1 Introducción

Juniper era dura, o al menos, creía que lo era. Estaba ahí de pie, con los brazos cruzados y la pierna derecha entumecida de haber dado varias patadas a la persona que dormitaba al otro lado de la celda. No le había dolido en aquel instante, sentía tanta rabia que tuvo que descargarla de la única manera que conocía... Golpeando a un prisionero herido y vulnerable. No había sentido la descarga de dolor en los dedos de los pies, que se le habían estrujado contra la punta de hierro de su bota con cada patada. Ahora se mordía el carrillo para centrarse en otro dolor, en uno más cercano, uno que podía degustar...

Frente a ella, pero no en las mismas condiciones, se encontraba él: un muchacho que no podía pasar de los dieciocho años, y aunque era de una raza totalmente distinta a la de Juniper, aunque la suya era la raza más odiada de todo el Oryzon, ella no podía odiarlo. Lo había odiado, cuando no conocía los ojos que habían visto tanta atrocidad, odiar le era fácil cuando aquel monstruo era solo un monstruo y no un simple chico despeinado y ensangrentado, que recordaba con cada entrecortada respiración lo mortal que era...

Y aún así... Cuando lo vio pasearse por su nave con aquella expresión de triunfo en su cara tan ridículamente hermosa quiso matarle. Así que le saltó encima, se le agarró al cuello y lo tiró al suelo, retorciendo una pierna alrededor de su garganta hasta que dejó de sacudirse y Juniper pensó que lo había matado. Sintió una mezcla de horror y orgullo al mismo tiempo...Y eso que todavía no sabía quién era...

Oh, qué había sentido cuando supo quién era...

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