1 Prólogo

-Por el santo amor a... ¡Aline, bájate de esa cosa!

Un día, estaba totalmente seguro que un día esa niña le iba a acabar por provocar un ataque, no se podía imaginar exactamente de qué pero le iba a dar un ataque de algo.

Tenía diez años, ¡diez condenados años!, y seguía colgándose de los contrapesos del sistema interno del reloj. Realmente no sabía hasta qué punto llamarle a ese lugar "reloj"; el primer piso era como cualquier otro reloj gigante en medio de una ciudad, pero mientras más subías más te dabas cuenta que era más un hogar que un simple mecanismo que da la hora, pero como él llevaba viviendo allí más de treinta años podía ver más que un hogar. Esa maldita torre estaba infestada de cachivaches Hilfinger, desde los cimientos hasta la cúpula.

Un día de estos a Ran le iba a acabar dando ese maldito ataque y sabía a la perfección de quién sería la culpa. Precisamente en el momento en que pensó eso sintió que alguien subía las escaleras, ¡perfecto! Ya tenía a la culpable para poder desquitarse, aunque sabía a la perfección que no habría gran cambio, pero desahogarse con su esposa la mayoría de las veces lo hacía sentirse mejor, o por lo menos sentía que ella le tomaba algo de peso a las posibles consecuencias mientras él le hablaba. Oyó con eterna paciencia los botines resonar con cada escalón, siempre yendo en aumento y con la velocidad a la que ya estaba acostumbrado por parte de su esposa. Cuando Ad llegó a su altura la miró esperando que ella supiese inmediatamente por qué estaba ahí y no en el taller trabajando en la caja musical que le habían escarchado para la semana entrante.

Ella lo vio y en vez de decir algo, lo que fuese, como un: "¿Qué pasa, querido?", o un "¿Esta vez qué hizo?". Pero no, era ella un Hilfinger y treinta años de matrimonio le habían enseñado a no esperar algo común por parte de ella ni su nieta. Ad simplemente lo miró y se rió levemente.

-¿No le planeas decir nada a la loca de tu nieta, Ad? -le preguntó apático Ran.

Ad se inclinó un poco por sobre la barandilla para ver al fondo a una niña columpiarse con el contrapeso del sistema interno del reloj.

-Ali, ¿ya terminaste tus deberes?

-¡Sí, abuela!

Ad lo volvió a mirar y se limitó a encoger los hombros.

No sabía ni para qué se molestaba. ¡Que se mate la niña, total, a quién le importa! No se dio cuenta que estaba refunfuñando entre dientes hasta que vio la cara de Ad.

-¡Ni se te ocurra ponerme esa cara, Ad! -le dijo cuando vio que ella comenzaba a verlo con los mismos ojos de cuando se habían conocido, rogándole que la disculpara-. ¿Y si un día de estos se acaba matando?

-Es tan sólo una niña, Ran.

-¡Precisamente por eso lo digo! Ella debería estar afuera jugando con otros niños, no aquí metida entre aceite y cachivaches de metal y jugando a que es una trapecista del reloj.

Ran estaba esforzándose de forma sobrehumana por no mirar a Aline saltando sobre el contrapeso para que rebotar, siempre hacía eso cuando jugaba con esa cosa. Le iba a dar un ataque, de eso estaba seguro. Vio que Ad le hacía una seña, quería subir hasta el taller y lo único que no se lo permitía era él. Se apoyó contra la pared y dejó que siguiera subiendo y tragándose todo el remordimiento que le podría haber causado algún accidente de Ali por estar allí abajo siguió a su mujer escaleras arriba.

-Tú mismo le preguntaste una vez por qué no salía y jugaba con otros niños -le recordó Ad.

-Lo sé, pero decir "son muy aburridos" no es una buena respuesta.

-Tiene diez años, Ran.

-¡Es una Hilfinger! Es más inteligente que yo, e incluso me atrevería a decir que tan inteligente como tú -al decir eso pudo sentir la sonrisa de complacencia en la cara de Ad-, pero está más loca que tu bisabuela.

-¡Oh, por favor! ¡Ella no estaba loca!

-¡Trató de lanzar a tu bisabuelo a un abismo sin fondo!

Ad dejó de subir las escaleras y se quedó pensativa un momento, parecía una victoria para Ran por haberle cerrado la boca pero él ya sabía que tan solo estaba reordenando todas sus posibles respuestas para decir algo lo suficientemente coherente como para que él pudiera entender.

-Pero en ese momento ella no lo conocía -dijo finalmente Ad y siguió subiendo las escaleras. Ella siempre tenía una respuesta para todo, era impresionante.

Ran oyó a su nieta reírse diez metros más abajo de donde estaba y antes de poder evitarlo ya estaba aferrado a la barandilla viendo qué diablos estaba haciendo. Había logrado escalar el contrapeso más bajo hasta alcanzar de un salto el más alto y ahora estaba de cabeza. Se volteó y miró expectante a su esposa exigiéndole con la mirada que hiciera o dijera algo.

-Ambos sabemos que cuando se divierte no me hace caso a mí ni a ti -se excusó Ad. Ran suspiró y lentamente se alejó de la barandilla, ya no sabía qué debía hacer o decir para poder hacer entrar en razón a Ad respecto a Aline.

Ran siguió a su esposa hasta el último escalón a la entrada del taller, en cuanto ella cruzara la puerta no volvería a salir hasta el día siguiente, ambos lo sabían, y allí dentro Ran había comprendido a lo largo de los años que no importaría cuánto hablara ni qué le dijera, ella sencillamente asentiría o negaría sin prestarle gran atención a sus palabras ni su contenido ni contexto. Una vez dentro volvería a su mundo de vapor y metal, volvería a estar en su elemento y no estaría dispuesta que nadie ni nada la sacara de ahí pronto, por lo menos hasta que no pudiese más con el dolor de espalda y se resignara a ir a dormir, lo cual podría pasar bien a las doce como a las cinco de la mañana, alguna veces ni siquiera ocurría y acababa durmiendo en el taller en alguna esquina.

Algún día encontraría el colchón que Adeliza tenía escondido en algún lugar y lo tiraría hasta la base del reloj para despedazarlo tranquilamente. Algún día.

-Ad –llamó la atención de su esposa. Ella lo miraba, pero no como siempre. Era tan inteligente como para suponer qué estaba pensando, seguramente también se había imaginado los cientos insultos que se le ocurrían cuando veía que era verdaderamente incapaz de hacer algo respecto a Ali.

-¿Sí?

Ambos sabían lo que iba a preguntar. Era una duda que ambos tenían desde hacía un mes pero que no se atrevían a decir en voz alta a falta de una verdadera respuesta.

-¿En verdad crees que pueda volver? –dijo finalmente Ran tras tragar saliva y rogar porque Ali estuviese lo suficientemente ocupada jugando a lo que estuviese jugando.

Vio a Ad apoyarse en el marco de la puerta, tenía la mirada fija en el techo que parecía nunca llegar sin importar cuanto subiera por esa torre, distraída. Ran sabía a la perfección que ya tenía una respuesta que darle, tan sólo necesitaba un momento, nunca le había gustado quebrarse, ni siquiera frente a él. Rogó porque el dolor no le fuese a jugar una mala pasada.

-No sé, Ranulf, en serio que no lo sé. –Ad dirigió la vista a la base de la torre donde sabía que estaba Ali. Ella esperaba que algún día volviera, ambos lo sabían. Ad se rio y dijo-: Pensar que él era el único al que en verdad oía y obedecía, ¿no?

Ran se rio sin humor. En verdad extraña a su hijo.

Siempre había sido difícil lidiar con Ali, no porque le faltase una figura materna a causa de la muerte de su madre por la epidemia de hacía seis años, sino porque había heredado todo lo que podría describir a la perfección a un Hilfinger: era sumamente inteligente, entrometida, curiosa, sarcástica –incluso teniendo diez años era capaz de hacer sentir mal a un lord a propósito-, dulce, y lo más importante: era una relojera maestra. Si de por sí era curiosa por herencia, que fuese una relojera maestra la volvía un demonio en el sentido de que nunca se podía tener absoluta certeza de dónde estaba. A ella le encantaba estar con su abuela en el taller, pues cada cosa que Adeliza hacía Aline le preguntaba por qué lo hacía, cómo lo hacía y cómo acababa funcionando, y todas esas preguntas su abuela podía responderlas con goce.

Pero lo que más le fascinaba era estar con su padre, de eso no cabía ninguna duda. Él era su relojero favorito, y no porque fuese un relojero maestro como su abuela y ella, sino porque lo que él amaba hacer le hacía brillar los ojos a cualquiera, y es que muy pocos relojeros, fuesen maestros o no, tenían la capacidad de hacer cajas musicales que tocaran la canción de amor del corazón de la gente. Fue la primera caja musical que él hizo exitosamente la que le había enseñado a Aline cuál fue la canción que sonó la noche que su padre conoció a su madre, y era la última que hizo antes de irse la que hacía sonar cada vez que quisiera la canción con la que la Gran Vidente había bailado su don.

-Lo único que podemos hacer –dijo Ad interrumpiendo los recuerdos de Ran, si seguía pensando en su hijo iba a acabar quebrándose-, es esperar.

Algún día se iba a morir de tanto esperar y nada habría pasado para ese momento, pero qué más podían hacer.

Dejó que Ad entrara a su taller. Tomó aire y se quedó mirando la puerta ya cerrada. En verdad amaba a esa mujer y nunca sería capaz de soportar el hecho de que ella solo se permitiera romper en llanto mientras trabajaba, él sabía que sólo en esos instantes ella se permitía sentir la realidad y la sufría como él lo hacía normalmente, pero era tan corto el tiempo que el dolor la acababa superando. Él no podía hacer nada, no porque no pudiese ni quisiese, sino porque ella no se lo permitía.

Quizás hubiese sido mejor si se quedaba callado y ya, pero alguien debía decirlo en algún momento. Nadie había tenido noticias sobre Roderick. No habían cartas, noticias, telegramas, nada que pudiese considerar una señal de vida por su parte.

Ran pensaba constantemente en Aline, y no sólo en su seguridad, sino en todo. Cuando la veía jugar sola lo único que podía pensar era en su soledad, la falta de chicos de su edad con los cuales hablar, amigos que la pudiesen contener en los peores momentos que quizás estuviesen por venir; él no quería eso para ella, ni siquiera su abuela que amaba la soledad y frialdad de sus máquinas soportaba el no ver a sus amigos de la infancia por más de cuatro días –según Ran eso seguía siendo mucho tiempo antes de extrañar a alguien-, pero Aline era feliz en el reloj. Ese era su mundo.

Ranulf respiró hondo, pidió fuerza al Eje Central que todo lo controlaba, y comenzó a bajar las escaleras. A su edad debería dolerle las rodillas, pero una vida subiendo y bajando los metros eternos de escaleras de es torre al parecer lo habían vuelto inmune. Cuando llegó al nivel al que se encontraba Aline no pudo evitar entrar en pánico al verla tratando de subir cada vez más alto, una vez le dijo que quería llegar a la cúpula y ver qué había ahí. Algún día iría, y él esperaba que ese día ni fuese pronto.

-Ali, por favor, bájate de ahí –le pidió Ran a su nieta, y antes de que pudiese mover ni un músculo agregó-: ¡Y ni se te ocurra saltar!

Vio a Ali suspirar y no se pudo tranquilizar hasta que la vio balancearse hasta alcanzar la barandilla de las escaleras, en cuanto la tuvo al alcance la sujetó con miedo de que se fuese a caer, y con el mismo cuidado con el que la cargaba cuando recién había nacido la dejó tras la barandilla a salvo. Algún día esa niña le daría un ataque.

De pronto algo se le vino a la cabeza. Era una gran idea, una de esos descubrimientos que no hacía desde que vivía preocupado por Ali. Si no mal recordaba Ad le había dicho que faltaban algunas cosas para cocinar durante la semana y ella tenía que hacer una entrega urgente de un sistema de seguridad en el que había estado trabajando el último mes. Ran no se podía sentir más orgulloso de la ocurrencia que se le había venido a la cabeza, aunque sabía que a Ali no le haría mucha gracia.

-Ali.

-¿Sí, abuelo?

-¿Qué te parece salir mañana?

Fue cuestión de decir "salir" para que la cara de Aline se transformara y acabara en una mueca de molestia. A Ran no le importo en absoluto, ya había tomado una decisión.

-Sabes qué, cambié de opinión –le dijo a Ali y vio cómo se alegraba lentamente, por lo menos de momento-. Cambié de opinión –volvió a repetir-, irás. Punto final. Ahora baja a la cocina, comerás, te prepararás para acostarte y te irás a dormir, mañana te voy a despertar a la misma hora que tu abuela.

No esperó que su nieta respondiera. Bajó la escaleras y no se detuvo hasta llegar a tres metros sobre el suelo en donde se encontraba la cocina, mientras bajaba estaba ideando una ruta por la que Aline estaría obligada a conocer y hablar con distintas personas, y con algo de suerte lograría hacer amigos.

Detrás de él iba Ali considerando la posibilidad de volver a trepar a ver si esta vez sí llegaba hasta la cúpula. Quizás con algo de suerte así se salvaría de la tortura de salir al día siguiente.

¿Realmente tenía que ir? No había nada espectacular fuera del reloj, tan solo habían un montón de personas que creían tener la razón, un montón de mujeres deseosas de algo nuevo de lo cual poder reírse durante el té con sus amigas a las cinco de la tarde, y qué hablar de las pocas personas que creían ser tan importantes como para tener el derecho de poder hablar como se les placiera sobre el trabajo de otros, aun sabiendo que ellos con suerte y podían alzar una caja sin tener que bajarla porque les faltaba el aire o porque el dolor en la espalda ya era insoportable. Nunca pasaba la gran cosa fuera de casa, y su abuelo no lo entendía.

¡Era condenadamente aburrido! ¡Absolutamente todo era obvio! La lógica de cómo funcionaba todo era sencilla de entender, y la lógica del actuar de las personas tan abstracto e inútil que no valía la pena molestarse en intentar descifrarlo. Pero ahí estaba ella parada junto a su abuelo oyéndolo hablar con un engranaje de la vida. Podría escabullirse y buscar algo interesante con lo que jugar, pero su abuelo conocía a su abuela y él sabía que Ali y ella eran muy parecidas en muchas cosas y una de ellas era aburrirse cuando iban a un lugar donde no querían ir en primer lugar, y por eso mismo la tenía bien sujeta de la mano y las pocas veces que la había soltado no le despegaba el ojo de encima.

No importaba a donde mirara solamente habían más y más engranajes de la vida; izquierda, un engranaje que vendía verduras, derecha, un engranaje que vendía frutas, y en frente un engranaje que vendía otro tipo de verduras. No había nada a lo que encontrarle una interrogante que requiriera algún esfuerzo en contestar.

¿Por qué había tanta gente allí?

Era domingo y el viernes había sido día de paga, además de que este tipo de engranajes de la vida sólo vendían sus productos los días domingos.

¿Por qué usaban techos de tela?

El metal aumenta el calor del lugar, la tela refresca y cubre del sol de verano.

¿Por qué las mujeres se le quedaban viendo?

Porque seguramente era primera vez que la veían en la capital, y a ellas nunca se les escapa ni un alma. Era un acontecimiento que hubiese una cara nueva que ver, una persona nueva que conocer, un alma nueva a la cual atormentar.

¿Por qué ese lugar era condenadamente aburrido?

Porque todos fingían que iban allí sólo a comprarles a los engranajes de la vida cuando en realidad los hombres y relojeros se reunían delante de los puestos a hablar de otros "colegas" y de proyectos que podrían hacer en colaboración –como si lo fuesen a hacer en primer lugar-, y las mujeres fingían no buscar una nueva víctima de sus cuchicheos diarios que haría que cualquier persona quisiera huir de la ciudad. Como su padre.

-Te lo digo en serio –Ali oyó al engranaje de la vida hablarle a su abuelo-, no encontrarás mejor verdura que aquí, viejo amigo.

-Dices lo mismo desde que tenemos quince años, Drew –le respondió su abuelo, y como si fuese parte de algún ritual obligatorio entre amigos los dos comenzaron a recordar y contar anécdotas de cuando eran jóvenes.

Eso iba para largo.

Aline suspiró y deseó poder concentrarse en algo para poder quitarse un poco del aburrimiento de encima, aceptaba cualquier cosa. Vio a la derecha y notó a una mujer viéndola de reojo, cuando notó que Ali miraba hacia esa dirección cambió bruscamente el foco de su atención y tomó una manzana y fingió examinarla. No era exactamente eso a lo que se refería cuando decía que aceptaba cualquier cosa.

Miró a la izquierda y algo le llamó la atención. Una caja enorme que le salían piernas por debajo iba avanzando calle abajo. No era la gran cosa, pero le bastaba. Ahora tan solo tenía que averiguar cómo se iba a zafar del agarre de su abuelo, quien por supuesto seguía hablando con su amigo Drew.

Tenía muy poco con lo que trabajar, pero quizás con algo de suerte podría conseguir su objetivo, tan solo necesitaba que alguna de las mujeres que iban llegando a la feria viniese en carruaje, con eso le bastaba. Sin que su abuelo se diese cuenta Ali sacó una moneda de su bolsillo que había tomado varios puestos antes cuando a una señora se le había caído el vuelto, no extrañaría una moneda de cinco gramos de cobre; tomó la moneda y la guardó en su bolsillo, ahora solo le quedaba esperar a que alguna de las respetables señoras de la capital no estuviese dispuesta a caminar un par de calles para llegar a la feria. Tenía una excusa para querer irse de allí, tenía un plan improvisado que había intentado pulir los últimos cuarenta minutos entre puesto y puesto, ahora tan solo faltaba el detonante.

Pasaron cinco minutos antes de que se oyesen los cascos de dos caballos calle arriba, vaya que se habían tardado en llegar ya se estaba aburriendo de repasar su pequeño plan. La señora se bajó del carruaje al comienzo de la calle de la feria, ese era el momento para sacar la moneda del bolsillo y prepararse para el caos total. Comenzó a contar en voz baja.

-Uno, dos, tres, cuatro...

Sujetó con fuerza la moneda y dejó estático su brazo, su abuelo sin percatarse comenzaría a soltar un poco el agarre.

-... siete, ocho...

Puso el pie izquierdo medio paso atrás del derecho, inhaló.

-... nueve...

Exhaló.

-... diez.

Se dio la vuelta y se encontró con los caballos a pocos metros. Cualquiera podría decir que fue cosa de suerte, jugarretas de niños que acaban mal, pero el abuelo de Aline supo después que su nieta era aún más inteligente de lo que habría esperado. Aline lanzó la moneda directo a la cara de uno de los caballos haciendo que éste se asustara y chocara con su compañero, ahí es cuando el caos y la verdadera diversión empezaba. El chofer del carruaje se esforzaba por controlar a sus caballos y la gente cerca de allí no tardaría en entrar en pánico, y sabiendo cómo es su abuelo Aline sabía que su amigo no sería muy distinto; Drew salió de su puesto para prestarle ayuda al chofer.

En medio de todo el caos el abuelo de Ali había perdido en sentido de la realidad y había olvidado momentáneamente qué estaba sujetando, momento que Aline aprovechó de alejarse rápidamente calle abajo. La distracción no duraría la gran cosa, pero sería tiempo suficiente como para poder alejarse de allí, ahora lo único que debía hacer era encontrar esa caja ambulante.

Cuando dejó de oír a los caballos relinchar dejó de correr, ya no corría peligro. Si no mal recordaba de una de las tantas preguntas que le había hecho a su abuelo en el pasado cuando un caballo se asustaba podías tardar entre dos a treinta minutos en intentar tranquilizarlo, y eso si es que tenías mucha suerte, supuso que en este caso tardaron poco menos de seis minutos. Se permitió detenerse un momento a respirar y ver dónde estaba. Dos minutos atrás había salido de la feria y ahora estaba... en algún lugar que quizás era muy transitado durante la semana, al menos eso le decían las baldosas del suelo tan desgastadas como lo estaban. Comenzó a pasear por la calle en el mismo sentido una vez sintió que el corazón ya no se le quería salir del pecho; habían varias tiendas, algunas eran únicamente de polvo de acero para hacer engranajes, otro de moldes para distintos tipos de moneda –esa seguramente sería bastante costosa-, y unas cuantas de muebles, telas y esas cosas. Nada de eso le interesaba de verdad, lo que buscaba era una caja con piernas y eso era lo que planeaba encontrar.

Para la segunda cuadra de tiendas vio que por la calle que dividía las cuadras lo que estaba buscando, pero no era una caja con piernas exactamente ahora que lo veía mejor, sino un chico llevando una caja a cuestas. Se lo suponía desde que la había visto, pero de todas formas le intrigaba qué había dentro de la caja, y no se quería dar ninguna clase de idea al respecto para poder disfrutar de su hallazgo.

Lo siguió lentamente por detrás viendo cada detalle que pudiese del chico y de la caja en sí; por la estatura no podía tener más de trece o catorce años, de otra forma no le veía forma lógica de cargar una caja de tal tamaño, y por su ropa suponía que era un engranaje sin uso definido, o alma libre como le decía su padre cuando le hablaba sobre los tipos de engranaje que se podría llegar a encontrar al salir a la calle. La caja era aburrida, simple en su diseño sin la gran cosa que destacar, además de que no tenía tapa, quizás por eso le habían pedido a un niño que la llevara a cuestas, así se aseguran de echarle la culpa a otra persona en caso de que se le cayese y perdiese algo de su contenido, y de ser así quizás su contenido no fuese tan aburrido como la caja que lo contenía.

Aline se comenzó a impacientar, o más bien a emocionar con la idea de lo que podría haber dentro de esa caja, y a punto estuvo de alcanzar al chico. Seguramente él la había sentido acercarse, porque no encontraba otro motivo lógico por el cual se hubiese dado la vuelta cuidadosamente para ver quién había por la izquierda. Ali aprovechó su descuido y se acercó por el lado derecho y se paró de punta de pies para intentar ver qué había allí dentro. ¿Acaso brillaba con el sol? Se acercó un poco más y la caja dio un pequeño salto antes de caer en el pie del chico, al parecer se había asustado al verla tan cerca, y se suponía que era ella la que nunca salía de casa ni veía a otras personas que no fuesen su abuela, su abuelo y su padre. Ahora que la caja estaba en el suelo podía ver mucho mejor qué había dentro: cientos de engranajes de todos los tamaños, aunque ninguno excedía la palma de diámetro. El pie del chico seguía debajo de la caja y oyó claramente a su padre decirle al oído:

-Debes ayudar a quien no pueda ayudarse a sí mismo.

Con un suspiro Ali tomó el borde de la caja y alzó el lado donde el pie del chico estaba atrapado con todas sus fuerzas, que no era la gran cosa en realidad; apenas pudo levantarla un poco, pero fue lo suficiente como para que el chico pudiese sacar el pie y se pudiese quejar a gusto del dolor. Ya había hecho su buena acción del mes, ahora a lo que la convocaba: ¡engranajes!

Había de todos los colores y de todos los tipos. Tomó uno dorado, supuso que era recubierto en oro, comúnmente usado para el sistema interno de los relojes de pared y lo más pequeños que algunos engranajes de la salud ponen sobre sus mesas de atención para hacerlas ver más sofisticadas; lo descartó en cuanto vio que era muy común. Movió algunos engranajes de dientes para poder ver los que estaban más abajo, ¿eso que veía era un engranaje doble de rosca?

-Disculpa –oyó al chico hablarle. Hizo como si lo ignorara y siguió escudriñando entre los engranajes-, ¿quién eres?

-Alguien –le respondió sin pensar mucho, efectivamente era un engranaje doble, eran malditamente complicados de usar en un mecanismo porque bien usados podían efectuar giros de tres sentidos y direcciones completamente diferentes. Eso sí que era un hallazgo. Dejó su pequeño tesoro en la mano izquierda y siguió escudriñando con la mano derecha.

-Eso no me dice nada –le volvió a decir el chico.

-Soy una persona, una chica para ser más precisos, que está viendo dentro de la caja que hace dos minutos estabas cargando y hace minuto y medio te aplastó un cuarto del pie –le respondió Aline antes de encontrar un contenedor de metal para aceite, ¿desde cuándo había de esos tan pequeños? Sólo los había visto del su tamaño en las calderas que a veces hacía su abuela.

Ali ni se molestó en ver la expresión del chico, seguramente sería de extrañeza, seguramente en su cabeza estaría diciendo algo como: "Esta chica es rara", o directamente diría que estaba loca. No esperaba otra reacción por su parte, por lo menos ninguna fuera de lo lógico y común. Dejó su nuevo tesoro en la mano izquierda junto al engranaje y siguió jugando a la cazadora del tesoro.

-Si no me vas a decir quién eres ¿por lo menos me podrías decir qué estás haciendo?

-Veo lo que hay en tu caja.

-Eh, no es mi caja.

Aline levantó la vista del metal y se le quedó mirando. Efectivamente, tenía catorce años, se le notaba en la cara de idiota hormonizado. Volvió la vista a la caja y siguió en lo suyo.

-¿Entonces de quién es la caja? –le preguntó de vuelta Aline.

-Del dueño de Owlore's.

No tenía ni idea de qué lugar hablaba.

-¿Y él para qué quiere un resorte de medio meñique recubierto de plata? –le preguntó Aline alzando su nuevo hallazgo. Vio de reojo al chico y por primera vez en su vida se sintió incómoda; no la miraba como era lógico que la hiciera, como una invasora de su espacio personal, casi una ladrona, no sabía explicarlo y esperaba no tener que hacerlo nunca.

Puso el resorte en su mano izquierda y esperó a que el chico le diera una respuesta obvia.

-El señor Owlore dijo que planeaba arreglar un reloj o algo así.

Aline había pensado en dos opciones de respuesta: no tendría ni la más mínima idea de qué diablos estaba hablando, o bien tendría una vaga idea de para qué estaba cargando esa caja; resultó ser la segunda opción. En el oído de Ali resonó la voz de su padre diciendo: "Si sales de casa nunca llegues antes de las tres, las seis o las nueve", aún no entendía del todo a qué se refería pero en esos momentos no le pareció ilógico mirar al cielo; no importaba desde dónde, siempre se podría ver a lo lejos la torrea del reloj indicándole la hora al mundo desde cuatro direcciones distintas. Diez para las tres. No se lo pensó mucho cuando guardó el engranaje, el contenedor y el resorte en el bolsillo y comenzó a correr en la misma dirección por la que había venido, sólo que esta vez no iría a la feria sino al reloj.

Era una niña después de todo, nadie debería esperar algo de raciocinio por parte de ella en primer lugar. Tomar algo que no era suyo y olvidar que no era suyo, o que lo había tomado en primer lugar, era normal, esperable, casi obvio y lógico. Sabiendo esto no se preocupó por alguna posible consecuencia al respecto, ya pensaría en una buena excusa en el momento indicado, ahora tan sólo le preocupada llegar al reloj, con algo de suerte su abuelo aún no habría llegado.

No oyó nada a su espalda, seguramente ese chico ni se había dado cuenta que le faltaban esas piezas. "Me vio tomarlas, ¿no?", se preguntó, dobló en una esquina y siguió caminando sin saber exactamente dónde estaba, "si me vio no sería para nada normal que no me haya dicho nada. A menos que...". Volvió a doblar en una esquina, ahora planeaba alejarse del reloj, y si no mal recordaba de una de las tantas respuestas que le habían llegado a dar a esa hora el sol daba de oeste a este, así que con algo de suerte...

Una sombra, quién lo diría, ¿no? Si conociese mejor la ciudad habría planeado alguna ruta que le asegurase perder a ese chico, pero como no era así lo único que se le ocurrió fue seguir corriendo y cambiar de dirección de forma aleatoria. Tarde o temprano ese chico se debía cansar, y tantos años de ir y venir dentro de la torre, subir y bajar escaleras, jugar a las escondidas a cinco metros sobre el suelo debieron haber hecho algo bueno por ella, ¿no?

Perdió la cuenta de las vueltas que había dado a la misma cuadra, pero por el minutero del reloj supo que estuvo corriendo en círculos durante seis minutos. Costó, pero al final lo logró, el chico se había cansado de perseguirla, o al menos eso creía, no había visto su sombra desde hacía buen rato. Se permitió detenerse un momento y tomar aire, quizás, y tan sólo quizás, sí debería salir un poco más de la torre, era muy molesto no tener ni idea de adónde iba. Sí, salir un par de veces al mes y memorizar calles, nombres, atajos, escondites... sí, eso sería mucho más que suficiente.

Ahora, al reloj. Tan sólo faltaban tres minutos para las tres, muy poco tiempo, tendría que volver a correr a ver si lograba llegar antes de las tres.

"¿Y por qué esa hora en especial?", se preguntó Aline en lo que retomaba el ritmo y corría por las calles, poco a poco el reloj debería verse más y más grande, de no ser así iba por el camino equivocado. "Tres, seis y nueve, ¿qué tienen de importante? Además de ser los únicos números, sin contar el doce, que se ven en el reloj desde lo lejos.". Quizás era eso, como eran lo primero en lo que uno se fijaría al verlos por eso su padre los había puesto como límites, no serían tan fáciles de olvidar ni de ignorar. Bastante ingenioso.

Ya había perdido el sentido de la orientación y sólo sabía que iba por buen camino, ya sentía que el reloj se le vendría encima. Lucía imponente, frívolo, y su minutero parecía decirle segundo a segundo:

-Date prisa.

Cuando logró llegar a la entrada eran pasadas las tres, pero qué se le podía hacer, ese chico la había retrasado de más. Molesta por los tres minutos de más que le tomó llegar sacó una varilla de metal del mismo bolsillo donde llevaba los tres hallazgos, había olvidado que los tenía en primer lugar. Tomó la varilla, inhaló y exhaló hasta poder respirar con normalidad y movió la varilla como si fuese una varita: arriba, abajo, media vuelta a la izquierda, abajo, media vuelta a la derecha y una sacudida hacia abajo, "y una llave tendrás para a tu hogar poder entrar" dijo en su cabeza recordando cómo había logrado aprender el patrón hace un año.

Abrió la puerta lentamente y gritó:

-¡Hola, abuela! ¡Ya llegué!

-¡Hola, Ali! –oyó a su abuela responderle desde el taller a más de diez metros de altura. Le dio varias sacudidas a la llave y volvió a ser una simple varilla de metal, la guardó en su bolsillo y cerró la puerta-. ¿Y tu abuelo?

-Ehhh... no sé –dijo Ali sin gritar para que su abuela no la oyera.

¿Qué diablos le podía decir? ¿Que le había lanzado una moneda a un caballo y había huido de su abuelo por el aburrimiento? ¿Que había seguido a una supuesta caja ambulante que resultó ser un engranaje sin oficio? Viera por donde lo viera no hallaba una respuesta lo suficientemente buena con la que poder evitar que le hiciera más preguntas al respecto.

-¿Ali? –la llamó su abuela, esperaba una respuesta.

¿Valía la pena mentir?

-Se quedó en la feria –le respondió a gritos a su abuela mientras comenzaba a subir las escaleras. No era una mentira del todo, al menos pensando en eso no se sentía tan culpable.

Subió hasta la cocina y entró. No era nada fuera de lo normal; tenía una estufa, un horno, comida, y unos cuantos servicios, una mesa y sillas para una familia de cuatro, lo típico. Lo único que en verdad no era normal era que estuviese limpia como lo estaba, ni una mota de polvo, ni una gota de grasa o aceite vegetal, y ni una migaja de pan del desayuno. Desde que su padre se había ido su abuelo nunca había conseguido hacer que ella o su abuela desayunaran o almorzaran allí, con suerte cenaban allí. Cerró la puerta al entrar y se sentó en la silla más cercana, creía que ahí se había sentado alguna vez su madre y al parecer su tío; quería estar ahí en silencio, dejar de pensar unos cuantos minutos y luego pensar en cómo le explicaría a su abuela de dónde había sacado las piezas de metal que tenía en el bolsillo.

Era más complicado de lo que parecía mantener la mente vacía aunque fuese por unos cuantos segundos, en especial cuando estabas acostumbrado a pensar todo el día en qué va a ser lo siguiente que harás, qué es lo que quieres entender y lo que podría suceder si hace una u otra cosa, en verdad era muy complicado.

Suspiró y por primera vez en meses Aline se permitió extrañar a su padre. Un día se había despedido de ella y le había prometido algún día volver, pero ese día aún no había llegado. Debía esperar, ser una buena niña, obedecer a sus abuelos, debía evitar hacer algún desastre –el tema de la feria no podía ser considerado un desastre del todo, ¿no?

Por acto de inercia sacó de su bolsillo el resorte cubierto de plata y se le quedó mirando, ¿por qué le había parecido tan curioso ese resorte en primer lugar? Si hubiese querido habría podido sacar uno muy parecido de cualquier cachivache en el taller de su abuela.

-¿Qué te hace tan especial, pequeño? –le preguntó en voz baja al resorte.

Lo giraba, lo hacía contraerse y lo alzaba a la luz que pasaba por la única ventana de la habitación –cuando era más pequeña siempre decía que de no ser por la comida ese lugar podría ser una iglesia antigua-, y realmente no lograba entender lo que tenía de especial.

Era un resorte más.

¿Por qué lo había tomado entonces?

Trató de recordar el resto de cosas que habían dentro de la caja y lo único que se le vino a la mente era metal, ciento de piezas de metal que parecían nunca acabar, todos engranajes de diente grueso, delgado, unos pocos resortes de acero. Quizás...

-¡Aline!

Ali saltó en su asiento y a punto estuvo de lanzar el resorte. Su abuelo había llegado y claramente estaba molesto.

-¿Sí, abuelo? –le respondió desde la cocina.

-¿Podrías bajar un momento?

Se preparó para lo peor. Seguramente la castigaría. No más juegos, no más columpiarse en la altura, no más hacer locuras en un buen tiempo. Sacó los otros dos hallazgos y los dejó junto al resorte sobre la mesa, no quería que su abuelo le preguntara por ellos y empeorara la situación, pero en vez de bajar las escaleras quiso acabar el día con broche de oro: abrió la puerta, tomó impulso y de un salto se agarró al contrapeso más bajo y se dejó deslizar hasta la base de la torre. Si el descenso sería su último momento de libertad lo disfrutaría con ganas.

Cuando llegó a la base de la torre la cara de su abuelo le dijo que él en ningún momento había esperado que se controlara, ni en la feria ni allí, y para la sorpresa de Ali no estaba molesto, ¿acaso había confundido el tono de su abuelo? Eso era muy posible, pero de todas formas el grito había parecido venir desde el fondo de su pecho cargado con la rabia de ese día. Seguramente eran su imaginación. Sí, seguramente era eso.

Su abuelo estaba en la puerta, curiosamente aún abierta.

-¿Ali?

-¿Abuelo?

-¿Me podrías responder una pregunta?

Ali inhaló y exhaló levemente, debía tranquilizarse.

-Sí, abuelo.

-¿Por qué hay un chico preguntando por ti?

Aline esperaba cualquier tipo de pregunta menos esa. Su cara debió ser suficiente para dar a entender su sorpresa, de otro modo no le veía sentido a la sonrisa de su abuelo cuando se movió de la puerta y dejó al descubierto al chico agotado. Ali pasó la vista entre su abuelo y el chico una y otra vez hasta que al final lo único que pudo decir fue:

-Se me quedó algo en la cocina.

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