4 Rocky: Parte 1

Mi nombre es Rocky, soy un centinela obrero y uno de los pocos Centinelas de Ataque que quedan. Mis poderes están relacionados al elemento de piedra y todas sus variantes: puedo controlar la tierra, arena, roca, concreto y puedo crear estructuras compuestas por estos elementos, aunque no he logrado dominar esta última habilidad del todo.

He utilizado mis habilidades para crear varias ciudades por todo el mundo y ayudar a la gente sin hogar a tener uno. Mi trabajo más reciente se encuentra en las fronteras de Israel con Egipto. Ambos países me contactaron para ayudarlos a crear una ciudad donde se pueda recibir a los refugiados que huyen del medio oriente. Me he empeñado todo un año en diseñar una ciudad acogedora para estas personas y luego de mucho tiempo he logrado cumplir mi objetivo: Hoy es la inauguración de esta ciudad.

Es divertido pensar que estoy haciendo el mismo trabajo que hice antes de ser un Centinela de Ataque. Siento que mi trabajo si tiene un propósito digno: ya no construyo templos a centinelas tiranos, sino que construyo casas a la gente pobre para tener una segunda oportunidad en la vida. Creo que nada puede comprar la felicidad que siento de hacer esto.

Esta ciudad tiene varios restaurantes, piscinas, cines, lagos, parques, cines, teatros y paseos familiares. También hay un consulado, una sucursal de la (FDG) y bancos. Yo mismo he diseñado todas las estructuras y creo que satisfacen todas las necesidades de los humanos. Me basé en una antigua ciudad centinela en el aspecto de esta ciudad, pero si tuviese que compararla a algo, se parece bastante a Dubai.

Hoy día han entregado la ciudad y estuve presente en el emotivo discurso de inauguración dado por el presidente del país. Ahora, bajo el nombre de "Nueva Siquem", esta ciudad fue entregada a los refugiados.

Solo es cosa de ver el rostro de la gente para darme cuenta que mi arduo trabajo a dado fruto. Esa alegría que se percibía en el aire es algo precioso. Lo mejor de todo es que yo hice un contrato con el gobierno de Israel para que los refugiados no tengan que pagar por sus casas, yo las he pagado por ellos, de esa forma podrán disfrutar de su vida sin esa preocupación.

Pese a todo, mi trabajo no ha terminado: más países necesitan de mi para darles hogar a la gente del pueblo. Sin embargo, antes de ir a mi siguiente misión, necesitaba descansar un poco... y conozco el lugar perfecto. Para llegar hasta allí primero necesitaba tomar un portal para teletransportarme directamente a ese lugar, por lo tanto, debía caminar hasta encontrar el templo centinela más cercano, el cual estaba abandonado en medio del gigantesco desierto de Egipto.

Caminé y caminé hasta llegar a un viejo templo centinela ubicado en medio de la nada. Era tan antiguo que se notaba hecho ruinas, estaba repleto de polvo y hasta varias rocas se le han acumulado a los costados. Tenía 4 columnas con la imagen de una centinela encapuchada... era una de nuestros dioses. La entrada estaba en el medio, la cual estaba adornada con un arco de piedra. Conozco bien este templo porque yo lo construí hace muchos años atrás.

Estaba a punto de entrar al templo cuando escuche pisadas en la arena rocosa del ambiente. Me di la vuelta algo asustado, pensando que alguien pretendía atacarme por la espalda. Al voltear la mirada vi a un niño humano. Lo quedé mirando muy confundido ¿Cómo un simple niño pudo caminar muchísimos kilómetros hasta llegar aquí junto a mí? Es algo admirable, pero aterrador a la vez.

Ese niño de piel morena iba vestido con telas desgarradas, se notaba que era pobre. Estaba bastante delgado y desnutrido, supongo que no ha comido en días. Todo lo que llevaba consigo era una pequeña bolsa de cuero llena de libros, bolsa que apenas podía llevar con las pocas fuerzas que le quedaban.

-¿Quién eres tú? -pregunté con mucha desconfianza. No hubo respuesta por parte de aquel niño más que una mirada depresiva al suelo. Tras un par de segundos incómodos, dijo su nombre: Charlie.

Ese niño dijo que me siguió desde que dejé la ciudad. De inmediato me preocupé bastante por sus padres, quienes seguramente lo buscaban con angustia, así que le dije que regresara a su nuevo hogar con su familia.

-No tengo familia, estoy solo -comentó Charlie.

-¿Enserio? -pregunté con ignorancia- ¿Padre? ¿Madre?

-Muertos... los dos.

Me sentí como un estúpido por preguntarle eso a un niño de 9 años. A juzgar por su apariencia, deduje que el pertenecía a una de las razas que huían de la guerra del medio oriente. No quise preguntar más sobre el asunto, pues no sería de ninguna ayuda.

-Me gusta tu túnica -dijo Charlie.

-¿Gracias? -respondí con confusión.

¿Intenta causar una buena impresión? No es que mi túnica de color beige sea fea, al contrario, es bastante bonita, pero ¿por qué cambiaría el tema tan radicalmente? Seguramente él no estaba acostumbrado a ser sociable y por eso no sabía dirigir una conversación.

Supuse que el necesitaba una familia y actualmente yo era el único al que conocía. ¿Cómo terminé haciéndome cargo de un niño huérfano? Desearía que esa pregunta tuviese una respuesta lógica, no que fuese algo como: "Encontré un niño hebreo abandonado en medio de la nada". Como sea... le ofrecí a Charlie encontrar una familia que lo proteja. Sus ojos brillaron con esa oferta, su rostro parecía cobrar vida ¡Estaba emocionado! Tape mi boca con mis manos debido a la ternura del pequeño Charlie.

¿Cómo cuidaría de un niño?, ¿De dónde sacaría comida para alimentarlo?, ¿Quiénes serán aptos para cuidar de él? Sabía que necesitaba ayuda, pero ahora mismo debemos ir al lugar que se convertirá en el nuevo hogar de Charlie.

Ambos entramos al templo hasta llegar al portal. Nos subimos a esa plataforma y le di mi mano a Charlie para que ambos podamos atravesar la luz del portal y llegar inmediatamente a nuestro destino: Junkertown. Esta ciudad hecha de chatarra se encontraba en el gigantesco desierto de Australia, aislado de toda vida humana. Parece un lugar denigrante, y la verdad lo es, pero esta ciudad era el hogar de varios centinelas renegados.

Junkertown por fuera parecía un montón de pedazos de metal oxidados, grandes columnas de metal destruidos y muchísimos trastos que formaban estructuras arcaicas; por dentro, Junkertown es... exactamente lo mismo que afuera. ¿Qué más se puede esperar de una ciudad hecha de chatarra y deshechos de guerra? Lo único destacable de esta ciudad era la gigantesca cúpula de metal que estaba en medio de las casas.

Caminamos lentamente hasta la entrada para tocar la puerta, la cual rápidamente fue desintegrada por un misterioso oxido que la consumió. Del otro lado del ex-portón nos esperaba una centinela llamada Kenita, quien era la responsable de desintegrar la puerta principal.

-¡Ups! Disculpen -dijo Kenita alegremente- Todavía no sé controlar mis poderes. Ji ji.

Kenita era muy baja de tamaño. Su piel era morena y su melena castaña se agitaba en conjunto a sus movimientos tan espontáneos. Ella no tiene reparos en pensar en vos alta ni en expresarse sin filtro, por lo que no dudó en ningún momento de expresar su grata emoción por ver a un niño humano acompañándome por detrás.

-¡¿QUIEN ES ÉL?! -dijo emocionada- ¡ES TAN LINDO! ¡QUIERO BESARLO!

Sin embargo, como sus poderes inestables desintegran cualquier cosa orgánica que toca, sostuve a Charlie y lo levanté para evitar que Kenita lo abrazara. Ella siguió intentando acercarse al mientras yo trataba de evitarla a toda costa. Afortunadamente, alguien llegó al rescate: un alto centinela llamado Kooper, quien sujetó desde la cabeza a Kenita y la levantó para detenerla.

Este centinela también tiene una piel morena, pero sus largas rastas, su tamaño y sus rasgos indios hacen una completa diferencia con la centinela enana, quien posee rasgos más latinos.

-Oe tranquila e´mana -dijo Kooper con su típico acento colombino- ¿No ves que lo desintegraras?

-¡Oh, cierto! ¡Perdónenme! -dijo Kenita con una preocupación exagerada.

-¡Hola! ¿Cómo et'amos, mi he'mano? Tranquilo pana, ya controlé a la fiera. Puedes bajar al chamaco ahora.

Lentamente hice caso a Kooper y dejé en el suelo a Charlie, sin quitarle la vista a Kenita quien hacía un sobre-esfuerzo en no arrojarse para abrazar al niño. El gigantesco centinela arrojó a Kenita a un montón de escombros para tener toda la libertad de acercarse y abrazarme estrechamente.

-¡OYE! ¡NO ME ARROJES DE ESA MANERA! -gritó furiosa la enana- ¿NO VES QUE SOY UNA DELICADA SEORITA?

Kooper y yo nos reímos al verla toda sucia por la basura en donde ella se estrelló. Además, tenía la cascara de una banana en su cabeza, por lo que no pudimos tomarla en serio. Tras reírnos un poco, entramos a la ciudad para presentar a Charlie ante la persona que controla este maravilloso lugar.

Todas las calles de Junkertown son tejadas, así que Charlie no le afectó la luz del sol mientras paseábamos por la ciudad. Las calles estaban llenas de escombros, las paredes estaban agrietadas y pintadas; a lo lejos se escuchaban explosiones, derrumbes y multitudes de personas exclamando cosas que no se comprendían por la distancia. Al principio, Junkertown comenzó siendo un vertedero de basura, pero gracias a la ayuda de otros centinelas, convertimos ese lugar en una ciudad la cual es destruida y reconstruida por sus habitantes. Junkertown es como una terapia para los centinelas: se desahogan, aprenden a dominarse, aprenden a ser creativos con sus poderes, aprenden a reforzar sus habilidades y luego pueden decidir su futuro con total libertad.

Varios centinelas causaban estragos al rededor nuestro mientras paseábamos en dirección al palacio: rompían muros, derribaban casas, pintaban paredes, hacían música con latas y otros trastos de basura, corrían por las calles, peleaban por diversión; su estilo de vida aquí es bastante liberal... ellos viven en Carpe Diem. Charlie veía con mucho brillo en sus ojos a esos centinelas, su admiración por sus superpoderes era bastante... como si viviera un sueño hecho realidad.

Finalmente entramos en una especie de palacio hecho de escombros, cuya entrada estaba protegida por unas telas desgastadas de color rojo. Al entrar en la habitación, nos topamos con un salón de trono cubierto por una alfombra marrón; la sala estaba repleta de mesas con diferentes platillos humanos sobre ellas, de los cuales comían los centinelas que estaban presentes en la sala.

Al final del pasillo, encontramos un gigantesco centinela sentado en una especie de trono hecho de escombros y basura. El nombre de ese centinela era Matusalén.

Este gigantesco centinela tenía un aspecto ancestral: su cabello y barba era de color crema y sus ojos eran traslucidos, como si fuese ciego. Va vestido con un traje similar al de un aventurero de un mundo de fantasía. Su colosal tamaño lo hacía bastante lento al moverse y al hablar, pero eso le daba tiempo para meditar y decidir con sabiduría lo que va a hacer.

Matusalén es el mejor consejero para ayudar a Charlie para encontrar su destino.

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