpatizar con el hombre… comprendió que a él no le hacía ninguna gracia este espectáculo, así que desvió la mirada y miró la hora para entrar.

Las 8:00pm

Hasta entonces decidió no salir de su casa para pensar bien lo que habría de hacer.

La señora Fernández tocó la puerta de Lisa a eso de media hora antes de la función. Lidia estaba peinada cuidadosamente con dos cole tintas adornadas con pececitos de color anaranjado y lucia un vestido azul con el mismo motivo que le había regalado su mamá en su cumpleaños. Lisa abrió la puerta y la gran mujer entró y saludó a ambas cariñosamente.

—¡Buenas noches! Entonces ¿Van a ir?—preguntó con voz estridente.

Lisa asintió mientras su hija daba saltitos de emoción y piruetas a través de la pequeña sala.

—¡Sí, mi mami dijo que sí!

—¡Uy, que bueno! Entonces ¿Nos van a acompañar?—preguntó mientras señalaba fuera de la casa de Lisa. Al asomarse levemente, vio que casi todos habían decidido ir.

La idea de ir y venir todos juntos alivió mucho las preocupaciones de Lisa. Aparte de eso, Patricia Fernández era una mujer supersticiosa que no había tomado bien la desaparición de su dulce hijo Edgar, así que le sorprendió mucho que ella y su marido hubieran decidido ir. Pero una figura que definitivamente no esperaba ver en esa ocasión era la de Andrés.

—Tenemos que seguir adelante—dijo Patricia, como si leyera sus pensamientos mientras caminaban adentrándose al bosque oscuro.

—No podemos seguir viviendo en un luto eterno, hay que vivir de nuevo—continuó y los demás asintieron con determinación. Todos estaban atentos y con los ojos bien abiertos, vigilando a los más jóvenes; aquellos que ignoraban el trauma de años anteriores.

Música de festival y luces de tonos cálidos atravesaron las hojas de los árboles y la inquietud fue poco a poco reemplazada por curiosidad y emoción. En medio de un claro de pastura seca que se abría paso entre el follaje se alzaba una carpa mediana de aspecto bastante convencional. Alrededor de esta habian varios postes sosteniendo guirnaldas de luces que alumbraban el lugar de forma agradable y habian algunos puestos de comida, frituras y juegos típicos.

—¡Mami, mami! ¿Puedo ir a uno?

—¿Me compras palomitas?

—¡Mira, qué lindo!

—¡Quiero algodón de azúcar, papá!

Los niños no hicieron esperar sus peticiones y arrastraron a sus padres de un lado a otro. Lidia llevó a Lisa de la mano a un puesto de juegos, en el que se pescaban distintos peces de plástico para ganar un premio.

—Está bien, pero solo uno; ya no falta mucho para que comience el show.—dijo, mientras revisaba su teléfono celular, cerrándolo rápidamente sobre su mano con un sonido seco para volver a guardarlo en su bolsillo.

Miró alrededor para buscar al encargado del local. Para su sorpresa, la bailarina se acercó corriendo para postrarse al otro lado del mostrador.

—¡Bienvenidas!—las recibió Estrella Fugaz—¿Van a jugar?

Lisa asintió mientras sacaba su monedero de su pequeño bolso de mano, tomando la cantidad correcta de dinero para dárselo a la chica enmascarada.

—¿Cómo hicieron para traer todo esto?—preguntó Lisa, sorprendida—Digo, en esas camionetas… no parece que fuese de un día para otro.

—Es cuestión de organizarse— respondió Estrella Fugaz, dulcemente. Al ver que la respuesta no la satisfajo, agregó:—Hacemos varios viajes para instalarnos antes de anunciar nuestra llegada; es parte de la magia.

Lisa asintió mientras animaba a Lidia a jugar. Estrella Fugaz le tendió la caña de juguete y activó las burbujas que movían a los peces de goma por la pequeña tina.

—¿Y solo son ustedes?—insistió en preguntar Lisa. El lugar era muy bonito, pero sentía que algo no encajaba… principalmente el hecho de que fueran los artistas quienes atendían los negocios fuera de la carpa.

—Sí, señora—respondió la bailarina—,ahora estamos solos.

"¿Ahora?" Pensó Lisa, pero sintió que sería de mala educación seguir preguntando.

—¡Lo atrapé, lo atrapé!—clamó su hija, victoriosa mientras separaba el pez de goma de la caña de pescar y revisaba el número trazado abajo.

—¿Qué atrapaste, nena?—preguntó Estrella Fugaz, y la niña le mostró triunfal un número 25.

—Bueno, puedes escoger entre estos premios—dijo, señalando unos juguetes de cocina de plástico—y estos—añadió, señalando algunos llaveros.

—¡Yo quiero ese!—reprochó ella, apuntando con su dedo un lindo pez payaso de peluche.

—Lidia, te dieron a escoger entre esos. No ganaste ese juguete…—comenzó a explicarle Lisa, pero Estrella se adelantó para darle el premio.

—No se preocupe, señora. Usted pagó su juego, así que realmente no hace ninguna diferencia— y añadió con tono juguetón— Nadie tiene que enterarse.

Lisa le agradeció y entonces soñaron trompetas, clarines y demás instrumentos, anunciando que el espectáculo iba a comenzar. Lidia abrazó a su pez muy contenta mientras todos se aglomeraban en la entrada. Lisa vio a Patricia y a su marido, platicando muy contentos mientras compartían una caja de palomitas de maíz y unas sodas. Le pareció increíble la unión entre ambos, y el cómo habían sido capaces de avanzar juntos ante un suceso tan terrible. Apartó esos pensamientos de su cabeza, mientras sentaba a su hija entre ella y Patricia en lo que las luces se atenuaban. Andrés se sentó a su lado, después de saludarla brevemente.

La carpa se quedó en total obscuridad, hasta que un reflector posó su luz en el centro del escenario. Haciendo una elegante reverencia hacia el público, el maestro de ceremonias se presentó.

—Buenas noches, mis honorables invitados—dijo elocuentemente, mientras se quitaba el enorme sombrero—El espectáculo de esta noche no se parecerá a nada que hayan visto con anterioridad… y sin embargo, es posible que nuestra elegante bailarina con sueños de altitud exoplanetaria despierte en ustedes un sentimiento familiar, de nostalgia y sueños perdidos. ¡Ante ustedes, yo Efímero, su humilde anfitrión presento a Estrella Fugaz, quien siempre declaró querer ser astronauta, pero que en realidad solo soñaba con pintar nuevas galaxias en el universo!

Y mientras la obscuridad se adueñaba del lugar de nuevo, Lisa sintió un nudo en la garganta. ¿Era casualidad? No tuvo tiempo para pensar, cuando la parte superior de la carpa comenzó a ser iluminada de tenues colores azules, y del punto más alto, descendía elegantemente Estrella Fugaz, dando vueltas apenas sostenida por dos pedazos de tela. Su traje también de color azul, resaltaba gracias a que estaba cubierto de lentejuelas y diamantina que coronaban su estoica imagen. Música similar a la del festival, pero más apagada comenzó a sonar en una melodía dolorosamente familiar para Lisa. Adornos con formas de estrellas comenzaron a bajar también y se iluminaron con tonos dorados cuando la acróbata descendió rápidamente hacia el piso; el público, mudo antes de contemplar la belleza del escenario, exclamó asustado, cuando la artista se detuvo a menos de un metro del piso, de frente a Lisa sin su máscara y comenzó a girar, moviendo sus brazos y sus piernas al compás de la canción "Adela en el Carrousel": La canción favorita de Emily. Lisa comenzó a llorar mientras la artista daba vueltas elegantemente, moviendo y retorciéndose entre las telas para adoptar distintas poses, subiendo y bajando con tanta ligereza que… más que una persona, parecía un fenómeno que se fundía con su entorno en una coreografía que contaba algo que solo Linda sería capaz de comprender… entre las notas y la danza, y el rostro tan familiar de la bailarina… no cabía ninguna duda dentro del corazón de Lisa… aunque dentro de su cabeza, no tuviera ningún sentido.

Al final de la canción, Estrella Fugaz enredó peligrosamente su cuello entre las telas y comenzó a ascender al techo mientras las luces se apagaban para sumir de nuevo el lugar en tinieblas. Los aplausos no se hicieron esperar. Los vítores y porras aumentaron cuando las luces se encendieron otra vez, Efímero y Estrella Fugaz saludaban a la multitud y agradecían con reverencias. Lisa estaba demasiado impactada para hacer cualquier cosa, pero notó que Patricia y su marido estaban igual de complacidos con el mágico acto de… esa chica. A su lado, Andrés también estaba silencioso.

Estrella fugaz abandonó el la pista con ligereza y rapidez, mientras Efímero pedía silencio a la multitud con gestos.

—¡Gracias, muchas gracias!—comenzó—y antes de que se vayan a soñar con un cielo estrellado, me gustaría preguntarles ¿Recuerdan el cuento de Juan sin miedo? Será mejor que siempre recuerden que los fantasmas tienen su razón de ser y que no hay nada que temer ¡buenas noches!

Nuevamente hizo una reverencia y la multitud aplaudió, levemente confundida, mientras Efímero abandonaba la pista y el resto de la capa se iluminaba. Lisa espabiló y notó el palidecido rostro de Andrés. Se estaba mordiendo las uñas y tenía la mirada fija en el escenario… su expresión reflejaba un profundo terror.

—Señor, ¿está usted bien?—preguntó con amabilidad… ¿Será que sentía lo mismo que ella respecto a Estrella Fugaz?

Tal vez ese maestro de ceremonias de ojos esquivos…

Para su sorpresa, Andrés recuperó la compostura de inmediato.

—Sí—respondió secamente y se dirigió a la salida.

Lisa se volvió para encontrase el rostro sonriente de Patricia.

—¡Eso fue bellísimo!—exclamó con emoción, moviendo las manos de un lado a otro.

—Si, lo fue—respondió Lisa con soltura... ¿Será que solo ella se había dado cuenta? ¿Sería capaz de contárselo a Patricia? Ella parecía del tipo de persona qué tal vez le haría caso pero... en este caso en particular tal vez sería un tema sensible...

Se levantó de su asiento para intentar avanzar en dirección contraria a la de la multitud, hacia el centro de la carpa... quería asegurarse de haber visto bien el rostro de esa chica... no quería que solo se quedara como una alucinación o un sueño que tuvo despierta. Tomó a Lidia firmemente de la mano mientras caminaba con dificultad hacia el maestro de ceremonias.

Este la volteó a ver e hizo un pequeño saludo con su sombrero.

—Disculpe—Llamó con urgencia—¿Cómo se llama la bailarina? Se que su nombre artístico es Estrella Fugaz, pero...

—Usted no la podrá ver ahora—Interrumpió el joven, como si anticipara la plegaria en la voz de Lisa—pero su nombre es Emily.

Y eso fue todo lo que necesitó para volverse con el corazón en la boca hacia Patricia, quien ya estaba saliendo de la carpa. Ni siquiera se despidió de Efímero y salió corriendo.

—Oye—Comenzó, mientras la alcanzaba y Patricia se dio la vuelta, aún embelesada por la belleza del número de Estrella Fugaz.

—¿Crees que te puedas pasar por mi casa más tarde?—Preguntó con ansias—Tengo algo que decirte…

—Mami, ya me cansé—se quejó Lidia, y Lisa la alzó en sus brazos mientras caminaban de vuelta al bosque. Se notaba en el ambiente del grupo un ánimo mucho más relajado; los niños ya no estaban celosamente sujetos de las manos de sus padres, pues corrían entre ellos persiguiéndose o andaban a su lado, platicando con alegria y emoción acerca del espectáculo, la comida y los juegos… Lisa comprendió entonces de lo que significó para cada quien ese primer espectáculo y no pudo evitar preguntarse de nuevo que habría de pasar en las otras funciones.

—Por ahora no—respondió Patricia—Pero mañana con todo gusto podríamos comer juntas antes de ir a la segunda función—agregó y Lisa decidió en no insistir… necesitaba un tiempo para progresar todo lo que pasaba por su cabeza.

—Mañana cuando gustes—Confirmó mientras acomodaba a Lidia en sus brazos, que ya se estaba quedando dormida.

Lisa regresó a su casa en silencio, acostó a Lidia en su cama y después de mucho tiempo, soñó con su hija mayor, danzando entre las estrellas.

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